"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 16 de febrero de 2016

Capítulo 1. El robo.- 01 Las mañanas de un viejo


   El viejo cambia otra vez de postura, ya no sabe de qué lado ponerse. Mira el despertador, son las siete treinta. Casi debe faltar una hora para que salga el sol, piensa. Intenta volver a dormirse, no hay manera. Aburrido, se levanta. Se pone la bata, entra en el baño y lava con agua las gafas que luego seca con una gamuza. Echa una larga mirada a la imagen que le devuelve el espejo.
- Otro día más, Manolo – le dice en voz alta a la imagen.
   En el saloncito, a la vez comedor y sala de estar, toma del cestillo donde se amontonan los medicamentos una pastilla de fenofibrato, a su edad hay que mantener el colesterol a raya. En la minúscula cocina prepara un desayuno poco convencional. Saca un break del frigo y vierte caldo de cocido en un cazo que pone a calentar en la cocina de gas. En un plato sopero echa un chorrito de fino y añade dos cucharadas de arroz basmati ya cocido. Casca un huevo crudo y lo bate en el plato. En vez de sal espolvorea la mezcla con una pizca de pimienta molida, también hay que controlar la hipertensión. Cuando hierve el caldo, lo vierte en el plato y luego desmenuza una rebanada de pan integral. Ha concluido la primera parte de su peculiar almuerzo. La segunda empieza calentando en el microondas un bol de café con leche, cuando lo saca le añade dos cucharadas soperas de cereales y un puñadito de pasas. Con la parsimonia propia de los ancianos, al terminar tan singular refrigerio pone los cacharros que ha usado bajo el grifo y luego los guarda en el lavavajillas. Se lava los dientes y se vuelve a meter en la cama, ni siquiera se ha quitado el pijama. Coge el ordenador portátil que tiene en la mesilla de noche y lo abre. Mira el ángulo inferior derecha, donde están la hora y la fecha.
- Veintidós de octubre del dos mil  quince. Hoy cumples ochenta años y diez días, Manolo. Quien iba a decirte que durarías tanto – se dice, otra vez en voz alta. Desde que falleció su esposa y vive solo, han pasado ya diez años, suele hablar en alta voz a menudo. Es algo que le sigue sorprendiendo. Ni él mismo sabe por qué lo hace. Alguna vez ha pensado que debe hacerlo para escuchar algún otro sonido que no sea el de la tele.
   La primera web que abre es la de la Agencia Estatal de Meteorología para ver el tiempo previsto. Hace muchos años que tiene esa costumbre. Más de una vez ha pensado el porqué de esa manía si toda su vida ha trabajado bajo techado, quizá sea la huella de una infancia transcurrida en un pueblo agrícola donde sí importaba saber el tiempo que iba a hacer. Luego, se dice: ¿qué diario toca hoy? Ah, sí, El País. Entra en Mozilla y luego en Kiosco, hace clic y se despliega la portada del rotativo madrileño en su versión on line.
- A ver qué desastres nos cuentan hoy – dice una vez más en voz alta.
   La noticia central a tres columnas es: El PSOE subirá los impuestos a las grandes empresas. Bueno, piensa, eso es vender la piel del oso antes de cazarlo. Antes tendrán que ganar las elecciones, pero la propuesta me parece bien, mientras no nos lo suban a los jubilados a las grandes empresas que les den, son las que más ganan y las que menos impuestos pagan. La segunda información dice: El escándalo del 3 % alcanza de lleno a Más y a la Generalitat, y un subtítulo: Detenidos el tesorero de CDC y el director de infraestructuras catalán. Y luego decían, comenta para sí, aquello de que España nos roba y los que se llevaban la pasta a Andorra los tenían bien cerquita. En la foto central de la portada aparecen Putin y El Asad avanzando por un pasillo con gesto resuelto. Ya veremos cómo termina lo de Siria, se dice, porque entre el ruso y el sirio no sé quién es menos demócrata. Hay otra foto mucho más pequeña en la que aparece Villar, el presidente de la Federación Española de Fútbol, su título es: La FIFA también investiga a Villar. La mierda ha llegado hasta el fútbol, piensa, y es que la codicia no tiene límites ni respeta nada. No sé adónde vamos a llegar.
- Bueno, pues prensa leída – dice. La frase le evoca otros tiempos, allá por la década del setenta, de cuando era lector del Ya por las mañanas y de El Pueblo por las tardes. Tras la desaparición de ambos rotativos toda una peripecia por distintas cabeceras: El País, Diario 16, El Mundo; terminó siendo lector de ABC, lo que en algún momento le llevó a pensar que cuanto más viejo más conservador se estaba haciendo. La prensa de papel dejó de existir para él cuando sus hijos le convencieron de que sería más práctico usar el ordenador que acababan de regalarle y leer la prensa en versión digital, sentado cómodamente en la cama, que es lo que ha terminado haciendo. Al principio leía varios medios hasta que se fue cansando y reduciendo su número. En una segunda etapa terminó leyendo solamente un par de periódicos y ahora, hace ya más de tres años, está en la tercera fase: salvo que haya noticias extraordinarias, solo abre un periódico al día y se limita a ojear la portada. Lo hace por ese orden: El País, El Mundo y ABC. Hay días que le echa una mirada al Marca y muy de tarde en tarde abre algún periódico de provincias o algún digital. Alguna vez se ha dicho que como haya una cuarta etapa consistirá seguramente en no abrir ninguno. Le da en la nariz que, más pronto que tarde, llegará a esa fase.
   Cerca de las diez cierra el ordenador, se levanta de la cama y se arregla. Hoy es jueves y tiene dos importantes obligaciones en su laxa agenda semanal: por la mañana, pasear un rato a Julio, su segundo nieto, que acaba de cumplir siete meses. Y por la tarde, jugar la reglamentaria partida de dominó con sus amigos de tertulia, otros tantos jubilados como él.
- Papá, no vayas muy lejos que tengo hora con el pediatra a la una y media – le informa su hija Clara cuando le entrega su retoño. Padre e hija viven puerta con puerta.
- Pienso ir al Museo de América que es un lugar tranquilo y está cerquita.
   El viejo, conduciendo el aparatoso carrito del niño, sale de casa, casi al final de Hilarión Eslava, y tuerce hacia Cea Bermúdez hasta la plaza de Cristo Rey, la bordea por el lado en el que está la Fundación Jiménez Díaz, buscando el sol, y desciende un trecho por la avenida de los Reyes Católicos hasta la entrada que da paso, hacia la derecha, a las urgencias de la Clínica de la Concepción. Allí lo que hace es girar a su izquierda y pasar delante de un señero edificio que para él sigue siendo el Instituto de Cultura Hispánica, pero que ahora ostenta el pomposo nombre de Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, la AECID en el laberíntico mundo de las siglas. Un poco más y está ante otro edificio mucho más grandioso que el anterior: el Museo de América. Fin del trayecto.
   Al llegar a la recoleta explanada delante del museo, el anciano arrima el cochecito al murete que bordea la entrada a las oficinas. Es un lugar abierto y soleado. Otro aspecto que le gusta es la tranquilidad, los visitantes del museo no suelen ser muy numerosos, quizá porque está en un sitio apartado y al que solo se puede acceder a pie; si se quiere hacerlo en coche ha de ser en taxi o en autobús para las visitas en grupo.
- Bueno, Julito – solo utiliza el diminutivo cuando está a solas con su nieto, su hija se empeña en que hay que llamarle por su nombre tal cual -, ahora te vas a portar bien y te duermes aunque solo sea un ratito, así el abuelo podrá leer tranquilo.
   El viejo echa una ojeada a su nieto, al fin se ha dormido y podrá descansar un rato, calcula que unos veinticinco minutos, antes de que se despierte y tenga que volver a pasearlo hasta la hora que le ha marcado su hija. Está cansado y le duelen un tanto los pies. Nunca fue un buen andarín y los años comienzan a pesarle. Pese a ello, piensa que no puede quejarse, el tren inferior todavía resiste y aún camina erguido, aunque el ritmo de sus pasos es bastante más pausado que antaño. Pone el freno al coche y se sienta en el murete. Saca un libro del bolsillo, “La larga marcha” de Rafael Chirbes, y lo vuelve a guardar, no tiene ganas de leer. Cada vez tiene menos ganas de todo.
- Condenada vejez – refunfuña -, al final te cansas de todo.