El señor Andrés el
Punchent formula una pegunta a su nieto que le descoloca:
- ¿Te gustaría dar clases particulares?
- ¿Clases particulares?, ¿yo?, ¿de qué, a quién, cuándo?
- Hijo, una de las cosas que más me repatea de la gente con
estudios es que si les haces una pregunta en vez de contestar te responden con
más preguntas. Y tú eres un buen ejemplo. ¡Pues no eres nadie preguntando! – Se
ríe el anciano -, pero creo que tengo respuestas para casi todas. Verás,
Rosario la Maicalles me ha contado que una de las familias más ricas del
pueblo, los Arbós, está buscando un profesor de matemáticas para una de sus
hijas, creo que su nombre es Consuelo aunque todos la llaman Chelo, que estudia
bachillerato. Parece que la muchacha no es lo que se dice muy buena estudiante
y suspendió esa asignatura. Por eso su madre está tratando de encontrar alguien
que le enseñe en plan particular.
- Abuelo no soy profesor de matemáticas y además ya tengo
trabajo. Puedes creértelo o no, pero después de currar ocho o nueve horas me
quedan pocas ganas de hacer algo más que no sea descansar.
- Los fines de semana los tienes libres, podías dedicar
parte de ese tiempo a enseñar algo de lo mucho que sabes a esa chiquita. Por un
lado ganarías un dinerillo curioso, pero eso es lo de menos, lo mejor es que te
serviría para refrescar tus conocimientos. Dado que, por ahora, has dejado los
libros puede ser una forma estupenda de que no te oxides demasiado.
El abuelo Punchent
ha terminado convenciendo a su nieto y por medio de la Maicalles hace llegar a
los Arbós que Sergio Martín, estudiante de ingeniería, estaría encantado de dar
clases de matemáticas a la niña. Cuando Elvira Arbós, en realidad se apellida
Hernández pero le gusta que la llamen por el apellido de su marido, se entera
de qué familia procede el posible profesor de su hija se coge un enfado
monumental con la correveidile que es quien le ha ido con la noticia.
- ¿Otra vez me quieres colocar al hijo de la Punchenta?, ¿pero
qué os pasa con ese donnadie?
- Elvira, yo no pretendo colocar al hijo de Lola – la
Maicalles se hace la ofendida - . Que recuerde es la primera vez que te hablo
de ese chico. Y los Punchent no dieron el primer paso, fui yo quien habló con
el señor Andrés. Tendrías que estarme agradecida por haber encontrado el
profesor que buscas para tu hija. Te aseguro que es un chico muy formal y
juicioso, no es ningún chisgarabís.
Elvira recapacita,
tiene razón la chismosa, quien le habló del hijo de la Punchenta no fue ella
sino la alcahueta de Julieta la Rajolera.
- Perdona, Rosario, tienes razón, es que llevo unos días muy
suelta de los nervios. A ver, explícame lo de ese chico con detalle.
Rosario le describe
todas las virtudes que, según ella, adornan al nieto de Andrés el Punchent:
- …¿y dónde vas a encontrar en el pueblo uno que estudia
para ingeniero?, con la de matemáticas que tiene que saber.
- Y si estudia para ingeniero, ¿qué hace en el pueblo en
mitad del curso, cómo no está en Madrid? – la pregunta de Elvira rebosa lógica
y suspicacia.
- Porque está de novio con la chica de los Vercher y de
momento ha colgado los libros para estar cerca de ella.
Este último dato es
el que al final decide a Elvira a aceptar al chico. Si el chaval está encoñado con
la descocada hija de los Vercher no hay peligro de que intente ser algo más que
el profesor de matemáticas de su niña.
Chelo Arbós está
peleándose con su madre. No es una escena muy habitual puesto que se llevan
razonablemente bien, con quien la primogénita de la casa se lleva a matar es
con su padre, pero afortunadamente para ella el carroza, como le llama a sus
espaldas, no suele meterse en los asuntos domésticos.
- Mamá, no necesito ningún profesor particular. ¿Qué he
suspendido las mates?, ¿y qué? Más de la mitad de la clase cateó y seguro que a
ninguno le han puesto un profe en casa. Cómo se enteren los colegas del
instituto el cachondeo puede ser fino. Ni lo sueñes, vamos.
- Claro que lo necesitas. Y es culpa tuya. Si no te hubieses
emperrado en irte del colegio del Sagrado Corazón y marcharte al instituto
seguro que no hubieses suspendido. Como vuelvas a catear otro año tu padre te
mata, peor aún ha dicho que te va a meter en un internado, conque tú misma.
- Al fósil del carroza sólo se le ocurren salidas de cuando reinaba Carolo. Y menos mal
que lo de la inquisición ya se acabó, que si no me mandaba a la hoguera.
- ¡Chelo, no hables así de tu padre! Piensa que sólo quiere
lo mejor para ti.
- Querrá lo mejor, pero como lo disimula.
A pesar de sus
protestas, la amenaza del internado es más que suficiente para que Chelo,
aunque a regañadientes, acepte lo del profesor particular.
En las primeras
clases la relación entre el novato docente y la díscola estudiante es fría,
distante y poco satisfactoria. Él no sabe muy bien cómo explicar a su ocasional
alumna las nociones matemáticas y, en más de una ocasión, se arma un lío. A
ella le importan un higo los conceptos, los teoremas y las demostraciones.
Sergio ha aprendido con rapidez de sus propios errores pedagógicos y también ha
descubierto que una de las cualidades más eficaces para enseñar es la
paciencia. A ella se encomienda y termina dando resultado.
- Oye, profe, esto es la tercera vez que me lo explicas. Te
repites más que un tartaja. ¿No te aburre ser tan pesadito?, a mí un montón –
declara una displicente Chelo.
- Ya sé que te lo había explicado y no, no me aburre. Y te
amenazo – lo dice con una sonrisa – que te lo explicaré otras cien veces como
sigas haciendo mal los ejercicios que te pongo. Otra cosa en la que también me
repito: te he dicho mil veces que no me llames profe, mi nombre es Sergio y así
me llaman todos. Si no te gusta mi nombre puedes llamarme Martín que es mi
apellido, pero como continúes llamándome profesor me voy a dirigir a ti como
señorita Arbós – la sonrisa vuelve a acompañar a sus palabras.
- ¡Ay, no, por Dios, señorita Arbós, no! Cómo lleguen a
enterarse mis colegas el cachondeo puede ser de despelote.
Burla burlando la
relación entre profesor y alumna va limando sus aristas y termina siendo francamente
buena. Sólo hay una laguna para Chelo, aunque Sergio sólo es poco más de tres
años mayor que ella le trata como si fuera una niñata, algo que reconcome a la
muchacha. Y decide darle una lección, le va a seducir y le mostrará que de niña
nada de nada. No se anda por las ramas y no planea una trama seductora
excesivamente sutil, se limita a desabrocharse los suficientes botones de la
blusa hasta dejar entrever el sujetador de blonda con efecto balconette que
gusta lucir, pese a que su madre le ha prohibido que se lo ponga hasta que sea
mayor de edad.
Sergio se apercibe
inmediatamente de lo que pretende la muchacha: ponerle nervioso mostrándole el
prometedor valle que discurre entre los dos erectos promontorios que son la
mejor prueba de la insultante juventud de su propietaria. Opta por hacerse el
sueco ante lo que considera una chiquillada. Como él parece no darse por
enterado, Chelo eleva la apuesta, se arrodilla encima de la silla y se inclina
sobre la mesa camilla para ver mejor el folio en el que Sergio está trazando un
gráfico, pero lo que realmente hace es mostrar una espléndida panorámica de su incitante
busto. Momento en el que entra Elvira que de vez en cuando pasa por la salita
para echar un vistazo. La escena que ve, aparentemente más tórrida de lo que
realmente es, la escandaliza.
- Chelo, siéntate como Dios manda y haz el favor de
abrocharte esa blusa inmediatamente.
Ese día acaba el
trayecto de Sergio como profesor particular. Al menos, ha conseguido varios
logros. Ganarse la definitiva ojeriza de la señora de Arbós, que poco menos que
lo considera un corruptor de menores, constatar que sus conocimientos
matemáticos no se han oxidado, convencerse de que la docencia no es lo suyo y
ganar unas pesetillas que nunca vienen mal. Hay otro logro que desconoce porque
le es ajeno, también se ha ganado la simpatía y el respeto de Chelo Arbós y
quizá algo más que la muchacha aún no sabe definir. Una buena cosecha de éxitos
para un profesor de fortuna y al que intentaron seducir.