"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 14 de junio de 2019

108. Al guiri misterioso le ponen nombre


   Como la charla sobre el bou embolat no da para más, Ponte introduce un tema recurrente en las reuniones de la cuadrilla en esta segunda quincena de agosto: el todavía no esclarecido fallecimiento de Curro Salazar.
-Cambiando de tema, Jacinto, ¿cómo está lo del caso Pradera?, ¿te faltan muchas piezas para completar el rompecabezas?
-Algunas. Una de las piezas que falta para completar el puzle es investigar a la gente que está detrás de los que fueron enviados a Torrenostra para hablar con Salazar, los que llamamos autores intelectuales. Es de cajón que ninguno de los que pasaron por la habitación 16 el día de autos estaba allí por su cuenta y riesgo, cada uno de ellos era un emisario enviado por una persona o grupo para contactar con el exsindicalista, quizá con la salvedad del trío del maletín y del hijo. Y la pregunta que enseguida viene a la mente es ¿para qué? No es más que una especulación, pero es lógico pensar que para algo relacionado con el caso ERE del que Salazar era una pieza clave. Por lo que sé de ese mediático y politizado caso parece evidente que, si son muchas las personas que han sido imputadas, más aún deben de ser las que todavía no han emergido en el proceso, y que si Salazar se hubiese decidido a contar todo lo que sabía probablemente habría aflorado un amplio conjunto de nuevos involucrados. En ese conglomerado, de lo que se podría denominar como la parte oculta del iceberg que es el caso ERE, es donde habría que buscar a los individuos que enviaron a los mensajeros que hoy se han convertido en sospechosos de la muerte violenta de Curro.
-¿Y cómo se podría desenmascarar a esas personas o grupos a los que tildas como los autores intelectuales de la muerte de Salazar? –le interpela Álvarez.
-Eso ya es asunto de la policía y, en su caso, de los tribunales, aunque no creo que ni la una ni los otros tengan gran interés en ello. Les sobra demasiado tajo con lo que tienen entre manos del caso ERE como para meterse en otros e ignotos caladeros. Eso queda para los ociosos como nosotros que nos entretenemos con especular sobre lo que haya podido ocurrir.
-Como te conozco, a buen seguro que tú lo has hecho. Y en cuanto a los autores intelectuales, ¿estás hablando de un grupo o de varios? –quiere saber Ponte.
-De varios grupos o de distintas personas en el supuesto de tratarse de sujetos aislados, algo en lo que no creo, más bien me inclino a pensar en colectivos implicados de alguna manera en el caso ERE.
-¿Cómo has llegado hasta ese planteamiento? –inquiere Ballarín.
-Parto de la base de que la gente que llegó a estas tierras para dialogar con Salazar procedía de estamentos diferentes y predominantemente andaluces. A ver como lo explico. Por ejemplo, el caso de Pacheco y Sierra. Ambos pertenecen al mismo partido y han sido altos cargos de la Junta de Andalucía. Pero Pacheco ocupó un puesto más técnico que político pues procede de un cuerpo de profesionales al servicio de la administración andaluza. En cambio, Sierra fue el director de la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía, ente que ha mostrado ser el perejil en todas las salsas del caso ERE. Sierra pertenece a un estrato más politizado. La contraprueba de que son integrantes de grupos de presión distintos es que, aunque ambos se conocen, sin embargo llegaron hasta aquí por separado y se alojaron en diferentes hoteles. ¿Por qué?, porque quienes están detrás de ellos deben de ser grupos diferentes. Quizá el de Sierra esté formado por gente más politizada y en cambio el de Pacheco tenga más miembros de un corte más técnico, más funcionarial.
-Eso parece tener una cierta lógica –admite Ramo.
-Otro ejemplo lo tenemos en el caso de Espinosa. Siempre trabajó en la empresa privada, por consiguiente cabe suponer que quienes están detrás de él pertenezcan a ese mundo, el empresarial. Y en el caso del Chato, da igual que sea un individuo o un grupo quien le pagó por darle una paliza a Salazar y más tarde intentar rematarlo. El individuo o grupo que le envío puede pertenecer a cualquier estrato social, pero apostaría doble contra sencillo a que es gente que tiene pasta.
-¿Y qué pasa con el misterioso extranjero del día de marras?, ¿es seguro que se trataba del tal Grigol Pakelia? –pregunta Álvarez.
-Hay más de un ochenta por ciento de probabilidades que el guiri con el que se topó el trío del maletín sea Pakelia. En cuanto llegue su fotografía veremos si los pichones lo reconocen como el guiri con el que hablaron. En cuanto a quien pueda estar detrás del georgiano pasa lo mismo que con el Chato, puede ser una persona o un grupo de cualquier estrato social, pero a buen seguro a que también es gente con la tela suficiente como para contratar a un sicario como él. Y apostaría la extraordinaria de Navidad que el georgiano, que huele a matón de manual, recibió el encargo de hacerle alguna faena a Salazar con algo más físico que las meras palabras.
-Entonces, ¿consideras que el guiri es un buen candidato al que colgarle la muerte de Salazar? –insiste Álvarez.
-No he dicho eso, cuando los pichones lo encuentran en la habitación de Salazar este ya estaba en estado comatoso. Lo sabemos por las declaraciones del Chato y de Espinosa que estuvieron allí antes que el guiri. De lo que no tengo ninguna duda es que no estuvo allí para dialogar con Salazar. Como he dicho, posiblemente sus intenciones fueran realizar alguna acción física. Y no me creo en absoluto que estuviera arreglando la almohada del gaditano, de un tipo como el georgiano se puede esperar cualquier cosa menos la piedad o la compasión. Más bien cabe pensar en que el cuadrante que manipulaba puede ser un arma idónea para asfixiar a alguien que está postrado en la cama y si posiblemente no lo hizo debió ser porque la entrada de los pichones se lo impidió.
-¿Y qué pasa con la novia y el hijo de Salazar, también detrás de ellos hay sendos grupos de presión? –plantea Ponte.
-En principio, no lo creo. Esos dos van en cierto modo por libre. Lo que ya no tengo tan claro es el motivo por el que se desplazan desde Sevilla a Torrenostra. Quizá sea verdad lo que han declarado, que sus motivos eran pedirle dinero a Salazar, pero tengo dudas sobre ello. Ahora bien, tampoco creo que participaran de forma activa en el fallecimiento del gaditano. Como mucho se les podría acusar de la omisión del deber de socorro, pero poco más. Y posiblemente al chico ni siquiera eso, de hecho la jueza del caso no lo ha imputado. Y en cuanto a Rocío, cuando entró en la habitación el gaditano ya estaba moribundo. A ambos los considero inocentes del homicidio, pero tengo el pálpito de que me voy a quedar con las ganas de conocer las verdaderas razones de su aparición en este sainete.
   La charla se ve interrumpida por la inesperada llegada de un guardia civil que encarando a Grandal le interpela.
-¿Don Jacinto Grandal? –Ante la afirmación del excomisario, le hace el saludo reglamentario y luego saca un sobre de uno de sus bolsillos-. Tengo órdenes de entregarle este sobre en mano –y cuadrándose, y tras volver a saludarle, da media vuelta.
   Grandal abre el sobre y, sin sacar lo que hay dentro, echa un vistazo al interior. No hay más que una foto tamaño carné y una nota garabateada que pone: Grigol Pakelia. Esto es de Bellido, se dice. En ese momento se da cuenta de que el resto de la cuadrilla le observa atentamente, pero nadie ha abierto la boca. Opta por compartir la información y saca la foto y la nota.
-Se va a acabar el misterio sobre el extranjero que fue sorprendido por los pichones en la habitación de Salazar. Si ellos reconocen al hombre de esta foto el rompecabezas, sobre el que preguntaba Manolo, completará una de las piezas claves que le faltaba. Perdonadme, tengo que hacer unas llamadas.
   Grandal se levanta y se aleja de la plaza de toros para que el runrún que procede de la misma le moleste lo menos posible. A quien primero llama es a la Dumistrescu.
-¿Anca? Soy Grandal. Necesito que veas una foto. ¿Dónde estás?
-Trabajando en el Olimpic.
-Bien. Me voy a acercar, será solo cuestión de un minuto. ¿Dónde puedo localizar a Rocío?
-También está aquí. Como hay mucho trabajo, echa unas horas y de paso se gana unos eurillos que le vienen al pelo porque está sin un céntimo.
-Dile que también le enseñaré la misma foto que a ti. ¿Y a tu novio dónde lo puedo pillar?
-Ya se lo puede imaginar, nunca está a menos de doscientos metros de donde estoy. En este momento a menos porque está en la barra tomándose una birra. ¿También quiere enseñarle la foto?
-Sí. En quince minutos estaré ahí. Esperadme los tres. Como he dicho, será cuestión de un momento.
   Grandal vuelve a la mesa donde está la cuadrilla y pregunta:
-¿Quién tiene el coche más a mano para llevarme al Olímpic? Será cuestión de ir y volver.
-Yo lo tengo aparcado cerca de las escuelas –se ofrece Ballarín-. Lo que no sé es dónde está el Olímpic.
-Yo te indico. Vamos.
   Llegar hasta el hotel-restaurante sito en la N-340 les lleva contados minutos. En la puerta está esperando al excomisario el trío del maletín.
-Gracias por atender mi petición. Os voy a enseñar una fotografía. Como no quiero que os influyáis, aun sin pretenderlo, os la mostraré uno a uno. Comenzaré por Anca, vosotros dos –dice mirando a Rocío y a Vicentín- alejaros unos metros por favor, ya os llamo.
   Una vez solos, Grandal muestra la foto a Anca sin decirle de quien se trata.
-¿Has visto alguna vez esta cara?, fíjate bien y no contestes hasta que estés segura.
   La joven rumana no necesita demasiado tiempo.       
-Es el guiri que encontramos en la habitación del pobre señor Salazar la tarde que murió.
-¿Estás segura?
-Sí, don Jacinto, lo estoy.
-Bien, quédate conmigo.
   La misma operación la repite con la andaluza y el torreblanquí con idénticos resultados, ambos no tienen duda alguna de que la foto es la del extranjero que vieron en la habitación 16 la tarde de autos.
   ¡Por fin!, se dice Grandal, al guiri misterioso se le puede poner nombre.

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré, en el capítulo 26, el episodio 109. El que tuvo, retuvo y guardó para la vejez.