"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 23 de febrero de 2018

41. Nunca terminas de conocer a las personas



   La inesperada irrupción de Rocío en la habitación de Curro, mientras Anca le ayuda a quitarse los pantalones, provoca que el exsindicalista reaccione como lo haría alguien pillado infraganti realizando una acción censurable. Se le ha borrado la sonrisa y se ha puesto nervioso.
-Rocío, ¿se puede saber qué haces aquí? –balbucea Curro con gesto enojado.
   Anca, en cambio, con toda naturalidad ha terminado de quitarle los pantalones, los pliega y los guarda en el pequeño armario ropero, luego se encara con la recién llegada.
-Señora, esta es la habitación del señor Martínez. Usted no puede estar aquí. O sea que puerta.
-Curro, miarma, ¿quién es esta descará que se atreve a echarme de la habitasión de mi novio?
-¿De verdad esta momia es su novia, señor Martínez? Creía que tenía mejor gusto –replica Anca insolentemente.
-Si me vuerves a llamar momia por mis muertos que te arranco los ojos, chochito de trementina. ¡Curro, échala!
   El gaditano hace un esfuerzo, se sobrepone al dolor y a los analgésicos que le tienen medio grogui e intenta concertar la paz entre ambas mujeres.
-Rocío, esta joven es la camarera de mi cuarto y me está ayudando a desvestirme –y dirigiéndose a Anca explica-. Rocío fue mi novia cuando estaba en Sevilla, pero ya no. Y ahora no me volváis loco, os lo pido por favor, dejarme solo que tengo que dormir un poco. Ya hablaremos en otro momento –y sin más, acaba de tenderse en la cama y cierra los ojos.
   Rocío y Anca se miran retadoramente, pero acatan el ruego del doliente Curro y abandonan la habitación. Bajan a recepción donde la sevillana pide por la dueña del hostal.
-Me llamo Rosío Molina y soy la novia del señor Salasar…                                      
   La patrona le corta.
-Perdone, pero aquí no tenemos a ningún huésped que se apellide Salasar.
   Ahora la que se queda cortada es Rocío, pero rápida de reflejos se defiende.
-Me refiero ar señor que han dao una palisa. Como le digo, soy su novia y he venio a cuidarle. De ahora en adelante no es nesesario que le hagan la habitasión ni na, ya me encargo yo.
   Anca, que sigue presente, interviene:
-Señora Eulalia, tiene que saber que esta mujer ha entrado sin llamar en la habitación del señor Martínez cuando estaba ayudándole a acostarse. Es verdad que ha dicho que era su novia, como también lo es que el señor Martínez ha dicho que fueron novios en Sevilla, pero que ya no lo son.
   La patrona a quien no le ha gustado ni el desparpajo ni la pinta de la sevillana tira por la calle de en medio.
-Señora, es posible que usted diga la verdad, pero el hecho de que ni siquiera sepa el apellido de quien dice ser su novia, me obliga a dudar de esa relación. En cualquier caso, usted no es huésped del hotel y esta es una casa seria. Si mañana viene, daré orden en recepción de que le informen como está el señor Martínez pero no puede subir a su habitación sin más, es cuanto puedo hacer por usted. Ahora le tengo que pedir que se marche.
-Quiero una habitasión –es la inesperada respuesta de Rocío a la petición de la patrona.
-Lo siento, no tenemos habitaciones libres, está todo ocupado hasta final de temporada.
   Rocío, mordiendo las palabras, contesta en tono retador:
-Vorveré.
   Acabada la reunión con los otros emisarios que han venido para hablar con Curro, Pacheco y Sierra se sientan en un bar. Puesto que son viejos conocidos, y aunque sin ser amigos se llevan bien, ambos se sinceran. Sierra cuenta el motivo de su estancia en la Costa de Azahar y Pacheco hace lo propio. Ambos coinciden en que las propuestas que han planteado a Salazar son bastante parecidas, por eso lo más eficaz sería aunar fuerzas y fusionarlas en una sola. Y puestos en el camino de no ocultar nada, el ingeniero cuenta a Sierra la verdad sobre quien ha sido el agresor de Salazar.
-¿Te acuerdas de el Chato de Trebujena, el que fue campeón de Andalucía de los semipesados?
Pues es quien le ha pegado la paliza a Curro. Y no sé hasta dónde podría haber llegado si no aparezco yo.
-Y tanto que me acuerdo. Cuando comenzaba a apuntarme la barba, me dio la venada del boxeo y estuve una temporada entrenándome con El Bigotes en el Club Boxeo Sevillano, que está en el Barrio de Rochelambert. Allí vi al Chato en bastantes ocasiones aunque ya no se calzaba los guantes. Y hablando del fulano, ¿sabes por qué le zurró a Curro? –pregunta Sierra.
-La verdad es que no tengo ni idea –Pacheco prefiere guardarse parte de lo que sabe-, pero… no me extrañaría que la agresión de ese descerebrado tuviera algo que ver con las declaraciones que puede hacer Curro si le llevan al juzgado de instrucción. Alguien se ha propuesto intimidar a nuestro amigo –sugiere.
-Ese alguien podría ser Juan Antonio Almagro –apunta Sierra, que le cuenta a Pacheco la formación de su grupo y como el exconsejero defendió en todo momento que la mejor táctica para que Salazar no hablara era pegarle una paliza y además amenazarle con que si se iba de la lengua podía terminar con una cadena de ancla en el fondo del Guadalquivir-. Lo que no sé –añade- es que pintan aquí el chico de Curro y la arrabalera de su exnovia.
-Esos dos están aquí para alertar a Curro de que su escondite ha dejado de ser un secreto. Esa es su versión, en realidad a lo que han venido es a pedirle dinero. Al menos, eso es lo que me ha contado mi paisano –explica Pacheco que agrega-. A mí quien me preocupa es el pisaverde del Espinosa, ¿qué impresión te ha causado?
-Más o menos la que a ti, que es un lobo con piel de cordero. Muy fino, muy buenas maneras, con una apariencia impecable, pero tiene más peligro que un morlaco placeado. En cuanto a los hipotéticos negocios que tiene con Curro no me los creo. Te apuesto un fino y tapa de jamón que está aquí por idéntica causa que nosotros, para convencer a Curro de algo relativo al caso ERE –afirma Sierra.
-No has perdido el olfato, Jaime. Me ha contado Curro que le ha ofrecido que huya al extranjero y que su gente le financiará el viaje y la estancia en el país que elija –relata Pacheco.
-¡Ojú!, eso puede suponer un pastón. Lo que significa que quienes están detrás del figurín es gente de mucha tela. ¿Quiénes podrían ser? –se pregunta Sierra.
-A ciencia cierta no lo sé. Nadie de los imputados hasta ahora en el caso tiene tanta guita como para permitirse ese gasto. Ni siquiera aunque se aliaran varios. Lo que me lleva a deducir que solo pueden ser empresarios, gente de negocios que todavía no ha aparecido en la instrucción del caso y que al parecer está dispuesta a no hacerlo –aventura Pacheco.
-¿Sabes qué? Empiezo a compadecer al pobre Curro –se apiada Sierra.
   A todo eso, el Chato de Trebujena está en su hotel dilucidando en si regresar o no a Sevilla. Por un lado, ha cumplido la primera parte del encargo que le dio Juan Antonio Almagro, darle una buena paliza a Salazar; por otro, la inesperada aparición de un desconocido le impidió cumplir con la segunda que era dejarle bien clarito al exsindicalista lo que le podía pasar si se iba de la lengua. Se dice que un encargo hecho a medias es algo propio de un aficionado y él se considera todo un profesional; por tanto, no puede volverse sin cumplir lo encargado al cien por cien. Piensa que ahora acercarse a Curro será más problemático, tendrá que esperar unos días hasta que las aguas hayan vuelto a su cauce.
   En el entretanto, el hijo de Salazar está en la parada del bus que hace el trayecto hasta Torreblanca. Espinosa que ha aparcado su coche cerca de allí piensa al verle que el joven puede ser un buen camino para llevarle hasta el padre. “¿Cómo coño se llama este chico? Ah, sí”. Acaba de recordar su nombre. Se detiene y le llama:
-Francisco José, ¿esperas el bus?, te llevo, ¿dónde vas?
   El primogénito de Curro no se lo piensa y monta en el coche.
-Un buen buga este.
   El ingenuo comentario le sugiere una idea a Espinosa.
-¿Te gustaría pilotarlo? Si tienes tiempo podemos buscar algún tramo de vial que tenga escaso tráfico y te dejo que lo lleves.
   La cara ilusionada del joven vale mil afirmaciones.
    Esa tarde, cuando van a jugar su cotidiana partida de dominó, el cuarteto de jubilados se entera por el camarero que les sirve de lo que le ha ocurrido al señor Martínez por quien se han interesado varias personas que han venido a verle.
-¿Y dices que le han dado una paliza? –pregunta Álvarez con cierto asombro-. Es la primera vez que oigo que ocurre aquí algo semejante. Si esta playa es de lo más tranquilo, una balsa de aceite, vamos.
-Hombre, Luis, gente con mala hostia la hay en todas partes, lo que resulta más raro es que no le robaran nada –comenta Grandal.
-Algo debió hacer o decir –apunta Ballarín-, a uno no le pegan porque sí.
-Pues lo que son las cosas, de todo lo que nos han contado, ¿sabéis que es lo que encuentro más chocante? –Ponte no espera respuesta-. Pues que haya venido gente a interesarse por su estado. Estaba convencido que aquí, salvo la gente del hostal y nosotros, no le conocía nadie. Con razón decía mi santa madre que nunca terminas de conocer a las personas.

PD.- Hasta el próximo viernes

viernes, 16 de febrero de 2018

40. Overbooking de visitantes



   Curro Salazar y Alfonso Pacheco regresan de Castellón adonde han ido a que le hagan un reconocimiento médico al primero para comprobar su estado tras la paliza que le dio el Chato de Trebujena. De camino a Torrenostra ven al hijo del exsindicalista que va andando por el arcén de la carretera. Paran el coche a la altura del joven.
-Francisco José, ¿dónde vas? –pregunta el padre.
-¿Adónde crees? A verte. Todavía estoy esperando a que me llames… ¡Joder, papa! –exclama el chico al ver el rostro de su padre-, si estás hecho un nasareno. ¿Qué coño te ha pasao?
-Sube y luego te cuento. No sé si conoces a Alfonso Pacheco, es un paisano de Zahara.
   En el hostal hay un auténtico overbooking de visitantes esperando a Curro. Sentada en una mesa de la cafetería está Rocío Molina. En la terraza ven a Carlos Espinosa paladeando un güisqui. Y en una esquina está Jaime Sierra tomándose un helado.
-¡Virgen de la Macarena!, ¿qué te ha pasao, mi arma? –pregunta Rocío al ver el rostro de Curro.
-¡Coño, Salazar!, si pareces el Cristo de la Buena Muerte, el que sacan en procesión los legionarios en Málaga –comenta Espinosa.
-¡Dios bendito, Curro!, pero si estás hecho un eccehomo –se lamenta Sierra.
   Alrededor del doliente exsindicalista, los visitantes han formado un corro al que se suman
algunas camareras, entre ellas Anca, y la patrona. Visto el estado de aturdimiento de su paisano y de que no parece capaz de manejar la situación, Pacheco decide tomar las riendas de la coyuntura y levantando la voz advierte:
-Señores, por favor, como ustedes vosotros podéis ver nuestro amigo el señor… -está a punto de llamarle Salazar, pero se contiene a tiempo- Martínez no está en condiciones de dar demasiadas explicaciones. Acabamos de llegar de Castellón donde le han hecho una exploración clínica. Tiene dos costillas fracturadas, magulladuras y algunas pequeñas heridas. Le han recetado analgésicos y, sobre todo, reposo. Por tanto, lo mejor es que os abstengáis de hacerle preguntas, vamos a dejarle en paz y que suba a su habitación a descansar. Yo me quedo con vosotros y gustosamente contestaré todas las preguntas en la medida que pueda.
   Salazar agradece con una mirada a Pacheco su intervención y sin decir ni media palabra y ayudado por Anca se encamina a su habitación. El ingeniero, autoerigido en cabecilla del informal grupo, sugiere:
-Si os parece, vamos a sentarnos en ese bar de ahí enfrente y hablamos.
   Así lo hacen. Pacheco y Sierra han hecho un pequeño aparte mientras cruzan la calle pues se conocen de los tiempos en que ambos ocupaban cargos públicos en el gobierno de la Junta de Andalucía.
-Coño, Alfonso, eres el último a quien esperaba ver. Supongo que también estás aquí para convencer a Curro de que mida sus palabras cuando le trinquen y tenga que declarar ante la jueza.
-Más o menos, Jaime. Luego echamos una parrafada. Ahora, a ver si nos quitamos de en medio a toda esa farfolla –dice señalando con un gesto al resto del grupo-. ¿Sabes quién es el petimetre? –pregunta refiriéndose a Espinosa-. Es el único que no conozco.
-Ni idea, es la primera vez que le veo.
   Una vez sentados, Pacheco retoma la palabra:
-Para los que no me conozcan, me llamo Alfonso Pacheco. Por causa de mi profesión, soy ingeniero forestal, estaba en Castellón y como sabía que mi paisano Curro, yo también soy de Zahara, se encontraba aquí, ayer decidí hacerle una visita pues hace tiempo que no nos veíamos. Llegué justo en el momento en el que un individuo, posiblemente un ladrón, –prefiere ocultar el nombre del Chato- le estaba golpeando. Mi intervención, que no fue nada heroica pues me limité a gritar que alguien llamara a la Guardia Civil, fue suficiente para que el maleante saliera por piernas. Esta mañana he llevado a Curro a un policlínico para que le hicieran una revisión pues él no está en condiciones de conducir. Y hasta aquí puedo contaros. Antes de contestar las preguntas que ustedes vosotros queráis hacerme  solo me resta una cuestión. Al joven Salazar lo acabo de conocer, a los demás os conozco a todos salvo a ti –dice dirigiéndose a Espinosa-. Te ruego que te presentes, pues me parece que el resto tampoco sabe quién eres.
-Of course –el CEO malagueño hace gala de su inglés-. Mi nombre es Carlos Espinosa y trabajo en el sector hotelero de la Costa del Sol. Estoy aquí para entrevistarme con el señor Salazar por negocios. Ya tuvimos una primera conversación hace dos días y nos habíamos dado un plazo de cuarenta y ocho horas para reflexionar sobre el asunto que estábamos tratando y del que, por el deber de confidencialidad con mi empresa, no puedo contar nada. En todo caso, estoy a vuestra disposición para responder a vuestras preguntas, pero como he dicho poco más puedo añadir. Ah, y lamento mucho lo que le ha pasado a nuestro amigo. Nunca pude imaginar que en un lugar tan pequeño y familiar como esta playa pudiese ocurrir algo así.
   Antes de que nadie pueda intervenir, es Rocío quien toma la palabra:
-Esto parese una sesión del parlamento andalú de lo redichos que sois. ¿No creéis que es mu raro que nos hayamos arrejuntao tantos en este lugar de mierda? ¿Y no es más raro todavía que tos nos encontremos aquí para ver a mi Curro?
   El joven Salazar interrumpe la exposición de la mujer con malos modos.
-Es la segunda ves en pocos minutos que oigo referirte a papa como mi Curro. Te prohíbo que lo vuelvas a haser. Ni es tuyo ni lo ha sio nunca, putana de mierda.
   Rocío se levanta como impulsada por un resorte y le da un bofetón al joven. La acción ha sido tan inesperada y rápida que nadie, ni siquiera el abofeteado, ha tenido los reflejos necesarios para detener la agresión. Es Sierra el primero que reacciona y atenaza a la mujer por detrás para que no siga pegando a Francisco José. A su vez Pacheco, que también se ha levantado, coge al chico, que se ha puesto de pie, y le conmina a sentarse al tiempo que amonesta a ambos contendientes.
-Rocío o te comportas como una señora o pensaré que el calificativo que, injusta y deplorablemente, te ha adjudicado Francisco José es el que mejor te sienta. Y tú, muchacho, compórtate como un hombre y no como un niñato. A ver si nos calmamos todos y no seguimos dando el espectáculo porque ya veis como nos está mirando la gente. Por favor.
   La intervención de Pacheco ha sido como un bálsamo y tanto la mujer como el chico se sientan sin decir nada, aunque sus rostros dejan ver que la procesión va por dentro.
-Pacheco, ya que parece que te has convertido en el lazarillo de Salazar, ¿podrías indicarnos cuando estará en condiciones de recibir visitas? Lo pregunto porque mi trabajo no me permite quedarme aquí muchos días –inquiere Espinosa.
-No lo sé, eso lo tendrán que decir los médicos. El traumatólogo habló de mes y medio de reposo, pero supongo que en unos días estará en condiciones de atender visitas y tratar de sus asuntos. Oye, y por pura curiosidad, ¿de qué negocios puedes tratar con alguien que está prácticamente prejubilado?
   Espinosa sonríe y mira burlonamente a Pacheco. Contesta pero dando una larga cambiada:
-Ya apunté cuando hice mi presentación que el principio de confidencialidad me prohíbe desvelar las conversaciones que tengo con mis clientes, incluso con los que aún lo son solo potenciales como es el caso del señor Salazar. Puedo añadir, para que todos os quedéis tranquilos, que le hice una propuesta absolutamente inocua y, por supuesto, legal. Propuesta que según me dijo estudiaría en los próximos días. Tan simple como eso.
   Pacheco, en vista de que del barbilindo no va a sacar nada en claro, opta por finiquitar la reunión.
-Dama y caballeros, por mi parte no tengo más que decir ni preguntar. Tengo que volver a Orpesa donde me espera mi esposa. He quedado con la patrona del hostal que les llamaré para que me tengan al día de la recuperación de nuestro amigo. Os sugiero que hagáis algo parecido, aunque en el caso de Francisco José –se dirige al primogénito de Curro-, por tratarse de tu padre, tendrás que ser tú quien decidas lo qué hacer.
   Antes de que el joven pueda contestar, interviene Rocío.
-Yo me voy a quedar porque alguien tendrá que cuidar a Curro. Al fin y al cabo es mi novio.
   Pacheco vuelve a intervenir presto para que no se enzarzen otra vez el hijo y la exnovia.
-Que se quede quien quiera, pero pido por favor que no se vuelva a repetir la agarrada de antes. Que cada uno haga lo que estime conveniente, pero sin dar tres cuartos al pregonero. Jaime, puedo acercarte a tu hotel si quieres.
    Rocío, sin encomendarse a nadie, sube decidida a la habitación de Curro y entra sin llamar. Su examante está medio echado en la cama y una chica joven le está quitando los pantalones mientras dice algo que hace asomar una sonrisa en el rostro del dolorido gaditano. La sevillana no sabe si lo que ve es lo que parece o lo que imagina. En cualquier caso, dice con tono festivo:
-Currito, miarma, aquí estoy pa cuidarte.

PD.- Hasta el próximo viernes

viernes, 9 de febrero de 2018

Capítulo 10. Paréntesis.- 39. Blanco y en botella



   Al día siguiente de la agresión sufrida por Curro a manos de el Chato de Trebujena, Alfonso Pacheco, que inesperadamente fue quien le salvó, le recoge por la mañana para acompañarle a un hospital a que le hagan una exploración como le recomendaron en el consultorio médico de la playa. Pacheco pretende llevarle al Centro de la Seguridad Social de Torreblanca, que es el servicio sanitario más cercano. Curro no es que tenga gran amistad con el ingeniero, pero el mero hecho de que sean paisanos hace que le tenga más confianza que a los otros que han venido a verle, por eso y aunque todavía le cuesta hablar se sincera:
-Alfonso, no puedo ir a un centro en que me pidan papeles. Aquí soy Francisco Martínez y solo tengo con ese nombre un carné de conducir más falso que Judas. Además, por lo que me han contado soy lo que en la Seguridad Social llaman un desplazado al pertenecer a otra comunidad autónoma y mientras arreglan el papeleo necesario se nos iría la mañana. Llévame a una clínica privada donde solo tendré que enseñar el color de mi dinero.
   Atendiendo esa petición, Pacheco le lleva a Castellón a un centro médico que les ha recomendado la dueña del hostal, que asimismo les ha recordado que deberían denunciar la agresión a la Guardia Civil. En el policlínico le someten a diversas pruebas diagnósticas: análisis de sangre y orina, una ecografía, un TAC y una radiografía de tórax. El primer diagnóstico, a falta de confirmación por otras pruebas, es que además de las magulladuras, pequeños cortes y el labio partido tiene fracturadas dos costillas.
-¿Eso quiere decir que las tengo rotas? –pregunta alarmado Curro.
-No, lo que realmente se ha roto es el cartílago que une las costillas al esternón –le aclara el facultativo que le explora.
   Le curan las heridas, le aconsejan que visite a un odontólogo pues tiene un diente que se mueve, le recetan analgésicos para el dolor y ansiolíticos, pues también le han detectado un brote de neurosis fóbica, y sobre todo le recomiendan reposo que puede ser cosa de unas seis semanas. En el camino de vuelta a Torrenostra, Curro formula a su paisano la pregunta que se ha estado planteando desde el día anterior.
-¿Y se puede saber que coño haces aquí, tan lejos de nuestro pueblo?
   Pacheco es franco y le cuenta el porqué de su presencia en la Costa de Azahar. Forma parte de un grupo de funcionarios públicos que en su día desempeñaron cargos políticos y que capitanea el exconsejero Gabriel Salcedo. Pretenden que Curro, cuando declare, le cuente a la jueza de instrucción que ellos se limitaron a cumplir la ley y hacerla cumplir que es el primer deber de todo funcionario. Le ayudarán a pactar con la fiscalía para que su probable condena sea lo más suave posible. Calculan que en unos tres años podría estar fuera de la cárcel, a lo mejor incluso antes.
   Salazar, aunque parece estar escuchando a su paisano, realmente está volviendo a pensar en por qué el Chato le ha agredido. Recuerda que al presentarse le dijo que le traía un recado de parte de Juan Antonio Almagro y también le gritó que en su pueblo trataban así a los chivatos. “Blanco y en botella, el recado que me traía de parte del zoquete de Almagro era una paliza para que no hable”, y una sospecha más inquietante le invade: “¿Hasta cuándo me hubiera estado sacudiendo ese mala bestia si no llega a aparecer Alfonso?, ¿hasta dejarme baldado, hasta matarme?”. Pacheco que sigue con su relato tiene que cortarlo cuando el exsindicalista le pregunta de sopetón:
-Alfonso, ¿crees que hay gente en Sevilla que querría verme muerto antes de que declare otra vez?
   Al ingeniero la pregunta le coge con el paso cambiado. Lo piensa y de pronto ve que se le presenta una excepcional oportunidad para llevar el agua al molino de sus intereses.
-Pues si te he de ser sincero, no lo sé pero…
   La respuesta inconclusa de su paisano excita aún más el interés de Curro.
-¿Pero qué? Dime lo que piensas de verdad, Alfonso. Estamos hablando de mi pellejo no de algo sin importancia. 
-Verás. Sabes mejor que nadie el papel que has estado jugando estos años en todo el asunto de conseguir EREs más o menos ajustados a derecho. Por otra parte, se dice que guardas un montón de documentos que, en el supuesto de que se hicieran públicos, podrían llenar de mierda a un montón de gente que hasta ahora se ha ido de rositas. Y entre esa gente que se siente amenazada hay de toda clase de pelajes, desde los que te presionarán con toda suerte de ofrecimientos a los que intentarán intimidarte sin importarles mucho los medios. Lo del Chato puede pertenecer a este último grupo. Y dicho esto, respondo a tu pregunta: ¿hasta querer verte muerto? No lo sé pero… hay mucho malaje suelto, fulanos que no se paran en barras y que para defender sus intereses son capaces de todo. Precisamente por eso, nuestra propuesta es la más idónea para que puedas dormir tranquilo y no estar continuamente en vilo.
   Captado el interés de Salazar, Pacheco se explaya en lo que encierra la oferta de su grupo. Lo que primero habría que hacer es volver a desaparecer porque es indubitable que su actual escondite ha dejado de ser un secreto. Le ayudarían a buscar otro. Segundo, negociarían con la fiscalía su posterior entrega a la justicia con la condición de que ello y las pertinentes confesiones, que le ayudarían a preparar, serían a cambio de una reducción de la irremediable condena. Además,  exigirían que se le confinara en un módulo de seguridad de una cárcel a determinar. Allí estaría seguro de que ninguno de los que quisieran atentar contra él podría alcanzarlo. De momento, perdería la libertad, pero ganaría tranquilidad y aseguraría su vida.
-Blanco y en botella. Nadie te va a ofrecer un trato mejor –concluye Pacheco.
   Cuando oye esto último, Curro decide confesarle a su paisano todo lo que le ha pasado en los últimos días.
-La romería comenzó el día seis cuando apareció por aquí un figurín, lo digo porque el tipo iba de punta en blanco. Dijo que representaba a un grupo de empresarios andaluces a cuyos negocios les estaba perjudicando el caso ERE y que les perjudicaría todavía más si yo contara todo lo que sé. Me propuso que me fuera al extranjero hasta que se terminara el proceso, al país que yo quisiera siempre que no tuviera tratado de extradición con España. Que correrían con todos los gastos y que me pasarían una cantidad mensual para que pudiera vivir como un marqués.
-¿Y qué le contestaste? –quiere saber Pacheco.
-En concreto nada, quedamos en seguir hablando, pero para serte sincero te diré que es una oferta tentadora, cada día que pasa y cada nueva proposición que tengo la hace más atractiva.
   Curro le sigue contando que al día siguiente quien le sorprendió con su presencia fue el antiguo director de la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía, Jaime Sierra.
-Me hizo una oferta parecida a la tuya a la que añadía que atenderían a mi familia mientras estuviera en la trena y que le buscarían un curro al mayor de mis chicos. Por cierto, que Francisco José ha sido el tercero que ha aparecido por estos lares. ¡Y yo que creía que esta era una playa poco menos que desconocida y resulta que la conoce medio mundo!
-¿Tu hijo mayor también está aquí? –La noticia ha sorprendido al ingeniero-. ¿Y a que ha venido?
-A avisarme de que mi escondrijo ha sido descubierto y que me largue de aquí cuanto antes. Ah, y a pedirme pasta. Y no es el único, a las pocas horas la que llegó fue Rocío, mi antigua novia. Me contó lo mismo que Francisco José y terminó igual, pidiéndome guita. Y ayer fue cuando apareció el Chato de Trebujena. El resto ya lo sabes –concluye Salazar que agrega-. Si contamos al Chato son seis las personas que en tres días se han puesto en contacto conmigo.
   Entre confesiones y relatos cuando se dan cuenta ven el cartel que indica la salida 44 de la AP-7, Torreblanca-Alcossebre. Al ver el nombre del pueblo Curro se acuerda de que prometió telefonear a su hijo y de que Rocío también debe estar esperando a que le dé el dinero prometido.
-¿Sabes dónde está en Torreblanca el Hotel Miramar?, es donde está hospedado mi chico. Había quedado con él, pero con todo lo que me ha pasado me olvidé.
-Si tienes su móvil le llamamos ahora.
-No sé su número y me gustaría hablar con él personalmente.
-¿Has dicho Hotel Miramar? –pregunta Pacheco que ya está tecleando en el GPS del coche.
   La voz metálica del localizador les indica la ruta que han de seguir: “En la rotonda gire a la derecha y tome la salida que indica N-340-Torreblanca. A mil cuatrocientos cincuenta metros, a la izquierda está el Hotel Miramar”. En el hotel no está Francisco José, le dejan un recado y regresan a la playa. Cuando están a cien metros de la única rotonda que hay en la carretera a Torrenostra, Salazar ve a su hijo andando por el arcén izquierdo.
-Para, Alfonso, ese que va por ahí es mi chico. 

PD.- Hasta el próximo viernes