"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 12 de abril de 2016

17. El dominó es un juego muy serio



   Hoy, tres de noviembre, a Ponte le toca abrir El País. Su noticia principal es: Nuevo paso a la secesión ante los titubeos de partidos y Gobierno. Pues Manolo, se dice el viejo, tú estarás hasta el gorro de lo de Cataluña, pero está claro que, al menos, la opinión publicada no lo está. No hay día que no aparezcan un montón de informaciones al respecto. Tendrás que cambiar de opinión sino quieres ser una especie de verso suelto. La foto central muestra un hombre al que no se le distingue el rostro, el pie de foto es: El seminarista que denunció los abusos de una comunidad misionera, el 28 de octubre en Madrid. Si es que eso de que no se puedan casar los curas, piensa Ponte, no puede ser bueno. Aquellos polvos traen estos lodos. Por último, otro titular atrae su atención: El libro de papel no le teme al e-book. En eso estamos de acuerdo, se dice. Es una de las muchas decepciones que ha causado a sus hijos, le regalaron un lector de libros electrónicos y ha sido incapaz de acostumbrarse a manejarlo, no porque no sepa utilizarlo sino porque lo de tocar el papel, sentir su peculiar tacto, poner una señal en la última página leída…, son hábitos de toda una vida y ha sido incapaz de abandonarlos.
   Ese mismo día, por la tarde, se reúne el cuarteto de jubilados para jugar la partida de dominó, como hacen todos los martes. El ritual es el de siempre, lo primero es echar a fichas la constitución de las parejas: los dos que saquen las fichas más altas jugarán contra los que saquen las más bajas. Hoy, el resultado es: Grandal y Álvarez contra Ponte y Ballarín. No se juegan nada, salvo la honrilla y que la pareja perdedora tenga que aguantar las pullas de los vencedores. Cada uno de los jugadores expresa en la forma de jugar personalidad, incluso las facetas más ocultas de su carácter. Grandal es un buen jugador que sabe explotar su intuición y habilidad en percibir los puntos débiles del contrario, como contrapartida se despista a menudo lo que hace que a veces cometa fallos de principiante, cuando eso ocurre se lo llevan los demonios porque es de los que quiere ganar hasta cuándo sueña. Álvarez es mejor jugador todavía, le pierde el que, como suele decir Ponte a sus espaldas, está poco menos que convencido de que el juego lo inventó él, lo que le lleva a estar regañando constantemente a su pareja de turno; el resultado es que ninguno de los demás le elegiría como acompañante. Ponte es un jugador del montón, tiene a su favor que pese a sus años sigue poseyendo una excelente memoria con lo que, cuando presta atención algo que no siempre ocurre, es capaz de recordar las fichas jugadas por los demás; su punto flaco es que le da igual ganar que perder, por ello es frecuente que haya días que presta escasa atención al desarrollo del juego. Ballarín es el más sistemático de los cuatro, juega como si se tratara de una partida de ajedrez lo que le lleva a efectuar jugadas que los demás no acaban de entender; afortunadamente no es de los que se enfadan fácilmente cuando ha de aguantar las chanzas de sus compañeros.
- ¿Quién tiene el seis doble? A ver, Manolo, que hoy estás dormido – se mofa Grandal cuando Ponte pone en la mesa el doble.
- Os recuerdo que seguimos haciéndolo mal, el reglamento de la Federación Española de Dominó dispone que debe salir el jugador que haya cogido la ficha de puntuación más alta y que no es necesario salir con el seis doble – A Ballarín le gusta ponerse en plan ordenancista.
- Y yo te recuerdo que ésta es una partida entre amigachos y que lo que disponga la Federación nos la suda – le replica Grandal.
   El juego está trufado de las consabidas frases tópicas: la salida matarás tengas o no tengas más, repetirás como un gallo hasta que te llegue el fallo…, aunque de vez en cuando Ballarín les recuerda que la federación prohíbe cualquier conversación entre jugadores de una y otra pareja durante el desarrollo o finalización de las manos. Todos los comentarios se efectuarán al finalizar la partida. A lo que indefectiblemente, alguno de los otros se mofa de su reglamentista compañero.
- Os recuerdo otra vez que este juego lo inventó un mudo – insiste Ballarín.
- Yo juego para divertirme y pasar el rato, no para competir. Si no puedo hablar mejor me quedo en casa viendo la tele – se revuelve Grandal.
- Bueno, no empecéis como todas las tardes. Tengamos la fiesta en paz – Álvarez trata que los piques no vayan más allá.
- Paso.
- No pasa, señor Ponte, tiene un dos – dice el mirón de turno.
- Los mirones callan e invitan a tabaco – apunta, sarcástico, Grandal dirigiéndose al jubilado que está de espectador.
   Y así, entre bromas y veras, más las últimas que las primeras pues el dominó es un juego muy serio, va transcurriendo la partida. El único incidente, propio del juego, es que al decir de Álvarez en uno de los juegos Grandal ha hecho una mala jugada.
- No tendrías que haberte doblado, Jacinto. Que obsesión tenéis con quitaros los dobles de encima. Si en su lugar hubieras puesto el cinco tres las fichas se me hubieran caído de las manos – reprocha Álvarez a su compañero.
- Luis, no me calientes los cascos. Si hemos perdido es porque, como siempre, has jugado para ti aunque eras el resto.
- Mira – y Álvarez reconstruye el orden del juego perdido – aquí, si en vez de doblarte hubieras matado ese cinco, les hubiéramos dado pal pelo.
- ¿Y cómo podía matar el cinco si no me quedaba ninguno? ¿Me lo quieres decir, figura? – pregunta con sorna Grandal.
- ¿Cómo que no tenías cincos y ese cinco tres de quien coño es? – pregunta Álvarez.
- Es mío – afirma Ponte, lo que no es cierto, pero darle en el morro a la prima dona de Álvarez es algo que no perdona ninguno.
- A este paso se va a terminar la crisis antes de que acabemos la partida. ¿Quién sale?
   Esa es otra, a pesar de que se la dan todos de inmejorables jugadores, lo cierto es que con frecuencia nadie recuerda a quien le toca salir. Entonces el que lleva la cuenta del tanteo tiene que recurrir a contar el número de juegos realizados, comenzando por el que salió la primera vez que para eso está la inicial de su nombre al principio de la tabla de conteo. Y así hasta que una de ambas parejas logra alcanzar las treinta decenas de puntos.
   Acabadas las partidas, suelen jugar tres, lo habitual es que comenten el desarrollo del juego hasta que el tema no da más de sí. Y antes de separarse, también es usual que hablen de todo un poco: deportes, política, sucesos, el tiempo de los próximos días… Hoy no hay nada verdaderamente reseñable, salvo la cita policial que ha tenido Ponte, acompañado de Grandal. Ambos cuentan sucintamente lo ocurrido que, ante la decepción de Álvarez y Ballarín, no parece aportar nada nuevo a lo que ya conocían.
- Como fuentes informativas sois unos petardos – apostilla Ballarín que, al decir de Ponte, es un periodista frustrado -. Se entera uno más leyendo la prensa que lo que dice saber el único testigo.
- Bueno, a lo mejor es que no lo pueden contar todo – les disculpa Álvarez.
- Que no, hombre, que no. Que tanto Manolo, como yo os hemos contado todo lo que pasó – asegura Grandal -. Él se reafirmó en su creencia de que uno de los atracadores podría tratarse de una mujer. Y no hay más. Bueno – y Grandal esboza una sonrisa -, hay otra cosa, pero es de las de mear y no echar gota como decía el bueno de Pablito Guzmán. ¿Sabéis que me propuso el lumbrera de Manolo? Pues ni más ni menos que por qué no investigábamos el caso de manera particular, como si se tratara de un juego, de una forma de matar el tiempo.
- Eso sería la repera: de jugar al dominó a investigar el robo del siglo, como lo han bautizado los medios. Pues me parece una idea estupenda – opina Ballarín.
- A mí la propuesta de Manolo también me mola, como dirían mis nietos. Sería lo mejor que nos podía pasar: dedicarnos a jugar a detectives – apoya Álvarez.
- ¡Éramos pocos y parió la abuela! – exclama Grandal un tanto irritado -. Decididamente, os habéis vuelto todos chochos.