"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 20 de septiembre de 2013

2.8. Mirando a hurtadillas

   Mientras los miembros del directorio de BACHSA se interesan por los intríngulis de la política local de Senillar, en su casi desierta playa Sergio no para de mirar a hurtadillas a la muchacha. La descubrió al final del pasado verano y, no sabe muy bien por qué, pero le encandiló desde el primer momento; verdaderamente, más que encandilarle piensa que debería utilizar otro verbo, pero no sabe cuál. Lo que intuye es que sobran las explicaciones pues cuando la ve una especie de hormigueo le baila por el cuerpo y nota como el corazón acelera sus latidos. Evidentemente le gusta, eso está fuera de toda duda. Bastantes veces pensó acercársele y decirle algo, invitarla a un helado o sacarla a bailar en las fiestas del pueblo, mas antes de reunir el valor necesario para abordarla ya se habían terminado las vacaciones. Se volvió a Madrid maldiciéndose por ser tan tímido y no haber tenido el arrojo suficiente para acercarse a la muchacha.

   Cuando reveló los carretes de las fotos tomadas durante el verano se encontró con la inesperada y agradable sorpresa de que en una de ellas, tomada en la playa, aparecía en el fondo un grupo sentado en la arena y, ¡milagro!, una de las chicas del grupo era ella. La alegría tuvo un contrapunto amargo cuando se fijó en que parecía muy amartelada con el chico que estaba a su lado. Trabajó el cliché con el photoshop y consiguió aislar su cara aunque quedó un tanto borrosa. La ha tenido pinchada en el corcho de su habitación durante todo el curso y se la sabe de memoria: rostro ovalado, ojos de azabache, cejas perfiladas, labios prometedoramente carnosos, barbilla redondeada, todo ello enmarcado por una espléndida melena negra que en la playa solía recoger en una improvisada cola de caballo. Reconoce que no es la más bonita del mundo, pero tiene algo que le pone como no había conseguido hasta ahora ninguna de las chicas a las que ha conocido. Ni siquiera Maripili.

   No llegó a entablar relación con la muchacha, pero sí se enteró de algunas cosas preguntando discretamente a uno de sus contados conocidos del pueblo. Se llama Lorena, se apellida Vercher y es natural del pueblo. Tiene su misma edad. Trabajó en un chiringuito playero de Benialcaide, luego estuvo de aprendiza en una peluquería de Albalat del Mar, pero lo ha dejado porque quiere ser estiticién, aunque su informador no sabe si estudia para ello. Y lo que más le jeringa es que sale con un chico del pueblo, el que estaba a su lado en la foto. No ha podido enterarse si continúan o lo han dejado. Y que hay más tíos a los que no les importaría salir con ella porque está muy buena. Esto último – piensa Sergio – se lo podría haber ahorrado su informante. Le gustaría conocerla y más aún ligársela, algo que sabe que no le resultará fácil porque es consciente de que su experiencia con el sexo contrario no es que sea muy intensa. Su romance con Maripili, ahora lo sabe, no fue más que una nube pasajera.

   Este verano Sergio sigue con las mismas, se conforma con mirarla a hurtadillas pero no se atreve a más. Las miraditas de Sergio, por insistentes, no han pasado desapercibidas ni a Lorena ni a sus amigas, que le toman el pelo con el chiquilicuatre que parece comérsela con los ojos, pero que de ahí no pasa. Las muchachas, acostumbradas a las expeditivas maneras de actuar de los mozos del pueblo, gastan mil y una bromas sobre la escasa capacidad resolutiva del muchacho.
- El guayabete ese no deja de mirarte, Loren, pero ahí se le acaban los arrestos. Es más parao que un campanario – sentencia una.
- Pues a mí me mola, no me importaría ligármelo. Está de toma pan y moja – comenta otra.
- Psé. No está mal – admite la concernida -, pero es un lelo de mucho cuidado. Tiene menos reprís que un vespino. Cualquier chorbo del pueblo ya habría intentado ponerme los puntos.
- Bueno, Loren, tú es que estás acostumbrada a los arreones que te mete el Maxi y a su lado cualquiera te parecerá un corderito. Y hablando de Maxi, ¿qué sabes de él? Dónde se ha metido que hace semanas que no le veo – pregunta una tercera.
- A su empresa le salió una contrata para construir un hotel en Fuengirola y estará allí unos meses hasta que lo terminen. Estoy de él y de sus jefes hasta los ovarios, se pasa más tiempo fuera que aquí.

   El chico sigue mirando a las muchachas con el mayor disimulo posible, pero cada vez que lo cazan atisbándolas vuelve la cabeza inmediatamente. Se dice a sí mismo que lo de ser tan tímido no le lleva a ninguna parte, que lo que debería hacer, al menos, es sostener la mirada, pero cuando ve los ojos de las chicas fijos en él, sobre todo cuando la que le mira es Lorena, su reacción instintiva es mirar a otra parte. La pandilla de las mozas, a falta de mejor tema, comenta una y otra vez el poco empuje que tiene el forastero.
- Volviendo al parao que se te come con los ojos, yo de ti me lo ligaría porque comparado con el percal que hay por aquí éste parece Tom Cruise. Además, no te vendría mal un cambio porque el Maxi será un sietemachos, pero es más basto que unas bragas de esparto.
- Tú mucho rajar, Anabelén, pero consejos vendo que para mí no tengo. En vez de aconsejar, ¿por qué no te lo ligas? – inquiere, en un tono desdeñoso, Lorena.
- Porque no es a mí a quien no le quita ojo. Si lo hiciera le habría echado morro y a estas horas ya me lo habría llevado al huerto. Y puede ser un buen chollo. Sé más cosas de él.
- Cuenta, hija, cuenta – reclaman todas a coro.
- Me lo ha dicho mi tía Eugenia. Es nieto del señor Andrés Roca el Punchent. Una de sus hijas, Lola se llama, casó con un tío de Madrid y ese pibe es su hijo. Los padres del chico solían pasar las vacaciones en Benialcaide, pero como el año pasado su abuelo enviudó ahora las pasan con él.
- ¿Ya está, eso es todo lo que sabes del chorbo? – pregunta desdeñosamente Lorena.
- Falta lo mejor. Se llama Sergio y estudia o va a estudiar para ingeniero.
- ¡Qué chollo, un ingeniero! – exclama otra -. Oye, Loren, si a ti no te mola ese pastelito, voy a ver si le echo los tejos. Porque entre acabar trabajando en un hotel de Albalat y pillar a un ingeniero no hay color.
- Y que lo digas, Mariasun, ¡quién lo pillara! – exclama Anabelén.
- Irá para ingeniero, pero es más parao que un ninot – apostilla una desdeñosa Lorena para terminar añadiendo -. Con ese no salía yo ni aunque me lo ordenara la Guardia Civil.