En su búsqueda de solares para instalaciones
industriales, el alcalde no encuentra quien venda ni un palmo de tierra en los
alrededores del pueblo. Tras múltiples gestiones e innumerables reuniones y
contactos, Vives solo consigue encontrar un terreno lo suficientemente grande
junto al mar, pero está demasiado lejos y no tiene ninguna de las condiciones
requeridas. Otro proyecto más para modernizar Senillar que se va al garete.
Mientras tanto, Gimeno acaba por enterarse
de lo que se trató en casa de Benjamín Arbós cuando los terratenientes de la
localidad decidieron boicotear los planes de Vives. Poco tiene que ver con la
versión que le dio el jefe del clan. La verdad es que él no ha hecho
prácticamente nada para oponerse al proyecto, pero tampoco lo apoyó. Lo que más
le molesta es que lo hayan manipulado. Aunque no está tan seguro de que pueda
hablarse de verdadera manipulación. Ya tenía sus recelos sobre la interesada versión
que le contó Benjamín, pero cuando éste agitó el espantajo de la posible ruina
de la cooperativa y con ello la desaparición de su puesto de trabajo, a lo que
habría que sumar la previsible hegemonía política de Vives si no le paraban los
pies, se tragó el anzuelo sin pestañear. Si hubo manipulación fue, de alguna
manera, con su consentimiento. Y esa idea le hace sentirse mal. En momentos así
es cuando más echa de menos a alguien con quien poder compartir los anhelos,
los temores y, como le ocurre ahora, una cierta vergüenza.
Una de aquellas tardes, sin saber cómo, se
encuentra contándole a Lolita el episodio del nonato proyecto de incipiente
industrialización. La joven le escucha atenta y pacientemente porque José
Vicente se explica con muchos rodeos, no sabe cómo disfrazar el lamentable
papel que ha jugado en la trama. Lolita intuye que su amigo, más que hacerle
partícipe de una historia un tanto turbia, está intentando que alguien le diga
que no fue suya la culpa, que a él también le engañaron. Y si busca consuelo,
¿por qué no dárselo?
- Lo que me estás
contando, José Vicente, no me extraña nada. Un maestro que tuve decía que las
sociedades rurales son el mejor caldo de cultivo para el caciquismo. La gente
es de mucho vocear y echar pestes a espaldas de quien manda, pero por delante
la mayoría solo sabe decir amén.
- Es posible que sea
como dices, pero sigo sintiéndome incómodo.
- Eso dice mucho a tu
favor, es señal de que eres un hombre que todavía tiene sentido de la
integridad. Por otro lado, estabas en una situación verdaderamente
comprometida, te encontrabas en medio del fuego cruzado entre un viejo que intenta
por todos los medios conservar parte del poder que tuvo y un ambicioso que
aspira a convertirse en el cacique del futuro.
A Gimeno el argumento de la joven le llega.
Esta mujer, piensa, no dejará nunca de sorprenderme. Tiene la cabeza bien
amueblada. Merecería ser hombre. La joven prosigue:
- Lo que en tu lugar
haría sería no lamentarme más por lo que pasó, eso ya es historia, deberías pensar en que si volviese a pasar otra
situación similar cómo la afrontarías.
- Y si ocurriera, ¿tú
cómo le harías frente? – Gimeno piensa que la conversación ha dado un curioso
vuelco: el político pregunta y quien responde es la encargada de la tienda de
modas del pueblo. No le importa. Le encanta escuchar a Lolita cuando se pone en
plan de cerebrito.
- No creo que haya
una sola receta. Depende de lo que pretendas ser mañana. De lo que quieras
hacer con tu vida. De tus ambiciones y proyectos.
- ¿Y si todo eso, el
futuro, lo que quieres ser, no lo tienes claro?
- Entonces no harás
más que dar palos de ciego.
El eco de sus propias palabras provoca que
florezca una melancólica sonrisa en la boca de Lolita. Allí está dando consejos
y hablando de tener claro el futuro como si fuese la Sibila, cuando ella no es
capaz de saber qué hará con su vida. A Rafael lo ha perdido para siempre. No
puede dejar de quererle, pero ha de sepultar sus sentimientos bajo un alud de
realismo. Lo de convertirse en una solterona le pone enferma.
En la soledad de su dormitorio, Lolita sigue
pensando en su más que posible soltería y decide agarrarse a la oportunidad que
tiene más a mano para que ello no ocurra: Enrique Guerrero. El joven
farmacéutico es el salvavidas que le permitirá no hundirse en el mar del
celibato. Tendrá que ponerle buena cara cuando vuelva de Madrid. Lo mismo en el
trato más íntimo no es tan plasta y tan sosaina como parece a simple vista. Una
de sus amigas, Consuelo, se encarga de sacarla de sus ensoñaciones con una
noticia que termina de sepultarla en el negro pozo de la desolación.
- ¿Sabes el notición?
- No, pero sospecho
que me lo vas a contar.
- Ya no tendrás por
qué preocuparte de quitarte al Peloplancha de encima. Se ha echado novia en
Madrid y, según cuentan, parece que la cosa va en serio.
La joven trata de controlar su reacción al
escuchar la noticia. Solo faltaría que Consuelo notara cuanto le ha afectado.
- Me gustaría saber
cómo es capaz de enterarse la gente de cosas que ocurren a cuatrocientos
kilómetros de aquí.
- La Carletina se lo
escuchó al viejo Sanchís cuando se lo estaba contando al médico. Como ves, la
fuente no puede ser más directa.
- Bueno, igual no es
más que una relación de esas que duran un suspiro.
- No parece, porque
Sanchís le ha dicho a la Carletina que le tenga preparado el traje de respeto
pues el próximo mes se va a Asturias a la pedida de mano de la moza que se ha
buscado el sobrino.
- Pero no decías que
se echó novia en Madrid, ¿para qué ha de ir a Asturias? No lo entiendo.
- Es que parece que
se conocieron en Madrid, pero la chica es asturiana. Don José está muy contento
con el noviazgo, según dice su sobrino hará muy buena boda porque la moza
también es boticaria.
Otra puerta que se cierra, otra posibilidad
que se esfuma. Está a punto de derrumbarse, pero su fuerte carácter le empuja a
seguir adelante. No puede dejarse llevar por la amargura, por las sensaciones
negativas, no puede perder la esperanza. Puesto que se malogró el amor de su
vida, y duda mucho de volver a enamorarse, trata de olvidarse de los
sentimientos y enfoca su situación con una visión puramente racional. Sigue
teniendo muy claro que no quiere, bajo ningún concepto, ser una solterona. Eso
significa que necesita un marido y en el pueblo las opciones de encontrar un
hombre que le ofrezca poder seguir llevando la clase de vida que ha tenido
hasta ahora son mínimas. No es que pida excesivas cosas, se contenta con poco,
pero a lo que se niega es a terminar como su amiga Fina: cargada de críos y de
trabajo a cambio de una hipotética felicidad más dudosa que otra cosa. Por ese
motivo no quiso nunca alentar las tímidas insinuaciones de Manolo Pitarch, un
chico que está chiflado por ella desde siempre y que tiene muchas fincas, pero
con el que le esperaría la clase de existencia que llevan casi todas sus
amigas: una vida arrastrada llena de esfuerzos, de trabajo y con escasas
satisfacciones.
Lolita repasa los posibles candidatos
locales que podrían ofrecerle un futuro como al que aspira, no los hay; mejor
dicho, hay dos hombres que tienen el perfil del marido que desearía, pero uno
está fuera de su alcance y el otro no lo quiere ni regalado. El primero es
Alfonso Grau, el veterinario; queda descartado, tiene novia y se comenta que no
tardará demasiado en casarse. El otro es… Gimeno; en este momento no tiene
compromiso, pero por ella como si lo tuviera. No puede imaginarse de ninguna
manera pasar toda la vida al lado de José Vicente. No sabe por qué, pero hay
algo en él que le repele. Tendrá que seguir buscando. Quizá la mejor solución
sería marcharse a Valencia, pero eso tampoco le garantiza nada. A lo mejor, quedarse soltera tampoco es tan
mala cosa. Ahí está, por ejemplo, doña Eduvigis, modelo de solterona y que
parece satisfecha con su condición. Tendrá que replanteárselo.