"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 7 de marzo de 2014

3.8. En Roma compórtate como los romanos

   Como de algún modo le vaticinó su abuelo, Sergio ha terminado por aceptar como algo normal recibir parte de su salario en dinero negro, el que le pagan por las horas extras, y sus reticencias sobre la licitud de tal práctica han dejado de inquietarle. Dinero que Lorena gasta con la misma rapidez con que él lo gana. Al joven eso no le preocupa en absoluto. Ha visto cumplidos sus más deseados sueños: la mujer de la que está profundamente enamorado duerme a su lado, tiene un trabajo con el que gana más dinero del que nunca imaginó, es considerado por sus jefes y compañeros, tiene una casa a la que puede llamar suya puesto que es él quien paga el alquiler y los demás gastos y, pese a que el piso no es una mansión precisamente, se siente en él como el amo y señor de la casa. Solo una sombra oscurece el panorama: sus padres siguen enfadados con él y, por el momento, se han negado a visitarles. En cambio, su abuelo Andrés lo sigue apoyando y de vez en cuando le recuerda aquello de que solo se vive una vez.

   En cuanto a Lorena, su vida en común con Sergio le ha hecho matizar algunas de sus primeras intenciones sobre el chico. Si lo sedujo fue para utilizarle como una solución de emergencia a su plan de independizarse de su familia, y lo hizo a pesar de que le consideraba infantil, relamido, ingenuo, apocado y blandengue. La convivencia también le ha hecho modificar el concepto sobre su pareja y en ello ha influido notablemente el dinero, más cuantioso de lo que esperaba, que el joven ingresa, sobremanera desde que hace un montón de horas extras. La joven sigue viendo a Sergio infantil e ingenuo. Apocado menos, porque no hay nada que espabile más que la necesidad. Y en cuanto a blando, Lorena intuye que uno es como es y que hay rasgos del carácter que son poco menos que imposible cambiarlos, aunque en ocasiones admite que también es posible que no sea así.

   Otro de los atributos que Lorena adjudicaba a Sergio era el de relamido. Es en el que más ha podido influir la muchacha. Y buena prueba de ello es la velocidad a qué está cambiando el chico, no solo de hábitos de vida sino hasta de su manera de hablar. Este es un aspecto en el que Lorena pone un especial empeño porque el vocabulario de Sergio es continuo motivo de cachondeo por parte de sus amigas. Se ha empecinado en que cambie su habla de señorito, como tantas veces le tilda y, como en otros muchos aspectos del modo de comportarse de Sergio, lentamente va ganando la partida. El correcto y atildado lenguaje del joven se resiente y se bate en retirada ante la arrolladora fuerza del barriobajero léxico de Lorena que no pierde ocasión de zaherirle, como en aquella ocasión en que, al acabar de tener la apasionada unión de cada noche, Sergio no pudo menos que exclamar:
- ¡Cada día soy más feliz haciéndote el amor!
- Te quiero mucho, churri, pero tengo que decirte que eres más cursi que un repollo con lazo. Eso de hacer el amor ya no lo dicen ni en las telenovelas. Lo que acabamos de hacer es follar o echar un polvo o, si lo quieres decir en plan salvaje, joder, ¿pero hacer el amor? Pues no es antiguo eso ni nada, más que la gaseosa con bolita.
- Cariño, no lo puedo remediar. Eso de follar o echar un polvo – la palabra joder Sergio ni se atreve a mencionarla – me parecen unas ordinarieces de mucho cuidado. ¿No es mucho más bonito y hasta poético lo de hacer el amor?
- Mira, guapín de cara, tú dilo como quieras, pero hazme el favor de no hacerlo delante de mis amigas porque me pones en ridículo.

   En lo del cambio del lenguaje de Sergio no solo ha influido Lorena, los compañeros de trabajo también han tenido algo que ver.
- ¡Mecagüen la hostia puta, ¿quién ha sido el cabronazo que ha hecho esta  cagada de acometida?
- Santi, ¿será posible que no abras la boca sin meter media docena de palabrotas? – recrimina Sergio a su compañero de tajo.
- ¡No te jode el Estudiante!, yo hablo como lo que soy, un currante, y no como los señoritos de secano como tú. Y si no estás de acuerdo pues a protestar al maestro armero, como dicen en la mili.
- Hombre, Santi, no te enfades – replica apaciguador Sergio -. Claro que puedes hablar como te pete, pero una cosa son los tacos y otra las blasfemias. Y lo digo porque lo de hostia puta sobraba.
- Oye, gilipollas, te repito que hablo como me sale del nabo y no vas a ser tú, quien venga a enseñarme lo que puedo o no puedo decir. Y si vuelves a meterte con lo que digo te vas a ganar una mano de hostias – el tono de Santi es por momento más alto, tanto que llama la atención del capataz.
- ¿Se puede saber qué coño pasa? – inquiere Dimas.
- Aquí, el Estudiante que está empeñado en que hablemos como las monjas ursulinas.
- No es cierto, Dimas, me he limitado a señalarle a Santi que una cosa son los tacos y otra las blasfemias y… - Sergio se ve interrumpido por el capataz.
- Ven conmigo, rapaz. Y tú, Santi, aplícate y deja al chaval en paz.
   Sergio le cuenta al capataz el rifirrafe con su compañero.
- Tampoco es para tanto, Estudiante. Aquí estamos a lo que estamos y no para cogérnosla con papel de fumar. Si el Santi es un mal hablado, que lo es, no es tu problema. O sea, que si no te gusta lo que dice te pones tapones en los oídos, pero problemas por si habla así o asá o como le salga de los huevos ni uno. Esto es una orden, el consejo es que no sigas por ese camino porque si continúas así te vas a ganar la ojeriza del personal y, a lo peor, hasta algún guantazo y no voy a ser yo quien te sirva de parapeto. Aplícate el cuento y déjate de historias.

   Sergio siente un gran respeto por Dimas, le considera un hombre recto y justo, por eso su rapapolvo le ha dolido más. Cuando al atardecer llega a casa le cuenta a Lorena el incidente y la inesperada, para él, reacción del capataz.
- Si es que el Dimas tiene más razón que un santo, churri. ¿A ti que demonios te importa si el Santi suelta tacos? No sé cuándo vas a enterarte que ya no estás en tu colegio de curas.
- No es eso, cariño, lo que me molesta es que suelte blasfemias sin venir a cuento y lo de la hostia puta es una de las más suaves que emplea. Tendrías que oírle.
- Mira, monín, eso de que no hay que decir blasfemias es una cosa de cuando nuestros tatarabuelos. Hoy en día la gente las escucha como el que oye llover, ni puto caso. Lo que pasa es que tú eres una rata de sacristía y todavía se te nota el pelo de la dehesa. Pues ya va siendo hora de que te comportes como los hombres de pelo en pecho. Mi padre dice que a un hombre así se le conoce porque huele a tabaco y vino y habla como un carretero. A ver si maduras de una puñetera vez.

   Unos días después, en una de sus habituales visitas a su abuelo, Sergio también le cuenta el rifirrafe tratando de encontrar el apoyo que no halló en su pareja.
- Verás, hijo, ser un mal hablado siempre se ha visto mal, aquí y en la China, pero entiendo la reacción del Dimas. En la obra estáis para sacar adelante la faena y no para enredaros en cómo habla el personal. Lo que quiere el capataz es que no haya problemas en el tajo, ni rencillas entre los compañeros, por eso el consejo que te ha dado creo que viene a cuento. En cuanto a lo que opina el padre de tu chica sobre los hombres de pelo en pecho es una mamarrachada. Ya te dije la primera vez que me preguntaste sobre los Vercher que el padre me parecía un hombre sin mucha sustancia y lo que cuentas me lo confirma.
- Pero, abuelo, una cosa es hablar mal y otra muy distinta blasfemar.
- No lo discuto, Sergio, pero supongo que todos o, al menos, la mayoría de tus compañeros de obra tienen una formación muy elemental y su vocabulario incluye toda suerte de juramentos, palabrotas y hasta blasfemias. Y eso tú no lo puedes cambiar. Lo que tienes que hacer es aplicarte el viejo proverbio: cuando estés en Roma compórtate como los romanos.