Lo
que menos puede figurarse el joven secretario de San Isidro es ser el motivo de
cháchara de un grupito de comadres mientras repasan la colada en el lavadero
municipal, lugar donde se airea todo bulo, rumor, chisme o noticia cierta que
circula por el pueblo. Han hablado de lo de siempre: del mucho trabajo que
tienen en casa, de lo comodones que son sus maridos, de la guerra que dan los
hijos, de lo flojas que vienen las cosechas y de los últimos cotilleos que
corren por el pueblo. Hoy parece que hay una novedad: el estado civil del nuevo
secretario de la cooperativa.
- ¿Estás segura que es soltero?
- Segurísima. Lo sé de buena tinta. Me lo ha
dicho Rosarito la Maicalles.
- Si lo dice Rosarito será verdad. Lo que no
sepa esa…
- Lo que seguro que tiene es novia porque
joven, con buena facha y un sueldo fijo es un momio. Alguna lista ya ha debido
de echarle el anzuelo.
- Pues yo sé de buena fuente que tuvo novia,
pero lo dejaron – precisa otra comadre.
- ¡Qué imaginación tiene la gente! ¿Y cómo
saben que no la tiene?
- La mujer del cartero ha comentado que no
recibe correspondencia. Si tuviera novia recibiría cartas. Por otra parte,
lleva más de un mes en el pueblo y se ha quedado casi todos los fines de semana,
salvo alguno en que ha ido a Las Alquerías a ver su madre.
- Pues si está sin compromiso más de una que
yo me sé va a echarle los tejos.
- Y más de dos. Dicen que si las Guillamón le
han invitado a un baile que van a organizar en su casa.
- ¡Las Guillamón, tenían qué ser ellas! En
cuanto llega un forastero al pueblo se ponen en celo.
- Sí, pero, ahí las tienes, solteritas y sin
compromiso.
Mientras las vecinas siguen cotilleando sobre lo que creen saber de
Gimeno y especulando de cuanto desconocen, el aludido se encuentra en el
modesto taller de uno de los sastres del pueblo que está haciéndole la segunda
prueba del traje que le está cosiendo. Su vestuario deja mucho que desear y
ahora que lo han ratificado en el trabajo tendrá que vestir el cargo. Hubiese
preferido comprarse el traje en Valencia, pero le han dicho que Magín es muy
barato y que no cose mal.
- Magín, necesitaré una corbata que combine
con el traje.
- Por supuesto, pero ese artículo no lo
trabajo.
- ¿Y hay alguna tienda dónde comprarla?
- Sí, en el Rabal. Una tienda que se llama
Moda de París. Le atenderá una joven, María Dolores Sales pero todos la conocen
como Lolita. Dígale que va de mi parte. Le voy a dar un retal para que le elija
una corbata a juego.
- No será una aprovechada de esas que te
larga el primer bodrio que tenga a mano.
- Tranquilo, señor Gimeno. Puede fiarse y más
yendo de mi parte. Además, Lolita es una persona de buen gusto y seguro que
encuentra una corbata que combine con el color del traje.
Vaya, piensa José Vicente, lo que no me había dicho el sastre es que la moza
estaba tan rica. Mientras la mira encandilado la joven, que no parece haberse
dado cuenta de la insolente manera con la que el hombre la está observando, va
comparando corbatas con el retal hasta que aparta tres. Con su mejor sonrisa de
vendedora se dirige al cliente a la par que extiende las corbatas en el
mostrador:
- Creo que cualquiera de estas tres combina
perfectamente con el color y la textura de la tela del traje que le está
confeccionando Magín.
Gimeno mira las corbatas y vuelve a admirar a la joven. En lo primero
que se ha fijado es que tiene un tipo rotundo, con las curvas donde debe
tenerlas una real hembra. Su mirada se detiene más de lo que debiera en el
contorno de los pechos que hacen de la blusa una suerte de montaña rusa. Tiene
una cara que, sin ser de una belleza espectacular, es de esas que se te graban
en la retina y que no es fácil olvidarlas; en esa cara que le fascina lo que
más destaca son unos ojos castaños preciosos. ¡Y sabe sostener la mirada!, no
es de las que enseguida baja la cabeza. ¡Y qué boca!, debe de ser una gozada
besarla. ¡Y qué piel!, por un momento se ve acariciándola lentamente. ¡Y qué…
Interrumpe su mental monólogo la voz de la joven:
- ¿Qué opina?, ¿cuál le gusta más?
- Ah… - Gimeno aparta sus pensamientos y
vuelve a centrarse en las corbatas -. Pues Magín tenía razón, me aseguró que
tenías muy buen gusto y veo que no se equivocó. Lo cierto es que me gustan
todas.
- ¿Entonces se queda con las tres? – la joven
no entra en el juego del tuteo.
- ¿Y qué voy a hacer con tantas corbatas?
Sólo necesito una.
- Si me permite, le sugiero una solución
intermedia. Repetir la misma corbata no es muy chic. Le aconsejo que se lleve,
al menos, dos. Una más sería para el trabajo y otra más desenfadada para los
momentos de diversión.
- Me parece una buena solución, pero las
tendrás que elegir tú, yo no sé distinguir una corbata seria de otra que no lo
es. Ya veo que elegir corbata no es tan fácil.
Al
tiempo que Gimeno está de compras, Leoncio le cuenta a su mujer lo que se le ha
ocurrido: sugerirle al tío Benjamín que un buen jefe de Falange podría ser el
secretario de la cooperativa. Le explica detalladamente los rasgos que
concurren en el empleado y que, en su opinión, le hacen un estupendo candidato
para el cargo.
- ¿Qué te parece?
- Lo de menos es lo que me parezca a mí. Lo
que vale es lo que le parezca a tu tío.
- Eso ya lo sé, pero tú ¿cómo lo ves? Sólo
pido tu opinión, mujer.
- Si es tal y como cuentas no parece mala
elección. Sólo tengo una duda, mejor dicho dos: si querrá ser y, si lo
nombráis, que luego se deje pastorear. La gente suele cambiar cuando le dan un
puesto. Acuérdate de lo que dicen: si quieres conocer a fulanito dale un
carguito.
- Esas dos dudas, que están bien traídas, las
tengo resueltas de antemano. Primero le dejaré entrever que si quiere continuar
de secretario será a condición de que acepte lo de Falange. Y lo segundo, más
de lo mismo, si no se deja aconsejar pues se le acabó el momio de la
cooperativa. Y como ser jefe de Falange no tiene paga, al menos directa, pues
ya me dirás que solución le va a quedar.
- ¿Así qué ese puesto no tiene paga? Eso el
otro día no lo sabías seguro. Si es como dices, me parece muy bien que le pases
el muerto a otro.
- Lo único que me preocupa es que no sé cómo
entrarle al tío Benjamín para que lo acepte como candidato. Casi no lo conoce y
ya sabes que cuando se le mete una idea entre ceja y ceja...
- Yo creo, Leoncio, que tienes una buena
excusa – ante el gesto de ignorancia de su marido la mujer prosigue su argumentación
-. La gente critica que los Arbós acaparáis la mayor parte de los cargos.
Delante de vosotros no se atreven a decir nada, pero por detrás os crucifican.
Si ahora el puesto de jefe de Falange también va a parar a uno de la familia
vamos a estar en las mismas. Volverán a repetir que los Arbós son unos
acaparadores, todo para ellos. En cambio, si nombraseis a uno que no sea de
vuestra sangre, y encima siendo forastero, eso estaría bien visto. Quedaríais
de rechupete y al mismo tiempo seguiríais llevando el mulo por el ronzal.
- A veces, Felisa, me pregunto qué haría sin
ti.
La
propuesta de su sobrino no le ha hecho ni pizca de gracia a Benjamín. Ni
siquiera el argumento que le ha soltado de que la gente les critica porque lo
acaparan todo. La gente puede decir misa en arameo, se dice, pero con las
cosas de comer no se juega. Si la familia quiere seguir mandando, todos los
resortes del poder han de estar en sus manos. Es el primero en saber que su
sobrino Leoncio es más bien poquita cosa y que si tuviera enfrente a oponentes
de talla se lo merendarían en un plis-plas, pero en un escenario tan pacífico
como el de la localidad cualquier tonto vale para el puesto, lo importante es
que sea alguien de quien poder fiarse. Mejor que sea uno de la propia sangre.
- No quiero oír más historias, Leoncio. Ve
haciéndote a la idea, el próximo jefe de Falange vas a ser tú. ¿O es que
tampoco quieres ser presidente de San Isidro?
Ante
la nada velada amenaza, Leoncio repliega velas y agacha la cabeza.
- Haré lo que usted mande, tío.