AVISO: el
próximo viernes, día 24, se publicará la primera entrega del capítulo inicial
de La
Pertinaz Sequía.
|
En anteriores claves ya dijimos que Senillar
era una comunidad volcada en la agricultura, ésta era el principal motor
económico del pueblo. Se trataba de una agricultura de regadío y por tanto muy
competitiva en una España asolada por la pertinaz sequía y en la que no se
podían importar alimentos del exterior. El agro senillense se vio muy
favorecido por esa escasez alimentaria y la consecuente aparición del
estraperlo o mercado negro. El alza de los precios de los productos agrarios
fue espectacular y ello repercutió en el nivel de vida de los labradores,
aunque fueran los que menos se lucraron de la situación, la parte de león de
las ganancias se la llevaba la interminable cadena de intermediarios que
proliferaban entre el campesinado y los mercados.
Hubo
en aquellos años un producto que para los agricultores senillenses fue como
descubrir petróleo: el boniato. Este tubérculo, también conocido como batata o
camote, se cultiva en gran parte del mundo por su raíz comestible. Es un
alimento reconocido como eficaz en la lucha contra la desnutrición debido a sus
características nutritivas, facilidad de cultivo y productividad. En Senillar
se cultivaba tradicionalmente en los marjales y se utilizaba, sobre todo, como
pienso para el ganado doméstico y para elaborar unos pastelillos muy típicos de
la localidad, el dulce de boniato. Con la hambruna instalada en las ciudades
españolas, de pronto el humilde tubérculo se convirtió en una fuente de
nutrientes muy barata y por tanto asequible al bolsillo de la mayoría de
ciudadanos. Debido a su enorme productividad este cultivo hizo ricos a los
siempre empobrecidos campesinos. Hasta que remitió la pertinaz sequía y se
normalizaron los mercados, Senillar conoció un boom económico como nunca. Tuvo
que pasar más de medio siglo para conocer otra época tan próspera: la del boom
inmobiliario. Durante unos años pareció que un nuevo cultivo, el arroz, podría
ser el sucesor del boniato como motor económico, fue cuando se roturó parte del
humedal y se convirtió en arrozal, pero resultó ser un espejismo, la
salinización del agua debida a la sobreexplotación tornó imposible el cultivo.
Además del boniato,
había otros productos agrícolas que igualmente se cotizaban bien en el mercado.
Entre ellos cabe destacar dos, cuyas cosechas solían ser espléndidas. Uno eran
los guisantes, otro las almendras. En los primeros años de los cuarenta también
ayudó a la economía senillense la humilde algarroba cuyo árbol era abundante en
los campos de secano del pueblo donde se usaba para alimentar a las bestias de
carga. En la escasez de aquellas décadas la algarroba también pasó a ser
utilizada por los humanos al ser un alimento energético, con alto contenido en
azúcares, así como en diversos minerales. Incluso llegó a consumirse como
sucedáneo del chocolate y del cacao.
En noviembre de 1950
las Naciones Unidas, bajo la presión de Estados Unidos, revocaron el boicot
diplomático a España lo que permitió que el país, pese a continuar siendo una
dictadura, fuera admitido en varios organismos internacionales. El hecho de
abrirse las fronteras, de que los mercados fueran regularizándose y de que se
atenuara la pertinaz sequía fue un golpe brutal para el estraperlo y por ende
para la economía senillense. El boniato dejó de cotizarse como si fuera un manjar
de lujo, el precio de guisantes y almendras se normalizó y la algarroba volvió
a su origen como alimento para mulos y caballos. El producto agrario que, en
cierto modo, tomó el relevo de los anteriores como propulsor económico fue la
naranja, pero los resultados de la venta de cítricos nunca llegaron a alcanzar
el esplendor del modesto boniato.
Aunque la
comercialización de los recursos agrícolas se canalizaba fundamentalmente a
través de diversos comerciantes locales, la entidad que manejaba los mayores
recursos relativos al agro senillense era la Cooperativa Agrícola de San Isidro.
La cooperativa estaba conectada con la Hermandad de Labradores y Ganaderos, encuadrada
en la organización sindical. Teóricamente la cooperativa era una entidad
privada constituida de forma voluntaria por sus asociados para realizar una
tarea económico-social; en cambio las hermandades tenían un carácter público y
estaban sujetas a la disciplina del Movimiento. Ambas estructuras eran
fundamentales para que el sindicalismo franquista pudiera mantener el control
del agro español. En un pueblo agrícola como Senillar dirigir la cooperativa o
la hermandad suponía una considerable fuente de poder.
Dada la abundante producción
agrícola, hubiera sido posible la creación de industrias que procesaran algunos
de los productos del campo senillense, no fue el caso, lo máximo que se hizo en
esa línea fue la instalación de un par de locales donde se descascaraba
almendra. Aparte de la agricultura, el resto de sectores productivos de
Senillar tenían escaso peso en la economía de la localidad. Existían varios
rebaños de ovejas, un par de granjas de cerdos y tres ganaderías de toros
cerriles que eran los que se toreaban en las tientas de las fiestas populares. Un
sector ganadero escasamente competitivo. La pesca de bajura que practicaban los
marineros del barrio marítimo les permitía poco más que subsistir, patroneando
embarcaciones equipadas con velas latinas tampoco les permitía adentrarse
demasiado en el mar. La industria era, prácticamente, inexistente, lo más
parecido a la actividad industrial era un par de obradores alfareros en los que
se producían artesanalmente cacharros para el hogar (cántaros, botijos,
cazuelas, ollas, jarras, tinajas…) más tejas y ladrillos; estos obradores antes desaparecieron que
evolucionaron hacía la producción cerámica. En cuanto al comercio era
irrelevante, se reducía a tres o cuatro almacenes que comercializaban los
productos agrarios y poco más.
Posiblemente, las
empresas que empleaban más trabajadores eran los dos paradores que se
construyeron en las afueras del pueblo junto a la carretera nacional
Cádiz-Barcelona. A partir de los años cincuenta la fuerte demanda europea de
productos hortofrutícolas españoles hizo que los agricultores de todo el arco
mediterráneo espabilasen y comerciantes y cooperativas se lanzaron a la
aventura de la exportación. La red de ferrocarriles aún no se había repuesto de
los destrozos de la guerra y, por otra parte, haciendo bueno el lema que años
después popularizaría la propaganda turística de “Spain is different”, la red ferroviaria española tenía una
singularidad: un ancho de vía diferente al de la Europa occidental, lo que
hacía inviable el transporte por tren más allá de los Pirineos. En consecuencia
la mentada carretera se convirtió en la gran vía de salida de las cosechas de
los enclaves semitropicales de la costa granadina, de los invernaderos
almerienses y de la huerta de Murcia y Valencia. La carretera se convirtió en
fuente de riqueza para el pueblo.
Todo lo descrito no
bastaba para que la economía de Senillar fuese boyante y, sobre todo, regular. La
agricultura suele tener unas expectativas inciertas. Cuando se planta cualquier
cultivo nunca se sabe cómo será la cosecha, si excelente o mísera. También se
desconoce qué aceptación tendrá en el mercado, si los precios resarcirán al
campesino de los gastos efectuados. Más aún, en ocasiones, y eso ocurría con la
naranja, se vendía la cosecha del año fiándose de la palabra del comprador y
éste desaparecía sin que el confiado labrador viese una sola peseta. Aparte de
los senillenses que trabajaban por cuenta ajena y, por consiguiente, tenían el
salario asegurado, el resto de la población solo recibía unos ingresos
periódicos e inciertos. Todo ello convergía para que la economía local fuese
imprevisible y, en cualquier caso, de corto recorrido. Únicamente, empleados
aparte, existían unos ingresos regulares que provenían del sector que menos
podía esperarse: los jubilados. El Subsidio de Vejez cubría a los trabajadores
asalariados y proporcionaba una magra pensión de 3 pesetas diarias. Para tener
derecho a la prestación era necesario haber cumplido los 65 años, haber
cubierto un cierto número de días de cotizaciones y no realizar ningún tipo de
trabajo. Pese a lo modesto de su cuantía, la llamada popularmente “paga de los
viejos” se convirtió en el input más destacado para la sostenibilidad de la
economía local.
Como vemos, la
economía de Senillar, con la excepción de los años del boom del boniato, se
caracterizaba por sus planos resultados, suficientes para asegurar el sustento
de los habitantes pero para poco más. Otras de sus características las
constituían el ser cíclica e imprevisible. Por eso la estabilidad laboral y
económica (un trabajo seguro, unos ingresos fijos…) era uno de los rasgos más
valorados en la sociedad senillense.
AVISO: el
próximo viernes, día 24, se publicará la primera entrega del capítulo inicial
de La
Pertinaz Sequía.
|