La
política nacional no es precisamente, en estos días, el debate estrella en los
mentideros locales, sino el plan del alcalde sobre las obras que deberían realizarse
para salvar el poblado costero de la Marina de los embates de las olas. El
proyecto de que se construya un puerto en el caserío marítimo y su posible
impacto en la vida local pronto es motivo de comentarios y opiniones de toda
índole. Aunque en la controversia se da una paradoja: los senillenses viven más
bien de espaldas al mar pese a que solo dista tres kilómetros del pueblo. De
hecho, lo visitan solo en ciertas festividades a lo largo del año: el día de
San Juan, el de San Pedro, cuando la Virgen del Carmen o la Asunción, y para de
contar. Lo de tomar baños de mar se considera una rareza propia de los
señoritos de la ciudad y son contados los que tienen afición a la pesca. Quizá
por eso, a la mayoría de los vecinos lo de que se pueda construir en la mar,
como suelen denominar al Mediterráneo, es algo que les resulta un tanto
distante y ajeno a su vida cotidiana. En la tertulia del café de Alejandro el
Pipa las opiniones parecen mayormente hostiles a la idea de construir alguna
obra que resguarde la costa.
- A mí me parece que construir un puerto en
la Marina supone tirar el dinero.
- Estoy de acuerdo con Blay, un puerto… ¿para
qué? Si no quedan más que tres o cuatro barcas de mala muerte.
- Si lo hacen a lo mejor vienen más – apunta
el optimista de turno.
- No seas iluso, ¿de dónde van a venir? ¿Tú
crees que los que se fueron al Grao de Valencia o a Denia van a volver? Ni
hartos de vino, vamos. Por no venir no vendrán ni los de Gandía.
- Pero si hay un puerto –insiste, terco, el
optimista – podrán también atracar barcos de carga.
- ¿Barcos de carga? ¿Y qué cojones van a
cargar aquí?, ¿algarrobas, almendras, naranjas, cagarrutas…? No digas
chorradas. En vez de gastarse la millonada que debe costar construir un puerto
mejor harían en utilizarla para traer el canal del Ebro. Eso sí que sería una
riqueza para el pueblo.
- Y a todo esto, ¿qué opinan los Arbós?
- Lo que les parezca a los Arbós me da la
impresión de que ya pesa poco. Yo creo que ahora la opinión importante es la de
Gimeno. Ese pájaro cada día tiene más fuerza y, según me han dicho de buena
fuente, en Valencia lo valoran mucho.
- Suponiendo que eso sea así, ¿alguien ha
oído decir algo al de la cooperativa?
El
silencio que sigue a la pregunta parece confirmar que nadie tiene ni idea de la
opinión del jefe de Falange que apunta, cada vez más, maneras de cacique.
- Ese punto es muy zorro y a buen seguro que
no abrirá el pico hasta que vea de donde soplan los vientos dominantes.
- Pues yo me atrevo a anticipar que seguro
que no ve con buenos ojos la idea. ¿Qué de dónde lo saco? Fácil, como el plan
es de Vives estoy convencido de que no lo va a apoyar. Sería la primera vez que
José Vicente coincidiera en algo con Paco.
- Por una vez, os voy a llevar la contraria,
yo creo que sería buena cosa para el pueblo que se construyera un puerto.
- No digas gilipolleces. Ya lo ha dicho Blay,
cualquier cosa que se haga en la mar será como tirar el dinero.
- Sin faltar, eh, que yo no me he metido con
nadie. Y no me apeo del burro. Si se hace el puerto será mucho mejor que si no
se hace nada. Y teniendo en cuenta que eso lo patrocina Vives, un tipo que no
da puntada sin hilo, ¿vosotros creéis que no tendrá previsto qué hacer con el
puerto? Amos, anda.
En
cambio, en el café de El Porvenir, que suele acoger a lo más granado de la
sociedad local, las discusiones sobre el plan son apasionadas y las opiniones
están más repartidas.
- ¿Y qué les parece lo del puerto? – Esteller
lanza la pregunta como quien suelta un globo sonda.
- ¿Pero no iban a hacer una escollera? – Siempre
hay alguien fuera de onda.
- Parece que han pedido varias soluciones,
una de ellas una escollera, efectivamente, pero Vives prefiere que hagan un
puerto. Lo sé de buena fuente – responde el barbero.
- Dudo mucho que se construya un puerto.
Sería demasiado arroz para tan poco pollo – afirma sentencioso Grau, el
veterinario.
- ¿A qué viene eso del pollo, don Alfonso? –
inquiere el barbero.
- Es una forma de hablar. En este caso el
pollo serían la media docena de barcas de pescadores que restan.
- Cabe suponer que si se hace no será
pensando en las que ahora hay, sino en las que puedan venir – apunta Bonet, el
ferroviario.
- Sigo creyendo que construir un puerto, un
refugio pesquero o lo que coño sea, por pequeño que fuera, sería una inversión
ruinosa. Este es un pueblo que vive del campo y lo que hay que potenciar es la
agricultura. Ahí es donde hay que invertir y no en la mar – remacha uno de los
agricultores presente.
- Sois todos unos antiguos – Sanchís, el
boticario tercia en la discusión -. Cualquier mejora que se haga en la Marina,
sea la que fuere, tiene que repercutir favorablemente en la economía local. Y
que pueda haber un puerto no supondrá ninguna rémora para la agricultura, antes
bien todo lo contrario. Cuantos más y mejores medios de comunicación haya más y
mejores salidas tendrán las cosechas. Lo que no tengo claro es a qué juega
Gimeno en todo este tinglado.
- Yo se lo diré, don José – Esteller, bajando
la voz para que no le oigan en las mesas contiguas, susurra -. Una persona, y
me perdonarán pero no puedo decir el nombre, me ha soplado que José Vicente
está como una pantera con lo del puerto y que va a mover todos los hilos
habidos y por haber para cargarse el proyeto…
- Proyecto, Martín, proyecto – le corrige el
boticario.
- Bueno, como se llame, pero parece cierto
que el de San Isidro está que echa los bofes.
Esa
misma noche, en la tertulia privada en torno a la radio de Lapuerta, la primera
pregunta que formula Bonet al médico es sobre el debate del hipotético puerto.
- ¿Qué opina usted de lo de la Marina?
- Pienso lo mismo que ha dicho Sanchís. Yo no
lo hubiese explicado mejor. Estamos ante una situación idéntica a la del desvío
de la carretera. Todo cuanto sea potenciar las comunicaciones es intrínsecamente
bueno para el pueblo.
- ¿Y qué le parece que Gimeno se oponga?
- Que es malo para él y dramático para el
pueblo. En este país, la estrategia de la mayor parte de los políticos de
campanario que padecemos consiste en oponerse por sistema a lo que propongan
sus rivales. Les importa un higo si lo propuesto es bueno para la comunidad, lo
que vale es cargarse las ideas de los otros. Y así nos luce el pelo. La verdad
es que José Vicente me está defraudando, le hacía más generoso y con mayor
visión de futuro, pero si es verdad lo que nos ha contado Esteller, que lo que
le mueve es darle en el plexo solar a Paco Vives sin importarle el bien del
pueblo me hace desmerecerle mucho. Con políticos así, estamos condenados a la
mediocridad durante décadas pues mucho me temo que la partida la ganará Gimeno.
La
controversia sobre la bondad de la construcción de alguna clase de defensa
marítima en la costa de la Marina también llega a la trastienda de la Moda de
París.
- ¿Qué os parece lo que se dice de hacer un puerto
en la Marina? – pregunta Consuelo.
- ¿Un puerto? Lo que me ha llegado es que si
van a construir una especie de escollera para que las casas queden resguardadas
de las tempestades – comenta Fina.
- Sea un puerto, una escollera o lo que fuere,
creo que será algo bueno para el pueblo, pues de esa forma la Marina quedará a
salvo de las olas y la playa se regenerará más rápidamente. ¿No opinas lo
mismo, Lolita? – inquiere Beatriz.
La
interpelada calla. De pronto se da cuenta de que está atrapada en una pura
contradicción. Es consciente de que Beatriz tiene razón: la bondad de la obra,
sea de la clase que fuere, parece indiscutible, pero ella está ayudando, de
alguna manera, a que no se haga nada. La falta de coherencia que esa
discordancia supone le produce una honda melancolía. Tendrá que replantearse si
su apoyo a los planes políticos de Gimeno debería seguir adelante o no. Como
suele repetir su madre: ser incoherente no es una opción válida.