"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 10 de enero de 2017

95. Comí a base de bocatas



   Después de abandonar la casa de la hermana de María Victoria, donde ésta ha comenzado a contarles su secuestro, el comisario zaragozano lleva a Grandal a su hotel. En cuanto se han puesto los cinturones de seguridad y arranca el coche, Lucientes pregunta:
- Tú que conoces mejor a la profesora, ¿es una mujer con los pies en la tierra o es una de esas que se monta una película por un quítame allá esas pajas?
- ¿A qué viene esa pregunta?
- Es que no acabo de creerme la historia que nos ha contado de los dos fulanos que se presentan en su domicilio y le sueltan la milonga de que son emisarios del embajador de Colombia que quiere verla. Una persona sensata habría recelado de dicha invitación, porque si el embajador hubiese querido de verdad entrevistarse con ella previamente la hubiera llamado por teléfono o le habría puesto un correo. ¿Y por qué enviar dos personas?, para darle el recado con una bastaba.
- Personalmente, la tengo conceptuada como una mujer inteligente y sensata. Lo que ocurre es que es una de esas contadas personas que le apasiona su trabajo y supongo que bastó que le mencionaran que se trataba del Tesoro Quimbaya para que aceptara la invitación sin plantearse ninguna sospecha. Y prueba de lo que digo es que cuando Juan Carlos Atienza le propuso participar en la tormenta de ideas sobre el robo del tesoro no se lo pensó ni un segundo.
- Acepto tu opinión, pero sigue sin convencerme demasiado su relato. Espero que lo que nos cuente mañana suene más verosímil.
   Quedan que en cuanto al día siguiente digan a Lucientes que María Victoria está en condiciones de seguir con la historia de su rapto, recogerá a Grandal en su hotel. Aquella noche, el excomisario vuelve a hablar con Atienza para contarle lo que les ha explicado Mariví.
- ¿Así que hablaban con acento sudamericano? – se interesa Atienza.
- Eso es lo que nos ha contado. No ha sabido precisar de qué país. Y hablando de eso, no estaría mal que te enteraras si el embajador de Colombia ha estado alguno de los pasados días fuera de Madrid. No es que crea que pueda estar involucrado en el suceso, pero es mejor que descartemos cualquier atisbo de sospecha.
- Lo haré. ¿Quieres que haga alguna otra gestión?
- Por el momento, no. En cuanto mañana termine Lucientes de interrogar a Mariví, te llamaré para contarte el final de su relato.
- Según lo que os cuente, es posible que tengamos que desplazarnos a Zaragoza para interrogarla por nuestra cuenta.
- Por ahora no hace falta. Cuando termine de contar lo sucedido, y en función de lo que nos diga, ya evaluaréis si debéis viajar o no.
   Al día siguiente, un poco antes de las once, Grandal recibe la llamada de Lucientes. Un coche le está esperando a la puerta del hotel para llevarle al domicilio de la hermana de María Victoria. Él está yendo para allá. Ambos comisarios encuentran a la profesora con mucha mejor cara que el día anterior, también está más animosa. Tras poner en marcha la grabadora, Lucientes la anima a proseguir su explicación.
- ¿Dónde me quedé? – pregunta María Victoria.
- Cuando la metieron en el coche, le pusieron una capucha y le dijeron que si colaboraba con ellos no le iba a pasar nada – le recuerda Lucientes. Grandal, como hizo el día anterior, no interviene en el interrogatorio.
- Pues después de dar un montón de vueltas, me llevaron al lugar donde me mantuvieron cautiva desde el jueves hasta el domingo. Una especie de…
- Un momento, por favor, María Victoria – la interrumpe Lucientes -. Antes de contarnos donde estuvo una pregunta: durante el recorrido en coche, ¿llegó a localizar algún lugar por donde pasaron?
- No sabría decirle, lo de la capucha me puso muy nerviosa y me desorienté, pero… ahora que lo pienso estoy casi segura de que pasamos cerca de la catedral porque recuerdo haber oído las campanas y también es posible que recorrieran alguna de las autopistas que circundan la ciudad porque se oía el ruido de coches circulando a gran velocidad.
- Otra cuestión: ¿aproximadamente cuánto tiempo duró el viaje?
- Dimos muchas vueltas y creo que lo hicieron a propósito, al fin y al cabo Zaragoza no es tan grande. No sé…, quizá entre veinte y cuarenta minutos poco más o menos.
- Gracias, María Victoria, y permítame felicitarla, pese a estar nerviosa y desorientada fue capaz de fijarse en detalles como los que acaba de contarnos. Lo que dice mucho de su temple – La felicitación de Lucientes es interesada, el comisario sabe que cuanto más estimulada se vea la profesora mejor será su descripción -. Prosiga, por favor.
- El lugar donde me han tenido retenida me dio la impresión de ser un chalé como uno de los muchos que hay en el extrarradio de la ciudad. No llegué a verlo por completo porque durante los cuatro días que me retuvieron…, esa es una palabra que repetían a menudo, nunca dijeron que estaba presa o secuestrada, siempre se referían a que me tenían retenida. Bien, durante el tiempo que estuve retenida me tuvieron encerrada en la misma habitación de donde solo me dejaban salir para ir al baño. Una vez en la habitación me quitaron la capucha y volvieron a repetirme que si colaboraba con ellos no me pasaría absolutamente nada… - La pausa la aprovecha Lucientes para preguntarle.
- ¿Puede describirnos como eran los secuestradores? Denos todos los datos que recuerde: edad aproximada, detalles físicos como el color de su piel o del pelo, como iban vestidos, como hablaban, cuantos eran; en fin, todo cuanto pueda recordar.
- Le contesto por el orden de sus preguntas, comisario – Grandal piensa que la docente que es Mariví está saliendo a la superficie -. Eran gente joven, digamos que entre los veintitantos y los treinta y pocos. Del color de su piel o del pelo poco puedo decirle porque iban siempre encapuchados, solo vi la cara de la pareja que me secuestró y a la que no volví a ver. De todos modos, por el color del dorso de sus manos estoy segura de que algunos de ellos eran mestizos o cholos como les llaman en Latinoamérica. Por el mismo motivo tampoco sé cómo iban vestidos, salvo los que se hicieron pasar por diplomáticos. En cuanto al modo de hablar, como ya les dije ayer, eran claramente de algún país de Centro o de Sudamérica. Respecto a su número, tampoco estoy muy segura. Si no contamos a los dos que se hicieron pasar por diplomáticos, calculo que entre tres y cinco, quizá seis. No sé.
- Lo está haciendo muy bien, María Victoria, siga por favor – Lucientes la vuelve a animar.
- El jueves a mediodía me trajeron una bandeja con comida. Antes me avisaron que podía quitarme la capucha cuando ninguno de ellos estuviera en la habitación. Que antes de entrar llamarían a la puerta, entonces tenía que encapucharme inmediatamente y que si no lo hacía así me quemarían la cara con ácido. Fue cuando más me asusté y cuando pensé por primera vez que aquello iba en serio y que si les contrariaba en lo más mínimo no dudarían en matarme. Aunque después de serenarme también pensé que nunca habían dicho nada de matarme, que por la razón que fuera me querían viva. Lo que me llevó a seguirles la corriente y a no hacer nada que pudiera encolerizarles. Ah, algo que se me olvidaba, a partir de la tarde del jueves ellos eran los que se cubrían el rostro cuando entraban en la habitación. El hecho de que no quisieran que les viera la cara también me dio que pensar. Si no les veía el rostro no podría identificarles, lo cual suponía que posiblemente si colaboraba con ellos en algún momento podrían liberarme. No pueden imaginarse la de cosas que se llegan a pensar en situaciones como esas.
   Lucientes, ante el peligro de que la testigo comience a perderse en digresiones, y para que retome el hilo del discurso, pregunta:
- ¿Y qué le llevaron de comida?
- Unos bocatas. Es lo que estuve comiendo todos los mediodías. Bocadillos y una jarra de agua. Y para cenar solían traerme pizza; ah, y la noche del sábado me trajeron burritos. El jueves, prácticamente, no probé bocado ni bebí nada porque pensé que los secuestradores igual habían metido alguna droga en el agua o en la comida, pero el viernes, como estaba sedienta y tenía hambre, me bebí la jarra entera y me comí todos los bocatas. No me dieron ninguna droga hasta el día antes de liberarme.
   La mujer ha ido desmoronándose poco a poco, algo que no ha pasado desapercibido a Lucientes por lo que decide darle un descanso, ya seguirán por la tarde. Cuando se lo dice, María Victoria le hace un ruego:
- Comisario, le pido un favor: en lugar de seguir esta tarde, ¿podría ser mañana? No me encuentro con ánimos de continuar con el interrogatorio. Estoy otra vez de los nervios y es posible que no recuerde con claridad lo que pasó. Esta tarde debería descansar y serenarme.
   Lucientes, de mala gana pero accede a la petición de la mujer.
- Hasta mañana y gracias por ser tan comprensivos – les dice la mujer cuando se van.