"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 28 de mayo de 2013

1.3 Sergio afronta el pasado


La sorpresa de Sergio al encontrarse con Francisco, el hombre que le ofreció su primer trabajo, resulta un tanto forzada.
- ¡Señor Francisco, qué sorpresa! La de tiempo que hace que no le veo – Miente. Le avergüenza confesar a su anterior patrón que le ha visto otras veces, pero ha eludido su encuentro. – Siento haberle molestado.
- Hombre, tampoco es eso. Una cosa es que tuviera que despedirte y otra que guarde mal recuerdo de ti, que no es el caso. Fuiste uno de mis operarios más solventes y, después de Dimas, el mejor capataz que tuve.
- ¿Cómo está Dimas, sigue en el tajo o también se jubiló?
- Ahora está prejubilado, el año próximo, que cumplirá los sesenta y cinco, se jubilará.
- Ya me enteré de que tuvo que cerrar la empresa.
- ¡No me quedó otra que echar el cierre por la puta crisis de los cojones! Hice un ERE y luego otro y otro hasta que nos quedamos solamente Dimas y yo. En ese momento vi que aquello no tenía remedio, pacté con él su prejubilación y cerré el chiringuito. Y ahora, ya me ves, de jubilata como aquí el amigo Lisardo. ¿Te acuerdas de él?, llevaba las subcontratas de los alicatados en los buenos tiempos.
- Claro que me acuerdo, ¿qué tal, señor Lisardo, cómo está?

   El viejo encoge los hombros en un ademán que puede significar cualquier cosa, pero no abre la boca.
- Bueno, Sergio, ¿y qué haces ahora, cómo te va?
- Como me ha de ir, señor Francisco, de pu… - El joven se corta - pena. No es que no haya trabajo es que por no haber no hay ni chapuzas.
- Sí que está la cosa jodida, sí, pero eres joven y tienes toda la vida por delante, algo te saldrá. Además, tú tenías estudios y eso siempre ayuda. Por cierto, la última vez que vi a mi sobrina Verónica y pregunté por vosotros me contó que Lorena estaba de camarera en un merendero de Benialcaide, ¿sigue allí?
- Echa horas allí los fines de semana, pero no tiene nada más. ¿No sabrá usted de algún curro?, estoy dispuesto a trabajar de lo que sea, lo mismo de instalador que en cualquier otra faena.
- Ya te digo que estoy de pensionista y todos los que conozco del oficio han cerrado y se han jubilado como yo, otros están en la lista del paro o han echado a todo el personal que tenían. El último que ha enviado al INEM al oficial y los dos peones que le quedaban ha sido el Salvador, ¿te acuerdas de Salvador?, el Millonario solíamos llamarle. Así está el patio.

   Lisardo, al fin, abre la boca para preguntar a Sergio:
- ¿Qué quieres tomar, una caña o un vino?
- Un vino me apetece más, pero voy a tener que decirle que no. Casi no he comido nada desde que me levanté y con el estómago vacío me puede sentar como un tiro.
- Hombre, eso tiene solución, al vino se le puede acompañar con un bocata de algo - apunta el señor Francisco que, sin pensárselo dos veces, llama al camarero y encarga otras dos cañas, un tinto y un bocadillo de calamares que allí los hacen muy ricos.

   Mientras llega el camarero con la comanda, los dos jubilados contemplan a hurtadillas a Sergio. Todavía es un hombre joven, pero los sinsabores y una vida desordenada comienzan a pasarle factura. Pese a todo, su cara conserva un aire como de buen chico, de alguien en quien se puede confiar, de ser una persona que, pese a que la vida lo haya corneado, todavía conserva una cierta aura de la ingenuidad y la nobleza de cuando era adolescente.