"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 31 de agosto de 2018

67. La Guardia Civil entra en acción


   Francisco José Salazar, después que el médico de urgencias le haya dado el pésame y le deje, recuerda algo que no le ha preguntado y corre tras el galeno.
-Perdone, pero tengo que haserle otra pregunta. No tengo pasta para que le hagan la autopsia a mi padre, ¿entonses qué pasa, quién la paga?
-Tranquilo, cuando la autopsia es exigida por la ley, la Administración pública se hace cargo de los costes. Por cierto, me ha dicho la directora del hostal que en el pueblo hay un tanatorio, tendrás que hablar con ellos para todo lo referente al entierro.
   El joven se queda rumiando lo que le ha explicado el médico, pero de todo ello hay una frase que no se le va de la cabeza: tu padre ha fallecido hará poco más de tres horas… Francisco José echa cuentas y se le pone la piel de gallina. “Eso quiere desir que cuando entré en la habitasión la primera ves todavía estaba vivo. ¡Me caguen…!”. No puede seguir ahondando en su macabro descubrimiento porque alguien se ha plantado ante él, es el sargento del puesto local de la Benemérita.
-Hola, me dijiste que te llamas Francisco José Salazar y que eres hijo de la persona fallecida, ¿no es eso? Bien, pues tenemos que hablar. Vamos a buscar un lugar discreto donde poder hacerlo sin que nos molesten.
   Nada más sentarse, se presentan dos números de la Guardia Civil que hacen el reglamentario saludo.
-A tus órdenes, mi sargento –dicen al unísono.
-Creía que no llegabais. Vamos a ver, Gregorio vas a hacer una relación de todo el personal del hostal, y cuando digo de todo quiero decir sin excepciones. Los interrogas y que te hagan una primera declaración sobre dónde estaban y qué hacían entre las quince y las veintitrés horas. También les preguntas si han observado algo raro o alguna persona que haya hecho algo fuera de lo normal. Martín, tú vas a interrogar a todos los clientes que han estado cenando entre las veinte y las veintitrés horas. Me interesa especialmente saber quiénes de ellos conocían al fallecido aunque fuera superficialmente. Marcáis con un asterisco aquellas declaraciones que os suenen raras y las que creáis que los interrogados han mentido. Cuando acabe con este joven me reuniré con vosotros. ¿Quién ha ido a buscar a la novia de Vicentín Fabregat?
-Braulio, mi sargento, y la chica se llama Anca Dumitrescu –contesta el guardia Martín.
   El sargento retoma el interrogatorio del joven Salazar.
-Cuéntame lo que has hecho hoy desde que te has levantado hasta que has llegado al hostal. Tómate tu tiempo.
   El joven sevillano no necesita tiempo para recordar, lo que le pide el suboficial es fácil.
-Verá, señor guardia.
-Sargento, soy sargento –le rectifica mostrándole el galón de su manga.
-Perdone, señor sargento. Verá, está mañana me he levantao sobre las dies y he bajao a desayunar porque er comedor lo sierran a las dies y media. Luego, me he arreglao y he cogío la moto pa darme una vuerta por las playas de Arcossebre. Endespués he vuerto ar Miramar pa comer y luego de llenar la tripa m´echao una siesta como Dios manda. Cuando me he levantao he visto un buen rato la tele y endespués he vuerto a coger la moto pa bajar a la playa a ver a mi papa como hago todos los días –Esto último no es cierto, pero el chico ha creído que quedará como un buen hijo contando que va a ver a su padre diariamente.
-Bien, ahora me vas a contar sin perder detalle lo sucedido desde que entraste en la habitación de tu padre hasta que avisaste a la patrona para que llamaran a un médico.
   Contar lo que ha hecho en ese periodo del día ya no resulta tan fácil a Francisco José, no sabe qué contar y, sobre todo, cuanto contar. “Si le digo ar picoleto que cuando no pude acostarlo en er catre me salí a la terrasa a fumarme un pito igual no me cree o, lo que es peor, puede acusarme de no auxiliarle a tiempo… Mejor será echarle a la historia una miajita de imaginasión…”.
-Verá, señor sargento. Como casi todos los días hago antes de la sena, subí a ver a mi papa pa charlar con él, ver cómo ha pasao er día y preguntarle si nesesitaba argo. Cuando entré en la habitasión estaba tendío en er suelo con mu mala postura. Me asusté y le pregunté qué le pasaba, no me contestó ni dijo na, respiraba malamente y tenía una cara der color der membrillo maduro –El joven se toma un respiro, se ha puesto nervioso y está trasudando.
   El sargento aprovecha la pausa para plantearle algunas preguntas.
-¿Aproximadamente, a que hora entraste en la habitación?
-Pues a siensia  sierta no sabría desirle, pero sobre las ocho má o meno.
-¿Qué entiendes por estar tendido en muy mala postura?
-Pues qu´estaba como espatarrao con las piernas abiertas, como si se hubiera caío de mala manera. No sé cómo desirlo más claro.
-¿La habitación estaba revuelta o como siempre?
-La verdá es que no me fijé. Me puse mu nervioso, pero… ahora que lo pienso yo diría que estaba como siempre…; bueno, las puertas der armario estaban abiertas y suelen estar serradas.
-Antes has dicho que cuando entraste serían aproximadamente las ocho de la tarde. Según me ha dicho la señora Eulalia cuando le avisaste de que tu padre se encontraba mal, el primer turno de la cena había terminado lo que significa que eran alrededor de las nueve y algo. ¿Por qué tardaste casi dos horas en decidir que había que llamar a un médico si tu padre estaba tan mal como has contado?
   El joven se azara y no sabe qué responder. La sudoración se ha vuelto llamativa y las manos le tiemblan ligeramente. El sargento toma buena nota del estado del chico.
-Verá, señor sargento…Yo, yo… intenté acostarlo en la cama y me costó mucho, aunque por mucha fuersa que hise no lo conseguí y eso me llevó tiempo. Luego le di agua aunque no la bebió. También… abrí más la puerta de la terrasita pa que entrara más aire…
-Y para intentar acostarlo en la cama, darle agua y abrir la puerta de la terraza, ¿tardaste casi dos horas?, ¿no te parece mucho tiempo para tan poca actividad?
-Pues sí, señor sargento, pero…, pero es que me quedé como atontolinao, no sabía qué haser hasta que se me ocurrió lo de avisar a la patrona.
-Bien. Prosigue con tu narración sobre lo que hiciste en la habitación hasta que llamaste a la señora Eulalia.
-Pues se lo acabo de contar, señor sargento. Quise meterlo en er sobre, pero no tuve fuersas. Quise darle agua, pero no bebió. Abrí la puerta de la terrasa… Ah, se me orvidaba, me senté en er sillón a pensar en er disgusto que se iba a llevar mi mama cuando le contase lo der papa y
qué podía haser en esa situasión hasta que se me ocurrió lo de la dueña der hostal –Francisco José, que algo se ha recuperado, hasta le echa un punto de imaginación al relato-. No puede figurarse usté, señor sargento, lo duro que es ver morir a un padre.
-Ya que lo dices y aunque no seas un experto en medicina, ¿crees que cuándo pasaba todo eso que me estás contando tu padre todavía estaba vivo o había fallecido?
   El joven vuelve a estremecerse ante un hecho que quizá le marque de por vida.
-No sabría que desirle, señor sargento. Hablar, desde luego no lo hiso, tampoco vi que hisiera argún movimiento y los ojos no los abrió en ningún momento. Yo…, yo creo que ya la había parmao.
-Bien. En esas dos horas que pasaste en la habitación, ¿entró alguien o hubo algún intento de abrir la puerta?
-No, señor sargento.
-Cuando nos presentaron contaste que habías venido desde Sevilla a ver a tu padre porque te tenía que dar unos dineros para tu madre, explícame eso con detalle.
  El chico se toma su tiempo para ver como adorna la explicación sin desvelar el auténtico motivo de su viaje que era alertar a su padre de que le estaba buscando la justicia.
-Verá, señor sargento –Con este reincidente preámbulo el joven ha encontrado un medio para afianzarse en lo que va a responder-. Mis padres no están divorsiaos pero tampoco viven juntos. Mi papa nos pasa una cantidá mensuá pa vivir con argo de desahogo y este verano s´había retrasao en los pagos, por eso mi mama me envió aquí pa que me diera en mano los dineros atrasaos. No es la primera ves que eso pasa.
-Bien, pero tú llevas aquí, ¿desde cuándo?
-Desde er nueve de este mes.
-¿Y seis días no han sido suficientes para que tu señor padre te haya dado esos dineros?
   Al joven vuelven a temblarle las manos. Piensa que va a tener que contar muchas mentiras y en alguna de ellas le pueden pillar.
-Verá, señor sargento. Es que una ves que estuve aquí mi papa me dijo que porque no me quedaba unos días con él y así le hasía compañía –nada más decir lo último, el chico se estremece, no tendría que haberlo dicho porque al sargento le será sencillo comprobar que lo que es compañía le ha hecho bien poca a su padre durante esos días, pero ya está dicho.
-Bueno, otra pregunta: ¿sabes si tu padre tenía enemigos, gente que le quisiera mal?
   Pese a sus nervios, el joven está a punto de soltar una carcajada, ¡que si su padre tenía enemigos!, más que pulgas un perro sarnoso, pero otra vez se impone la cautela.
-Verá, señor sargento. A casi to la gente hay tipos que la quieren mal. Supongo que en eso mi papa no era una exsepsión –y añade para darle más cuajo a su respuesta-. Tenía muchos amigos, pero supongo que también había fulanos que lo tenían enfilao.
-Bien, una última pregunta por ahora: ¿tu padre a qué se dedicaba, en qué trabajaba?
   Francisco José responde con una verdad a medias.
-Curraba en lo de los sindicatos, pero desde hase un par de años o argo más estaba medio retirao.
-Vale. Más tarde seguiremos esta conversación y no te vayas del pueblo sin avisar previamente.
-Me tendré que ir a la fuersa, señor sargento. Ya no me queda tela pa pagar er hotel.
   El guardia piensa unos momentos.
-Lo hablaré con la señora Eulalia, a ver qué se puede hacer.
    
PD.- Hasta el próximo viernes.

miércoles, 29 de agosto de 2018

*** Fiestas patronales en la Torreblanca de hace 70 años


   En la nominalmente católica España todos los pueblos y ciudades tienen un santo patrón, en Torreblanca es San Bartolomé cuya festividad se celebra el 24 de agosto. La tradición marca que desde dicha fecha (hay años que uno o dos días antes) hasta fines de agosto se desarrollen las fiestas en honor del santo y para el divertimento y goce de mis paisanos.
   Mis recuerdos infantiles marcan el 24 como la fecha grande de los festejos. El día comenzaba con una despertà por los músicos de la dulzaina y el tamboril. Hacia las 12 una misa solemne en la que predicaba un orador sagrado de algún renombre. En las familias era el día de comer paella o alguna comida fuera de lo habitual. Por la tarde se sacaba al santo en procesión presidida por el párroco y las primeras autoridades locales (Ayuntamiento, juez de paz y comandante del puesto de la Guardia Civil). Por la noche había baile en la plaza mayor. Al día siguiente, el 25, la fiesta se dedicaba al Santísimo Sacramento, muy ligado al único hecho de relevancia de la historia local. El programa era similar al del día anterior con un añadido: se subastaban los carros y carafales con los que se iba a construir la artesana plaza de toros radicada en el emplazamiento de los que siempre se llamó Plaza de Ramón y Cajal. El acto, presidido por el concejal de festejos y auxiliado por un oficial administrativo del Ayuntamiento, concitaba mucha expectación. Lo que se licitaba era lo que podríamos llamar el solar donde emplazar los carros de los labriegos.
   El 26 se construía la plaza de toros, de forma rectangular, cuya estructura la formaban los carros de los labradores y se remataba con toda suerte de tablas, tablones, sogas y clavos. El resultado final era de una dudosa solidez, pero que solía aguantar todas las fiestas. A partir de ese día el núcleo de los festejos eran los toros, els bous serrils, mientras lucía el sol, y la verbena o las atracciones artísticas que actuaban en la plaza de toros reconvertida en un teatro al aire libre. Una noche se solía montar el espectáculo, más aparente que bonito, del bou embolad. Un armatoste en la cabeza del animal con dos bolas de brea que eran encendidas y que provocaban que el animal corriera de aquí para allá supongo que con la intención de quitársela o, al menos, que se apagasen. No era un espectáculo demasiado edificante.
   Los llamados bous serrils o reals eran realmente reses semibravas que se toreaban en las fiestas patronales de la mitad de pueblos de la provincia y entre las que abundaban más las vaquillas que los toros, porque un cornúpeta toreado de más de 400 kilos tiene más peligro que una banda de talibanes a los que se les ha mentado a su profeta. Por la mañana, rigurosamente a las 12 h., se celebraba la entrà (la entrada), un remedo de los encierros de San Fermín en Pamplona pero con mucho menos morbo. Por la calle de San Antonio (tradicionalmente llamado el Rabal) corrían las reses acompañadas a prudente distancia de los mozos. Una vez metidas en el corral instalado en la calle del Forn (Horno, de inolvidable recuerdo para mí pues en ella vine al mundo), se sacaban dos o tres ejemplares, uno a uno, a la plaza para que el mocerío las probase, por eso se conocía a esa acción como la próba (la prueba) y que consistía en espolear a los animales para que embistieran a los mozos que corrían a refugiarse en los carafales.
   Por la tarde, se llevaba a cabo lo que en el lenguaje oficial era llamado exhibición de vaquillas. Se sacaban a la plaza, uno tras otro, todas las reses que habían hecho la entrá y se repetía lo de la pròba. El animal perseguía a los jóvenes que la azuzaban con sus gritos y que prudentemente se refugiaban en los seudo burladeros de la artesanal plaza. Alguna vez era cogido un mozo, pero no recuerdo ni una cogida que fuera grave, como mucho de dar algunos puntos de sutura al mozo que no había corrido lo suficiente. La verdad es que, en conjunto, el espectáculo era bastante aburrido.
   Por la noche, volvía a haber verbena y una o dos veces durante la semana de fiestas se cambiaba el baile por una compañía de varietés que hacía las delicias del respetable dado que la televisión todavía no había llegado. Recuerdo que uno de los números más aplaudidos era el de las coristas que arropaban a la cantante cabeza de la compañía porque enseñaban partes de la anatomía femenina que en aquella España dominada por el nacional-catolicismo era muy difícil verlas. El cante flamenco también estaba representado, así como algún rapsoda y no faltaban los humoristas de turno.
   Cuando se acababan las fiestas quedaba el recuerdo agridulce de pensar que hasta el siguiente año ya no habría más festejos, aunque eso no era del todo cierto porque en enero, el 17, se celebraban las fiestas de Sant Antoni, de las que les hablaré otro día. 
   Hoy mi pueblo sigue en fiestas, pero ya no son las mismas de mi infancia. El pueblo ha cambiado, la gente ha cambiado y, con plena seguridad, también yo he cambiado. No hay que darle más vueltas, así es la vida.

domingo, 26 de agosto de 2018

*** En verano hay gente que se cree inmortal, como algunos automovilistas


   Con este post termino la mini serie sobre la idea, cuestionable por supuesto, de que en verano hay gente que se cree inmortal. Hoy les toca a algunos automovilistas que, por como conducen, parecen pertenecer a esta especie de secta.
   No sé si hay estadísticas acerca de en que estación del año se producen más accidentes automovilísticos, supongo que sí aunque como digo lo desconozco, pero en mi opinión creo que los accidentes de tráfico se disparan en verano. En cierto modo es lógico porque los desplazamientos veraniegos se cuentan por millones y las operaciones de comienzo de las vacaciones y de los retornos ocasionan que las estadísticas de accidentes se disparen.
   Y una de las causas, poco o nada estudiada, que produce ese aumento de heridos y muertos es porque algunos conductores en verano se creen inmortales o poco menos. Relato a continuación algunas de las conductas irregulares y peligrosas de las que he sido testigo durante muchos años en la pequeña población en la que paso mis veranos.
   Como expliqué en mi post sobre los ciclistas, a mi casa veraniega solo se puede acceder a través de un camino rural pobremente asfaltado que se llama el Camí del Campàs y que une dos núcleos turísticos de cierta importancia, sobre todo el primero, Alcossebre y Torrenostra. Por ese camino, que es francamente estrecho, pasan diariamente en verano, como mínimo, un par de centenares de automóviles en ambas direcciones. La velocidad máxima permitida debe de ser de 60 kmh, pero algunos conductores rebasan con mucho esa limitación. No es la primera vez y supongo que no será la última que me he tenido que meter en un sembrado para no darme contra uno de esos pseudopilotos que deben creer que están corriendo por un circuito de Fórmula 1. ¿Deben suponer que por el hecho de que es verano son inmortales y por tanto pueden correr de forma tan temeraria? No lo sé, pero todo podría ser.
   Otra observación. Las contadas calles de Torrenostra que discurren paralelas al mar son relativamente largas y la mayoría de doble dirección. En cambio, las calles que las cruzan y que son perpendiculares al Mediterráneo son cortas, unos 50 ms. como mucho, y unidireccionales. De forma que para pasar a otra vía paralela al mar quizá tengas que recorrer dos y a veces tres manzanas para encontrar una calle por la que girar en la dirección correcta. Pues bien, en verano hay conductores que eso les debe parecer un trabajo ímprobo pues por el aquel de que las distancias son cortas se meten en contra dirección para evitarse un rodeo que en el peor de los casos les llevará tres minutos como mucho. Encontrarte un coche de cara, tanto si vas conduciendo como si vas en bici, supone un susto mayúsculo y sí solo es susto es lo de menos, el problema aparece si es algo más. Incluso he sido testigo del caso de dos coches, uno en dirección correcta y otro en la incorrecta en la que el conductor kamikaze se ha negado a hacer marcha atrás alegando que ya había hecho más de la mitad del recorrido. Sin comentarios. Esos automovilistas que probablemente sean unos habituales cumplidores de las normas de tráfico, ¿por qué se las saltan en verano?, ¿acaso creen que en el estío se vuelven inmortales?
   Y una última postal. Si no recuerdo mal, en los debidamente señalizados pasos cebra o de peatones son estos los que tienen prioridad de paso. Es así según el Reglamento General de Circulación, pero en verano hay conductores que se mofan del reglamento y parece importarles poco que un anciano, como el que esto escribe, se enfade cuando un coche casi se te echa encima en un paso cebra. Este verano no me ha ocurrido, pero sí el año pasado donde un coche a mayor velocidad de la permitida casi se me lleva por delante cuando cruzaba uno de esos pasos. ¿Acaso esos conductores son de los que creen que en verano la gente es inmortal? No lo sé, pero todo podría ser.
   Y aquí lo dejo. Sigan ustedes, a buen seguro que conocen muchas más historias.