A pesar de la puntada de Grandal al joven
Salazar ironizando sobre lo preguntón que es, el chico todavía tiene una última
pregunta que hacerle.
-Perdone,
esta es la úrtima: ha hablao usté de la polisía judisiá, ¿qué es lo que hase
esa polisía?
-La última
respuesta que te doy, chico. La policía judicial tiene por objeto averiguar los
delitos que se cometan en su demarcación, practicar las diligencias necesarias
para comprobarlos, descubrir a los delincuentes, y recoger todos los efectos,
instrumentos o pruebas del delito cuya desaparición corriera peligro,
poniéndolos a disposición de la autoridad judicial. Dicho más breve: es la que
realiza las actuaciones tendentes a esclarecer los hechos delictivos e informar
de todo ello al juez que instruya el caso. Y ahora, muchacho, creo que es hora
de recogerse porque mi reloj marca la una y treinta. Buenas noches.
A todo esto, el médico forense de la
comisión judicial ha extendido el certificado médico de defunción por lo que la
jueza ordena el levantamiento del cadáver de Francisco Salazar Jiménez. Hecho
esto encarga al sargento de la Guardia Civil del pueblo que la unidad que manda
actúe de policía judicial en el caso y que si considera que el asunto les
sobrepasa pedirá a la Comandancia del Cuerpo en Castellón que les envíe algún o
algunos guardias de apoyo y añade:
-No es
necesario que le recuerde, sargento, que la obtención de pruebas constituye el
principal objetivo de la policía judicial.
Al suboficial maldita la gracia que le ha
hecho la puntualización de la juez pues un mensaje así parece poner en duda su
profesionalidad y experiencia, pero con la disciplina propia del Cuerpo se
limita a decir:
-Por
supuesto, señoría. Y en principio no necesitamos que venga nadie de fuera.
Nada más hablar la jueza se ha dado cuenta
de su falta de tacto y de que posiblemente el suboficial haya podido molestarse
por lo que rápidamente rectifica.
-Lo que
acabo de decir no es porque dude ni por un momento de su capacidad, en mi corta
experiencia he podido comprobar de primera mano lo excelentemente preparados
que están los agentes del Cuerpo –y para enmendar su metedura de pata añade-.
¿Ha hecho algunas actuaciones referentes al caso?
El sargento le detalla lo realizado hasta el
momento: ha interrogado al hijo del fallecido y dos de sus números están
tomando declaración a los empleados del hostal, así como a todos los huéspedes
y demás comensales que estaban cenando. Además, ha ordenado la búsqueda de una
camarera que trabaja en la casa y que justamente era la que tenía asignada la
habitación que ocupaba el fallecido y que, desde que se ausentó a media tarde del
hostal, nadie ha vuelto a verla.
-¿Cree que
tiene algo que ver con el caso?
-Sin tomarle
declaración no creo nada, señoría. Los apriorismos no son una buena receta en
las investigaciones de presuntos hechos delictivos –el suboficial sangra por la
herida que le ha ocasionado la falta de tacto de una jueza inexperta y le
devuelve la pulla.
El médico del SAMUR carraspea para hacerse
notar antes de dirigirse a la jueza.
-Señoría, si
ya no me necesitan debería volverme a Castellón, el turno de mi equipo acabó a
las veinticuatro horas y son casi las dos la madrugada; además, todavía nos
resta llevar el cadáver al Instituto de Medicina Legal para que realicen la
autopsia si el doctor Farnós no decide otra cosa.
-Doctor
Farnós –dice la juez dirigiéndose al forense-, ¿necesita algo más de su colega?
–ante el gesto negativo del patólogo, la jueza indica al médico de urgencias
que pueden irse cuando quieran.
-Emilio
–dice la jueza al secretario judicial-, si has terminado el acta creo que
podemos volvernos a Castellón –y volviéndose al guardia civil le indica-.
Sargento, cualquier cosa que necesite no tiene más que comunicármelo y por
favor téngame al corriente de su investigación. Y a propósito, en el supuesto
de que el resultado de la autopsia establezca que estamos ante una muerte
criminal, ¿qué nombre le va a poner al caso?
-Caso
Pradera, señoría -el sargento no lo ha dudado, como si ya lo hubiera pensado.
La juez hace un gesto de asentimiento, pero
no puede más que pensar que el suboficial no se ha estrujado demasiado las
meninges para encontrar un nombre para el caso. Los Prados…, la pradera, todo
viene trillado.
En cuanto parten la ambulancia del SAMUR y
la comisión judicial, al sargento todavía le queda un fleco por resolver: la
ausencia de fondos de Francisco José para continuar en el hotel del pueblo en
el que está hospedado. Busca a la patrona, le cuenta el problema que tiene el
chico y le pide que si puede ayudarle. Ante la petición la señora Eulalia se
enfrenta a un dilema: por un lado, el fallecimiento de su huésped le deja una
habitación disponible para la segunda quincena de agosto, podrá volver a
alquilarla en cuestión de horas, y además Martínez, sigue llamándole así, le
pagó por adelantado todo el mes con lo que la renta que le puede sacar al
cuarto será doble; por otro, sabe que no es honrado quedarse con un dinero
tramposamente ganado, pero lo que más pesa en su determinación final es el
hecho de que en su negocio tener de cara a la Guardia Civil le puede reportar
más beneficios que el dinero que va a obtener realquilando la 16. Por ello su
respuesta es la que es:
-Sargento,
le voy a ser sincera, a ese chico no le debo nada, ni lo sucedido es mi
problema, pero… basta con que usted me lo pida para ponerme a su disposición. El
hijo puede quedarse en la habitación de su padre los días que sean precisos, al
menos hasta fin de mes.
-Gracias,
señora Eulalia, es usted una buena persona –se lo agradece el suboficial.
Quien no lo agradece nada al contárselo es
Francisco José.
-¿Qué me
quede en la habitasión de mi papa?, ¿dormir en la cama en la que la ha parmao?,
ni soñarlo. ¡Ojú, pues no trae eso mar fario ni na!
La patrona le insiste, pero el joven se
niega en redondo, no se quedará en la habitación 16. Al final, la señora Eulalia
encuentra una solución: meterá en esa habitación a un matrimonio con un bebé de
pocos meses que han contratado la segunda quincena de agosto y que como llegan
mañana supone que no sabrán nada del suceso. A Francisco José lo acomoda en el
cuarto destinado en principio para la pareja en cuestión.
Resuelto el problema del joven Salazar, el
sargento se reúne con sus dos subordinados que han estado tomando declaración
al personal de servicio, así como a los clientes que han estado cenando o
tomando una copa en la cafetería del hostal.
-¿Algún dato
relevante en las declaraciones? –pregunta el suboficial.
-Nada
destacado, mi sargento, aunque tendré que releer con más detenimiento las
declaraciones, pero lo dicho: en principio ningún comensal ha visto nada raro
–informa el número que ha interrogado a los que han estado cenando.
-Respecto a
los empleados, mi sargento, -informa el otro guardia- sí que hay algunas
revelaciones interesantes: el chico que atiende la barra ha visto subir a la
primera planta a un par de tipos que asegura que no son clientes del hostal,
declaración que ha sido corroborada por otra de las empleadas. Ah, y casi todos
afirman que Anca Dumitrescu estuvo en la casa como hasta mediada la tarde y hay
dos declarantes que aseguran que la vieron salir del hostal en compañía de su
novio, un tal Vicente Fabregat, y de una mujer desconocida. Y añaden que el
novio llevaba un bulto del tamaño de una maleta pequeña envuelto en una toalla.
-Bien…-el
sargento mira su reloj- ¡Coño, las tres de la madrugada! Es hora de recogerse.
Todo eso lo analizaremos mañana a primera hora. A las ocho reunión en mi
despacho. Vámonos.
Cuando los tres guardias civiles llegan a la
casa-cuartel de Torreblanca la intención que tenía el suboficial de recogerse
se esfuma. Al recibir el parte de novedades la primera información es que han
encontrado a Anca Dumitrescu, residente en el pueblo, que estaba acompañada por
quien dice ser su novio, Vicente Fabregat, natural y vecino de Torreblanca, y
por una mujer que ha sido identificada como Rocío Molina, natural de Trebujena,
provincia de Cádiz, avecindada en Sevilla y que actualmente se aloja en un
hotel de Alcossebre. Tienen al trío en el cuarto de interrogatorios a la espera
de lo que decida el comandante del puesto. El suboficial suspira: le acaban de
chafar el resto de la noche. Pasa un momento por su casa en el propio cuartel
para ver si su mujer le espera levantada, afortunadamente está dormida, y da un
beso a sus dos pequeños que también están en el mejor de los sueños. Se echa
agua a la cara para despejarse y se dirige a las oficinas del cuartelillo.
Antes de interrogar a los tres retenidos pregunta al agente que los ha
localizado.
-Cuéntame,
Braulio.
-Primero fui
al domicilio de la llamada Anca Dumitrescu que vive en la calle del Progrés, 98,
2º, B. Preguntados sus padres declaran que su hija debería estar en el hostal
Los Prados donde trabaja y al ser informados de que no está allí dicen
desconocer dónde puede encontrarse, aunque la madre agrega que quizá pueda
estar en casa de su novio, Vicente Fabregat, y que a veces también suelen estar
en un almacén que tiene la familia del precitado en la calle Llaurador, 81.
Personado en el domicilio de Fabregat, sus padres afirman no haber visto a su
hijo desde mediodía ni tampoco a la …, han usado un palabra malsonante para
denominar a la tal Anca. En el almacén citado, después de repetidos golpes en
la puerta y haberme identificado como guardia civil, Fabregat ha abierto y allí
estaba Anca Dumitrescu, acompañada de Rocío Molina. Estaban intentando taladrar
un maletín metálico que la llamada Molina afirma ser propiedad de su novio, el
difunto Salazar. Puesto que no he podido comunicarme contigo, mi sargento, he
pedido a los tres sujetos que me acompañaran al cuartel y que trajeran el
maletín mencionado. Fin del informe, mi sargento.
- Veamos que
cuentan esos pichones.
PD.- Hasta
el próximo viernes