"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 20 de enero de 2023

Libro III. Episodio 179. La vida en el buque-escuela

    En la tertulia muchos menos comentarios que el Pacto de Letrán despierta la noticia que cuenta Lavilla de que también en febrero España ha ratificado el convenio de Washington, de la Organización Internacional del Trabajo, que limita la jornada laboral a 8 horas diarias y 48 semanales. El único que se pone como un basilisco es don Eduardo, el terrateniente.

   -No hay que hacer ningún convenio para limitar la jornada laboral, de marcar el límite del trabajo diario ya se encarga el sol, desde que sale hasta que se pone.

   En tanto, el Elcano, tras atravesar el Índico, continúa cruzando el Pacífico. Las jornadas se suceden una tras otra con exasperante monotonía, aunque los guardiamarinas están tan ocupados que no tienen tiempo de aburrirse. Los que, como Álvaro, llevan un diario siempre encuentran un hueco para verter sus vivencias. Lo último que ha escrito el placentino es hablar de las maniobras que a diario se llevan a cabo en el buque.

   <<En cualquier momento pueden tocar a maniobra general, equivalente a zafarrancho de combate en un barco de guerra. La llamada suele ser para arriar las velas más altas como el juanete cuando el viento pasa de 30 de nudos (unos 55,5 quilómetros por hora). En esta maniobra subimos a las velas por la arraigada y los flechastes hasta llegar al arranque de cada verga (o palo horizontal del que cuelgan las velas cuadras) y de ahí nos desplegamos cada uno a su sitio. De abajo a arriba son: el trinquete, velacho bajo, velacho medio y juanete. Los más bajitos suben al juanete, con mayor peligro y riesgo, y los más altos se quedan en el trinquete, como es mi caso. Debajo de las vergas, hay un cabo (o cuerda), llamado quitamiedos, adecuado a las alturas mencionadas, pues en ellos hay que apoyar los pies, dejando la barriga en la verga y las manos libres para poder recoger las velas. Prosigue la maniobra con el canto de un cabo de maniobra: paño arriba, paño al medio, paño al centro, y así vamos recogiendo las velas cuadras del palo más a proa del buque. Estos cabos (graduación de suboficiales) de maniobra han cogido alguna que otra vez a un guardiamarina que ya se caía. Se mueven por los palos con una agilidad y soltura admirable y encima están muy fuertes; de alguno decimos que tienen brazos que parecen piernas>>. Y hasta ahí llega puesto que hay una noticia que es importante comentar y que da la vuelta al barco a la velocidad del rayo: al día siguiente arribarán a Estados Unidos. ¿Cómo los recibirán los yanquis?

   El 23 de febrero de 1929, el Elcano fondea en el puerto californiano de San Diego, la más importante base de la flota estadounidense en la costa del Pacífico, donde los guardiamarinas visitan la base de aviación y la estación naval. Cuatro días después el buque parte para el puerto panameño de Balboa, pero antes de adentrarse en el Canal de Panamá, el Elcano pone rumbo al mejicano puerto de Mazatlán, para reparar averías en el eje propulsor del motor auxiliar. La reparación de los desperfectos dura once días. La dotación del buque, por primera vez desde que partieron de Cádiz, puede hablar en castellano con los nativos. Son muchos los guardiamarinas que se sorprenden ante el hecho de que la burguesía local les trata con cierto desdén y les llaman, despectivamente, pinches gachupines. Con cierto asombro descubren que llamar gachupín a un español denota cierta animadversión y resentimiento hacia los oriundos de España establecidos en Méjico. La otra cara de esa moneda es que cuando han pasado los primeros días y han frecuentado el trato con los mismos mejicanos, muchos de ellos se enorgullecen de ser descendientes de españoles que se afincaron en tierra azteca. Sale a relucir que el papá de mi papá era asturiano, gallego, andaluz… Eso es lo que le cuenta Andrade a Pilar en una extensa carta que le escribe desde allí.

   Una vez reparada la avería, el buque-escuela retorna a Balboa el 21 de marzo para entrar en la tarde del primero de abril en el mencionado puerto, donde visitan el arsenal y los llevan a ver las esclusas de Miraflores que, con una extensión superior a 1,7 kilómetros y una altura de 25 metros, resultan abrumadoramente grandes. Como le cuenta Andrade a Pilar: cuando ves pasar sin dificultades a enormes petroleros del tamaño de un edificio de diez plantas a unos centímetros de distancia de los bordes, te sientes del tamaño de una hormiga. El trayecto a través de estas esclusas gemelas situadas en la entrada del Pacífico lo recorre el buque-escuela en 16 minutos. El paso del Canal es uno de los momentos más espectaculares de la travesía del Elcano. Inevitablemente, los guardiamarinas lo comparan con el Canal de Suez y todos están de acuerdo en que no hay color, ambos son cimeros ejemplos de ingeniería, pero el de Panamá lo supera todo.

   Tras atravesar el canal, el buque-escuela prosigue camino hacia Jamaica, fondeando en Kingston el 9 de abril. Al día siguiente el buque suelta amarras y se dirige a la costa este de Estados Unidos fondeando 9 días después en una de las ciudades míticas del mundo: Nueva York. Para desencanto de los guardiamarinas solo pueden ver los famosos rascacielos de lejos, pues a las 48 horas el Elcano pone rumbo a donde comenzó su travesía, Cádiz. En cuanto parten les informan que tienen por delante unos 13 días de navegación, siempre que el Atlántico siga con buena mar. Con tiempo por delante, Álvaro retoma su diario y, como cree que se ha excedido contando detalles, procura ser más breve.

   <<Las comidas se realizan en la cámara de guardiamarinas y, como del papeo ya he hablado lo paso por alto, solo reitero que el rancho suele ser bueno. En el crepúsculo vespertino, tomamos la situación del buque con ayuda de las estrellas. La comprobación de la posición y su anotación en la carta y en el cuaderno de bitácora son una rutina de todo navegante. Si navegas cerca de la costa, calcular la propia posición es muy sencillo: tenemos a la vista una serie de puntos de referencia sobre los que basarnos. En cambio, si estamos en una navegación de altura, como es nuestro caso, no queda más remedio que echar mano del sextante para preguntar al sol dónde estamos. Es sólo cuestión de unas cuantas sumas y restas, además de un poco de práctica con el sextante en la mano. Uno de los obstáculos es identificar las estrellas de las que medimos sus alturas con el sextante. Para ello el profe de navegación y responsable de la derrota (o rumbo a seguir) del buque nos echa una mano. Ni que decir tiene la alegría con que recibimos los atardeceres nublados, en los que al no verse las estrellas no se puede tomar la situación. Tras la toma de datos se pone la solución, latitud y longitud, realizada por el profesor para comprobar el posible error cometido por cada uno de nosotros. Si el error es grande, puedes ser “invitado” por el profesor a altas horas de la noche a buscar el mencionado error, cosa que por otro lado no es fácil de encontrar>>. Al llegar aquí, Álvaro, que nunca ha sido hombre al que le tire la pluma, se harta y decide darle al diario un estoconazo. <<Y así acaba un día cualquiera a bordo del Juan Sebastián de Elcano (que es su nombre oficial), sin que hasta la fecha se sepa de nadie que haya padecido insomnio>>.

   El buque arriba a Cádiz el 13 de mayo, amarrando en el arsenal de La Carraca. Ante la sorpresa de los guardiamarinas, en los muelles gaditanos hay tanta gente como cuando partieron. Y aguardando entre el gentío se encuentran familiares de los tripulantes del buque. Una de las familias que esperan anhelantes estrechar entre los brazos a su hijo son los Carreño. Salvo Pilar, que ha tenido que quedarse atendiendo la farmacia, están todos. A los guardiamarinas y a los cadetes de Infantería de Marina son los primeros a los que el comandante concede permiso para descender. Cada uno de los alumnos embarcados va desalojando la nave, haciendo el reglamentario saludo a la bandera antes de pisar la pasarela. A Álvaro no se le ve por ninguna parte, hasta que Eloísa grita:

   -¡Ahí, ahí está el tato!

   No esperan a que llegue hasta ellos, todos se abalanzan a abrazar al hijo y hermano. Julia no puede contener las lágrimas y el guardiamarina tiene que volver a estrecharla entre sus brazos y decirle una y otra vez:

   -No llores, mamá. Estoy bien, y hemos hecho un viaje fabuloso. Anda, límpiate esas lágrimas que si no pueden pensar que este es un momento triste, cuando es todo lo contrario.

   Mientras Álvaro conforta a su madre, Julio le observa con una mezcla de orgullo y satisfacción. Lo ve con más hechuras de hombre, como si los 245 días de navegación que ha hecho en el Elcano lo hayan madurado. A su vez, Eloísa susurra a sus hermanos:

  -¿Os habéis fijado en lo moreno que está el tato?

  -Es natural, en el barco le habrá dado mucho el sol –explica Julián que, en ausencia de Pilar, es el hermano de mayor edad.

   -Te vendrás con nosotros a casa, ¿no? –pregunta Julio a su hijo.

   -Ya me gustaría, pero tenemos que volver a la Escuela pues nos esperan los exámenes de mayo que encima son duros del carajo.

   -No digas palabrotas, hijo –Julia no ha podido reprimirse.

   -Bueno, hasta las 21:00 pm tengo licencia para estar con vosotros. Voy a despedirme de los amigos y mientras id pensando donde me lleváis a almorzar. Prefiero un sitio donde den buen pescado pues, aunque parezca un contrasentido, es de lo que menos hemos papeado en el barco.

   -Marido, ¿conoces un buen restorán especializado en pescado? –pregunta Julia.

   -No, pero tampoco creo que haga falta. Esta es la tierra del pescaito frito, encontraremos buen pescado allá donde vayamos.

   No tienen que ir demasiado lejos, en las cercanías del puerto hay una hilera de tascas, chiringuitos y restaurantes en cuyas cartas el pescado es el plato más repetido. Dejan que sea Álvaro el que haga la comanda. El joven se lía a pedir hasta que su madre, con una sonrisa por bandera para que no crea que le pone cortapisas, le sugiere:

   -Hijo, creo que por el momento es suficiente, aunque si te apetece algo más pídelo.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro III, La segunda generación, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 180. Pilar, farmacéutica