"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 21 de junio de 2019

109. El que tuvo, retuvo y guardó para la vejez


    La cuadrilla de jubilados se ha aposentado en una carpa junto a la plaza de toros y, tras tomarse unas cañas, departen donde comer porque dada la hora que es, cerca de las dos y media, se impone almorzar. A la comida se ha apuntado Grandal que todavía sigue esperando la llamada de Bellido para que le cuente las declaraciones de Espinosa y el Chato. Álvarez se encarga de llamar para reservar mesa, a la tercera intentona encuentra sitio.
-Chicos, vamos a comer en Les Columbretes.
-¿Dónde está eso, aquí o en la playa? –quiere saber Ponte.
-En la Avenida de Benito Bayarri de la playa, exactamente en la manzana vecina donde están La Gloria y El Perero que son dos restoranes en los que ya hemos comido. Está muy bien, de hecho en cuanto a decoración, presentación de mesas y ubicación es de lo mejor que hay en el pueblo –explica Ramo.
-Lo que importa en un restorán es la cocina, ¿qué tal es? –inquiere Ballarín.
-Yo le pondría un notable sin más –quien contesta es Álvarez. Ramo discrepa, él le pondría un notable alto.
    En ese momento, el móvil de Grandal vibra, es la llamada que esperaba.
-Comisario, ¿puede hablar?
-Sí, cuéntame Bellido.
-Las declaraciones de Espinosa y Jiménez se han retrasado.
-¿Quién coño es Jiménez?
-El Chato.
-Ah, claro. Como siempre le llamamos por su mote se me había olvidado como se apellida.
-Como le decía, se han retrasado, el Chato debería haber declarado mañana a primera hora, pero ni siquiera es seguro que lo pueda hacer por la tarde. Parece que el juzgado está saturado de procesos y como es agosto y la mitad del personal está de vacaciones todos los asuntos van atrasados. Por cierto, el juzgado ha alojado al Chato en el hotel Bag que está relativamente cerca de la Audiencia. Espinosa no sé dónde para, posiblemente esté en el mismo hotel de El Grao en que estuvo la vez anterior.
   Vaya, este hombre tan pronto se hace el estrecho sobre la información que le llega del juzgado como te lo cuenta todo sin preguntarle nada, piensa Grandal que se despide del sargento agradeciéndole la confidencia.
-Compañeros, lo siento pero no voy a poder comer con vosotros. Tengo que irme a Castellón a ver si localizo a los tipos que podéis imaginaros. Quizá necesite que alguien venga conmigo para apoyarme. Uno que tenga una pinta respetable, rango en el que por supuesto estáis todos incluidos.
-Para aire respetable el más adecuado es Manolo, con esa perilla blanca que luce parece un ministro del siglo XIX –sugiere Álvarez medio en serio, medio en broma.
-¿Te viene mal, Manolo? –pregunta Grandal al aludido.
-En absoluto. Me da igual comer aquí que en Castellón.
   En el viaje hacia la capital de la provincia, Ponte le pregunta a su amigo algo que ha intuido, pero que no se ha atrevido a preguntárselo en público.
-¿Me da la impresión de que estás preocupado o son figuraciones mías?
-Cómo me conoces, zorrón, no se te escapa nada. Pues sí, lo estoy. Entre lo que he descubierto hasta ahora, y que le facilito al sargento para que a su vez lo transmita a la jueza, me he reservado un par de datos que pueden ser importantes para la instrucción. Y tengo mis dudas sobre si he obrado bien o he metido la pata.
-Bueno, depende del motivo por el que no lo hayas contado. Porque supongo que lo has hecho por alguna razón.
-Por supuesto, he pensado que podría utilizarlos para coaccionar al Chato y a Pacheco para que hablen conmigo, a ser posible antes de que lo hagan con la jueza.
-Eso no me suena que sea muy legal, pero supongo que ya lo habrás valorado.
-Por descontado. Quizá me caiga un marrón si se descubre el pastel, pero si todo saliera bien el misterio que rodea la muerte de Salazar dejaría de serlo. Intuyo que estoy a solo unos pasos de desentrañar este caso.
-Entonces, adelante. Y te doy una posible justificación a tus dudas: si ocultando esos hechos consigues descubrir quién o quiénes mataron o posibilitaron que Salazar muriera por falta de asistencia médica, lo que has hecho estaría más que justificado. Y en todo caso siempre puedes informar sobre lo que has ocultado como si acabases de descubrirlo.
-Manolo, eres mi paño de lágrimas –se congratula Grandal palmoteando la espalda de su amigo.
-¡Vaya, hombre! Me han llamado de todo en la vida, pero hasta ahora nadie me había tildado de paño de lágrimas. ¡Vivir para ver! ¿Qué tienes pensado para entrevistar a los tipos que van a declarar?
-Con Espinosa no pienso hablar. No tengo ningún arma para presionarle. Creo que lo más determinante sobre la actuación del malagueño lo revelará el laboratorio de toxicología cuando establezca si el exsindicalista fue o no envenenado con un raticida.
-¿Y con el exboxeador, qué piensas hacer?
-Al Chato pienso presionarle conque he descubierto que fue él quien le pegó la paliza a Salazar. Y hay otro hecho en el que posiblemente esté involucrado: la autopsia ha revelado que el cadáver del gaditano mostraba huellas de golpes en el rostro hechos el mismo día de su fallecimiento. Si el Chato le pegó antes, ¿por qué no pudo hacerlo también el día de autos? Aunque es impensable que unos golpes en la cara fueran causa de la muerte. Lo que más me interesa saber es cuál era el estado de Salazar cuando el Chato entró en su habitación. En cuanto a Pacheco y Sierra, al primero le puedo meter mucha presión puesto que tengo el testimonio de una testigo que la tarde del día de autos le vio bajar de la primera planta del hostal acompañado de una mujer que presumiblemente podría ser su esposa.
-¿Pero esa testigo te ha confirmado si Pacheco estuvo en la habitación de Salazar?
-No, solo que le vio bajar por la escalera que conduce a la primera planta. No puedo probar que estuviera en la habitación 16, ¿pero de dónde podía venir si no es de la habitación de Salazar? Y otro poderoso hecho para coaccionarle es que por primera vez aparece en el caso su mujer, algo que hasta ahora no había ocurrido.
-Y te queda Sierra, ¿cómo le vas a coaccionar?
-Es el más problemático porque contra él solo tengo que su coche fue visto la tarde de autos en las inmediaciones del hostal. Pero… como tengo la impresión de que Pacheco y Sierra han trabajado en cierto modo al alimón, si consigo hablar con el primero es bastante probable que también lo pueda hacer con el segundo.
-¿De dónde sacas que trabajan al alimón?
-Es más una corazonada que otra cosa, aunque hay hechos que de alguna manera la refuerzan. Tienen muchos nexos. Trabajan o han trabajado para la Junta de Andalucía, han ocupado puestos políticos de cierta importancia, son conmilitones y, sobre todo, cuando hicieron su primera declaración ante la juez del Valle vinieron juntos desde Sevilla y se hospedaron en el mismo hotel.
-Pues es cierto, son muchas casualidades juntas y te he oído decir más de una vez que no crees en las casualidades.
-Así es, Manolo, así es. Cuando hay muchas casualidades juntas desconfía de ello por principio.
   Cortan el diálogo porque han llegado a la salida de Castellón de la AP-7. Grandal enciende el GPS del coche e introduce los datos para que les conduzca al hotel Bag. Mientras sigue atento las indicaciones de la metálica voz del aparato, va pensando en cómo entrarle al antiguo boxeador. Posiblemente sea un tipo bronco y duro de pelar con lo que liarlo a base de palabras no va a resultar fácil. Por lo contrario, se dice que, como tantos pugilistas quizá no se distinga por su inteligencia… Están llegando al hotel cuando lo ha decidido: quizá lo más efectivo sea presentarse como lo que fue, un comisario de policía, pero sin usar el verbo en pasado. Es algo que no hace casi nunca puesto que sabe muy bien a lo que se arriesga, pero se dice aquello de que el que algo quiere, algo le cuesta. En recepción le informan, sin poner ninguna objeción, que el señor Jiménez no contesta, debe de haber salido. Se lo comenta a Ponte que espera en el coche en segunda fila. Mientras hacen tiempo deciden buscar un aparcamiento donde dejar el automóvil.
   En tanto, en Torreblanca, el resto de jubilados después de comer han subido al pueblo. Ramo les ha buscado unos huecos en el carro de la colla de unos sobrinos y, sentados en una sillas de enea, han visto una parte de la corrida de la tarde en la que, como el torreblanquí les había contado, el toreo consiste en azuzar al toro para que arranque y cuando eso ocurre los mozos se refugian en lo alto de los carros o se cuelan entre los soportes sobre los que pivota el techo de los carros. Lo más divertido de la tarde ha sido cuando han soltado una vaquilla y el mocerío se ha envalentonado al ver las escasas defensas del animal y se ha echado en masa a la arena para recoger las peladillas que arroja el concejal de fiestas a la par que esquivan las tarascadas del bicho. Antes de terminar la corrida se han desplazado a els Quatre Cantons para ocupar una mesa en uno de los bares y desde allí ver la eixida.
   Sin moverse del bar desde el que han visto la salida de los astados presencian el ball de plaça que, como les explica Ramo, es un ramillete de algunas de las danzas típicas del pueblo, no solo el baile sino también la música que ejecuta una rondalla de cuerda. Los danzantes, de ambos sexos aunque con predominio del femenino, van andando por parejas a lo largo del Raval y cada cincuenta o sesenta metros se detienen para ejecutar sus danzas entre los aplausos del público que copa ambas aceras de la calle. 
   En Castellón, Grandal y Ponte han encontrado donde aparcar el coche y van a meterse en una bar cuando a Ponte se le ocurre algo.
-Oye, Jacinto, y si en vez de esperar, ¿por qué no vamos a buscar al Chato? A buen seguro que un tipo como él no será de los de contemplar monumentos ni mirar escaparates, lo más probable es que se haya metido en una tasca o en cualquier bar donde ofrezcan vinos y tapas de su tierra. ¿Qué te parece?
-Pues que tendrás muchos años, Manolo, pero la cabeza la sigues teniendo como si estuvieras en la treintena. Y es que el que tuvo, retuvo.
-Sí, claro, y guardó para la vejez. ¡No te fastidia!

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio 110. Bous, bous, bous