Enrique Guerrero se ha ido del pueblo y su desaparición
le sienta a Lolita como una purga. Está desconcertada, el joven se ha ido sin
despedirse y nadie sabe adónde ni cuál es el motivo de su marcha. Tras algunas
discretas averiguaciones consigue enterarse de que Sanchís ha comentado que su
sobrino se ha ido a Madrid a hacer un curso de análisis clínicos, pero lo que
le preocupa es que el viejo farmacéutico ha añadido que no sabe cuándo volverá
y ha dejado caer: si es que vuelve.
La joven se deprime porque parece que todo
le sale mal: Rafael se echa novia, encima parece que la cosa va en serio, y la
persona con la que pretendía darle en la cresta se ha esfumado. Si creyera en
conjuros diría que alguien le echó mal de ojo. Días después, semioculta tras la
puerta de su tienda ve pasar, camino de misa de doce pues es domingo, a Pepita
colgada del brazo de Rafael. Es la primera vez desde hace mucho tiempo que
vuelve a ver a Rafa, lo encuentra tan pinturero y elegante como siempre; se le
ve contento, parece que el nuevo noviazgo le está sentando bien. No puede
resistir la tentación de volver a espiar el retorno de la pareja. Por la noche,
en su habitación, con los ojos preñados de lágrimas, repasa viejas fotografías,
las que no devolvió a Rafael cuando rompieron. No sabe si cortarlas en
pedacitos o quemarlas, tras muchas dudas vuelve a dejarlas en la caja de madera
taraceada en que las guarda. Y por si faltaba algo, sigue sin saber nada del
sobrino de Sanchís.
Lo del curso de análisis clínicos de Enrique
Guerrero es una verdad a medias: la entidad organizadora, la Facultad de
Farmacia de la Universidad Central de Madrid, le llama curso aunque solo dura
cuatro semanas. Enrique traba amistad con un grupo de cursillistas que terminan
formando una pandilla que dedica más tiempo a divertirse que al aprendizaje de
las técnicas analíticas. Hay una compañera, Covadonga, que tiene una farmacia
en Avilés, con la que rápidamente congenia. No es una belleza, pero tiene un
carácter tranquilo y una sonrisa agradable; es de esas personas que irradian
una sensación de paz y serenidad. Terminan emparejándose y el resto de
compañeros bromean a su costa.
- Quién te lo iba a
decir Covi, qué ibas a encontrar novio en Madrid.
- Como broma, vale,
pero nada más. No somos novios ni mucho menos, simplemente, amigos.
- Hija, pero si
estáis juntos la mitad del día.
- Como el resto del
grupo, guaje.
El flirteo de Enrique con la asturiana
termina cuajando. Todavía sigue acordándose de Lolita, pero Covadonga es una
chica maja, simpática y buena conversadora lo que hace que el recuerdo de la
joven senillense vaya diluyéndose. Parece que su amigo Grau tenía razón: lo que
sentía por la joven, todavía no sabe si era amor, parece que no está
resistiendo la distancia.
*
Carlos Arruza torea en Valencia. El mejicano es uno de los diestros de
moda en un verano en el que la segunda guerra mundial ha dado paso en Europa al
Plan Marshall. Además de su innegable torería otro hecho que le ha aupado a los
primeros puestos del escalafón taurino es que algunos medios han tratado de
convertirlo en el antagonista de quien, sin duda alguna, es el número uno en el
planeta del toro: el cordobés Manuel Rodríguez “Manolete”.
Un
grupito de aficionados de Senillar, comandados por el más taurino de todo el
pueblo, Fermín de Belda, ha ido a verle torear al coso de la calle Játiva.
Aunque ese día el matador azteca no cuaja una gran faena, los lugareños, con
Fermín al frente, se han desplazado al hotel en el que descansa el torero e
insisten en verle para felicitarle. El apoderado trata de quitárselos de en
medio con la excusa de que el maestro está cansado y necesita reponerse pues en
dos días ha de torear en Alicante y por medio hay un pesado viaje por
carretera. La insistencia de los senillenses no tuerce la voluntad del
apoderado a quien la negra blusa campesina de Belda ha sido suficiente para catalogarle
como el clásico paleto huertano. Tras la negativa, el grupo se refugia en el
bar del hotel para tomar unas copas y decidir qué van a hacer. Ante su
sorpresa, en un extremo de la barra está el diestro mejicano departiendo con
uno de los miembros de su cuadrilla.
- Fermín, ¿ese alto no es Arruza?
El
aludido, uno de los escasos vecinos del pueblo que ha visto repetidas veces al
matador, con parsimonia y, sin que parezca importarle interrumpir la charla que
mantiene el diestro, le aborda.
- Perdone, usted es Carlos Arruza, ¿verdad?
- El mismo – contesta el torero con su
cadencioso acento mejicano.
El
resto del grupo se ha arremolinado en torno al diestro y al bueno de Fermín que
está empeñado en invitar al matador a tomar lo que quiera porque, en su
opinión, es el torero más grande del mundo desde que faltó Joselito. El peón,
con el que departía Arruza, intenta espantar al inesperado moscón, pero al
mejicano le hace gracia la verborrea del pueblerino y se deja invitar a un
café. Belda tiene la osadía de pedir al diestro que les visite en las fiestas
de agosto, lo que sería un honor para todo el pueblo. El mejicano, dada la
insistencia de Fermín, solo se compromete a parar un momento en el pueblo pues
le coge de mano en su viaje a la ciudad alicantina.
Al
día siguiente el torero pasa por Senillar. Desconoce que a un par de kilómetros
antes de llegar al pueblo están apostados unos mozos que, en cuanto ven pasar
la rubia del matador, lanzan un cohete cuyo estampido es la señal que espera el
gentío. Arruza nunca pudo imaginárselo: en la plaza, engalanada con banderas
españolas y mejicanas, está esperándole un enorme gentío y la banda de música
tocando el pasodoble que lleva su nombre y hasta las pocas piezas mejicanas que
conocen como Adelita y Cielito lindo. La auténtica emoción que percibe en la
gente le llega al corazón. Está acostumbrado a los aplausos y vítores de los
públicos de los cosos taurinos, pero nunca vio a todo un pueblo, de gente
campesina y modesta, tan entregado y con tantas ganas de ofrecerle su cariño y
simpatía. Tan es así que, en un gesto espontáneo, pregunta a Andrés Gago, su
apoderado, si tiene alguna fecha libre durante la semana de las fiestas de
agosto. Al parecer la tiene pues una corrida que tenían apalabrada en el norte
ha sido cancelada. Sin dudarlo un momento le indica que reserve ese día:
toreará en Senillar, sin cobrar un duro por supuesto
De
la noche a la mañana, los senillenses se
vuelven confesos seguidores del diestro azteca que mantiene en los ruedos un
apasionante duelo con Manolete, pese a que fuera de los cosos son buenos
amigos, y que hace revivir a los aficionados a la fiesta otros enfrentamientos
de tiempos pasados como los protagonizados por Joselito y Belmonte o Bienvenida
y Ortega. El Califa de Córdoba, como también apodan a Manolete, ya no es el
número uno para ellos y hasta un vate local le pone una letra peyorativa al
pasodoble del torero cordobés. La breve parada del matador es relatada una y
otra vez por las esquinas del pueblo y todo el mundo se hace lenguas como una
persona tan famosa como el diestro mejicano, un auténtico coloso del ruedo, ha
tenido el detalle de conversar con unos vecinos de tú a tú y hasta de
prometerles que volverá. Una inusitada fiebre arrucina se extiende por la
población.
Con
el paso de los días la simpatía hacia el torero se convierte en verdadero
fervor. Menos elevarlo a los altares todo lo demás es poco. Inmediatamente se
constituye una comisión pro-Arruza porque son muchas las cosas que hay que
preparar para su venida. En el pueblo jamás ha toreado un matador de la
categoría del azteca y eso significa que habrá que mejorar y adecentar la plaza
de toros, hecha con los carros de los labradores, que los vecinos construyen en
la Plaza Mayor. Además está el problema de las reses, hay que contratar
auténticos toros de lidia porque no valen las vaquillas cerriles que se corren
en las tientas locales y que han sido toreadas en la mitad de pueblos de la
provincia. El tío Fermín de Belda se autonombra presidente de la comisión y
Agustín el Pipa es designado vicepresidente, entre ambos se comprometen a
tenerlo todo a punto. Todos están de acuerdo en que Fermín es la persona más
apropiada para esa tarea. Es taurino, soltero, y tiene tiempo y dinero para
dedicarlo a lo que más le gusta. Ahora, en Arruza ha encontrado el leiv motiv de su vida.
José
Vicente Gimeno ha pensado en meterse en la comisión encargada de preparar la
actuación del diestro mejicano, puede ser una buena ocasión para hacerse notar,
más aún al enterarse de que el alcalde no ha mostrado mayor interés por ello. Lolita,
a quien ha pedido su opinión, se lo quita de la cabeza.
- Yo no me metería, José Vicente. No se te
conoce como aficionado a los toros, ni siquiera sueles asistir a las capeas que
se organizan en las fiestas de agosto. Además, todos los que están en la
comisión son viejos amigos que han viajado mil veces juntos para ver algunas de
las ferias taurinas más importantes de España. Tú no serías más que una especie
de pegote y darías la nota – Casi está en un tris de revelarle el mote que algunas
lenguas afiladas le han puesto: Perejil, porque está en todas las salsas, pero
se contiene. Una cosa es que no sea santo de su devoción y otra herirle en su
orgullo. En lugar de ello su final es otro -. Bueno, esa es mi opinión, ya que
me la has pedido, pero conociéndote sé que tienes el suficiente criterio para
decidir por tu cuenta. O sea, que tú mismo.