La
discusión entre Lola y José Vicente sobre si aceptar o rechazar la oferta de
dirigir la Obra Sindical de Educación y Descanso, lo que supone el traslado
familiar a Valencia, se encona.
- En Valencia no conozco a nadie – reitera
Lola -. Voy a aburrirme como una ostra. Tú te vas a ir al trabajo y, como te
conozco, sé que vas a estar la mayor parte del día fuera de casa. Ganarás con
el cambio, pero nuestra vida familiar va a perder y mucho.
- No tiene por qué ser así. Te prometo que,
salvo circunstancias excepcionales, comeré todos los días contigo y con la niña
y no voy a estar fuera de casa más tiempo que ahora, porque si cuentas las
horas que paso en la cooperativa y las que dedico al Ayuntamiento y a la
jefatura no creo que Educación y Descanso me lleve más tiempo.
A
Lola se le acaban los argumentos y su mente se esfuerza en buscar el más
pequeño resquicio por el que introducir en sus réplicas un leve tinte de
racionalidad.
- Ese cargo es de designación directa, ¿no es
eso? Lo que quiere decir que de la misma forma que te nombran pueden cesarte,
¿te paraste a pensar qué será de nosotros si mañana o dentro de unos meses te
agradecen los servicios prestados? Te puedes encontrar sin trabajo, ¿de qué
vamos a vivir entonces?
- Eso está solucionado, Lola. Si acepto el
cargo, iré con la excedencia de mi puesto en el bolsillo. Si un día me cesan,
algo que es verdad que puede ocurrir, tengo el trabajo asegurado. Por tanto,
por ahí no hay ningún problema.
- ¿Y si no te gusta el nuevo trabajo?
- Estoy seguro de que me gustará, pero admito
que hasta que no lo pruebe no sabré si me va a gustar. Pero esa es una actitud
muy pesimista y que no conduce a nada; mejor dicho, presupone que nadie
cambiaría de trabajo ante el temor de que otro nuevo no fuese a gustarle. Me
extraña mucho esa predisposición negativa que pareces tener a que cambiemos de
aires para mejorar. La verdad es que no te entiendo.
- Pues es fácil de entender, solo pienso en
ti – Lola intenta desesperadamente retorcer los argumentos de su marido -. A mí
me da igual vivir aquí que en la ciudad y la niña es demasiado pequeña para que
se dé cuenta de nada, pero quien me preocupa eres tú. Estoy de acuerdo contigo
en que el hecho de que te pueda gustar más o menos el nuevo trabajo no es razón
suficiente para rechazarlo a priori, pero ¿y qué puede pasar si, por las causas
que fuere, no eres capaz de sacarlo adelante? Has demostrado capacidad más que
sobrada para la política local, pero allí vas a jugar en otra liga mucho más
dura y competitiva. Sé que eres inteligente y hábil, ¿pero quién nos asegura
que en el nuevo ámbito te vas a mover con la misma facilidad que lo haces
ahora?
- Me sigues sorprendiendo, Lola, pero
negativamente. Dices que me consideras inteligente y hábil para la política.
Bueno, pues te confesaré que yo también creo que lo soy y sé que allí adonde no
llegue cuento contigo para que me ayudes a superarme. Y te diré más, conozco a varios
camaradas que están dirigiendo sindicatos y la mayor parte de ellos son
bastante menos competentes que yo. Por eso estoy convencido de que seré más que
capaz de sacar adelante la nueva tarea.
Lola
se siente acorralada. Por momentos se nota incapaz de contrarrestar las
argumentaciones de su marido. Emplea su última baza: la emotividad.
- Si he de serte totalmente sincera debo añadir
que mi renuencia a irme del pueblo también tiene motivos sentimentales. Toda mi
vida ha transcurrido aquí, mis raíces, mis recuerdos, mis amigas… todo eso está
aquí. Y los sentimientos también cuentan.
- Por supuesto que los sentimientos cuentan.
Pero oyéndote, cualquiera creería que nos vamos a las antípodas, cuando nos
desplazaremos ahí al lado; vamos, apenas una hora en coche de línea. Eso supone
que podrás venir a ver a tu madre o a tus amigas cuando te pete. Vienes en el
autobús de media mañana y antes de cenar puedes estar en casa. Y lo contrario
vale para tu madre y también para tus amigas, podrán venir a vernos siempre que
quieran.
- Sí…, sé que tienes razón, pero no acabo de
verme viviendo en la ciudad. Debo de haberme hecho muy pueblerina. Se me ocurre
que a lo mejor podría ir adaptándome poco a poco y entonces el cambio no me
resultaría tan traumático – A Lola se le acaban las réplicas.
- Y eso de ir adaptándote poco a poco, ¿qué
significa?
- Pues que podrías ir y venir todos los días
hasta que me hiciese a la idea del cambio.
- Lola, esa no es solución. Sabes que es
igual que vaya a Valencia en tren o
en el coche de línea, ambos tardan una hora. Quizá podría ir y venir en uno de
los vehículos de la Obra, pero no dejaría de perder diariamente mucho tiempo en
los desplazamientos y, además, daría muy mala imagen el hecho de aprovechar los
recursos oficiales para fines particulares. Esa solución es un disparate y no
deja de sorprenderme que la proponga alguien tan inteligente como tú.
No
hay forma de que se pongan de acuerdo. Cada uno de los argumentos de Lola, por
momentos más débiles y peregrinos, es reducido a polvo por José Vicente. Cuanto
más discuten más se afianza él en su decisión de aceptar el cargo. En cambio,
ella más se aferra a su, aparentemente, irracional postura de no marcharse del
pueblo. Esa actitud es lo que tiene desconcertado a Gimeno: él argumenta
siempre sobre las bondades del nuevo puesto, ella solo habla de lo duro que le
va a resultar abandonar el pueblo. Hay algo que parece que no encaja en la
discusión. Las tablas las deshace la mujer cuando lanza su definitivo órdago:
- Mira, José Vicente, no tiene sentido
continuar la discusión. Tú quieres irte por encima de todo y yo no me encuentro
preparada para hacerlo. La única salida que veo es que aceptes la propuesta, te
vayas a Valencia y vuelvas al pueblo los fines de semana. Cuando me haya hecho
a la idea iremos la niña y yo.
- ¿Y te costará mucho hacerte a la idea? Una
semana, un mes, un año…
- La verdad es que no lo sé.
La
noche se le hace muy larga a José Vicente, no consigue dormir, no hace más que
darle vueltas al ultimátum de su mujer. No ha habido manera de moverla de su
posición: no quiere irse del pueblo por nada del mundo, aunque matiza que por
el momento. Pero no se engaña, intuye que ese momento puede suponer un tiempo
indefinido. Creía conocer a Lola, pero acaba de constatar que no es así. Su
esposa tiene meandros desconocidos que todavía no ha sido capaz de descubrir. Y
la solución que aporta es un puro disparate. ¿Qué va a hacer solo en la
ciudad?, ¿qué dirá la gente?, ¿dará el sueldo para mantener dos casas? Está
enamorado de Lola, ¿aguantará estar sin ella la mayor parte de la semana?
También está muy encariñado con la niña, ¿soportará estar tantos días sin
verla? Se descorazona más al pensar que el problema no tiene una solución
intermedia, no hay terceras vías. En los platillos de la balanza están su mujer
y el nuevo cargo. Hay que optar por uno o por el otro. Sabe que está ante la
elección más crucial de su vida: o se queda con Lola o se queda con el cargo.
Imposible conjugar ambos extremos. Casi está amaneciendo cuando consigue
dormirse. Al despertar ya ha tomado una decisión.