"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

miércoles, 7 de agosto de 2013

1.23. Operación chatarra

   Bachir ha llevado a Sergio a que conozca a sus amigos. Se trata de un grupo de norteafricanos, casi todos marroquíes salvo un par de tunecinos. La primera conclusión que saca Sergio es que no parece que el grupo se dedique al narcotráfico pues van todos pobremente vestidos y no se les ve ninguna de las joyas a las que tan aficionados son los narcos: ostentosos anillos, recargadas pulseras, aparatosos relojes y demás signos de opulencia. Si algo los hermana, además de su desaliño indumentario, son las frondosas y descuidadas barbas que todos lucen y que les asemeja más a un grupo de islamistas que a otra cosa.

   Con un florido parloteo y dando muchos rodeos, el que parece que lidera el grupo de magrebíes, un tal Abdelhakim, le pide a Sergio, en un excelente español pues es originario de Melilla, que quiere que les ayude. A falta de otra clase de trabajo se dedican a recoger chatarra.
- ¿Me necesitáis para recoger chatarra? – se extraña Sergio.
- Para recogerla no, para venderla – Es la respuesta de Abdelhakim -. Los chatarreros no se fían de nosotros, dicen que la robamos. Nos ven como a extranjeros, pobres y encima africanos, por eso desconfían de nosotros, nos ponen muchas pegas y nos hacen mil preguntas. Todo ello les sirve como excusa para pagarnos una miseria. Hemos llegado a la conclusión de que si en el grupo tuviéramos un español, que fuera el que tratara con ellos, conseguiríamos mejores precios.
- ¿Y por qué yo y no otro? – recela Sergio.
- Porque Bachir nos contó que sabes de cuentas, que eres honrado y buena persona y, lo más importante para nosotros, que tratas a los africanos con el mismo rasero que a tus compatriotas.
   A Sergio le ha complacido la respuesta del líder del grupo de magrebíes por lo que su siguiente pregunta tiene un cariz muy distinto:  
- ¿Y se saca mucha pasta?
- Depende de lo que se encuentre - explica el marroquí -. La que está mejor pagada es la chatarra metálica, especialmente el cobre, pero no le hacemos asco a nada con lo que podamos ganar unos euros. Ah, lo que sacamos lo repartimos a pachas, salvo una parte que se la enviamos a nuestro imán.

   Sergio no lo piensa más y acepta. Hay mucha gente que se dedica a recoger chatarra y desperdicios de toda laya. Cuando se lo cuenta, Lorena también lo anima a echarles una mano a los moros, si se gana unos talegos les vendrá de perlas.
- Supongo que les habrás dicho que sí.
- Pues claro, pero no estoy demasiado seguro de que se pueda conseguir un buen dinero con semejante tarea.
- Mi abuela María solía repetir que poco da hilar, pero menos mirar. Y entre estar tocándote las pelotas o de cháchara con los jubilatas y buscar chatarra algo sacarás.
- Razón tienes. Será cuestión de probar.

   En la primera salida, una noche cerrada, se dirigen a un solar vallado con tela de alambre en la que con una cizalla hacen un boquete para entrar. El hecho pone en guardia a Sergio y por un momento duda si continuar con el grupo, termina encogiéndose de hombros y penetra en el vallado. En el centro de la parcela se yergue el armazón de un edificio y una grúa como solitario centinela que lo vigila desde lo alto. No encuentran muchos residuos metálicos, en cambio hay unas cuantas viguetas de hormigón, un montón de rasillas y un contenedor con algo menos de media carga de ladrillos. Uno de los magrebíes musita algo al oído de Bachir que lo traduce a Sergio:
- Que volver con furgona a recoger - y señala el material esparcido.

   En la siguiente noche, el grupo, con Sergio ya integrado como uno más, vuelven a bordo de una cochambrosa furgoneta en la que cargan los materiales esparcidos por el solar. La operación reporta al grupo de chatarreros una buena cantidad. Sergio vuelve a casa alborozado y muestra a Lorena los billetes.
- De puta madre, vete adónde el Perchas y compra una cajeta de maría, unas papelinas y trae algo de alpiste que estoy seca. Ah, ten cuidado, no vayas de gilí y te endiñe de la de alfalfa, y si sobra compra algo para echarle un muerdo.
- No creo que alcance para papelinas – precisa Sergio que, en cualquier caso, no tiene intención de comprarlas.

   Días después realizan otra salida. En esta ocasión es al punto limpio de la localidad. La valla que lo circunda es alta y sólida, pero la cizalla cumple su función y la franquean sin problema. Comienzan a rebuscar en los contenedores. Uno de los norteafricanos señala el depósito de electrodomésticos, lo abren, está medio lleno de aparatos en desuso. Abdelhakim dice algo en voz queda que Bachir traduce a Sergio:
- Dice que volver mañana con furgona.
   El grupo sigue buscando sin preocuparse demasiado de dejar rastro de su paso. Uno de los magrebíes da una patada a un pequeño bidón de plástico que al volcarse derrama parte del aceite que contenía y que le deja las zapatillas pringosas. Abdelhakim le hace un gesto conminatorio como reprendiéndolo. Cuando ya no encuentran más chatarra útil, el grupo, con el mismo sigilo que llegó, sale del recinto no sin antes recomponer malamente con un alambre el corte hecho en la valla.

   Al día siguiente, el grupo vuelve al punto limpio con la misma y oxidada furgoneta de la otra vez. Intentan entrar por donde el día anterior, pero han reparado la tela metálica. Como no traen la cizalla, saltan la valla y van directamente a por el contenedor de electrodomésticos. Cuando más enfrascados están en la búsqueda, inesperadamente se encienden los focos que iluminan el recinto y unos guardias municipales esgrimiendo sus defensas se precipitan hacia ellos conminándoles a grito pelado a que no se muevan. Abdelhakim pega un bramido que el resto de magrebíes se apresura a obedecer. A Sergio no le hace falta que se lo traduzcan, se trata de salir del lugar lo más aprisa posible antes de que se convierta en una ratonera.

   Sergio se trastabilla, lo que hace que sea el último en llegar a la valla, cuando está a punto de coronarla uno de los municipales lo prende por un pie y tira de él. Sergio forcejea tratando de soltarse.