Tras el patinazo con
Lolita en el que la joven le dejó claro que ni se le ocurriera el menor atisbo
de flirtear con ella, Gimeno piensa que ha llegado la hora de dejar de
mariposear y de soñar con r elaciones que quizá fueran excitantes, pero que no
conducen a nada. Después de no pocas vacilaciones
y de pensárselo detenidamente, el joven político se decide: se va a echar
novia, pero en plan serio, para casarse. Vuelve a pasar revista a las mejores
opciones que tiene en el ámbito local y, como ya hizo anteriormente, su mirada
se posa en las futuras herederas de las familias con mayor poderío económico. Se
dice que para alguien que quiera hacer carrera política el dinero es un
poderoso aliado.
Como si se tratara de
adquirir algún bien material: selecciona, compara, descarta y al final opta. La
joven elegida, aunque ella todavía no lo sabe, es Pepita Arnau. Tiene dieciocho
años, es bien parecida, tiene buen tipillo y parece simpática. Su amigo
Guillermo le ha informado de que no tiene novio pese a que no le faltan
pretendientes. Aunque las cualidades de la chica que Gimeno valora más son dos:
que es hija de una prima carnal de los Arbós, con lo cual los nexos con el
poderoso clan se convertirían en lazos de sangre; la otra cualidad, no menos
importante, es que sus padres cuentan con una saneada fortuna, tienen muchos
bienes raíces y, se comenta, que muchos duros en el banco; dado que la elegida
es hija única algún día será la heredera de un montón de dinero. Dentro de lo
que ofrece el panorama local es una de las mejores opciones que ha encontrado.
Ahora es cuestión de pasar a la acción, aunque le da en la nariz de que no va a
tener grandes problemas para conquistar a Pepita. Solo habló con ella una vez,
un día que acompañó a su padre para que les explicara el contenido de una
derrama que la cooperativa había hecho para comprar un tractor. El padre de su
elegida, prácticamente semianalfabeto, no había entendido nada del contenido
del recibo. Luego le contaron que en el pueblo se le conoce como el tío Braulio
el del duro, le apodan así porque siempre repite que si trabaja tanto es para
poder ganar un duro. Por lo que constató en la visita, Pepita tampoco es una
lumbrera, cursó la enseñanza primaria en la escuela del pueblo y mal que bien
se defiende con las letras, siempre y cuando no se le exija demasiado. Uno de
sus contados amigos íntimos, Guillermo Bruñó, que por trabajar en la sucursal
de la Caja de Ahorros de Valencia en el pueblo conoce bien la verdadera
dimensión de la fortuna familiar de los Arnau-Gasulla, le resume en una castiza
frase lo que supondría cazar a la niña de los Arnau:
- Si te ligas a la chica del tío Braulio el del duro eso sería todo
un braguetazo.
José Vicente quiere saber
más detalles de la vida y milagros de la jovencita, en la que ha puesto sus
ojos como futura señora de Gimeno, e insiste a su amigo Guillermo para que le
cuente cuanto sabe.
- ¿Pepita Arnau? Ya te lo he dicho, todo un braguetazo. El tío que
se la calce se llevará un porrón de millones solamente en fincas. No te digo
más – asegura tajante Guillermo.
- ¿Y dices que no hay nadie que la esté rondando?
- No me extrañaría que más de uno lo tenga en mente, es una fruta
apetitosa y encima con el riñón bien cubierto, pero de momento es una plaza sin
dueño. Solo has de fijarte en una cosa: cuando pasea con sus amigas por el Rabal
es de las que siempre va por la parte de dentro. Muy interesado te veo por la
moza. No me digas que te ha hecho tilín.
- Hombre, Guillermo, no te voy a mentir. No es que se trate de un
flechazo, pero sí que es cierto que la chavala parece maja y también es
guapina, como diría un amigo asturiano.
- La verdad es que resulta bastante mona, aunque no está ni la
mitad de rica que tu jefa de la Sección Femenina. A esa sí que le haría yo un
favor y un millón si hiciera falta…
A Gimeno le molesta el
calor que pone Bruñó cuando habla de Lolita y le interrumpe para reconducir el
diálogo:
- Bueno, pero ahora no estamos hablando del cardo borriquero de
Lolita, sino de la niña de los Arnau. ¿Qué más me cuentas de ella?
- Pues poco más de lo que te he contado, que es un buen partido,
uno de los mejores del pueblo. ¿Ya le has dicho algo?
- Precisamente por eso mismo no me he atrevido a decirle nada. No
vaya a haber mal pensados que crean que si me acerco es por interés.
- No tienes que hacer ni puñetero caso de lo que diga la gente.
Hagas lo que hagas o dejes de hacerlo igual murmurarán. Por lo tanto, si la
chavala te gusta lo que debes de hacer es abordarla sin que te importe el qué
dirán.
- ¿Y tú crees que si me acerco me pondrá buena cara?
- Coño, José Vicente, ¡pues no me vas a salir ahora tímido!
- No es eso, Guillermo, pero me da corte pensar que me pueda
acercar y la chica me rechace. ¿Te imaginas lo bien que se lo iban a pasar
Vives y sus amigos? Pues no se iban a cachondear ni nada. Podría quedar
desprestigiado. Ten en cuenta que para bien o para mal ya no solo soy uno de
los solteros del pueblo, soy algo más.
- En eso llevas razón. Y puestas así las cosas, te puedo hacer un
favor: ¿quieres que averigüe si a los padres de la moza les pareces bien?
- ¿Y cómo vas a lograr que al final no se enteren todos? Si los
padres dicen que no, el cachondeo será general y mi prestigio por los suelos.
- Hombre, seguro al cien por cien de que alguien no se vaya de la
lengua nadie puede estarlo, pero los Arnau son bastante discretos. Si no les
parece bien que te acerques a su hija estoy convencido de que no irán por ahí
soltando el cuento. Y chico, al final ya sabes: el que no se moja no pasa el
río.
- ¿Y qué piensas hacer, hablar con los padres?
- ¿Estás loco? No sé si me harían ni caso. Si todo sale bien ya te
diré quién va a hacer de embajador. Es alguien que está muy acostumbrado a
guardar secretos y a trabajarse esta clase de encargos, por tanto es persona de
toda confianza sea cual fuere el resultado final.
Los argumentos de
Guillermo acaban convenciendo a José Vicente. Tampoco tiene otras vías para
explorar sus posibilidades de éxito.
La embajada montada por
Bruñó es tan rápida como fructífera. Los padres de la joven han dicho al
casamentero que si Gimeno va en plan formal y no para pasar el rato ellos no
tienen nada que objetar, pero que la última palabra la tendrá su hija. Será lo
que ella decida.
- ¿Qué te parece mi gestión? – se pavonea Guillermo cuando termina
de contarle el resultado de la misma.
- Pues que has estado sembrado. ¿Y qué más te comentaron?
- A mí, nada. Ya te expliqué que no iba a ser yo quien hablase con
ellos.
- Entonces, ¿quién ha hecho de embajador?
- Quien menos puedes figurarte... mosén Amancio.
- No fastidies, ¿de verdad? ¿Has tenido la cara de meter al
párroco en este fregado?
- ¿Y por qué no? Si a él le encanta hacer de casamentero, como a
casi todos los curas. Y así está garantizado el secreto de la gestión,
independientemente de que al final la historia salga bien o mal.
- Oye, pero si han dicho que la última palabra la tendrá la moza,
¿cómo voy a saber si está o no dispuesta a que la ronde? – inquiere, un tanto
inquieto, Gimeno.
Bruñó, como oriundo
senillense, le da la clave:
- Lo que vas a hacer es lo siguiente: espera unos días, digamos
una semana, y luego te fijas si cuando la niña Arnau pasea con sus amigas por
el Rabal va en el centro: entonces no hay nada que hacer. En cambio, si se
sitúa en uno de los extremos es que está dispuesta a charlar contigo.
- ¿Solo a charlar?
- ¡Macho!, no esperarás que te lo den todo hecho.