"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 7 de febrero de 2020

Libro I Episodio 10. La promesa


   La pregunta de Julio acerca de cómo Consuelo piensa guardar su ausencia mientras esté en el ejército pilla a contramano a la joven, pero solo unos segundos porque es algo en lo que ha pensado en más de una ocasión. Sabe perfectamente que lo de guardar la ausencia -ser fiel a la persona querida que se encuentra lejos- es una costumbre muy arraigada en los pueblos pequeños. Y aunque Malpartida, que dos años antes había registrado una población de hecho de 4.659 habitantes, no puede ser considerado como tal, tampoco es lo suficientemente grande como para que no trascendiera enseguida que tal o cual moza no le era fiel a su novio mientras este cumplía el servicio militar. Sabe igualmente que la costumbre, en un sociedad en la que prevalecen los criterios masculinos, atañe más a las mujeres que a los hombres, convierte de hecho a las novias de los soldados, o de aquellos que se van del pueblo por otros motivos, en una suerte de prematuras viudas, porque no está bien visto que una moza que tiene novio goce de la misma libertad de movimientos que una joven que no está comprometida. La verdad es que lo que significa guardar la ausencia no le hace ninguna gracia por lo que supone de restricción en todos los sentidos, pero es consciente de la fuerza que tiene la añeja tradición.
   -¿Por qué lo preguntas?
   -Porque, si te he de ser sincero, algo preocupado sí que estoy. Sé lo mucho que me quieres y tengo plena confianza en ti, pero va a ser mucho tiempo sin vernos, sin poder hablar, sin que tengas a alguien que te saque a pasear, a divertirte… Y como tendrás menos distracciones, ¿quién me asegura que no terminarás aburriéndote?
   La joven vacila en si ofenderse o rebatir las dudas de su novio. Opta por lo último. Jura y perjura que eso nunca ocurrirá por mucho tiempo que estén separados. Y para calmar al muchacho le propone algo que guardaba en la recámara por si la cuestión de guardar la ausencia aparecía en sus conversaciones.
   -El vicario de mi parroquia nos contó que un voto es una promesa solemne que hacemos a Dios. Si te parece, podríamos hacer un voto solemne de que ambos guardaremos la ausencia del otro, pase lo que pase. Y para dar mayor realce a la promesa la podríamos hacer en una iglesia, una ermita o en algún santuario. ¿Qué te parece?
   -Me parece una idea maravillosa, solo a ti se te podía haber ocurrido. ¿Dónde podríamos hacerlo que no hubiera demasiados mirones?, porque debería ser una ceremonia íntima.
   -Se me ocurre que un sitio ideal es la ermita de Nuestra Señora de la Luz que, como está apartada, no suele tener muchos visitantes.
   -¿Se puede ir cualquier día y a cualquier hora?
   -Generalmente está cerrada, pero la tía Rosario de Blas tiene una llave. La conozco y si le pido que me la presté me la dejará.
   Así lo acuerdan los novios. Harán un voto solemne ante la Virgen de la Luz, patrona de Malpartida, de que ambos guardarán la ausencia del otro, ocurra lo que ocurra. Y para completar el voto describen lo que comportará el mismo. Consuelo no dejará que ningún mozo se le acerque y, mucho menos, que la corteje. Cuando salga de casa procurará hacerlo siempre en compañía de uno de sus hermanos, alguna de sus primas o de sus amigas. Saldrá a por agua solo cuando sea necesario y pocas veces a pasear, y cuando lo haga irá al menos con dos amigas entre las cuales se colocará y así evitará que algún malasombra se le ponga al lado. No participará en festejos ni diversiones, sean las fiestas del pueblo, la feria o lo que fuere. En el supuesto de que su madre intente que escuche los requerimientos de algún pretendiente se opondrá a ello con todas sus fuerzas. Y si la situación llegara a un extremo insoportable, amenazará a su madre con que se marchará y se pondrá a servir en alguna casa del pueblo o de fuera. A su vez, Julio enumera los detalles de en qué consistirá para él guardar la ausencia. No se acercará ni cortejará a ninguna chica, ni siquiera piropeará a moza alguna. Solo tendrá amigos varones, seguramente los del cuartel en el que le toque. Cuando sea la hora de paseo irá con otros compañeros y nunca con mujeres. Si hubiera algún baile o alguna diversión en la que participen mujeres se abstendrá de ir. Y si le presentaran otras mozas, sea por la causa que fuere, lo primero que les dirá es que tiene novia formal, para casarse con ella.
   Zanjado el siempre espinoso asunto de cómo guardar la ausencia, los novios dialogan sobre otra cuestión muy importante en separaciones tan prolongadas como la que les aguarda: la correspondencia.
   -¿Cómo haremos lo de escribirnos? –plantea el joven quinto.
   -Descuida, te voy a escribir diariamente y si algún día fallo es porque no habré tenido ocasión de hacerlo, pero te lo compensaré en la carta siguiente.
   -Seré el guripa más afortunado de todas las Baleares por tener la novia que tengo.
   -¿Qué quiere decir guripa?
   -Es otra manera de decir soldado raso.
   -¿Y tú cuándo me escribirás?
   -También diariamente y cuando pueda dos veces al día –alardea Julio.
   -¡Hala, fanfarrón!, conque me escribas una al día me conformo y si alguna vez no puedes lo entenderé, no te preocupes –de pronto, Consuelo se queda cavilosa-. Estoy pensando que a lo peor mi madre intercepta tus cartas, es capaz de todo.
   -Después de la conversación de la otra noche también yo lo he pensado, no creas.
   El muchacho se queda cavilando hasta que se le ilumina la cara, ha encontrado una posible solución.
   -Se me acaba de ocurrir algo. Si en digamos una semana no has recibido cartas mías lo más probable es que tu madre se haya quedado con ellas. Entonces lo que debes hacer será buscar a alguien que las reciba en tu nombre. Y luego escribirme dándome la dirección a las que mandar mis cartas en adelante. Además, eso tendrá otra virtud: al ver tu madre que no recibes correo pensará que hemos roto y dejará de darte la lata.
   -¡Qué listo que eres, cariño!, solo a ti se te podía ocurrir una idea así. Y para completar tu ocurrencia, ¿por qué no buscamos ya mismo esa otra dirección a la que remitir tus cartas si ocurre lo que nos tememos? Lo digo porque así nos adelantamos a las posibles artimañas de mi señora madre.
   -¿Qué te parece si las mando a casa de Argimiro? –pregunta Julio.
   -No me gustaría que la tía Martirio pudiera leer tus cartas, es un poco chismosa.
   -Tranquila, que eso no va ocurrir. Primero, porque la tía Martirio no las va a leer, es analfabeta, y segundo porque ya tengo pensado cómo hacerlo, las envíe donde sea. Mandaré mis cartas en un sobre grande a nombre de quien acordemos y, dentro, en un sobre más chico y cerrado, pondré: para entregarlo a Consuelo Manzano en propia mano. Así nadie podrá leerlas.
   -Lo dicho, eres más listo que el señor notario, piensas en todo. Déjame pensarlo y ya te diré una dirección segura para enviar la correspondencia.
   Aquella noche, cuando la señora Soledad se acuesta, los hermanos Manzano atienden la pregunta de su hermana mayor, con la que están siempre a partir un piñón, de adonde podría Julio enviar sus cartas para que madre no las intercepte. Hay propuestas de toda clase hasta que la voz aniñada de la más pequeña sugiere:
   -¿Y por qué no a casa de Carolina?, es tu mejor amiga.
   -¡Claro, Carolina!, ¿cómo no se me habrá ocurrido? Gracias, Julina, eres la más lista de todos –y cogiendo a su hermanita en brazos le estampa un sonoro beso.
     El mes de febrero se les pasa a los novios como un suspiro y llega el revoltoso marzo. El día cinco, primer domingo del mes, es la fecha en la que han acordado los enamorados hacer su voto solemne de guardar la ausencia. Consuelo pidió la llave de la ermita a la tía Rosario de Blas. Por la tarde, momento en que no suele haber fieles, los novios se acercan a la ermita acompañados de Carolina y Argimiro que harán de testigos de la solemne promesa. Delante de la Virgen de la Luz, patrona del pueblo, los novios, vestidos con sus mejores galas, se arrodillan ante la imagen y, cogiéndose de las manos y mirándose a los ojos, enuncian en alta voz el voto que, previamente, han escrito al alimón. Han optado por leerlo porque les ha salido algo largo como para poder memorizarlo bien. El joven mañego es quien primero lee la promesa, que no deja de ser más que un plagio descarado de la fórmula del consentimiento canónico en la ceremonia de esponsales.
   -Yo, Julio Carreño Lahoz, arrodillado ante Nuestra Señora de la Luz, y poniéndola como testigo, juro que guardaré la ausencia de mi novia, Consuelo Manzano Barrado, mientras esté en el ejército o me encontrare lejos de donde ella estuviere. Prometo serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de mi vida.
   A continuación es la joven chinata quien, con voz trémula por la emoción, lee su promesa.
   -Yo, Consuelo Manzano Barrado, arrodillada ante Nuestra Señora de la Luz, y poniéndola como testigo, juro que guardaré la ausencia de mi novio, Julio Carreño Lahoz, mientras esté en el ejército o se encontrare lejos de donde yo estuviere. Prometo serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarle y respetarle todos los días de mi vida.
   Terminada la ceremonia, los novios se levantan y cogidos de las manos abandonan la capilla, no sin antes haber depositado un ramo de flores silvestres a los pies de la Virgen. A la salida reciben las felicitaciones de Carolina y Argimiro que, también muy emocionados, han seguido con devota y sentida atención la ceremonia. Tras lo cual se apartan de los novios, que están ansiosos por quedarse a solas. La pareja sigue cogida de las manos y mirándose a los ojos. Consuelo está tan conmovida como si en lugar de la promesa se hubieran casado, y una solitaria lágrima zigzaguea mejilla abajo. El joven mañego solo tiene ojos para su amada. Lentamente, con infinita ternura van juntando sus caras hasta que sus labios se rozan. Un espasmo nervioso sacude sus cuerpos al entrelazarse por primera vez sus lenguas. Cuando se separan, Julio piensa: ya hemos hecho la promesa, ¿y ahora qué?

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un mañego enamorado, publicaré el episodio 11. Cita en Semana Santa