En
el café de Alejandro el Pipa el tema central de las tertulias, una vez
terminada las cotidianas partidas, es casi siempre el mismo: el fútbol. Los que
escucharon el partido por la radio cuentan a los demás tertulianos el triunfo
del Real Madrid en la Copa del Generalísimo, al ganar por tres a uno al
Valencia en el estadio barcelonés de Montjuich. Aunque en esa tarde del verano
del cuarenta y seis las noticias que suscitan más comentarios son dos de
alcance económico puesto que afectan a todos los bolsillos. Una es que, a
primeros de julio, el Consejo de Ministros acuerda aumentar el racionamiento
del pan empezando por las cartillas de tercera categoría.
- ¿Y de cuánto es la subida?
- Según el periódico, la ración sube a
doscientos cincuenta gramos.
- Pues tampoco es que se hayan estirado
mucho.
- Bueno, también dice el Gobierno que esa
cifra podrá aumentarse en la medida que la cosecha de trigo mejore.
- Si es que con la jodida sequía llevamos
unos años con unas cosechas que no alcanzan para nada.
- Habrá que dar por descontado que el pan del
racionamiento seguirá sin ser blanco.
- ¡No te fastidia, pues claro! El que quiera
pan blanco ya sabe adónde tiene que ir a buscarlo, a casa de los
estraperlistas.
- Que seguirán haciéndose de oro. Y los que
vivimos de un sueldo continuaremos pasándolas moradas para terminar el mes – se
queja Clavé el telegrafista que, como casi todos los asalariados, se las ve y se
las desea para salir adelante.
La
otra noticia económica es que la gasolina deja de ser un producto sujeto a
estricto racionamiento y se decreta su libre comercialización. El precio de
venta del combustible se fija en dos pesetas por litro y ese coste, que se
considera escandaloso, es el que provoca la diatriba que está soltando Pepe
Traverso, uno de los transportistas locales:
- No hay derecho. ¿Cómo tienen los santos
huevos de poner la gasolina a dos pesetas? Con el combustible a ese precio, ¿a
cuánto tendremos que subir los portes? Estos desgraciados se van a cargar el
transporte por carretera. Claro, lo que les interesa es otra cosa...
- ¿Y qué es esa otra cosa? – pregunta uno.
- Os lo voy a decir: lo que le interesa al gobierno
es favorecer el transporte por ferrocarril, por eso la subida escandalosa de la
gasolina y el gasoil.
- ¿Y por qué le tiene que interesar al gobierno
favorecer al tren?
- ¡Joder, pareces tonto! El motivo es más
claro que el agua. ¿Quiénes son los propietarios de los camiones? Pues pequeños
empresarios como yo, que a partir de ahora se las van a ver putas para poder
sacar su negocio adelante. En cambio, ¿quién es el propietario de la RENFE? El
gobierno. La cosa está más clara que la luz del día.
Superando a esas noticias, lo que de verdad ha encendido de entusiasmo
al pueblo es que el mejicano Carlos Arruza ha vuelto para torear por segunda
vez en las fiestas de agosto. El día anterior a su visita lidió una corrida en
Valencia y uno de los morlacos le pegó un puntazo en el pecho del que aún se
resiente. Previendo que no pueda trastear al novillo que le han preparado, ha
venido acompañado de otro matador, Julio Pérez el Vito, a quien acaba de dar la
alternativa. La plaza revienta de personal, no cabe ni un alfiler en los carros
que conforman el ruedo y en los balcones y ventanas que dan al rústico e
improvisado coso. El diestro mejicano se ha convertido en el ídolo local por
excelencia. La pasión levantada el año anterior es una nimiedad comparada con
el paroxismo y la locura que ha despertado este año. Carlos ha tenido un
detalle más: aprovechando que ha venido de Méjico su mamasita, como
cariñosamente la llama, la ha convencido de que rompa el tabú, que se ha
autoimpuesto su madre, de no ir a la plaza cuando su hijo es uno de los que
forman el cartel. Doña Cristina Camino estará en el coso viendo torear a su
hijo por primera vez. La sientan en el palco del Ayuntamiento, entre Fermín de
Belda y Paco Vives. Las faenas de los diestros, que visten traje campero,
resultan flojillas, pero ambos reciben los máximos trofeos entre olés, vivas y
bravos. Las palmas echan humo y si fuera por los espectadores los toreros
hubiesen dado un millón de vueltas al ruedo. Antes de marcharse los miembros de
la comisión organizadora del evento le insisten al matador que el próximo año
le esperan y que le van a montar una fiesta hispano-mejicana por todo lo alto,
van a traer hasta mariachis y una vocalista que canta rancheras mejor que Jorge
Negrete.
La carretera
nacional que atraviesa el pueblo, y gracias a la cual han conocido al diestro
mejicano, es motivo de orgullo para los lugareños que alardean de que su pueblo
tiene buenas comunicaciones. En la realidad no lo son tanto. Solo dos
transportistas realizan pequeños portes a los pueblos cercanos y a la capital. Y
únicamente un par de empresas de transportes prestan servicios de viajeros
entre el pueblo y la capital. Hay otro medio de comunicación: el ferrocarril,
pero a la gente los aproximadamente ochocientos metros que separan el centro de
la villa de la estación les parece una considerable distancia; el resultado es
que pocas personas utilizan el tren, solo los familiares de aquellos que
trabajan en la RENFE. En cambio, el coche de línea, como el pueblo llano
denomina al autobús que enlaza el pueblo con la capital, sale del mismo centro
de la localidad, de las Cuatro Esquinas, que junto con la Plaza Mayor conforman
el corazón de la villa. Por eso es habitual la escena de hoy. Apenas faltan
unos minutos para que el reloj del campanario marque las ocho de la mañana,
pero ya hay un grupo de personas que aguarda la llegada del coche de línea que
cubre el trayecto Albalat-Senillar-Valencia. La mayoría son adultos que van al
mercado que los lunes se celebra en la capital. Es el más popular de la provincia,
tanto que cuando se dice voy al mercado todos sobreentienden de cual hablan. De
ahí que los lunes, los autobuses de primeras horas de la mañana con destino a
la ciudad van abarrotados. En el mercado hay, básicamente, dos zonas netamente
diferenciadas: la de ropa, complementos y cachivaches y la de frutas y
verduras. En la zona de ropa se pueden encontrar prendas de marca de temporadas
anteriores o con alguna tara a precios muy baratos, o ropa sin marca aún más
económica. En la zona de las verduras, son los propios huertanos los que
ofrecen sus productos, frescos y a mucho mejor precio que en cualquier
verdulería. El único inconveniente que tiene el mercado es su dependencia del
tiempo. Al ser al aire libre, cuando llueve todo el mundo sale corriendo, y en
verano se pasa un calor casi insoportable, a pesar de los toldos tendidos entre
los puestos.
Además de la gente mayor, un reducido grupo de muchachos también espera
el autobús. Son chicos que estudian en la ciudad o en el instituto de
bachillerato de la vecina Benialcaide. El floreciente cultivo del boniato y el
dinero que genera el estraperlo han sido los causantes de que unas pocas
familias se hayan planteado darles estudios a sus retoños para que sean algo en
la vida, como suelen repetir. También hay algunos poquitos padres que, aunque
no naden en la abundancia, hacen un meritorio esfuerzo para que su prole tenga
un título con el que ganarse la vida. En el pueblo solo se puede cursar la
enseñanza primaria o el bachillerato por libre, lo que siempre resulta
particularmente duro. Si se quieren realizar otros aprendizajes hay que
desplazarse fuera. Una de las estudiantes que aguarda el autobús, Beatriz
Villangómez, que es la mayor de todos y que está preparando las oposiciones de
magisterio en una academia de la ciudad, se aparta del grupo de jovencitos que
la rodean al ver acercarse a Lolita.
- Buenos días, Lolita. ¿Dónde vas?
- A Valencia, tengo que visitar algunos almacenes
para reponer existencias.
- ¿Te importa si me siento contigo?
- Ya puedes imaginarte que no, Bea, pero creo
que deberías hacerlo con tus amigos. Fíjate con que desconsuelo te miran en
cuanto les has dejado.
- No son más que unos críos. Prefiero ir
contigo y que me cuentes esas historias de cuando la guerra que sabes contarlas
como nadie. Ah, terminé la novela que me dejaste, me encantó, ¡qué bonitas son
las historias de amor!
- En la literatura, quizá; en la vida real,
las historias de amor provocan más penas que alegrías; o sea, que de bonitas lo
justito – es la amarga respuesta de Lolita.