En
el pueblo la iniciativa sobre la creación del coto arrocero levanta
expectativas y opiniones para todos los gustos, desde los que consideran que es
una locura y que la zona pantanosa solo sirve para criar mosquitos, cazar patos
y que algunas ganaderías de reses semibravas pasten en sus cenagosos campos,
hasta los que piensan que se trata de una oportunidad que no hay que
desperdiciar. En los corrillos de las comadres y en las tertulias de cafés y
tabernas el asunto es tema de obligada discusión, tan es así que hasta en la
trastienda de la Moda de París se habla del mismo.
- En el pueblo no se habla de otra cosa –
comenta Fina -. Incluso en alguna familia ha habido sus más y sus menos, en la
mía por ejemplo. Herminio se había encariñado en comprar un campo, pero su
padre, después de mucho discutirlo, se lo quitó de la cabeza.
- Pues en mi casa más de lo mismo, tenemos lo
del arroz a todas horas – confirma Consuelo, otra de las amigas de Lolita -. Mi
padre ha comprado una parcela y está como un crío con zapatos nuevos – y
dirigiéndose a Lolita pregunta -. Al final, ¿qué hicisteis vosotras,
comprasteis o no?
- A Dios gracias, no. Pude convencer a mi
madre de que no nos traería más que problemas – y añade - ¿Sabéis a qué me
recuerda lo del coto arrocero? A la gripe, que en cuanto llega contagia a medio
mundo. Lo digo porque ayer encontré a la madre de Rafa y tenía un enfado
monumental. Me contó que el señor Antonio también ha comprado una finca en la
Marina. La señora Maruja no hacía más que repetir: ¿y qué sabe un jefe de
estación de arroz y por qué se mete en esos berenjenales? Estaba que se subía
por las paredes.
- Ya que hablas de tus futuros suegros, ¿qué
novedades nos cuentas de Rafa?
Es
oír la pregunta de Consuelo y a Lolita se le cambia la cara.
En
el café del Porvenir los de las partidas de cartas y del dominó han acabado de
jugar y el objeto de los comentarios no podía ser otro que el del nuevo cultivo.
Hay opiniones de lo más variado, cuando Martín Esteller, el barbero, plantea un
interrogante inédito:
- ¿Sabéis lo que me choca? Que ninguno de los
ricachos del pueblo haya adquirido ni una sola parcela, ¿por qué será?
Sanchís es el primero en recoger el guante que acaba de lanzar el fígaro:
- Puede haber muchos motivos, pero yo los
sintetizaría en dos. Como lo del arroz ha sido una iniciativa de Vives y los
Arbós no es que se lleven demasiado bien con él, pues ya sabéis lo que ocurre
en estos casos: si tu blanco, yo negro. En segundo lugar está el desconocimiento
que se tiene sobre ese cultivo y ahí habría que aplicar lo que escribió un
poeta: uno de los rasgos más típico del español es que desprecia cuanto
ignora.
- Perdone don José, no quisiera faltarle al
respeto – se disculpa Julio Bosch, uno de los que ha comprado una finca grande
y que ya siente lo del arroz como algo propio -, pero creo que hay otro motivo
tan importante o más que los que cita. El experto que vino no nos ocultó que es
un cultivo caro en mano de obra. Si los arroceros vamos a tener que pagar más a
los peones porque van a trabajar metidos en el charco, en el resto de cultivos
los jornales también subirán y a los que contratan braceros les resultarán más
costosos. También por eso los que tienen muchas fincas no se han metido en ese
jardín.
Impensadamente, el
desarrollo del coto arrocero se atasca. Cuando todo parecía marchar viento en
popa, los enfrentamientos de la política local llevan el proyecto al borde del
desastre. Otra vez, la pugna entre el alcalde y el jefe local es la causa del
problema. En esta ocasión el motivo parece baladí, casi casi como si de una
broma se tratara, pero cualquier excusa es buena en la lucha por el poder,
porque en definitiva de eso se trata. Entre las instalaciones necesarias para
poner en marcha el nuevo cultivo está la construcción de una red de canales
para conducir el agua a los campos y el corazón de esa red es un potente motor
que bombeará y distribuirá el líquido por toda la retícula de acequias y
canalillos. El motor necesitará un encargado que lo maneje y se encargue de su
mantenimiento. Aunque el empleo no es gran cosa, dada la escasez de puestos de
trabajo que no sean de braceros son muchos los que aspiran a convertirse en el
motorista del arroz y, como ha ocurrido anteriormente en relación con otros
puestos, los aspirantes buscan recomendaciones.
Lo del padrinazgo
es una añeja costumbre en el pueblo, tan es así que la gente afirma convencida
que el que no tiene padrinos no lo bautizan. Los candidatos a motorista se
preocupan de ser respaldados por alguno de los que tienen capacidad para
decidir que, debido a la falta de interés por el asunto de los demás poderes
fácticos, terminan reducidos a Vives y Gimeno. Al finalizar el proceso de
solicitudes, en el que por muy variadas circunstancias van cayendo casi todos
los aspirantes iniciales, solo quedan dos candidatos: Arturo Rambla y Eladio
Barberá. El primero apadrinado por el jefe local y el segundo por el alcalde.
La colisión está servida. En esta ocasión ambos contendientes convierten el
enfrentamiento en una cuestión personal, ninguno de los dos quiere dar su brazo
a torcer y por mucho que intervienen otras autoridades locales ninguno cede.
Llega un momento en que el proyecto se paraliza por algo, aparentemente, tan
nimio como no saber quién será el encargado del motor.
Desde los primeros días del enfrentamiento, Gimeno ha tenido varias veces
la tentación de ir a contar a la Jefatura Provincial su pugna con Vives. Pero
hay dos circunstancias que lo frenan: una, que hay un nuevo Jefe Provincial,
Francisco Javier Municio, y del que según dicen es más político que el
anterior; éste no es militar sino abogado del estado. La otra se basa en que es
consciente de que no puede hablarle sin tener argumentos, no tanto contra el
candidato de Paco sino contra el propio alcalde; el problema es que no se le
ocurre ningún alegato que tenga una mínima consistencia. Vives, por su parte,
piensa que ha llegado el momento de cargarse a Gimeno, porque considera que con
el cambio de Gobernador sale ganando, por eso no está dispuesto a dar su brazo
a torcer y lleva el enfrentamiento a sus últimas consecuencias.
La
pugna entre ambas autoridades pronto es la comidilla de los corrillos de las
chafarderas. Como en otras ocasiones, el tema también es tocado en la tertulia
que Lolita tiene con sus amigas en la trastienda.
- ¿Y qué os parece lo del motorista del
arroz? Otra vez se han trabado de cuernos el alcalde y el de la cooperativa –
es Consuelo la que ha sacado el tema a colación.
- A mí me parece una ridiculez. Da hasta
vergüenza ajena ver hasta dónde puede llegar el orgullo y la testarudez de
algunos hombres – opina Fina.
- Yo he oído a mi padre decir que si dos
hombres hechos y derechos se enfrentan por ver cuál de sus patrocinados se
queda con el puesto, como ahora ocurre, es una prueba más de que en política
importa más aplastar al adversario que otra cosa – comenta Beatriz, hija de don
Fulgencio Villangómez uno de los maestros del pueblo, que acude a la trastienda
los fines de semana para que Lolita le dé clases de francés.
- Tu padre, Bea, tiene más razón que un
santo. De Gimeno no me extraña nada, por lo poco que le he tratado ya sabía que
es un chisgarabís, pero de Vives no me lo esperaba, le creía con más entidad y
sensatez – opina Lolita.
- Y al final, ¿en qué quedará todo? –
inquiere Consuelo.
- Ya puedes imaginarlo: el que mejores
padrinos tenga se quedará con el santo y la limosna – concluye sentenciosamente
Fina.