"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 21 de octubre de 2014

*** Clave VI. La economía



AVISO: el próximo viernes, día 24, se publicará la primera entrega del capítulo inicial de La Pertinaz Sequía.



   En anteriores claves ya dijimos que Senillar era una comunidad volcada en la agricultura, ésta era el principal motor económico del pueblo. Se trataba de una agricultura de regadío y por tanto muy competitiva en una España asolada por la pertinaz sequía y en la que no se podían importar alimentos del exterior. El agro senillense se vio muy favorecido por esa escasez alimentaria y la consecuente aparición del estraperlo o mercado negro. El alza de los precios de los productos agrarios fue espectacular y ello repercutió en el nivel de vida de los labradores, aunque fueran los que menos se lucraron de la situación, la parte de león de las ganancias se la llevaba la interminable cadena de intermediarios que proliferaban entre el campesinado y los mercados.

   Hubo en aquellos años un producto que para los agricultores senillenses fue como descubrir petróleo: el boniato. Este tubérculo, también conocido como batata o camote, se cultiva en gran parte del mundo por su raíz comestible. Es un alimento reconocido como eficaz en la lucha contra la desnutrición debido a sus características nutritivas, facilidad de cultivo y productividad. En Senillar se cultivaba tradicionalmente en los marjales y se utilizaba, sobre todo, como pienso para el ganado doméstico y para elaborar unos pastelillos muy típicos de la localidad, el dulce de boniato. Con la hambruna instalada en las ciudades españolas, de pronto el humilde tubérculo se convirtió en una fuente de nutrientes muy barata y por tanto asequible al bolsillo de la mayoría de ciudadanos. Debido a su enorme productividad este cultivo hizo ricos a los siempre empobrecidos campesinos. Hasta que remitió la pertinaz sequía y se normalizaron los mercados, Senillar conoció un boom económico como nunca. Tuvo que pasar más de medio siglo para conocer otra época tan próspera: la del boom inmobiliario. Durante unos años pareció que un nuevo cultivo, el arroz, podría ser el sucesor del boniato como motor económico, fue cuando se roturó parte del humedal y se convirtió en arrozal, pero resultó ser un espejismo, la salinización del agua debida a la sobreexplotación tornó imposible el cultivo.
   Además del boniato, había otros productos agrícolas que igualmente se cotizaban bien en el mercado. Entre ellos cabe destacar dos, cuyas cosechas solían ser espléndidas. Uno eran los guisantes, otro las almendras. En los primeros años de los cuarenta también ayudó a la economía senillense la humilde algarroba cuyo árbol era abundante en los campos de secano del pueblo donde se usaba para alimentar a las bestias de carga. En la escasez de aquellas décadas la algarroba también pasó a ser utilizada por los humanos al ser un alimento energético, con alto contenido en azúcares, así como en diversos minerales. Incluso llegó a consumirse como sucedáneo del chocolate y del cacao.

   En noviembre de 1950 las Naciones Unidas, bajo la presión de Estados Unidos, revocaron el boicot diplomático a España lo que permitió que el país, pese a continuar siendo una dictadura, fuera admitido en varios organismos internacionales. El hecho de abrirse las fronteras, de que los mercados fueran regularizándose y de que se atenuara la pertinaz sequía fue un golpe brutal para el estraperlo y por ende para la economía senillense. El boniato dejó de cotizarse como si fuera un manjar de lujo, el precio de guisantes y almendras se normalizó y la algarroba volvió a su origen como alimento para mulos y caballos. El producto agrario que, en cierto modo, tomó el relevo de los anteriores como propulsor económico fue la naranja, pero los resultados de la venta de cítricos nunca llegaron a alcanzar el esplendor del modesto boniato.

   Aunque la comercialización de los recursos agrícolas se canalizaba fundamentalmente a través de diversos comerciantes locales, la entidad que manejaba los mayores recursos relativos al agro senillense era la Cooperativa Agrícola de San Isidro. La cooperativa estaba conectada con la Hermandad de Labradores y Ganaderos, encuadrada en la organización sindical. Teóricamente la cooperativa era una entidad privada constituida de forma voluntaria por sus asociados para realizar una tarea económico-social; en cambio las hermandades tenían un carácter público y estaban sujetas a la disciplina del Movimiento. Ambas estructuras eran fundamentales para que el sindicalismo franquista pudiera mantener el control del agro español. En un pueblo agrícola como Senillar dirigir la cooperativa o la hermandad suponía una considerable fuente de poder.

    Dada la abundante producción agrícola, hubiera sido posible la creación de industrias que procesaran algunos de los productos del campo senillense, no fue el caso, lo máximo que se hizo en esa línea fue la instalación de un par de locales donde se descascaraba almendra. Aparte de la agricultura, el resto de sectores productivos de Senillar tenían escaso peso en la economía de la localidad. Existían varios rebaños de ovejas, un par de granjas de cerdos y tres ganaderías de toros cerriles que eran los que se toreaban en las tientas de las fiestas populares. Un sector ganadero escasamente competitivo. La pesca de bajura que practicaban los marineros del barrio marítimo les permitía poco más que subsistir, patroneando embarcaciones equipadas con velas latinas tampoco les permitía adentrarse demasiado en el mar. La industria era, prácticamente, inexistente, lo más parecido a la actividad industrial era un par de obradores alfareros en los que se producían artesanalmente cacharros para el hogar (cántaros, botijos, cazuelas, ollas, jarras, tinajas…) más tejas y ladrillos; estos  obradores antes desaparecieron que evolucionaron hacía la producción cerámica. En cuanto al comercio era irrelevante, se reducía a tres o cuatro almacenes que comercializaban los productos agrarios y poco más.

   Posiblemente, las empresas que empleaban más trabajadores eran los dos paradores que se construyeron en las afueras del pueblo junto a la carretera nacional Cádiz-Barcelona. A partir de los años cincuenta la fuerte demanda europea de productos hortofrutícolas españoles hizo que los agricultores de todo el arco mediterráneo espabilasen y comerciantes y cooperativas se lanzaron a la aventura de la exportación. La red de ferrocarriles aún no se había repuesto de los destrozos de la guerra y, por otra parte, haciendo bueno el lema que años después popularizaría la propaganda turística de “Spain is different”, la red ferroviaria española tenía una singularidad: un ancho de vía diferente al de la Europa occidental, lo que hacía inviable el transporte por tren más allá de los Pirineos. En consecuencia la mentada carretera se convirtió en la gran vía de salida de las cosechas de los enclaves semitropicales de la costa granadina, de los invernaderos almerienses y de la huerta de Murcia y Valencia. La carretera se convirtió en fuente de riqueza para el pueblo.

   Todo lo descrito no bastaba para que la economía de Senillar fuese boyante y, sobre todo, regular. La agricultura suele tener unas expectativas inciertas. Cuando se planta cualquier cultivo nunca se sabe cómo será la cosecha, si excelente o mísera. También se desconoce qué aceptación tendrá en el mercado, si los precios resarcirán al campesino de los gastos efectuados. Más aún, en ocasiones, y eso ocurría con la naranja, se vendía la cosecha del año fiándose de la palabra del comprador y éste desaparecía sin que el confiado labrador viese una sola peseta. Aparte de los senillenses que trabajaban por cuenta ajena y, por consiguiente, tenían el salario asegurado, el resto de la población solo recibía unos ingresos periódicos e inciertos. Todo ello convergía para que la economía local fuese imprevisible y, en cualquier caso, de corto recorrido. Únicamente, empleados aparte, existían unos ingresos regulares que provenían del sector que menos podía esperarse: los jubilados. El Subsidio de Vejez cubría a los trabajadores asalariados y proporcionaba una magra pensión de 3 pesetas diarias. Para tener derecho a la prestación era necesario haber cumplido los 65 años, haber cubierto un cierto número de días de cotizaciones y no realizar ningún tipo de trabajo. Pese a lo modesto de su cuantía, la llamada popularmente “paga de los viejos” se convirtió en el input más destacado para la sostenibilidad de la economía local.

   Como vemos, la economía de Senillar, con la excepción de los años del boom del boniato, se caracterizaba por sus planos resultados, suficientes para asegurar el sustento de los habitantes pero para poco más. Otras de sus características las constituían el ser cíclica e imprevisible. Por eso la estabilidad laboral y económica (un trabajo seguro, unos ingresos fijos…) era uno de los rasgos más valorados en la sociedad senillense.



AVISO: el próximo viernes, día 24, se publicará la primera entrega del capítulo inicial de La Pertinaz Sequía.