La patrona del hostal se para un momento
para coger aire, está sofocada. Entre la calorina que hace en este día agosteño
y el ir y venir de los clientes que abarrotan el establecimiento no tiene un
segundo para descansar. Para consolarse piensa en el buen dinero que va a
ingresar con el puente, pero le puede más el cansancio y se dice que ojalá pudiera
hacer realidad aquello de perdono el huevo por el coscorrón. Tras el desahogo sonríe
burlándose de sí misma y retoma la tarea de revisar el servicio. Se sorprende
al encontrar a Anca, que debería estar preparando las mesas para la cena,
inmóvil y con la mirada perdida en Dios sabe dónde. Le extraña porque la joven
rumana es diligente y no le hace ascos al trabajo.
-Anca, ¿se
puede saber qué te pasa?
La camarera da un respingo como si despertara
en ese momento.
-Nada,
estaba pensando.
-Pues no te
pago por pensar. Y esas mesas no se van a componer por sí solas. ¿Tienes la
regla? –A la dueña le cae bien la joven, es trabajadora y su rotunda
arquitectura alegra la vista a los clientes lo que siempre es bueno para el
negocio.
-No… -La
chica opta por sincerarse, sabe lo cotilla que es su jefa-. Es que tengo
problemas con mi novio.
-Tranquila,
eso pasa en todos los noviazgos, hay ratos buenos y otros que lo son menos. Al
final, ya verás como todo acaba solucionándose. Y ahora, concéntrate en lo que
haces. Hoy y mañana tenemos mucho tajo por delante, el martes podrás descansar.
La joven retoma su tarea con diligencia,
pero en cuanto la señora Eulalia desaparece de su vista sigue haciendo el
trabajo pero mecánicamente, su cabeza está en otra parte. Hace días que no
piensa en otra cosa: su relación con Vicentín. La historia viene de lejos, pero
en los últimos tiempos el problema se ha acentuado de manera alarmante. Su
novio siempre fue celoso y posesivo, pero lo de este verano supera todas las
marcas, tanto que se ha vuelto insoportable. Últimamente está obsesionado con
el pobre señor Martínez, precisamente ahora que el dolorido andaluz no está en
condiciones de desnudarla como si hizo antes. Sea por su obsesión con Martínez
o porque lo de que le puedan poner los cuernos es algo que le vuelve loco, está
literalmente insufrible y ha hecho del noviazgo una bronca cotidiana, un
continuo torrente de reproches y hasta de vejaciones. El tormento de los celos
ha convertido a Vicentín en otra persona: la espía, la controla, la zahiere y
en un par de ocasiones hasta le ha levantado la mano. La situación ha llegado a
tal extremo que se ha planteado si no sería mejor dejarlo porque es un
sinvivir. Hace unos días se lo insinuó a su madre. El resultado es que ahora
los reproches se han duplicado: los de su novio y de su progenitora. Ésta no
quiere oír hablar de que rompa con uno de los mejores partidos del pueblo. Le
ha insistido hasta la saciedad que si quiere ser alguien en Torreblanca, si
quiere que la traten como a una verdadera señora el único camino es casarse con
el hereu de los Fabregat. Por lo que
el último consejo materno ha sido rotundo:
-Hija, capea
el temporal como puedas y espera tiempos mejores que seguro que llegarán.
Pese a la postura de su madre, Anca sigue
llena de dudas. Es más, piensa que si tuviera dinero ya lo habría dejado y
posiblemente hasta se habría ido de allí porque está del pueblo y de los
cotilleos de las chafarderas hasta la coronilla.
El otro polo de la pareja está apostado,
como suele hacer los días festivos, en la terraza del hostal donde pasa las
horas muertas dándole al coñac o a lo que se tercie y de vez en cuando
jugándose los cuartos al guiñote, el guiñot
en valenciano, un juego de cartas similar al tute y emparentado con otros como
la brisca o el arrastrado. Cuando no ve a su novia sirviendo en el comedor o en
la terraza, en su cabeza solo anida un pensamiento: “¿Qué estará haciendo esa
mala puta? Seguro que está riéndole las gracias al mamón del andaluz. Como me
ponga los cuernos, lo juro por…, por mis muertos que le parto la cara a
hostias. Y al chulo ese me lo cargo. Vaya si me lo cargo, como me llamo
Vicente”. Como todos los fanfarrones trata de armarse de un valor que es dudoso
que posea. En esas está cuando alguien le posa una mano en el hombro.
-Vaya,
Vicentín, que casualidad, tú por aquí –si el joven no estuviera tan ensimismado
en sus obsesiones podría haberse dado cuenta del tonillo irónico de Pedro
Ramo-. ¿Cómo están tus padres?
-Hola,
Pedro. Bien, mi madre quejándose como siempre, pero bien.
-Ya sabes lo
que se dice: mujer enferma, mujer eterna. Al final tu madre nos enterrará a
todos. ¿Hoy no tienes partida de guiñot?
-Estoy
esperando a mi amigo José Luis.
El diálogo lo corta Ramo cuando ve llegar a
sus amigos del dominó que ya le están llamando.
-Ahí están
mis compañeros. Te dejo. Saluda a tus padres de mi parte.
La partida de los jubilados transcurre como
la mayor parte de los días, con las burlas de los ganadores y los mutuos
reproches entre la pareja perdedora. La charla postpartida acaba centrándose en
la gran cantidad de forasteros que hay en la playa en este puente de la
Asunción.
-Pasa igual
todos los veranos –comenta Álvarez-, al menos desde que recuerdo. Cómo el día
de la Asunción caiga en lunes, martes, jueves o viernes se convierte en el
puente con más millones de desplazamientos del año.
-O sea, que
solo el miércoles libra que no haya puente –apunta Grandal.
-Y aun así.
Ten en cuenta que agosto es el mes de vacaciones por excelencia y una fiesta
que se celebra justo en su mitad es un señuelo irresistible para que el
personal salga de las ciudades –precisa Álvarez.
-Y qué mejor
lugar que irse unos días al mar –añade Ponte.
-Al quince aquí
le llaman la Mare de Déu de Agost y
era uno de los contados días en que la gente del pueblo bajábamos a bañarnos
–rememora Ramo.
-¡No
fastidies! ¿Tus paisanos no venían al mar los fines de semana teniéndolo tan
cerquita? –pregunta sorprendido Grandal.
-¡Qué va!
Cuando yo era un crío, estoy hablando de hace setenta años –recuerda Ramo-
bajábamos solo a la playa en días contados: en San Juan, San Jaime, San Pedro,
la Virgen del Carmen y la Virgen de Agosto. Lo cierto es que en el pueblo
vivíamos de espalda al mar. Lo de veranear y bañarse era considerada una
costumbre de señoritos y de gente de la ciudad.
-Oye, Pedro,
¿y este año también saldrá la fanfarria esa de otros años y los que tiran
cohetes y petardos? –pregunta Álvarez.
-Supongo que
sí. Lo del correfoc es una costumbre
muy arraigada. Ya sabéis que a los valencianos lo de la pólvora nos gusta más
que a un tonto un lápiz.
-Explícanos
que es eso del correfoc -quiere saber Ponte.
-El correfoc, correfuegos en castellano, es
una manifestación popular propia de los pueblos del arco mediterráneo en la que
un grupo de personas disfrazadas de demonios, o sin disfrazar, desfilan por las
calles corriendo, bailando y disparando fuegos artificiales. Hay años que
también llevan el toro de fuego que es un armazón metálico, que imita la forma
de un toro, sobre el cual se coloca un bastidor con cohetes y petardos. Es
transportado por una persona que corre persiguiendo a la gente asustándola con
las chispas y buscapiés que va soltando. A ello se une una charanga que alegra
el festejo tocando pasodobles y canciones populares.
-Supongo que
en el repertorio de la charanga no faltará Paquito el Chocolatero –apunta
Álvarez.
Para Grandal al que, como decían de Napoleón,
la música le parece el menos molesto de los ruidos, lo de Paquito el Chocolatero
le suena a broma, por eso pregunta:
-¿Qué coño
es eso de Paquito el Chocolatero?
Ramo ve ocasión de lucir su conocimiento de
la cultura popular de su tierra y le explica que Paquito el Chocolatero es un
pasodoble compuesto en 1937 en Cocentaina, un pueblo alicantino famoso por sus
fiestas de Moros y Cristianos, por un músico local llamado Gustavo Pascual.
Desde entonces no hay fiesta popular valenciana en que la composición no se
toque. Y se ha popularizado de tal forma que según un informe de la Sociedad
General de Autores fue la pieza musical más interpretada en vivo durante el año
2007 y la composición española más tocada en el mundo. Todo un fenómeno.
-Y a todo
eso, ¿quién coño era el tal Paquito el Chocolatero? –quiere saber Grandal.
-Un cuñado
del autor llamado Francisco y de profesión chocolatero al que el músico dedicó
su pasodoble.
-O sea, que
es más que posible que nadie recuerde quien fue el autor de la música, pero
todos saben que existió un tal Paquito chocolatero. Así se escribe la historia -remacha
Grandal.
-Eso ha
pasado más veces –pontifica Ponte que a veces se pone en plan erudito-. Hay
personajes que en su día fueron unos verdaderos quídams, personas absolutamente
desconocidas y de poco valer, pero que por el hecho de ser referente de una
obra de arte hoy todo el mundo las conoce. Por poner un ejemplo: posiblemente
cuando Lisa Gherardini vivió fue conocida por muy poca gente, pero al pintarla
Leonardo de Vinci como la Mona Lisa hoy es universalmente conocida.
-Oye, ¿y por
qué el correfoc y las charangas no
montan su juerga mañana que es el día de la fiesta? –pregunta Grandal.
-Porque en
esta tierra decimos que de la festa la
vespra –explica Ramo-. Literalmente:
de la fiesta, la víspera. Porque es en la víspera cuando se puede celebrar que
al día siguiente no hay que trabajar y en cambio habrá alegría, jolgorio y,
como dice la gente joven, buen rollo.
PD.- Hasta
el próximo viernes
Enlace para quien
quiera oír Paquito el Chocolatero. Duración: 3,06 m.
https://www.youtube.com/watch?v=f7JzWQiBx5I