La
mañana del día de la Asunción Sierra llama a Pacheco para ponerse de acuerdo
sobre cuándo irán donde Curro a pedirle que conteste a la propuesta que le
hicieron. El ingeniero le responde que de momento no puede concretarle la hora
de la visita porque está a expensas de lo que decida su mujer que todavía no ha
resuelto si les acompañará o preferirá quedarse en la playa. Ante tal respuesta,
Sierra piensa: “Está claro quien lleva los pantalones en esa pareja. Alfonso es
un calzonazos de manual y Macarena una marimandona de mucho cuidado. He hecho
bien no casándome, te juntas con una tipa así y te puede joder la vida”. Como no
tiene paciencia para esperar pues está del caso ERE y sus derivadas hasta el
gorro, opta por irse a Torrenostra por su cuenta. A su vez, Pacheco le cuenta a
su esposa la conversación mantenida con el sevillano.
-Acabo de
hablar con Jaime, pregunta que cuando vamos a ver a Curro, si ahora o por la
tarde.
¿Te viene
bien que vaya ahora o mejor que lo haga después del almuerzo? Y otra cosa, ¿quieres
venir con nosotros?
-No me voy a
perder la última mañana de playa, ve tú si quieres así, además de ver a tu
amiguito –lo de amiguito lo ha dicho con evidente mordacidad-, me dejas aquí
más sola que la una y eso teniendo una mujer que, sin falsa modestia, está de
buen ver es correr un peligro cierto.
Pacheco toma buena nota del mensaje y como
conoce bien a su parienta le propone un acuerdo transaccional.
-Lo que
podemos hacer es compaginar ambas cosas. Esta mañana vamos a la playa y por la
tarde voy a ver a Curro y, si te apetece, vienes conmigo.
La mujer por toda respuesta se encoge de
hombros como si todo le diera igual. Alfonso lo toma como un sí y llama a Jaime
para contarle que verán a Curro por la tarde.
Otra persona de las llegadas desde Sevilla
que está apurando sus últimas horas en la Costa de Azahar es Rocío Molina. Se
ha trasladado a Torrenostra en espera de que de una vez por todas Anca la
introduzca en la habitación de Curro. La mañana es muy movida en el hostal, el
establecimiento está a tope y el servicio anda de cabeza, por eso la camarera
rumana no ha tenido ni un segundo de respiro para llevar a cabo el acuerdo al
que llegó con la andaluza. De hecho ni siquiera se ha acordado, tiene problemas
más acuciantes en los que pensar, Vicentín la controla de forma cada vez más
agresiva y sus celos rayan en el paroxismo. Ya no sabe qué hacer para
quitárselo de encima, se ha convertido en un verdadero agobio. Piensa que de
seguir así tendrá que romper definitivamente con el hereu o irse del pueblo al menos una temporada en espera de que al
joven se le apacigüen los malos humores.
Nicoleta, la otra camarera rumana del hostal
a la que ha sobornado el Chato de Trebujena, tiene el mismo problema que Anca,
no ha tenido tiempo de encontrar un resquicio para colar al expúgil en la
habitación de Salazar. Y eso que el antiguo boxeador, que ya se encuentra en
Torrenostra, le ha insistido en que solo necesitará estar unos minutos con el
exsindicalista, los suficientes para dejarle muy clarito que la paliza que le
dio no es más que un aperitivo de lo que le puede hacer si habla más de la
cuenta en el juzgado.
A su vez, Francisco José también se
encuentra en la playa. Está resuelto a apretarle las tuercas a su padre para
que le dé el dinero que le había prometido y así poder volverse a Sevilla.
Además, visitar a su padre le sale a cuenta porque las consumiciones que hace
en el hostal le salen gratis pues la cuenta se la cargan a Curro. En cuanto
llega sube a la habitación de su padre para conminarle que le suelte la tela. Lo
encuentra, como de costumbre en los últimos días, viendo la televisión.
-Buenos días,
he venío a…
-¡Calla,
leche, que estoy viendo esto! –le reprende Curro que está contemplando el
programa de una cadena regional.
Aprovechando una pausa publicitaria, Curro,
sin dar pie a que el chico pueda decir algo, le cuenta que lo que está viendo
es una fiesta popular llamada de Moros y Cristianos típica de la Comunidad
Valenciana y específicamente de la provincia de Alicante. Ya ha visto otras
retransmisiones similares y le encantan. Le explica que, por lo que le ha
contado la patrona, esas fiestas conmemoran las batallas que se libraron
durante la Reconquista y también las que se llevaron a cabo a causa de las
rebeliones sarracenas y los ataques de los piratas berberiscos contra las
costas levantinas. Las fiestas de Moros y Cristianos, que en algunos casos datan
del siglo XVII, enganchan pues son unas celebraciones de gran atractivo visual,
ya que en ellas confluyen elementos tan peculiares de la idiosincrasia del
pueblo levantino como el gusto por la farsa, los disfraces, la música y la
pólvora. El inicio del festejo lo marca el hecho de que cada uno de los dos
bandos toma simbólicamente la ciudad un día, es lo que se denomina Entrada Mora
y Entrada Cristiana. Los momento álgidos de la fiesta son los desfiles de las
peñas de moros y cristianos, llamadas comparsas o filaes, donde los participantes van lujosamente ataviados con
trajes de época. Desfilan asimismo rondallas de dulzainas y bandas de percusión,
y en los sitios de más tradición o en localidades grandes también participan
carrozas y animales montados como caballos, elefantes y dromedarios. Los
desfiles constan esencialmente de filas o escuadras de diez a catorce festeros
dirigidos por un cabo de escuadra o bien por un bloque de varias escuadras con
un cabo al frente. El ritmo del desfile y la forma de ejecutarlo varía según se
haga al ritmo de un pasodoble ligero y alegre como el archipopular Paquito el
Chocolatero, de una cadenciosa marcha mora alzando cada paso o de una contenida
y vigorosa marcha cristiana. Se acaba la fiesta con la reconquista de la ciudad
por parte de los cristianos. Esto sucede en la batalla final en la que se producen
disparos con armas de avancarga como arcabuces, espingardas y trabucos. Antes
de la última pelea el embajador cristiano intercambia unas palabras amenazantes
con el defensor moro del castillo, tras lo cual se toma dicho castillo y si no
lo hay, que es lo que suele suceder, se toma uno fabricado de cartón piedra.
El joven Salazar escucha la explicación
paterna tirando de paciencia a la par que piensa: “Quien iba a desirlo que er
famoso Curro er Conseguidor terminaría así: viendo embobao, como si fuera un niño
chico, una fiesta en la que los catetos der pueblo van vestios como payasos de
sirco. Desde luego, rasón tiene la mama, vivir para ver”. Aprovecha un
resquicio en la explicación de su padre para insistir en lo suyo.
-Quería que
me dieras la guita prometía porque me tengo que vorver a Sevilla.
La petición coincide con la finalización del
espacio publicitario y la retransmisión de Moros y Cristianos torna a enseñorearse
de la pantalla, por lo que Curro vuelve a hacer callar a su hijo. El joven, más
cabreado que un novillero principiante al que no le embiste el morlaco de
turno, sale de la habitación dando un portazo y jurando en arameo.
El azar, los hados o vaya usted a saber qué ha
ocasionado que en poco más de mil metros se hayan juntado casi todas las
personas que por una u otra causa tienen cuentas pendientes con Curro Salazar:
el georgiano Grigol Pakelia, el malagueño Carlos Espinosa, los sevillanos Jaime
Sierra y Francisco José Salazar, los trebujeneros Rocío Espinosa y El Chato.
Solo falta el zahareño Alfonso Pacheco y su sevillana esposa. Curiosamente, salvo
Espinosa que a mediodía ha visto casualmente a Pakelia y a Francisco José,
ninguno de los demás se ha percatado de la presencia del resto de interesados
en la evolución de la salud del antiguo Conseguidor.
Mientras en unos centenares de metros
cuadrados se han congregado los emisarios de varios lobbies que presionan a
Curro, sus transitorios amigos del dominó están almorzando en el hostal. Lo
hacen por consejo de Anca que el día anterior les alertó de que seguramente el
día de la Asunción no podrían echarse su cotidiana partida porque las mesas de
la terraza iban a estar todas reservadas para comensales. Y que al ser comidas
copiosas lo usual es que no se desocuparán hasta bien avanzada la tarde.
-Pues nos hacéis
la santísima –se lamentó Álvarez.
-Bueno,
podemos ir al Perero -propuso Ponte.
-Ni soñarlo.
Los días festivos contrata a un cantante que monta unos bafles que hacen que
retruene todo como si fuera una sala de fiestas y se monta tal follón que no
hay quien se entienda –señaló Ramo.
Anca les ofreció una solución: que hicieran
una reserva para comer y que después de comer montasen la partida en la misma
mesa en la que hubieran comido. La joven añadió que estaba todo reservado, pero
ella les podía montar otra mesa en la parte de la terraza que da a una calle
interior sin circulación. Y así lo han hecho, por eso son testigos de que
Vicentín ha acorralado a Anca en una esquina de la terraza y mantiene con ella
una tensa conversación. Los jubilados no oyen el diálogo entre los novios, pero
a juzgar por la gesticulación debe de tratarse de una conversación nada
agradable. A Vicentín se le ve agitado y nervioso y acompaña lo que dice con
una gestualidad brusca y hasta un punto amenazante. La rumana no cesa de mover
la cabeza en sentido negativo e intenta desesperadamente deshacerse del joven. Ante
lo que parecen negativas de Anca, el hereu
da media vuelta no sin antes proferir a voz en grito que se oye en toda la
terraza lo que suena como una amenaza:
-¡Estás
avisada, o eres mía o no lo serás de nadie… y al que se interponga lo mato!
PD.- Hasta
el próximo viernes.