La
iniciativa de Vives sobre el posible desvío de la carretera nacional a su paso
por el pueblo concita, como no podía ser menos, la atención de los parroquianos
del café El Porvenir. Y, como suele ocurrir, cada uno opina en función de sus
intereses y simpatías.
- ¿Cómo quedará lo del desvío? – pregunta el
ferroviario Ballesta.
- Cualquiera sabe – contesta Sanchís, el
boticario -. De momento ha servido para que, por enésima vez, el clan de los
Arbós y sus amigos se traben de cuernos con Vives y los suyos.
- ¿Y José Vicente tendrá algo qué decir al
respecto? – quiere saber Clavé, el telegrafista.
- Gimeno no es más que un correveidile de los
Arbós y solo dirá lo que sus amos le manden que diga – asegura Bonet, el otro
ferroviario del grupo.
- Hombre, Celestino, creo que te pasas. José
Vicente tiene personalidad más que sobrada para pensar por su cuenta. No
necesita a los Arbós ni a nadie para decidir por sí mismo – replica Grau, el
joven veterinario.
- Pero volviendo a mi pregunta ¿alguien sabe
qué va a pasar, se hará o no el desvío? – insiste Ballesta.
Unos
aseguran que sí, otros que no. Aunque realmente nadie tiene información
fidedigna que pueda asegurar una u otra opción. Hasta que toma la palabra
Lapuerta, a quien todos respetan, no se sabe bien si es por ser un hombre cabal
o porque es el médico de la mayoría de los contertulios, y que hasta ese
momento no ha intervenido en la discusión.
- Quizá más importante que la obra en sí es
la carga simbólica que hay detrás de ella.
- ¿Y
eso qué significa, don Manuel? – pregunta, curioso, Esteller, el rapabarbas.
- Pues según quien sea la facción que gane la
pelea eso marcará, posiblemente, el devenir del pueblo en las próximas décadas.
- Manolo, si no te explicas mejor nos has
dejado a todos in albis – puntualiza
Grau.
- El desvío es una obra menor que tendrá un
mínimo impacto en la red viaria, pero no dejará de formar parte del sistema de
carreteras que es soporte fundamental para la economía. Una de las causas más
determinantes del secular atraso económico de España son sus pésimas
comunicaciones. No tenemos vías fluviales, el transporte aéreo está en
mantillas, el ferroviario, además de escaso, quedó destrozado tras la guerra y
tardará años en recuperarse, y de las carreteras ¿qué decir?, todos conocemos
su lamentable estado; pese a eso, por ellas circula más del ochenta por ciento
del transporte terrestre. Cualquier obra, por pequeña y modesta que sea pero
que mejore su trazado, sirve para facilitar las comunicaciones y por
consiguiente ayuda a la economía y al progreso del país – tras la parrafada,
Lapuerta se calla.
La
mayoría de los tertulianos se quedan mirándole esperando que prosiga, pero el
médico sigue silencioso. Es Sanchís quien rompe el mutismo:
- Todo lo que has dicho, Manolo, ya lo
sabíamos, pero ¿dónde está la carga simbólica de que ganen unos u otros y cómo
influirá en el futuro del pueblo?
- Lo que voy a decir no es más que una
opinión, que conste. El desvío algo mejorará las comunicaciones locales, lo que
a medio y largo plazo ayudará a la economía y, por tanto, al progreso del
pueblo. Aquellos que se oponen se supone que es porque aceptan como buena la
situación actual. Si ganan los que piden esa reforma, es probable que detrás de
esa pequeña obra vengan otras que estimulen el despegue económico y social del
municipio. La localidad crecerá y el crecimiento traerá cambios que influirán
en la composición social y, de algún modo, en la estructura política. Si
quienes vencen son los inmovilistas, se mantendrá el statu quo, el pueblo seguirá igual, nada o muy pocas cosas
cambiarán.
- ¿Y usted quién cree que se llevará el gato
al agua? – pregunta Esteller tan curioso como siempre.
Lapuerta, por toda respuesta, esboza una media sonrisa irónica y se
encoge de hombros. Si conoce la respuesta, prefiere no darla.
El
grupo que apadrina el desvío decide que sean Paco Vives y su amigo Rúas los que visiten
al delegado provincial de Obras Públicas. Le exponen sus pretensiones
exagerando los problemas que provoca el continuo tránsito de camiones por el
centro del pueblo. El delegado les escucha cortésmente, después les comunica
que obras como las que solicitan las programan en Madrid y que en la última
planificación recibida cree recordar que apenas existen desvíos.
- ¿Y nos puede decir, señor delegado, si se
va a construir alguno en nuestro pueblo?
El
funcionario pide por teléfono interior que le busquen el dato. No, no hay
ninguna obra prevista en Senillar.
- ¿Y qué tendríamos que hacer para que
construyan el desvío?
- Como les he dicho, las obras se planifican
en el Ministerio. No creo que ustedes puedan hacer algo.
- Pero, señor delegado, las molestias las
sufre el vecindario. Algo tendrán que decir sus representantes, que en este
caso somos nosotros.
- Comprenderán que si en Madrid tuvieran que
hacer caso de lo que pide cada pueblo, el Estado no tendría dinero suficiente
para atender ni la milésima parte de las peticiones. La planificación la
elaboran los órganos centrales que son los únicos que conocen todos los datos y
necesidades de la nación y manejan los escasos fondos con que se cuenta.
- Pero como Ayuntamiento, y en representación
de los vecinos, podremos pedir…
- Perdonen, caballeros – el delegado comienza
a irritarse -, les ruego que no insistan. Si ustedes quieren cursar una
solicitud háganlo por los cauces reglamentarios. Y ahora me disculparán, pero
tengo una mañana muy ocupada.
Pese
a que el funcionario se ha puesto de pie para despedirles, Vives sigue
insistiendo en que algo podrán hacer para pedir la obra. El delegado,
decididamente molesto, llama a un conserje para que les acompañe a la salida.
El alcalde y su acompañante salen de la delegación no solo frustrados sino
también irritados por la poca atención que se les ha prestado.
- Ese tío nos ha tratado como si fuéramos
unos patanes. Me dieron ganas de enviarlo a hacer puñetas.
- La verdad es que se portó como si
hubiésemos venido a robarle la cartera.
- Este tipo podrá tener muchos estudios, pero
lo que es educación no tiene ni gota.
- Y que mal genio tiene el cabrón. Hay que
ver como se ha puesto.
- ¿Y ahora, Jaime, qué hacemos?
- La verdad es que no lo sé. Creía que ese
fulano nos daría alguna pista sobre lo que podríamos hacer, pero ya le oíste,
las obras son competencia del ministerio y de ahí no lo hemos sacado.
Ambos comisionados regresan al pueblo con las manos vacías y la cabeza
caliente. Rúas, de parte de Vives, se encarga de citar a sus partidarios a una
reunión que tendrá lugar en el Ayuntamiento para escuchar de viva voz la
versión completa de lo tratado en la delegación y tomar las medidas que se
crean oportunas. Como otras veces, Borrás le ha chivado a Gimeno la información
sobre la reunión y sus motivos. A éste le falta tiempo para contárselo a su
consejera áulica, a quien ya no le oculta nada. Ambos reflexionan sobre el
próximo paso que deberían dar.
- ¿No crees, Lolita, qué es el momento de
lanzar el rumor de que esa gestión ha colocado al pueblo en la cola de las
obras públicas?
- Creo que debemos aguardar hasta saber qué
acuerdan en la reunión que ha convocado Vives… Espera, se me ocurre algo mejor,
en vez de esperar a que muevan ficha, quizá fuera más eficaz inducirles a que
tomen el camino más adecuado a nuestros intereses.
- Explícate, bonita.
- Quiero decir que si esperamos a que Vives
tome una decisión, luego nosotros trataremos de contrarrestarla, pero en verdad
quien seguirá llevando la iniciativa será él. Creo que es mucho mejor darle la
vuelta a la tortilla, que seamos nosotros quienes tomemos la delantera y
fijemos las reglas de juego.
- Te prometo, y no lo digo de broma, que
escuchándote hay veces que pienso que el jefe deberías de ser tú. Tienes
materia gris para parar un tren exprés y, encima, la ocultas tras el rostro más
atractivo que conozco. Dicho sea con todo el respeto – Gimeno sabe que cuando
piropea a Lolita debe de hacerlo con pies de plomo y en tono festivo para
eludir la fácil irritabilidad de la joven en ese terreno.
- Eres imposible José Vicente – La joven
comienza a no molestarse por las cada vez más frecuentes alusiones a su físico
que hace Gimeno, algo impensable unos meses atrás -. Estoy intentando ayudarte
y tú, como si fueras un adolescente, piropeándome. A ver si por una vez eres
capaz de tomarme en serio.
- Lolita, perdóname, es cierto que a veces
disfruto gastándote pequeñas bromas, me encanta ver la carita que pones, pero
siempre desde el gran respeto que te tengo. Dicho esto añado que siempre te
tomo en serio. Sé que no descubriré la pólvora, pero tampoco soy tan estúpido
como para no saber que tengo a mi lado, no solo a una mujer maravillosa, sino a
la persona más inteligente que conozco, y a los inteligentes siempre hay que
tomarlos en serio digan lo que digan.