Ante la pregunta de Agustín de si el próximo
domingo irá a merendar con ellos, Julio vacila unos segundos, pero debido a que
está intranquilo al estar en la puerta principal de Capitanía, contesta sin
pensárselo demasiado.
-De acuerdo, dile a Roser que iré.
-Pero esta vez na de hacer marranás, eh. Me
lo has prometio.
-Te doy mi palabra, pero vete de una puñetera
vez que el sargento de guardia ya es la segunda vez que sale a mirar.
Cuando el mañego vuelve a la oficina, y
mientras rellena mecánicamente unos formularios, reflexiona sobre la invitación
que acaba de hacerle su paisano y su aceptación a bote pronto. Una vez más
comienza a darle vueltas a la controvertida cuestión de guardar la ausencia. Recuerda
lo que le explicó a Agustín el día de la Inmaculada: salir con él, su novia y
con alguna amiga de ella, sea Dolors u otra chica, no supone necesariamente que
no guarde la ausencia de Consuelo. Piensa que si fuera a la cita teniendo la
intención de ponerle los puntos a la moza a la que acompañara eso sí que
supondría no guardar la ausencia; en cambio, sí va más que nada por hacer un
favor a su amigo, y sin pretensión alguna de cortejar a su acompañante, eso no
supone romper la promesa que hizo a su novia.
El domingo, cuando está a punto de cerrar la
carta semanal a Consuelo, piensa si añade una posdata contándole lo que va a
hacer por la tarde. La vacilación dura poco, ojos que no ven, corazón que no siente,
se dice, y no cuenta nada sobre la merienda. Pasa la lengua por la parte
engomada del sobre, lo cierra, lame el sello y lo pega, después de comer la
echará al correo. Agustín le ha dicho que se verán con las chicas sobre las
cinco y media. Esa tarde, el mañego se arregla con más cuidado que el habitual,
quiere dar una buena imagen, no vayan a pensar las mozas de Inca que todos los
extremeños son unos zarrapastrosos como montanchego.
Las dos muchachas reciben a Julio con la
misma cordialidad que si le vieran todos los días. Roser está más simpática que
Dolors, que se mantiene amable pero un tanto distante. A medida que transcurre
la tarde, la relación del cuarteto se hace más fluida y cordial y termina con
ambas jóvenes escuchando encandiladas las anécdotas que les cuenta Julio sobre
la vida en Capitanía. Cuando el mañego regresa a su cuarto de la calle Deanato
y hace el balance de la tarde se afirma que tenía razón al pensar que un
comportamiento como el que ha tenido durante la jornada jamás podría
calificarse como de haber quebrantado la promesa de guardar la ausencia.
A su vez, en Malpartida, Consuelo está
cavilando qué hacer con el placentino Luis, que ha demostrado con creces ser un
pretendiente con el temple de los guerrilleros que hicieron la vida imposible a
Napoleón cuando invadió España. El joven vaquero sigue yendo al pueblo todos
los domingos y se ha convertido en asiduo comensal en la mesa de los Manzano.
Continúa tratando a Consuelo con corrección y afabilidad, y sigue sin forzar la
situación de formalizar una relación que casi todo el mundo da por hecha salvo
la propia interesada. Para Consuelo los diálogos con el heredero de los Campos son
cada vez más fluidos y amistosos y le ayudan a soportar el tedio. Ya no siente
ninguna repulsa hacia el placentino y lo encuentra divertido y ocurrente. Y
hasta en algún momento llega a plantearse si estará portándose bien con Julio
porque lo que prometió ante la Virgen de la Luz de guardar la ausencia es
evidente que no lo está cumpliendo a rajatabla.
Hoy, en su habitual paseo de la tarde de los
domingos, Luis le está contando los planes que tiene pensados para
independizarse de su familia.
-Pienso abrir una tienda en la que se
venderán productos lácteos; es decir, leche, queso y mantequilla
fundamentalmente, pero también pienso vender refrescos e infusiones de toda
clase, como café, té y manzanilla. Y si el negocio sale pa lante, a lo mejor
monto otra tienda aquí.
-¿Y tus padres que dicen de eso, no es una
manera de que les hagas la competencia? –inquiere Consuelo que sigue interesada
las explicaciones de Luis.
-En principio mi padre se opone, pero
acabaré convenciéndole.
-Entonces lo que tienes que hacer para
completar el cuadro es buscarte una moza que sepa poner buena cara a los
clientes para que vuelvan a la tienda.
-No tengo que buscar na, que la moza que
quiero ya la tengo pensá, y no será necesario que ponga buena cara a nadie; bueno,
a mí sí. Mi futura esposa no tendrá que trabajar en la tienda, bastará que sea
la señora de la casa, y si hace algo será porque le pete.
-Así que la moza ya la tienes pensada, ¿y si
no es indiscreción puede saberse quién es? –Consuelo es cada vez más proclive a
coquetear con el placentino.
-¿Y tú me lo preguntas? Creía que ya lo sabías.
Cada domingo que pasa, los diálogos entre la
pareja discurren por cauces más directos y entran en temas más personales.
Situación que es vista muy favorablemente por la señora Soledad, y sobre lo que
departe con frecuencia con su hermana María.
-¿Cómo va lo de la chica con el placentino?
–se interesa María.
-Pues ahí están. La niña sigue emperrá con
el muerto de hambre del mañego, pero Luis mantiene el tipo y continúa viniendo
tos los domingos y fiestas sin faltar una. A ver si es verdá aquello de que el
que la sigue la consigue.
-No sé a quién ha salio Consuelín, pero
puñetera y cabezona lo es un rato.
-¡Me lo vas a decir! Es igualina que su
padre que en gloria esté, no hay na que le pete tanto como llevarme la
contraria y hacerme rabiar. Alguna vez he pensao en decirle que lo del mañego
me paece bien, igual entonces lo dejaba.
-Bueno, mientras siga la cosa así, te libras
de tener que pagar a alguien pa que te lleve las cuentas y sobre to los tratos
con los prestamistas porque con los contaos bancos que hay se ha de tratar con
ellos.
-Eso es verdá, no hay mal que por bien no
venga.
En Palma, Julio tiene bastante más trabajo
del habitual en la bisutería. Este jueves anda rapidito pues quiere llegar al
comercio antes de la hora de apertura. Se sorprende al encontrar delante de la
tienda a su paisano Agustín.
-Chacho, te estaba esperando, te traigo un
recao.
-Pues rapidito, que voy flechado.
-¿Qué planes ties pa Navidá?
De momento, Julio no sabe qué responder. Ni
siquiera había pensado que la próxima semana será Navidad. El recuerdo hace que
una ola de añoranza de su tierra y sus seres queridos le envuelva. De pronto se
da cuenta de que será la primera Navidad que va a pasar fuera de su casa, lejos
de su madre y su novia, y que la va a pasar en la más triste soledad.
-Que planes voy a tener, los de todos los
festivos: escribir a Consuelo y a madre y aburrirme más que una farola. Como
mucho, igual nos juntamos unos cuantos compañeros en el quiosco de caballería,
nos tomaremos unas botellas y cogeremos un pedo de campeonato.
-Las chicas tienen un plan distinto. Verás…
-Y Agustín le cuenta lo que han pensado Roser y Dolors. Ellas han de trabajar
en Navidad porque ese día sus señoras organizan la comida navideña para la
familia, pero al día siguiente, festividad de San Esteban, aunque sus patronos
también tienen comida familiar, les van a dar el día libre porque no las van a
necesitar para que ayuden en la cocina. Y es que en Sant Esteve, como lo pronuncian en la isla, la mayoría de familias
mallorquinas tiene la costumbre de aprovechar las sobras de la comida del día
anterior, es decir del día de Navidad. Lo más habitual que cocinan son
canelones, pues el relleno que llevan es la carne sobrante de la escudella que
se prepara en la fiesta navideña, y que es un plato que consiste en un caldo
colado de carne y hortalizas, en el que se cuece arroz, fideos u otro tipo de
pasta.
Julio le interrumpe.
-Chacho, que te he dicho que tengo prisa. No
me cuentes la historia de cómo preparan los mallorquines las navidades que no
tengo tiempo para eso.
-Bueno, iré al asunto. Que las chicas han
pensao que el día de San Esteban, o sea el 26, podríamos celebrar juntos la
Navidá, aunque fuera un día después. Ellas se encargan de preparar la comia.
Incluso la Roser ha conseguio que su señora le preste una bajera, en la que no
guardan más que trastos, pa que podamos comer allí. Nosotros solo tendríamos
que apoquinar algo de dinero pa ayudarlas en las viandas que habrá que mercar
pa la comilona. ¿Qué te paece?
La oferta de Agustín, o mejor sería decir de
las chicas de Inca, le gusta a Julio. Eso puede ser lo más cercano a celebrar
la Navidad en compañía de amigos, aunque no sea el día 25, pero entre esa
invitación y tomarse unas botellas en el quiosco media un abismo. No tiene que
pensarlo demasiado.
-Dile a las chicas que por mí encantado. Que
me parece una gran idea y que les agradezco mucho que se hayan acordado de mí.
Y ya me dirás si puedo ayudar en algo más que en apoquinar los reales que hagan
falta. Es más, como sé que siempre estás a dos velas, pagaré tu parte y si hace
falta algo más pondré lo que sea necesario. Y ahora, tengo que dejarte que
están abriendo la tienda.
Puesto que la Navidad está encima, la madre de
Julio ha pensado en darle una sorpresa a su hijo que a veces presume de gourmet.
Le está preparando un paquete para que pueda degustar algunas de las
exquisiteces del terruño, a lo que añade los dulces navideños más tradicionales:
turrón de Jijona y de Alicante, mazapán de Toledo, pan de Cádiz, mantecados de
Antequera, polvorones de Estepa,
peladillas de Alcoy y una botella de vino espumoso de San Sadurní de
Noya. A lo que ha sumado algunos de los productos extremeños más famosos: un quilo
de jamón ibérico de Montánchez, una selección de embutidos en la que hay
chorizo, salchichón, morcón, lomo curado y morcillas. Una botellita de aceite
de oliva virgen extra de la Sierra de Gata, una torta del Casar, un bote de
pimentón de La Vera y unos bombones de higo de Almoharín. La nota que mete
dentro del paquete para gourmets acaba con la felicitación obligada para las
fiestas que se avecinan: Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
32. Bon Nadal