"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 13 de enero de 2017

Capítulo 19. Se confirma, las piezas robadas son copias.- 96. Para ese viaje no son menester alforjas



   El miércoles, dieciséis de marzo, María Victoria prosigue el relato de su cautiverio.
- El jueves a media mañana, el que parecía ser el jefe, porque siempre era quien daba las órdenes, me explicó porque me habían raptado: por mis conocimientos de arte precolombino. Ya pueden imaginarse que si no hubiese estado en la situación que me encontraba hubiera soltado una carcajada. Resulta que me habían secuestrado por ser una experta de las culturas indígenas. Por un momento no supe si estaban hablando en serio o era una broma de mal gusto. Luego vi que no era así. Lo que querían, asómbrate Jacinto – es la primera vez que la mujer se dirige a Grandal -, era que autentificara las piezas de una antigua cultura indígena, posiblemente Quimbaya, que dijeron haber adquirido a unos traficantes de objetos de arte y que sospechaban que estos trataban de engañarles, sobre todo en lo concerniente a su antigüedad.
   Grandal, que había intuido que la palabra Quimbaya iba a aparecer en el relato, no puede evitar lanzar una exclamación:
- ¡El Tesoro Quimbaya!, por eso te secuestraron.
   Lucientes echa una mirada de reprobación a su colega como recordándole que está allí solo de invitado y continúa preguntando:
- ¿Y no les dijo usted que para eso no hacía falta que la secuestraran?
- Claro, les solté lo de que para ese viaje no hacían falta alforjas. No lo entendieron y les tuve que explicar que era un refrán que venía a decir que para lo que me querían no era necesario haberme secuestrado. Se rieron, no sé si de mí o por el refrán. Me explicaron que como había sido una transacción al margen de la legalidad, no podían pedir un peritaje sobre las joyas a través de los conductos habituales. Entonces, ante mi sorpresa, me pidieron disculpas por tenerme retenida. Siempre con la dichosa palabrita de retener. Es un verbo que voy a aborrecer el resto de mi vida – María Victoria se encocora por momentos, por lo que Lucientes una vez más está al quite.
- Es natural que se enfadara, María Victoria, si hubiese estado en su lugar les habría mandado directamente a la mierda, pero siga, por favor.
- Bien, el mandamás me dijo que iban a mostrarme los objetos que habían comprado y de los que dudaban que fueran del siglo quinto d.C. como les habían asegurado los vendedores. También sospechaban que no todas las piezas fueran de oro macizo como les habían dicho. En aquel momento me dije: Mariví, hazte a la idea de que estos fulanos van en serio, por lo que mejor será que hagas lo que te pidan y cuanto antes termines la datación y la autentificación,  más pronto te pondrán liberar. Y a partir de ese momento, ese fue el principio que rigió mi comportamiento. No provocar problemas, colaborar en lo que estuviese en mis manos y rogar a la Virgen del Pilar que el mal trago pasara cuanto antes.
   La mujer hace una pausa que aprovecha su hermana para hacer la clásica pregunta de toda anfitriona que se precie:
- ¿Quién quiere tomar café o té con unas pastas muy ricas que compré esta mañana?
   El receso se hace general y durante algo más de veinte minutos se habla de todo menos del motivo que ha llevado hasta allí a los dos comisarios. Hasta que Lucientes recuerda que hay que volver al relato del secuestro.
- Como les decía, inmediatamente después de explicarme el motivo por el que estaba allí, y a una seña del que hacía de jefe, uno de los encapuchados…, porque no sé sí lo he dicho, pero a partir del jueves por la tarde los que ocultaban sus rostros eran los secuestradores. Como decía, uno de ellos abrió un maletín forrado de seda y sacó tres objetos. Nada más verlos me dio un vuelco el corazón porque los reconocí inmediatamente: eran tres piezas del Tesoro Quimbaya. Se trataba de un poporo o recipiente para cal, un collar y la imagen de un cacique. Con el collar tuve alguna duda, pero con el poporo y el cacique no lo dudé un momento. Aquellas piezas eran reproducciones de una calidad más que aceptable, pero a falta de un análisis más detallado, se trataba de copias. No eran ninguna de las piezas originales que se exhiben en el Museo de América.
- ¿Y qué les dijo? – inquiere Lucientes que ahora sí está muy interesado en lo que está contando María Victoria.
- En ese momento, nada. Creo que tuve la suficiente sangre fría para pensar antes de hablar. Me dije que si de buenas a primeras les decía que en mi opinión las piezas en cuestión eran réplicas podían montar en cólera y ser yo la que pagara el pato. Ya saben que es muy antigua la costumbre de cortar la cabeza al portador de malas noticias. Por eso, decidí pedir más tiempo para llevar a cabo un análisis exhaustivo, cosa con la que estuvieron de acuerdo, yo diría que hasta complacidos al ver que me lo tomaba en serio. También vi una posibilidad de salir de donde estaba porque les expliqué que había pruebas para las que se necesitaban aparatos especiales que en Zaragoza solo existen en la Facultad de Geología y posiblemente en la Escuela de Ingeniería y Arquitectura.
- ¿Qué pruebas eran esas? – quiere saber Lucientes.
- Básicamente, pruebas arqueométricas – y ante el gesto de incomprensión del comisario, la profesora da mayores detalles -. La arqueometría es una disciplina que emplea métodos físicos o químicos para los estudios arqueológicos. Su principal objetivo es la datación de los materiales encontrados en yacimientos arqueológicos y la determinación de sus propiedades físicas y químicas, así como la tecnología utilizada. Asimismo, les hablé de que habría que someter las piezas a un proceso de replicación metalográfica, técnica empleada para la evaluación de la microestructura de determinados materiales y que era necesaria para conocer el proceso de su fabricación, algo no del todo exacto pero que suponía que desconocían. Para terminar de enredarles, les dije que para emitir con plena seguridad un dictamen sobre la autenticidad tendría que someter cada una de las piezas que me habían mostrado a pruebas metalográficas y que para eso necesitaba aparatos tales como una cortadora, una incluidora y una pulidora metalográficas.  
- ¿Y qué dijeron? – pregunta Lucientes, al que el relato le está convenciendo.
- Nada. Creo que quedaron abrumados ante la cantidad de técnicas y aparatos que les dije necesitar para poder dictaminar si las piezas eran del siglo V d.C. Como vi que dudaban, pensé que quizá me había pasado y decidí darles algo para que no fuera todo tan negativo y prescindieran de mí, lo que podía suponer que me matasen. Pensé en decirles que, a primera vista y sin que fuera una afirmación del todo científica, mi dictamen era que las piezas parecían ser modernas. Pero no tuve tiempo de decir nada porque recogieron las piezas y se marcharon. Estuve un buen rato recriminándome por no haber sabido contemporizar y decidí que en cuanto tuviera ocasión les daría mi opinión sobre la condición de las joyas.
   La mujer vuelve a quedarse callada, parece que todavía le fatiga hablar durante tanto tiempo. Ocasión que aprovecha su hermana para preguntar a Lucientes:
- Señor comisario, Mariví está pensando en volver a su apartamento, ¿cree que es una buena decisión o será mejor que se quede con nosotros hasta que termine todo esto?
- En principio, opino que es mejor que siga con ustedes, así estará acompañada y mejor cuidada. Dicho eso, también digo que no le puedo prohibir que vuelva a su casa. En cualquier caso, doctora – y Lucientes se dirige a María Victoria -, debe tenerme al corriente de donde vaya a estar para poder enviar un coche-patrulla allí donde pernocte. Existe la posibilidad, remota pero posible, de que vuelvan a aparecer los secuestradores.
- Yo había pensado volver a casa. Aquí estoy encantada, pero el piso no es muy grande y ya está bien de que la pobre Elenita tenga que dormir en otra cama. En cuanto a que haya policía que vigile mi apartamento me parece una buena idea. No le oculto que sigo teniendo miedo, por eso había pensado que las primeras noches que pase en mi apartamento podía acompañarme el comisario Grandal – María Victoria le ha dado su tratamiento corporativo para enmascarar lo de personal que tiene la petición -, naturalmente si él acepta.
- Por mí no hay ningún problema, siempre y cuando el comisario Lucientes lo apruebe – se ofrece Grandal muy diplomáticamente.
- Me parece bien que el comisario Grandal se quede en el apartamento el tiempo que considere oportuno. De todos modos, enviaré un coche-patrulla para que vigile su portal. Y dado que observo que vuelve a estar fatigada, por hoy creo que es suficiente. Mañana seguiremos – concluye Lucientes.