"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

sábado, 5 de septiembre de 2020

*** Post info. 15. Publicación del episodio 55. El descubrimiento de los márgenes

   Un amable seguidor del blog me alerta que falta por publicar el episodio 55 de la novela Los Carreño. Dicho episodio, titulado El descubrimiento de los márgenes, figuraba como colgado en mi máster del blog el 28.08.20, pero no me di cuenta de que estaba como borrador, por lo cual no se publicó para los lectores.

   Enmiendo ese error, pido disculpas, y hoy lo publico. Gracias a Jorge R.C. he podido rectificar la omisión. Vale.

Libro II. Episodio 55. El descubrimiento de los márgenes

   Los domingos son los días vacíos de Julio, no sabe qué hacer. Ha hecho algún amigo ocasional, pero no ha llegado a intimar con nadie. Un buen día se da cuenta que una de sus clientas, una moza sobre la veintena, frecuenta la tienda más de lo usual aunque no siempre compra, la mayor parte de las veces solo curiosea. Julio comienza a dar palique a la chica que le pone buena cara y hasta se ríe cuando le cuenta alguna anécdota chusca. Tras unos días de cháchara le pregunta si no le importa que vaya a verla al cerrar la tienda.

   -Pues venir, puedes, pero no creo que vayas a verme. Sirvo de criada en casa de don Práxedes, el registrador de la propiedá, y trabajo todo el día. Solo libro los domingos y algunas fiestas.

   La pareja queda en que se verán el domingo. Nico se llama la joven, Julio supone que debe ser el diminutivo de Nicolasa. El domingo, sobre las cuatro y algo, aparece la moza de punta en blanco. El mañego se maravilla de lo cambiada que está, aunque no se la ve tan desenvuelta, se corta fácilmente, por lo que Julio se inclina por ser él quien lleve el peso de la conversación. Como no sabe qué temas le pueden interesar, opta por contarle sucedidos de cuándo viajaba por los pueblos de la provincia. ¡Y acierta!, pues resulta que Nico es de Jarilla, un pueblecito situado en el Valle del río Ambroz, una de las rutas que recorría. En cuanto le dice que conoce su pueblo, un villorrio de poco más de cien vecinos, la joven parece recuperar el aplomo.

   -Pues si conoces mi pueblo, comprenderás porqué me vine a servir. Allí no hay ná que no sea partirte los riñones de tanto agacharte pa sacar de la tierra unas patatas y algo de cereal. Si encima eres la mayor de ocho hermanos, no te queda otra que buscarte los garbanzos fuera del pueblo y así tu madre tiene un plato menos que poner en la mesa.

   A Julio le sorprende que la chica, siendo de donde es e imaginando que su formación, en el supuesto de que tenga alguna, debe de ser muy elemental, habla razonablemente bien aunque se le escape algún modismo extremeño. Su curiosidad puede más que su discreción y le pregunta a qué es debido.

   -A mi señora, que es más buena que el pan. Se ha ocupado de mí desde que entré a servir con catorce años. De más chica me hacía leer un rato la mitad de los días. Cada vez que decía mal una palabra me corregía al momento -Metida en el campo de las confidencias, la joven le cuenta que su señora se gasta una pequeña fortuna en potingues para el rostro, las manos, las piernas…-. Se da crema en to el cuerpo y, como ni en las farmacias ni en tu droguería se venden las marcas que usa, las encarga a Cáceres y en ocasiones a Madrid -Esa información despierta el interés profesional del aprendiz de droguero.

   -Te voy a pedir un favor. Escribe en un papel las marcas de crema que usa tu señora y el primer día que vengas a la tienda me lo traes.

   Los jóvenes terminan la tarde en un merendero donde han tomado chocolate con churros y han jugado a la ruleta del barquillero. Nico ha disfrutado como una niña jugando. Lo que no puede la pareja es bailar porque este domingo no hay música. Julio se ha portado en todo momento como un caballero y no ha hecho nada que pudiera incomodar a la joven. Hacia el final, ha hecho un torpe intento de acariciarle una mano, lo que ha evitado la moza retirándola suavemente pero con firmeza. El mañego no ha vuelto a intentar ningún otro acercamiento, hecho que Nico parece apreciar pues se despide con su mejor sonrisa, y en cuanto Julio dice de verse el próximo domingo la respuesta de la joven no deja lugar a dudas.

   -A ver si tenemos suerte y podemos echar unos bailes.

   Al inicio de la nueva semana Julio atiende a unas compradoras de una categoría a la que no está acostumbrado. Han sido dos señoras muy emperifolladas, que han acudido a la droguería acompañadas de sus doncellas. Las damas han comprado artículos de belleza y han pagado religiosamente, sin regatear. Hasta ahí ha sido una venta normal, pero para el mañego ha resultado una experiencia frustrante porque no ha sabido cómo tratarlas. Se ha sentido cohibido, se ha cortado y ha hablado poco y mal. Cuando llega a casa para almorzar se lo cuenta a su madre.

   -… y lo cierto es que estuve apocado y sin saber qué decir. Como vendedor he debido parecerles un pasmado.

   -Por lo que cuentas, debes haber atendido a dos señoras de la alta burguesía placentina. Tendrás que acostumbrarte a tratar con esa clase de clientas porque al ser la única droguería que hay en la ciudad no será esta la última vez que las tendrás en la tienda.

   -Lo que me ha dejado mal cuerpo es que creía estar preparado para vender a toda clase de clientes, pero visto lo de hoy parece que no es así. ¿Puedes darme algún consejo al respecto?

   -Analicemos lo ocurrido –Doña Pilar se apresta a sacar su vena analítica-. Unas compradoras bien vestidas y acompañadas de sendas doncellas, eso significa que se trata de señoras de buena posición. A unas clientas así hay que tratarlas con el debido respeto, nada de tuteos, de usted y de señora. Y en cuanto te hagas con sus nombres, llámalas doña fulana y doña sotana aunque sean analfabetas. Nada de regateos, dices el precio por alto que sea y te mantienes en él. Si no tienes el artículo solicitado les dirás que tomas nota del mismo y que pedirás a tus proveedores que te lo remitan a vuelta de correo. Y cuando termines la venta, te adelantarás y les abrirás la puerta de la tienda en gesto atento, pero sin caer en el servilismo….Ah, y nunca te dirigirás a las doncellas, como si no existieran… Y no se me ocurren más cosas.

   -Madre, creo que te has pasado. Más que un dependiente les voy a parecer un lacayo.

   -¿Tú quieres vender o no? Si esa clase de compradoras creen que eres un patán posiblemente continuarán yendo a la droguería, pero porque es la única. Si un día se abre otra, no irán donde hay un empleado zafio. En cambio, si estiman que las tratas con respeto lo más seguro es que las fidelizarás como clientes. Y esa clase de compradoras son las que sabrán apreciar si vas bien trajeado o hecho un andrajoso -Julio queda pensativo. Sabe que su madre no da puntada sin hilo, que todo lo que dice o hace tiene algún objetivo, normalmente beneficioso para él.

   Comienza 1894 y Julio sigue al frente de la tienda, pues el Bisojo no solo no ha mejorado de su artritis, sino que además tiene un ataque de ciática en la zona lumbar que le lleva a mal traer. Al mañego le ha tocado hacer el balance de fin de año y el inventario de la mercancía existente. Por eso, y por vez primera, se ha tenido que poner en contacto con los diversos mayoristas que suministran el material. Lo que le ha servido para comprobar cuáles son los márgenes comerciales de la droguería. Al ver lo mucho que gana su patrón y lo poco que le sigue pagando se coge un cabreo monumental. Al llegar a casa cuenta a su madre lo que ha descubierto de los márgenes. Visto lo cual está más empeñado que nunca en volver a pedirle que le aumente el salario o que le suba la comisión.

   -… y si se niega o vuelve a darme largas lo voy a plantar. Que se haga cargo de la droguería con su artritis y su ciática, que mi menda no está dispuesto a que me pague una miseria con los márgenes con los que trabaja.

   -Vamos a ver, hijico. Te he dicho otras veces que un ultimátum suele servir poco con gente como el señor Elías. Por otro lado, no se deben de tomar decisiones, y más si son importantes, en momentos de enfado. Piensa fríamente. Si te despides, ¿qué harás, en qué trabajarás, dónde encontrarás un empleo como el que tienes? Te puede resultar duro oír esto, ¿pero dominas algún oficio, tienes una carrera, te has especializado en alguna actividad? Conoces la respuesta. Podrás decirme que hay muchos trabajos que no requieren saber un oficio, haber estudiado o estar especializado. Cierto, ¿pero qué clase de trabajos?, ¿bracero, peón de albañil, porquero, gañán…? No es imposible, pero sí muy complicado, que encuentres en Plasencia o en los pueblos de su entorno un trabajo como el que ahora tienes… -doña Pilar hace una pausa pues se ha acalorado, lo que aprovecha su hijo para protestar.

   -Madre, sabes que te respeto muchísimo, pero no estoy de acuerdo con alguna de las cosas que has dicho. Y si te soy sincero, he de añadir que algunas me han dolido. Es verdad que no tengo ningún oficio, pero sí tengo buenos conocimientos de contabilidad y una cultura general bastante aceptable. ¿Y qué me propones?, ¿lo mismo de siempre?, ¿qué me calle, que aguante carros y carretas? Me pides demasiado. Voy a cumplir veinticinco años y creo que es hora de que tome mis propias decisiones.

   -Como quieras, hijo. Es tu futuro el que está en juego, y es cierto que has de ser tú quien decida lo qué hacer, pero ándate con pies de plomo cuando hables con el señor Elías. ¿Cuándo piensas hacerlo?

   -En dos o tres días tendré finalizado el balance y el arqueo de la mercancía que hay que reponer.

   Y ahí acaba la discusión. Pilar teme que Julio, quizá por un orgullo mal entendido, pueda echar por la borda su porvenir. Porque la aragonesa tiene proyectos a largo plazo. Ha pensado que el tío Elías no tiene herederos ni, que ella sepa, familiares cercanos que pudieran hacerse cargo de la droguería si su enfermedad se hiciera crónica o tuviera que jubilarse. En esos casos, Julio sería el mejor situado para reemplazarle en el negocio. Podrían acordar un traspaso, un alquiler o, mejor aún, la venta de la tienda si el precio estuviera a su alcance, y para ello sabe que el señor Dimas le prestaría la cantidad necesaria a un interés más blando que el usual. Pero tal y como se ha puesto su hijo todos esos planes a largo plazo tienen un negro futuro. Tendré que hacer algo, se dice la aragonesa. Por si le faltaban preocupaciones, acaba de enterarse de que su hijo está saliendo los domingos con una moza, de la que solo sabe que sirve en casa de don Práxedes, el registrador de la propiedad, y que es de Jarilla.

   Dios quiera que lo de los márgenes no le nublen el juicio a Julio, musita.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 56. Entre pillos anda el juego