Después de abandonar la casa de la hermana
de María Victoria, donde ésta ha comenzado a contarles su secuestro, el
comisario zaragozano lleva a Grandal a su hotel. En cuanto se han puesto los
cinturones de seguridad y arranca el coche, Lucientes pregunta:
- Tú que
conoces mejor a la profesora, ¿es una mujer con los pies en la tierra o es una
de esas que se monta una película por un quítame allá esas pajas?
- ¿A qué
viene esa pregunta?
- Es que no
acabo de creerme la historia que nos ha contado de los dos fulanos que se presentan
en su domicilio y le sueltan la milonga de que son emisarios del embajador de
Colombia que quiere verla. Una persona sensata habría recelado de dicha
invitación, porque si el embajador hubiese querido de verdad entrevistarse con
ella previamente la hubiera llamado por teléfono o le habría puesto un correo. ¿Y
por qué enviar dos personas?, para darle el recado con una bastaba.
-
Personalmente, la tengo conceptuada como una mujer inteligente y sensata. Lo
que ocurre es que es una de esas contadas personas que le apasiona su trabajo y
supongo que bastó que le mencionaran que se trataba del Tesoro Quimbaya para
que aceptara la invitación sin plantearse ninguna sospecha. Y prueba de lo que
digo es que cuando Juan Carlos Atienza le propuso participar en la tormenta de
ideas sobre el robo del tesoro no se lo pensó ni un segundo.
- Acepto tu
opinión, pero sigue sin convencerme demasiado su relato. Espero que lo que nos
cuente mañana suene más verosímil.
Quedan que en cuanto al día siguiente digan
a Lucientes que María Victoria está en condiciones de seguir con la historia de
su rapto, recogerá a Grandal en su hotel. Aquella noche, el excomisario vuelve
a hablar con Atienza para contarle lo que les ha explicado Mariví.
- ¿Así que hablaban
con acento sudamericano? – se interesa Atienza.
- Eso es lo
que nos ha contado. No ha sabido precisar de qué país. Y hablando de eso, no
estaría mal que te enteraras si el embajador de Colombia ha estado alguno de
los pasados días fuera de Madrid. No es que crea que pueda estar involucrado en
el suceso, pero es mejor que descartemos cualquier atisbo de sospecha.
- Lo haré.
¿Quieres que haga alguna otra gestión?
- Por el
momento, no. En cuanto mañana termine Lucientes de interrogar a Mariví, te
llamaré para contarte el final de su relato.
- Según lo
que os cuente, es posible que tengamos que desplazarnos a Zaragoza para
interrogarla por nuestra cuenta.
- Por ahora
no hace falta. Cuando termine de contar lo sucedido, y en función de lo que nos
diga, ya evaluaréis si debéis viajar o no.
Al día siguiente, un poco antes de las once,
Grandal recibe la llamada de Lucientes. Un coche le está esperando a la puerta
del hotel para llevarle al domicilio de la hermana de María Victoria. Él está
yendo para allá. Ambos comisarios encuentran a la profesora con mucha mejor
cara que el día anterior, también está más animosa. Tras poner en marcha la
grabadora, Lucientes la anima a proseguir su explicación.
- ¿Dónde me
quedé? – pregunta María Victoria.
- Cuando la
metieron en el coche, le pusieron una capucha y le dijeron que si colaboraba
con ellos no le iba a pasar nada – le recuerda Lucientes. Grandal, como hizo el
día anterior, no interviene en el interrogatorio.
- Pues
después de dar un montón de vueltas, me llevaron al lugar donde me mantuvieron
cautiva desde el jueves hasta el domingo. Una especie de…
- Un
momento, por favor, María Victoria – la interrumpe Lucientes -. Antes de
contarnos donde estuvo una pregunta: durante el recorrido en coche, ¿llegó a localizar
algún lugar por donde pasaron?
- No sabría
decirle, lo de la capucha me puso muy nerviosa y me desorienté, pero… ahora que
lo pienso estoy casi segura de que pasamos cerca de la catedral porque recuerdo
haber oído las campanas y también es posible que recorrieran alguna de las
autopistas que circundan la ciudad porque se oía el ruido de coches circulando
a gran velocidad.
- Otra
cuestión: ¿aproximadamente cuánto tiempo duró el viaje?
- Dimos
muchas vueltas y creo que lo hicieron a propósito, al fin y al cabo Zaragoza no
es tan grande. No sé…, quizá entre veinte y cuarenta minutos poco más o menos.
- Gracias,
María Victoria, y permítame felicitarla, pese a estar nerviosa y desorientada
fue capaz de fijarse en detalles como los que acaba de contarnos. Lo que dice
mucho de su temple – La felicitación de Lucientes es interesada, el comisario
sabe que cuanto más estimulada se vea la profesora mejor será su descripción -.
Prosiga, por favor.
- El lugar
donde me han tenido retenida me dio la impresión de ser un chalé como uno de
los muchos que hay en el extrarradio de la ciudad. No llegué a verlo por
completo porque durante los cuatro días que me retuvieron…, esa es una palabra
que repetían a menudo, nunca dijeron que estaba presa o secuestrada, siempre se
referían a que me tenían retenida. Bien, durante el tiempo que estuve retenida
me tuvieron encerrada en la misma habitación de donde solo me dejaban salir
para ir al baño. Una vez en la habitación me quitaron la capucha y volvieron a
repetirme que si colaboraba con ellos no me pasaría absolutamente nada… - La pausa
la aprovecha Lucientes para preguntarle.
- ¿Puede
describirnos como eran los secuestradores? Denos todos los datos que recuerde:
edad aproximada, detalles físicos como el color de su piel o del pelo, como iban
vestidos, como hablaban, cuantos eran; en fin, todo cuanto pueda recordar.
- Le
contesto por el orden de sus preguntas, comisario – Grandal piensa que la
docente que es Mariví está saliendo a la superficie -. Eran gente joven,
digamos que entre los veintitantos y los treinta y pocos. Del color de su piel
o del pelo poco puedo decirle porque iban siempre encapuchados, solo vi la cara
de la pareja que me secuestró y a la que no volví a ver. De todos modos, por el
color del dorso de sus manos estoy segura de que algunos de ellos eran mestizos
o cholos como les llaman en Latinoamérica. Por el mismo motivo tampoco sé cómo
iban vestidos, salvo los que se hicieron pasar por diplomáticos. En cuanto al
modo de hablar, como ya les dije ayer, eran claramente de algún país de Centro
o de Sudamérica. Respecto a su número, tampoco estoy muy segura. Si no contamos
a los dos que se hicieron pasar por diplomáticos, calculo que entre tres y
cinco, quizá seis. No sé.
- Lo está
haciendo muy bien, María Victoria, siga por favor – Lucientes la vuelve a
animar.
- El jueves
a mediodía me trajeron una bandeja con comida. Antes me avisaron que podía
quitarme la capucha cuando ninguno de ellos estuviera en la habitación. Que
antes de entrar llamarían a la puerta, entonces tenía que encapucharme
inmediatamente y que si no lo hacía así me quemarían la cara con ácido. Fue
cuando más me asusté y cuando pensé por primera vez que aquello iba en serio y
que si les contrariaba en lo más mínimo no dudarían en matarme. Aunque después
de serenarme también pensé que nunca habían dicho nada de matarme, que por la
razón que fuera me querían viva. Lo que me llevó a seguirles la corriente y a
no hacer nada que pudiera encolerizarles. Ah, algo que se me olvidaba, a partir
de la tarde del jueves ellos eran los que se cubrían el rostro cuando entraban
en la habitación. El hecho de que no quisieran que les viera la cara también me
dio que pensar. Si no les veía el rostro no podría identificarles, lo cual
suponía que posiblemente si colaboraba con ellos en algún momento podrían
liberarme. No pueden imaginarse la de cosas que se llegan a pensar en
situaciones como esas.
Lucientes, ante el peligro de que la testigo
comience a perderse en digresiones, y para que retome el hilo del discurso,
pregunta:
- ¿Y qué le
llevaron de comida?
- Unos
bocatas. Es lo que estuve comiendo todos los mediodías. Bocadillos y una jarra
de agua. Y para cenar solían traerme pizza; ah, y la noche del sábado me
trajeron burritos. El jueves, prácticamente, no probé bocado ni bebí nada
porque pensé que los secuestradores igual habían metido alguna droga en el agua
o en la comida, pero el viernes, como estaba sedienta y tenía hambre, me bebí
la jarra entera y me comí todos los bocatas. No me dieron ninguna droga hasta
el día antes de liberarme.
La mujer ha ido desmoronándose poco a poco,
algo que no ha pasado desapercibido a Lucientes por lo que decide darle un
descanso, ya seguirán por la tarde. Cuando se lo dice, María Victoria le hace
un ruego:
- Comisario,
le pido un favor: en lugar de seguir esta tarde, ¿podría ser mañana? No me
encuentro con ánimos de continuar con el interrogatorio. Estoy otra vez de los
nervios y es posible que no recuerde con claridad lo que pasó. Esta tarde
debería descansar y serenarme.
Lucientes, de mala gana pero accede a la
petición de la mujer.
- Hasta
mañana y gracias por ser tan comprensivos – les dice la mujer cuando se van.