"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Libro II. Episodio 59. El Hurón

 

   La mujer, que le ha comprado un aceite dérmico a Julio, le pide que se lo dé por la espalda pues no alcanza. Ante la vacilación del mañego, la paisana se explica.

   -Me lo da mi marido, pero no llegará hasta dentro de dos o tres horas –y sin esperar a que Julio responda deja caer las cintas de la combinación.

   Cuando algo más de una hora después, Julio sale de casa de la Carmina y vuelve a la posada va pensando que en cualquier burdel el polvo que acaba de echar le hubiera costado más barato. Has hecho un mal negocio, chacho, se recrimina. Esto no debería volver a pasarte, al menos con un producto del precio del aceite. Te has portado como un pardillo. Que te sirva de lección para el futuro. Una cosa es el negocio y otra echar una cana al aire.

   Aquella noche, tras la cena, Julio juega una partida de tute con el posadero y los hermanos Galván, ropavejeros de Béjar con los que ha coincidido en otras ocasiones. En un receso del juego, el dueño se dirige al mañego y, como el que no quiere la cosa, le pregunta:

   -¿Te ha salio mu cara la Carmina?, no es que me importe, solo es curiosidá.

   Julio de momento se desconcierta, pero se rehace rápidamente, es consciente de que en los pueblos pequeños todo termina sabiéndose pero, como pese a todo no quiere poner en un compromiso a la mujer con la que se ha acostado, se hace el desentendido.

   -No sé de qué vas, Facundo.

   -¡Coño, otro qué ha salido trasquilado por la Carmina! –proclama el menor de los Galván, y dirigiéndose a Julio con una media sonrisa irónica le adoctrina-. Compañero, tendrás que aprender que cuesta menos pagar a una puta de carrera que a una mujer como la Carmina que no es puta de oficio, pero como si lo fuera. Te habrá dicho que su marido no estaba, ¿verdad? Pues seguro que lo tenías en la habitación de al lado pajeándose y pensando en cuanto habrá dejado el incauto de turno. Echar un casquete, a veces sale caro.

   El verano del 94 discurre sin mayores sobresaltos para Julio. En la temporada estival da gusto recorrer las comarcas limítrofes a la Sierra de Gata porque al recibir mayor cantidad de lluvia que las del resto de la región son mucho más verdes y resulta agradable transitar por ellas. Y las ventas están siendo buenas, lo que es recibido por el Bisojo con gran satisfacción. Lo más reseñable que le ha ocurrido al mañego es que una noche que pernoctaba en un mesón de Navalmoral de la Mata una de las criadas, de apreciable buena estampa, le ha estado vacilando o, al menos, eso le ha parecido. Sospecha que se materializa cuando después de la cena la sirvienta se le acerca para preguntarle.

   -¿Es verdá que vendes un agua de colonia francesa que huele de maravilla?

   -Lo es y a lo que huele es a heno recién segado.

   -Será muy cara, ¿no?

   -Cara no, carísima. ¿Por qué me lo preguntas?

   -Porque me gustaría olerla, solo olerla, porque comprarla no pueo permitírmelo.

   Julio intuye claramente lo que parece andar buscando la joven. Pero después de la experiencia con la Carmina anda con mucho más cuidado en la aproximación de mujeres que ofrecen sus favores a cambio de artículos de su carro, algo que puede resultarle más caro que pagar a una de las pupilas del lupanar de la Vero. Aunque como está más fogueado, también ha aprendido a dar gato por liebre. Piensa que si le regala un frasquito de colonia barata, a la que le cambie la etiqueta, puede pasar la noche con la moza por poco dinero.

   -Si solo es olerla, ¿por qué no te pasas por mi cuarto cuándo acabes el trabajo? -La criada no dice nada, al menos verbalmente, pero le guiña un ojo.

   Otro de los cambios que le han acaecido a Julio ha sido que ha comenzado a fumar. Desde que de pequeño padeció de asma, el tabaco le sienta mal, pero en las largas etapas de sus rutas hay veces que se cansa de todo: de pensar, de recordar, de echar cuentas y hasta de cantar –aunque lo hace rematadamente mal-, por lo que echarse algún cigarro de vez en cuando es una forma de matar el tiempo. Puesto que los cigarros le duran poco, en lugar de adquirirlos en un estanco compra tabaco del país que es más barato; por eso en uno los viajes que hace por La Vera recuerda que está en una de las zonas de mayor producción tabaquera de la península, y son muchos –prácticamente casi todos- los cultivadores de tabaco que venden bajo mano una porción del que cosechan para escapar del fisco. No tiene más que preguntar al primero que conoce en Aldeanueva de la Vera, que es donde hace noche hoy.

   -Oye, Graciano, ¿dónde podría comprar tabaco? –pregunta al dueño de la posada donde pernocta.

   -¿Cuántas arrobas quieres?

   -No, hombre, es para mí. ¿Para qué puedo querer unas arrobas?

   El posadero le echa una mirada socarrona y cambia de unidad de peso.

   -¿Con un par de libras tendrás bastante?

   -De sobra. Fumo poco, solo lo hago en los viajes.

   -Mañana, antes de partir, las tendrás. ¿No me preguntas por el precio? –le interpela el patrón.

   -No creo que me cobres más de lo que valga. Me fío de los amigos.

   Con la llegada del otoño reaparece la temida artritis del tío Elías y Julio debe retornar a la tienda. Ahora lo hace con mayor saber que la vez anterior. La primera experiencia como tendero le ha hecho ganar mucha más destreza, y eso es algo que perciben los clientes, especialmente las damas pudientes de la localidad, que no habían vuelto a la droguería desde que se marchó el mañego y ahora han regresado para satisfacción del joven.

   Doña Pilar participa del contento de su hijo, pues vuelve a tenerle en casa y no peregrinando por esos andurriales de los entornos de la Sierra de Gata y sus valles próximos. Madre e hijo vuelven a las sobremesas, sobre todo después de cenar, en la que conversan de mil y una cuestiones, y una sobre la que suelen dialogar es sus respectivas vivencias y sucesos  de la jornada o de los días anteriores. Esta noche, la madre le cuenta como se presenta el nuevo curso 1894-95 en lo que atañe al grupito de estudiantes que cursan con ella el bachillerato por libre.

   -Este curso tendré más alumnos, el grupo ha aumentado a diez.

   -¡Enhorabuena, madre, casi has doblado el número! ¿Y te dan mucha guerra?

   -Salvo algún caso puntual no, en general son buenos muchachos y se portan bien. Vienen muy aleccionados de sus casas, y algún que otro padre me ha dicho que si tengo que castigar o dar un capón a su hijo que no lo dude.

   -¿Y les das algún coscorrón?

   -Que bobadas preguntas. Fuiste a la escuela conmigo, ¿cuándo me viste maltratar a un alumno?

   -Lo decía en broma, madre, no te piques. Pero si no recuerdo mal el curso pasado estabas muy quejosa de un alumno que te traía por la calle de la amargura.

   -Era una alumna y tú la conoces, la pequeña de los Manzano. Y que me ha dado una de las mayores satisfacciones que he tenido desde que ejerzo el magisterio. Al principio, era una niña insoportable: descarada, respondona, pésima estudiante, hablaba de pena; vamos, de los peores alumnos que han pasado por mis manos. Pues bien, si la vieras ahora no la reconocerías, he conseguido darle la vuelta como a un calcetín. Solo te diré que en junio aprobó el ingreso y todas las asignaturas de primero con nota. Cualquier día de estos la vas a ver porque le he pedido que venga a hacerme compañía como ya hacía cuando viajabas. Ahora que ya no viajas, me ha dicho que no quiero molestarnos y por eso no viene.

   -¿Qué edad tiene?, la recuerdo como muy niña.

   -Y lo sigue siendo, en unas semanas cumplirá los doce, y como es muy precoz cualquier día le puede llegar la pubertad. Y hablando de mujeres, ¿sigues saliendo con aquella muchacha que servía en casa del registrador? Nico creo recordar que se llama –Pilar sabe, pues se lo ha contado una vecina aficionada a los dimes y diretes, que a su hijo no se le ha vuelto a ver paseando con la joven de Jarilla, pero prefiere que se lo confirme.

   -No, ya no salimos, nos dimos un tiempo para repensar la relación, pero de eso hace ya la tira… Alguna vez ha vuelto por la droguería y hemos charlado un rato, pero nada más. Hablo más con su señora, la registradora, que con ella.

   -Si crees que me estoy pasando con mis preguntas, dímelo y cambio de tema. Sabes que respeto mucho tu vida privada, pero es la natural curiosidad de madre –Ante el silencio de su hijo, continúa- ¿Estás saliendo con otra?

   Julio vacila unos instantes, los suficientes para que no se le pasen por alto a su madre, pero cuando responde su voz suena firme.

   -Realmente, no. Algún que otro domingo voy con mis amigos a algún baile en un merendero o en el casino, y siempre conoces a alguna chica. Pero son relaciones muy someras, no suelen durar más allá de unas semanas. De lo que se dice una relación seria, nada de nada. Y te prometo una cosa, madre: el día que me eche una novia formal serás la primera en saberlo.

   Y así discurre el otoño y le sucede el invierno, cuando ya muy entrado noviembre un día aparece por la droguería un antiguo conocido de San Martín: el tío Lázaro, más conocido por su apodo, el Hurón, y que fue el mentor de Julio cuando, tras colgar los libros, se dedicó al más lucrativo negocio del contrabando.

   -Tío Lázaro, qué alegría verle, ¿cómo se encuentra?

   -Pos ya ves, voy tirando, aunque los tiempos no están pa tirar na. Y tú, que bien se te ve. Estás hasta más gordo, na que ver con aquel mozuelo que creía saberlo to y no sabía na. Y estás mejor aquí, detrás de un mostraor, que cuando arreabas los mulos por la Raya –El Hurón alude a los tiempos, ya lejanos, en que Julio le ayudaba a trajinar alijos por la frontera hispano-lusa.

   -¿Todavía cruza la Raya? –El tío Lázaro, aunque están solos en la tienda, antes de contestar mira a derecha e izquierda y cuando responde lo hace con voz queda.

   -¿Y qué otra cosa pueo hacer? Los de la tahona siguen sin regalar el pan.

   -La última vez que estuve en San Martín, me dijeron que ya no vive allí.

   -Es que me trasladé a Valverde, así estoy más cerca del negocio. Y hablando de negocios, por eso he venio. Me han contao que también vendes medecinas, ¿es cierto?

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 60. Un nuevo negocio