Los
domingos son los días vacíos de Julio, no sabe qué hacer. Ha hecho algún amigo
ocasional, pero no ha llegado a intimar con nadie. Un buen día se da cuenta que
una de sus clientas, una moza sobre la veintena, frecuenta la tienda más de lo
usual aunque no siempre compra, la mayor parte de las veces solo curiosea.
Julio comienza a dar palique a la chica que le pone buena cara y hasta se ríe
cuando le cuenta alguna anécdota chusca. Tras unos días de cháchara le pregunta
si no le importa que vaya a verla al cerrar la tienda.
-Pues venir, puedes, pero no creo que vayas
a verme. Sirvo de criada en casa de don Práxedes, el registrador de la
propiedá, y trabajo todo el día. Solo libro los domingos y algunas fiestas.
La pareja queda en que se verán el domingo.
Nico se llama la joven, Julio supone que debe ser el diminutivo de Nicolasa. El
domingo, sobre las cuatro y algo, aparece la moza de punta en blanco. El mañego
se maravilla de lo cambiada que está, aunque no se la ve tan desenvuelta, se
corta fácilmente, por lo que Julio se inclina por ser él quien lleve el peso de
la conversación. Como no sabe qué temas le pueden interesar, opta por contarle
sucedidos de cuándo viajaba por los pueblos de la provincia. ¡Y acierta!, pues
resulta que Nico es de Jarilla, un pueblecito situado en el Valle del río Ambroz,
una de las rutas que recorría. En cuanto le dice que conoce su pueblo, un
villorrio de poco más de cien vecinos, la joven parece recuperar el aplomo.
-Pues si conoces mi pueblo, comprenderás
porqué me vine a servir. Allí no hay ná que no sea partirte los riñones de
tanto agacharte pa sacar de la tierra unas patatas y algo de cereal. Si encima
eres la mayor de ocho hermanos, no te queda otra que buscarte los garbanzos
fuera del pueblo y así tu madre tiene un plato menos que poner en la mesa.
A Julio le sorprende que la chica, siendo de
donde es e imaginando que su formación, en el supuesto de que tenga alguna,
debe de ser muy elemental, habla razonablemente bien aunque se le escape algún
modismo extremeño. Su curiosidad puede más que su discreción y le pregunta a
qué es debido.
-A mi señora, que es más buena que el pan.
Se ha ocupado de mí desde que entré a servir con catorce años. De más chica me
hacía leer un rato la mitad de los días. Cada vez que decía mal una palabra me
corregía al momento -Metida en el campo de las confidencias, la joven le cuenta
que su señora se gasta una pequeña fortuna en potingues para el rostro, las
manos, las piernas…-. Se da crema en to el cuerpo y, como ni en las farmacias
ni en tu droguería se venden las marcas que usa, las encarga a Cáceres y en
ocasiones a Madrid -Esa información despierta el interés profesional del
aprendiz de droguero.
-Te voy a pedir un favor. Escribe en un
papel las marcas de crema que usa tu señora y el primer día que vengas a la
tienda me lo traes.
Los jóvenes terminan la tarde en un
merendero donde han tomado chocolate con churros y han jugado a la ruleta del
barquillero. Nico ha disfrutado como una niña jugando. Lo que no puede la
pareja es bailar porque este domingo no hay música. Julio se ha portado en todo
momento como un caballero y no ha hecho nada que pudiera incomodar a la joven. Hacia
el final, ha hecho un torpe intento de acariciarle una mano, lo que ha evitado
la moza retirándola suavemente pero con firmeza. El mañego no ha vuelto a
intentar ningún otro acercamiento, hecho que Nico parece apreciar pues se
despide con su mejor sonrisa, y en cuanto Julio dice de verse el próximo
domingo la respuesta de la joven no deja lugar a dudas.
-A ver si tenemos suerte y podemos echar
unos bailes.
Al inicio de la nueva semana Julio atiende a
unas compradoras de una categoría a la que no está acostumbrado. Han sido dos
señoras muy emperifolladas, que han acudido a la droguería acompañadas de sus
doncellas. Las damas han comprado artículos de belleza y han pagado
religiosamente, sin regatear. Hasta ahí ha sido una venta normal, pero para el
mañego ha resultado una experiencia frustrante porque no ha sabido cómo tratarlas.
Se ha sentido cohibido, se ha cortado y ha hablado poco y mal. Cuando llega a
casa para almorzar se lo cuenta a su madre.
-… y lo cierto es que estuve apocado y sin
saber qué decir. Como vendedor he debido parecerles un pasmado.
-Por lo que cuentas, debes haber atendido a
dos señoras de la alta burguesía placentina. Tendrás que acostumbrarte a tratar
con esa clase de clientas porque al ser la única droguería que hay en la ciudad
no será esta la última vez que las tendrás en la tienda.
-Lo que me ha dejado mal cuerpo es que creía
estar preparado para vender a toda clase de clientes, pero visto lo de hoy
parece que no es así. ¿Puedes darme algún consejo al respecto?
-Analicemos
lo ocurrido –Doña Pilar se apresta a sacar su vena analítica-. Unas compradoras
bien vestidas y acompañadas de sendas doncellas, eso significa que se trata de
señoras de buena posición. A unas clientas así hay que tratarlas con el debido
respeto, nada de tuteos, de usted y de señora. Y en cuanto te hagas con sus
nombres, llámalas doña fulana y doña sotana aunque sean analfabetas. Nada de
regateos, dices el precio por alto que sea y te mantienes en él. Si no tienes
el artículo solicitado les dirás que tomas nota del mismo y que pedirás a tus
proveedores que te lo remitan a vuelta de correo. Y cuando termines la venta,
te adelantarás y les abrirás la puerta de la tienda en gesto atento, pero sin
caer en el servilismo….Ah, y nunca te dirigirás a las doncellas, como si no
existieran… Y no se me ocurren más cosas.
-Madre, creo que te has pasado. Más que un
dependiente les voy a parecer un lacayo.
-¿Tú quieres vender o no? Si esa clase de
compradoras creen que eres un patán posiblemente continuarán yendo a la
droguería, pero porque es la única. Si un día se abre otra, no irán donde hay
un empleado zafio. En cambio, si estiman que las tratas con respeto lo más
seguro es que las fidelizarás como clientes. Y esa clase de compradoras son las
que sabrán apreciar si vas bien trajeado o hecho un andrajoso -Julio queda
pensativo. Sabe que su madre no da puntada sin hilo, que todo lo que dice o hace tiene algún objetivo, normalmente beneficioso para él.
Comienza 1894 y Julio sigue al frente de la
tienda, pues el Bisojo no solo no ha mejorado de su artritis, sino que además
tiene un ataque de ciática en la zona lumbar que le lleva a mal traer. Al
mañego le ha tocado hacer el balance de fin de año y el inventario de la
mercancía existente. Por eso, y por vez primera, se ha tenido que poner en
contacto con los diversos mayoristas que suministran el material. Lo que le ha servido
para comprobar cuáles son los márgenes comerciales de la droguería. Al ver lo
mucho que gana su patrón y lo poco que le sigue pagando se coge un cabreo
monumental. Al llegar a casa cuenta a su madre lo que ha descubierto de los
márgenes. Visto lo cual está más empeñado que nunca en volver a pedirle que le
aumente el salario o que le suba la comisión.
-… y si se niega o vuelve a darme largas lo
voy a plantar. Que se haga cargo de la droguería con su artritis y su ciática,
que mi menda no está dispuesto a que me pague una miseria con los márgenes con
los que trabaja.
-Vamos a ver, hijico. Te he dicho otras
veces que un ultimátum suele servir poco con gente como el señor Elías. Por
otro lado, no se deben de tomar decisiones, y más si son importantes, en
momentos de enfado. Piensa fríamente. Si te despides, ¿qué harás, en qué
trabajarás, dónde encontrarás un empleo como el que tienes? Te puede resultar
duro oír esto, ¿pero dominas algún oficio, tienes una carrera, te has
especializado en alguna actividad? Conoces la respuesta. Podrás decirme que hay
muchos trabajos que no requieren saber un oficio, haber estudiado o estar
especializado. Cierto, ¿pero qué clase de trabajos?, ¿bracero, peón de albañil,
porquero, gañán…? No es imposible, pero sí muy complicado, que encuentres en
Plasencia o en los pueblos de su entorno un trabajo como el que ahora tienes…
-doña Pilar hace una pausa pues se ha acalorado, lo que aprovecha su hijo para
protestar.
-Madre, sabes que te respeto muchísimo, pero
no estoy de acuerdo con alguna de las cosas que has dicho. Y si te soy sincero,
he de añadir que algunas me han dolido. Es verdad que no tengo ningún oficio, pero
sí tengo buenos conocimientos de contabilidad y una cultura general bastante
aceptable. ¿Y qué me propones?, ¿lo mismo de siempre?, ¿qué me calle, que
aguante carros y carretas? Me pides demasiado. Voy a cumplir veinticinco años y
creo que es hora de que tome mis propias decisiones.
-Como quieras, hijo. Es tu futuro el que
está en juego, y es cierto que has de ser tú quien decida lo qué hacer, pero ándate
con pies de plomo cuando hables con el señor Elías. ¿Cuándo piensas hacerlo?
-En dos o tres días tendré finalizado el
balance y el arqueo de la mercancía que hay que reponer.
Y ahí acaba la discusión. Pilar teme que
Julio, quizá por un orgullo mal entendido, pueda echar por la borda su
porvenir. Porque la aragonesa tiene proyectos a largo plazo. Ha pensado que el
tío Elías no tiene herederos ni, que ella sepa, familiares cercanos que
pudieran hacerse cargo de la droguería si su enfermedad se hiciera crónica o tuviera
que jubilarse. En esos casos, Julio sería el mejor situado para reemplazarle en
el negocio. Podrían acordar un traspaso, un alquiler o, mejor aún, la venta de
la tienda si el precio estuviera a su alcance, y para ello sabe que el señor
Dimas le prestaría la cantidad necesaria a un interés más blando que el usual.
Pero tal y como se ha puesto su hijo todos esos planes a largo plazo tienen un
negro futuro. Tendré que hacer algo, se dice la aragonesa. Por si le faltaban
preocupaciones, acaba de enterarse de que su hijo está saliendo los domingos con
una moza, de la que solo sabe que sirve en casa de don Práxedes, el registrador
de la propiedad, y que es de Jarilla.
Dios quiera que lo de los márgenes no le
nublen el juicio a Julio, musita.
PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro
II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 56. Entre
pillos anda el juego