Pascual Tormo señala a la pareja de
periodistas que le acompañan lo que, en su opinión, es la causa de que en
Senillar se haya abandonado la agricultura. Apunta a un paisaje de
construcciones residenciales que contraponen su estampa a la brillante lámina
añil del Mediterráneo; bloques anaranjados en los que domina el ladrillo,
grisáceos cuando lo que predomina es el hormigón y de colores chillones en
otros casos.
Es un panorama parecido al de otros muchos
parajes de la masificada costa mediterránea, sin embargo, a los periodistas lo
que les llama la atención son los edificios sin terminar por el aire de
desaliño y hasta de abandono que prestan al paisaje. Aquellos en las que sólo
se ve la estructura parecen esqueletos de viviendas, conatos de construcciones,
osamentas de futuros apartamentos veraniegos, promesas de segundas residencias
como las sigue denominando la prosa publicitaria. En muchos de esos bloques
todavía se yergue alguna grúa que parece la guardiana de la obra y que es mudo
testigo de lo que promotores, constructores y políticos aseguraron en los
primeros meses del dos mil ocho, cuando se produjo la inopinada y repentina
interrupción de las obras: esto no es más que un parón transitorio, cuando los
bancos y cajas vuelvan a abrir el grifo del crédito las obras se terminarán.
Han transcurrido cerca de cuatro años y las
grúas siguen allí, inmóviles, silenciosas, sin vida. En algunas una carretilla,
colgada de la pluma, oscila como un péndulo cuando el viento sopla con algo de
fuerza. Cerca de los bloques inacabados se levantan otros terminados; muchos de
ellos son construcciones en las que sus promotores no han sido demasiado
exigentes con la estética y la calidad. Lo que proclama la razón de ser de
todos aquellos edificios lo marca claramente su orientación: casi todos miran
hacia el mar, que se puede ver desde la terracita con que cuentan la mayoría de
los apartamentos. Ver el mar desde el salón de casa era uno de los mejores
ganchos de los promotores de las urbanizaciones costeras. Apartamento con vistas al mar, como rezaba la
propaganda que inundaba los medios. También se ven algunas hileras de viviendas
unifamiliares adosadas que son como las guindas de adorno de los amazacotados
flanes de ladrillo que conforman los bloques.
Tormo sugiere a sus acompañantes:
- Supongo que
querréis echarles un vistazo de cerca.
- A eso hemos
venido, pero espera un momento que voy a sacar unas panorámicas desde esta
posición - El fotógrafo saca del coche una cámara y cambia el objetivo por otro
de mayor ángulo. El contorno de las construcciones, visto desde la distancia,
parece uno de aquellos recortables que hacían las delicias de la infancia de
los años cincuenta.
- Pararemos aquí -
indica Tormo -. Os enseñaré más de cerca una colonia típica de esta zona y
podrás seguir haciendo buenas fotos.
La urbanización es un batiburrillo de
construcciones en diferente estado de edificación: hay bloques terminados,
otros a medio construir y, sobre todo, muchos solares acotados pero vacíos. De
cerca se comprueba que no todas las edificaciones son iguales. Unas parecen de
cartón piedra. Otras, son más aparentes y cuidadas. En cada bloque no suelen
faltar dos piscinas, una para adultos y otra para niños, y algunas hasta tienen
una pista de pádel o de tenis y un remedo de escuálido jardín.
- Oye, Pascual, ¿Por qué son tan horrorosamente feas algunas
construcciones? - inquiere el reportero gráfico -. Hay edificaciones que no
están mal pero, por ejemplo, esa de ahí parece uno de esos inmuebles que se
construyeron en los años cuarenta y a los que se conocía como casas baratas.
- Porque algunos de ellos había que construirlos a toda prisa, con la
menor inversión posible, venderlos lo más rápido que se pudiera y como
consecuencia de todo ello los arquitectos no se rompieron demasiado los cuernos
en su diseño. Algunos de esos edificios responden a ese españolísimo refrán de
tente mientras cobro - contesta Tormo irónicamente.