"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 14 de abril de 2020

Libro I. Episodio 24. No me la merezco


   Consuelo, antes de proseguir con la carta de Julio, cierra los ojos y se imagina a su amado escribiéndola. Suspira y continúa la lectura.
   …Antes de contarte nada, déjame decirte que te quiero, tanto que cuando pienso en ti, que es a cada momento del día, me duele el corazón.

   Como todos los domingos, aquí me tienes en mi habitación de la calle Deanato escribiéndote, que es lo mejor que hago en toda la semana. Hoy tengo pocas cosas nuevas que contarte. En la oficina todo va como siempre: papeles, fichas mal archivadas y la manía del sargento de que hemos de mejorar la ortografía.

   Me olvidaba de algo que pasó el otro día verdaderamente gracioso. Ya te conté que el capitán Echevarría es bastante distraído. Viene esto a cuento de que hace unos días tenía firma con el Capitán General, el único momento en que se pone el uniforme, pues para mí que lo del ejército se la trae al fresco. Pasó por nuestro despacho a recoger el cartapacio de la firma y al salir me di cuenta, fui el único, de que se había puesto la guerrera, pero llevaba los pantalones de civil en lugar de los del uniforme. Le llamé: mi capitán. Y al volverse, le dije: los pantalones, mi capitán. ¿Crees que se aturulló o se enfadó? ¡Qué va! Sonrío y dijo: gracias, muchacho. Me llamó muchacho porque estoy seguro de que no sabe mi nombre ni el de los otros compañeros. Lo mejor es que Fernández me felicitó, es la primera vez que lo hace.

   Otra nueva es que anteayer me tropecé con Agustín, el que es de Montánchez y de quien ya te he hablado. Lo que son las cosas, un tipo que en su pueblo se dedicaba a guardar guarros, que es más bruto que un arado y que no sabe hacer ni la o, pues lo han hecho asistente de un capitán, viste de paisano y, salvo llevar los críos de su jefe al cole y recogerlos cuando salen, casi no tiene nada más que hacer. Lo más chusco es que se ha echado novia, una chica que está sirviendo y que es de un pueblo del interior de la isla. El otro día me la presentó, no parece mala persona, pero es peluda y entrada en carnes. Le ha dicho a Agustín que cuando termine la mili podría quedarse en la isla, que le encontrará trabajo en una de las fábricas de calzado que hay en su pueblo. Hasta le está enseñando algunas frases en mallorquín que, como te conté, es lo que hablan aquí y que no hay Dios que lo entienda. Según Beltrán es un dialecto parecido al valenciano y al catalán y que la mayor diferencia es que los mallorquines usan lo que llaman el artículo salado. Le pregunté la clase de artículo que era, pero entonces entró en el despacho el sargento y ahí se quedó la cosa. Cuando me entere de que va lo del artículo salado te lo contaré…
   Hasta ahí puede leer Consuelo. Ha oído abrirse el portón de la casa, señal de que su madre o alguno de sus hermanos han llegado. Guarda la carta en un escondrijo que tiene debajo de una baldosa de su habitación para que su madre no la encuentre. Cuando termine de leerla la esconderá en el doble fondo del arcón junto a las piezas del ajuar que, con tanto cariño como disimulo, está acumulando hasta el día que pueda sacarlas a la luz.
   Julio no se ha atrevido a contarle a su novia la tarde que pasó con Agustín y Roser, y la amiga de esta. Podría haberlo hecho porque todo fue muy inocente. Merendaron, charlaron, rieron, pero nada más. Sin embargo, prefirió no contarle nada porque piensa que podría darle celos. Sabe que Consuelo no es celosa, pero explicar las relaciones con el sexo opuesto es siempre complicado. Supone que si su novia le contara que estuvo con unos chicos del pueblo, aunque fueran amigos, tampoco le gustaría. Por tanto, lo mejor es punto en boca.
   Así como Consuelo suele recibir sus cartas los miércoles, el mañego no tiene día fijo para recibirlas pues su novia no lleva una vida tan reglada como la suya.
   -¡Carreño! –Los compañeros de Capitanía suelen llamarle por el apellido- carta, que debe ser de una titi a juzgar por lo bien que huele.
   El joven extremeño recoge el sobre que le tiende el cabo de la estafeta y, aunque se lo ha dicho en otras ocasiones, no puede contenerse y se lo suelta.
   -Tío, no es de una titi, es de mi novia; por tanto, un respeto.
   -Por mí como si fuera del obispo de Roma. Y para ti no soy un tío, soy un cabo. Conque atento al parche, recluta, si no quieres ganarte una imaginaria.
   No sabe el motivo, pero Julio intuye que le cae mal al de la estafeta. Posiblemente, es el único cabo segunda que hay en Capitanía que, como acaba de mostrar, le exige que le trate como tal, cuando también forma parte de la clase de tropa. Se encoge de hombros y guarda en uno de los bolsillos de la guerrera la carta de Consuelo. Prefiere leerla en soledad.
   -¿Xiquet de Sant Martí véns a esmorzar? –Es Beltrán quién le pregunta y a veces, como ahora, lo hace en valenciano.
   -Habla en cristiano, Vicente –reclama Julio.
   -Qué si vienes a almorzar.
   El almuerzo a media mañana se ha convertido en un rito cotidiano que los guripas de la Secretaría de Justicia cumplen religiosamente, pero solo pueden ir dos al mismo tiempo, el tercero ha de quedarse de guardia en la oficina. A Julio le encanta esa media hora larga que dedican al almuerzo por varias razones. Escaquearse de la monotonía de la oficina ya vale su peso en oro, relacionarse con otros compañeros e intercambiar noticias, también. Y hasta hay una tercera razón que no ha contado a Consuelo para que no piense que ha vuelto a los tiempos en que alijaba en la Raya, cuando  bebía, jugaba y se iba de putas. Se ha aficionado al palo de Mallorca, una bebida espirituosa muy popular en la isla. Con ella acompaña al chusco generalmente untado con un embutido de carne de cerdo que conocía como sobrasada, pero que en la isla llaman mallorquina porque al decir de los isleños se originó aquí, y que es muy sabrosa al estar condimentada con sal, pimentón y pimienta negra. Esta mañana la noticia estrella en el quiosco es que van a relevar al Capitán General, pues al parecer se marcha destinado a Madrid a presidir el Consejo Supremo de Justicia Militar. Cuando suben a la oficina, Julio pregunta a Vicente:
   -Oye, Beltrán, ¿tú crees que si viene un nuevo Capitán General nos puede afectar?
   -No seas capullo, Carreño, ¿por qué nos va a afectar?
   -Porque el nuevo general puede buscarse otro Secretario de Justicia y entonces el capitán Echevarría tendría que irse, Fernández a lo mejor también y nosotros, ¿qué sería de nosotros?
   -Carreño, ¿tú crees que el ejército es como un negocio privado que si cambia de dueño este puede cambiar a los empleados? A ver si te enteras de una puta vez, el capitán Echevarría es fijo en su destino, al igual que Fernández. Por muchos cambios que haya seguirán en sus puestos. Aquí, los únicos que de fijos nada somos nosotros, y si a los mandos les peta mandarnos a otro sitio para eso no es necesario que venga un nuevo general. ¿Enterado, recluta?
    Después de comer, y antes de ir a la tienda de Carbonero, Julio abre la carta de su novia.
                                                                                  -l-
   Malpartida de Plasencia, 31 de agosto de 1889.
   Cariño: espero que al recibo de la presente estés bien de salud, la mía, a Dios gracias, también es buena.
   Empuño la pluma para decirte lo mucho que te echo de menos. Solo me alivia el pensar que cada día que pasa es un día menos que queda para que volvamos a estar juntos.
   Me ha hecho mucha gracia la anécdota que cuentas de tu capitán y me alegro muchísimo que tu sargento te felicitara. Estar a bien con los sargentos, según me ha contado Argimiro, es una de las mejores cosas que te pueden pasar en la mili. Bueno, cuando dice mili lo adorna con la palabrota que tú sabes, pero que no pienso repetir. Por cierto, hablando del bocazas de Argimiro, una noticia que no recuerdo si te la había contado. Por fin, y después de cinco años largos de noviazgo, se van a casar. Ya podrás imaginarte como está Carolina, loca de contento. Está haciéndose el ajuar y le he prometido que le voy a regalar una mantelería bordada de seis cubiertos, porque a ella no le llegaba el presupuesto. Cuando se lo dije, se emocionó mucho y hasta se la cayeron unas lágrimas.
   De lo que me cuentas de Agustín, el de Montánchez, me alegro por él si es tan buena gente como dices. El que sea analfabeto no quita para que pueda ser una buena persona y eso vale más que todas las letras que le faltan. Me extraña más lo de su novia mallorquina, pues tú me habías contado que las chicas de ahí son bastante ariscas y que no se relacionan con los soldados. Claro que si le lleva la merienda la mitad de los días se entiende, ya sabes lo que se dice: de estómagos llenos nacen amores eternos.
   Aparte de lo de la boda de Carolina, pocas novedades hay que pueda contarte. Este año las cosechas han sido malas porque en abril llovió poco y en mayo lo hizo cuando no debiera y ya conoces el refrán: nos ha …. Mayo, por no llover a tiempo. Menos mal que la paridera ha ido bien. Tenemos una piara de guarros que van a valer sus buenos duros cuando los vendamos en la feria de julio.
   Siempre que te escribo me pasa lo mismo, que no sé si contarte cosas de mi madre o no. Y no lo sé porque, como podrás imaginar, nunca son buenas noticias. Pero creo que debo contártelo todo, aunque no sean unas nuevas maravillosas. Sigue emperrada en buscarme un novio con cuartos, pero me da la impresión que cada vez con menos empeño. Diría que se está cansando de que pretendiente que me busca, pretendiente que sale escaldado. Como eso ya lo sabe todo el pueblo, cada vez le debe resultar más difícil encontrar mozos que se avengan a sufrir mis desplantes. Y en el fondo me da hasta cierta pena que no pueda comprender que para mí solo hay un hombre, y ese eres tú. Se lo tengo dicho por activa y por pasiva, pero que si quieres arroz, Catalina, es muy dura de mollera, aunque al final podré con ella. Lo que supongo que quiere decir que mi mollera es más dura que la suya. Vale.
   Julio hace un inciso en la lectura y piensa: cuánto me quiere Consuelo, no me la merezco. Luego, sigue leyendo.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
25. Me da más miedo que un nublao