"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 28 de febrero de 2014

3.6. Hay que vestir la casa

   Durante varios fines de semana, en sus contadas horas libres, Lorena y Sergio recorren los establecimientos de electrodomésticos de Albalat y Benialcaide, en el pueblo la oferta todavía es escasa. Ella lleva apuntados en una hojita la lista de aparatos que dice necesitar.
- ¿Quieres enseñarme la lista? – Sergio se sorprende de la cantidad de artefactos que ha incluido la joven en el listado: microondas, frigorífico, lavaplatos, cafetera, arcón congelador, lavadora, tostador, secadora … - el chico interrumpe la enumeración y tratando de dar a su voz un tonillo de sorna pregunta - ¿Y se puede saber dónde piensas meter todos estos cacharros? Lo digo porque, con lo pequeño que es el piso, como compremos todo lo que hay en la lista no sé si cabremos nosotros.
- Estás muy chistoso hoy, pero una clienta del chiringuito, que es decoradora, me dijo que todos y cada uno de esos electrodomésticos son imprescindibles en un hogar moderno. Y no creas, no los he puesto todos.
- Pero vamos a ver, cariño. Te pongo como ejemplo tres de los electrodomésticos que tienes en la lista: el lavaplatos, la lavadora y el arcón congelador. Son aparatos más bien grandes y ocupan bastante espacio. No van a caber en el piso, no hay materialmente sitio para colocarlos.
- Lo único que sabes es llevarme la contraria. Lo del arcón, vale, pero los otros aparatos los necesito. No pensarás que vaya a fregar los cacharros o que me ponga a lavar la ropa a mano como hacían nuestras abuelas. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
- Mira, cielo, no tengo la menor intención de fastidiarte, pero es que además del problema del espacio está el económico. Todos esos cacharros valen una pasta y una cosa es que esté ganando un buen dinero con las horas extras y otra muy distinta es que disto mucho de ser un jeque árabe. No podemos endeudarnos más porque aunque currara las veinticuatro horas no alcanzaría a pagar tantas letras como habría que firmar – y tras devolverle la lista añade –. Te ruego que taches los aparatos que no consideres imprescindibles.
- Toma, roñoso de mierda – la joven le pone la hojita en la mano con brusquedad –. Tacha lo que quieras, pero si crees que voy a convertirme en una fregona vas arreglado, so vaina.
   Sergio opta por no discutir, pero no cede y reduce la lista a los cacharros que considera imprescindibles. A Lorena la decisión no le hace ninguna gracia, pero por una vez resuelve transigir, tiempo habrá de que sea ella quien diga la última palabra. 

   La distribución de los electrodomésticos comprados es otra coyuntural fuente de diferencias de criterio entre la pareja.
- Lorena, ¿por qué colocas el frigorífico en el salón y no en la cocina que es su sitio? – El nombre de salón no deja de ser un exceso, simplemente es el único espacio que queda en la casa fuera del dormitorio, el baño y la cocina.
- Porque en el salón mola más. Así cuando venga gente a visitarnos verán que tenemos unos aparatos de categoría. Si lo ponemos en la cocina no lo verán y, para los efectos, es como si no los tuviéramos.
- No me parece que eso sea un argumento razonable. No deberíamos ubicar los electrodomésticos pensando en las visitas, sino en su funcionalidad y en nuestro provecho.
- Cómo se nota que no has crecido aquí. No puedes ni imaginar lo chismosa que es la gente y la importancia que le da a los detalles. Todo lo que hemos comprado no solo es para nuestra comodidad, también lo es para que los que nos visiten vean que, aunque el piso no es gran cosa, no nos falta de nada. Y sobre todo lo hago pensando en ti.
- ¿Cómo qué pensando en mí? – pregunta un tanto atónito Sergio.
- Claro, mi cielo. Si ven todo el cacharreo que tenemos sabrán que tengo un hombre capaz de ganar la suficiente pasta como para comprar todos los aparatos que hacen falta en una casa moderna. Y un hombre así siempre merece el respeto y la consideración de todos. En cambio, si advirtieran que no tenemos lo que hay que tener pensarían que lo que tengo en casa no es todo un hombre sino un monicaco. Y yo quiero que todos sepan lo mucho que vales.
- Lorena, cariño, la opinión que tengan los demás sobre mí me importa un rábano. La única opinión que para mí cuenta es la tuya. No recuerdo quién dijo: cuanto más valoras la opinión de los demás menos valoran los demás la tuya. O algo parecido. En definitiva, que el qué dirán no debería condicionar nuestras vidas, ni siquiera dónde ponemos el frigo o si tenemos este o aquel aparato.
- Eso será en la ciudad, pero en el pueblo es otro cantar. Aquí vale más lo que parece que lo que es y, como dice mi padre, donde fueres haz lo que vieres – concluye Lorena dando por finiquitada la controversia.

   La vida que lleva la pareja dista mucho de la que había imaginado Sergio. Casi nada es según lo que soñó cuando miraba el rostro de Lorena pinchado en el corcho de su habitación de estudiante. Para empezar, está fuera de casa casi todo el día y cuando llega derrengado al apartamento aquello se parece a cualquier cosa menos a un hogar, todo está manga por hombro. Lo habitual es que se encuentre a Lorena despatarrada en el sofá viendo un culebrón o un reality show y tomándose una cerveza. Al joven comienza a preocuparle la cantidad de alcohol que es capaz de trasegar la chica, cuando salen con los amigos toma tal cantidad de copas que más de una noche ha tenido que cargar con ella.   
   Sergio también descubrió hace tiempo que su pareja es alérgica a la cocina, a la limpieza, al orden y a la previsión. Habitualmente, las cenas se reducen a un bocadillo o encargan algo a un restaurante chino de las cercanías. En cambio, en la cama es una auténtica leona. Pese a todo, sigue estando tan enamorado de ella como el primer día. En sus momentos de lucidez ni siquiera se explica los porqués de su locura amorosa, no sabe si es por el sexo, porque es la primera mujer de la que se ha enamorado o porque el amor tiene razones que la razón no comprende, como les explicaba un profesor del colegio citando a un pensador francés. El resultado es que sigue tan hechizado por la joven que, aun reconociendo sus muchas carencias y defectos, no es capaz de vivir sin tenerla a su lado, sin acariciar su blanca piel, sin mirarse en el negro cristal de sus ojos.

   Con la única persona que Sergio se franquea es con su abuelo y ni siquiera a él le cuenta todo sobre su relación con Lorena, solo aquellos episodios que casi resultan anecdóticos como el de la ubicación de los electrodomésticos que acaban de comprar.
- … y se ha empeñado en colocar el frigorífico en el salón, solamente para que lo puedan ver las visitas.
- Bueno, tampoco es que en la cocina sobre mucho espacio – apunta el señor Andrés en tono conciliador.
- Eso es cierto, abuelo, pero tengo otra que es más chusca todavía. Se empeñó  en poner el microondas encima del frigo por el mismo motivo, porque si estaba en la cocina no lo iban a ver. Me costó un imperio convencerla de que aquello era un despropósito. Y es que está obsesionada con el qué dirán.
- No te extrañes, hijo, eso es muy propio de la gente de pueblo. Vivimos pensando en lo que puedan decir de nosotros. Por eso le damos tanta importancia al aparentar.
- Pues tú, abuelo, eres de pueblo y siempre te he oído decir que te importa una higa, como sueles repetir, lo que piensen los demás de ti.
- Eso es porque en mi juventud trabajé bastantes años en Alemania y Francia y cuando uno ha vivido en otros países te das cuenta que lo que de verdad importa es lo que tú pienses, sientes y crees. Y que lo que opinen los demás no es más que calderilla.
- Y Lorena no ha salido nunca del pueblo.
- ¡Equilicuá! – corrobora el viejo.