El miércoles, dieciséis de marzo, María
Victoria prosigue el relato de su cautiverio.
- El jueves
a media mañana, el que parecía ser el jefe, porque siempre era quien daba las
órdenes, me explicó porque me habían raptado: por mis conocimientos de arte
precolombino. Ya pueden imaginarse que si no hubiese estado en la situación que
me encontraba hubiera soltado una carcajada. Resulta que me habían secuestrado
por ser una experta de las culturas indígenas. Por un momento no supe si estaban
hablando en serio o era una broma de mal gusto. Luego vi que no era así. Lo que
querían, asómbrate Jacinto – es la primera vez que la mujer se dirige a Grandal
-, era que autentificara las piezas de una antigua cultura indígena,
posiblemente Quimbaya, que dijeron haber adquirido a unos traficantes de
objetos de arte y que sospechaban que estos trataban de engañarles, sobre todo
en lo concerniente a su antigüedad.
Grandal, que había intuido que la palabra
Quimbaya iba a aparecer en el relato, no puede evitar lanzar una exclamación:
- ¡El Tesoro
Quimbaya!, por eso te secuestraron.
Lucientes echa una mirada de reprobación a
su colega como recordándole que está allí solo de invitado y continúa
preguntando:
- ¿Y no les
dijo usted que para eso no hacía falta que la secuestraran?
- Claro, les
solté lo de que para ese viaje no hacían falta alforjas. No lo entendieron y les
tuve que explicar que era un refrán que venía a decir que para lo que me
querían no era necesario haberme secuestrado. Se rieron, no sé si de mí o por
el refrán. Me explicaron que como había sido una transacción al margen de la
legalidad, no podían pedir un peritaje sobre las joyas a través de los
conductos habituales. Entonces, ante mi sorpresa, me pidieron disculpas por
tenerme retenida. Siempre con la dichosa palabrita de retener. Es un verbo que
voy a aborrecer el resto de mi vida – María Victoria se encocora por momentos,
por lo que Lucientes una vez más está al quite.
- Es natural
que se enfadara, María Victoria, si hubiese estado en su lugar les habría
mandado directamente a la mierda, pero siga, por favor.
- Bien, el
mandamás me dijo que iban a mostrarme los objetos que habían comprado y de los
que dudaban que fueran del siglo quinto d.C. como les habían asegurado los
vendedores. También sospechaban que no todas las piezas fueran de oro macizo
como les habían dicho. En aquel momento me dije: Mariví, hazte a la idea de que
estos fulanos van en serio, por lo que mejor será que hagas lo que te pidan y
cuanto antes termines la datación y la autentificación, más pronto te pondrán liberar. Y a partir de
ese momento, ese fue el principio que rigió mi comportamiento. No provocar
problemas, colaborar en lo que estuviese en mis manos y rogar a la Virgen del
Pilar que el mal trago pasara cuanto antes.
La mujer hace una pausa que aprovecha su
hermana para hacer la clásica pregunta de toda anfitriona que se precie:
- ¿Quién
quiere tomar café o té con unas pastas muy ricas que compré esta mañana?
El receso se hace general y durante algo más
de veinte minutos se habla de todo menos del motivo que ha llevado hasta allí a
los dos comisarios. Hasta que Lucientes recuerda que hay que volver al relato
del secuestro.
- Como les
decía, inmediatamente después de explicarme el motivo por el que estaba allí, y
a una seña del que hacía de jefe, uno de los encapuchados…, porque no sé sí lo
he dicho, pero a partir del jueves por la tarde los que ocultaban sus rostros
eran los secuestradores. Como decía, uno de ellos abrió un maletín forrado de
seda y sacó tres objetos. Nada más verlos me dio un vuelco el corazón porque
los reconocí inmediatamente: eran tres piezas del Tesoro Quimbaya. Se trataba
de un poporo o recipiente para cal, un collar y la imagen de un cacique. Con el
collar tuve alguna duda, pero con el poporo y el cacique no lo dudé un momento.
Aquellas piezas eran reproducciones de una calidad más que aceptable, pero a
falta de un análisis más detallado, se trataba de copias. No eran ninguna de
las piezas originales que se exhiben en el Museo de América.
- ¿Y qué les
dijo? – inquiere Lucientes que ahora sí está muy interesado en lo que está
contando María Victoria.
- En ese
momento, nada. Creo que tuve la suficiente sangre fría para pensar antes de
hablar. Me dije que si de buenas a primeras les decía que en mi opinión las
piezas en cuestión eran réplicas podían montar en cólera y ser yo la que pagara
el pato. Ya saben que es muy antigua la costumbre de cortar la cabeza al
portador de malas noticias. Por eso, decidí pedir más tiempo para llevar a cabo
un análisis exhaustivo, cosa con la que estuvieron de acuerdo, yo diría que
hasta complacidos al ver que me lo tomaba en serio. También vi una posibilidad
de salir de donde estaba porque les expliqué que había pruebas para las que se
necesitaban aparatos especiales que en Zaragoza solo existen en la Facultad de
Geología y posiblemente en la Escuela de Ingeniería y Arquitectura.
- ¿Qué
pruebas eran esas? – quiere saber Lucientes.
-
Básicamente, pruebas arqueométricas – y ante el gesto de incomprensión del
comisario, la profesora da mayores detalles -. La arqueometría es una
disciplina que emplea métodos físicos o químicos para los estudios arqueológicos.
Su principal objetivo es la datación de los materiales encontrados en
yacimientos arqueológicos y la determinación de sus propiedades físicas y
químicas, así como la tecnología utilizada. Asimismo, les hablé de que habría
que someter las piezas a un proceso de replicación metalográfica, técnica
empleada para la evaluación de la microestructura de determinados materiales y
que era necesaria para conocer el proceso de su fabricación, algo no del todo
exacto pero que suponía que desconocían. Para terminar de enredarles, les dije
que para emitir con plena seguridad un dictamen sobre la autenticidad tendría
que someter cada una de las piezas que me habían mostrado a pruebas
metalográficas y que para eso necesitaba aparatos tales como una cortadora, una
incluidora y una pulidora metalográficas.
- ¿Y qué
dijeron? – pregunta Lucientes, al que el relato le está convenciendo.
- Nada. Creo
que quedaron abrumados ante la cantidad de técnicas y aparatos que les dije
necesitar para poder dictaminar si las piezas eran del siglo V d.C. Como vi que
dudaban, pensé que quizá me había pasado y decidí darles algo para que no fuera
todo tan negativo y prescindieran de mí, lo que podía suponer que me matasen.
Pensé en decirles que, a primera vista y sin que fuera una afirmación del todo científica,
mi dictamen era que las piezas parecían ser modernas. Pero no tuve tiempo de
decir nada porque recogieron las piezas y se marcharon. Estuve un buen rato
recriminándome por no haber sabido contemporizar y decidí que en cuanto tuviera
ocasión les daría mi opinión sobre la condición de las joyas.
La mujer vuelve a quedarse callada, parece
que todavía le fatiga hablar durante tanto tiempo. Ocasión que aprovecha su
hermana para preguntar a Lucientes:
- Señor
comisario, Mariví está pensando en volver a su apartamento, ¿cree que es una
buena decisión o será mejor que se quede con nosotros hasta que termine todo
esto?
- En
principio, opino que es mejor que siga con ustedes, así estará acompañada y
mejor cuidada. Dicho eso, también digo que no le puedo prohibir que vuelva a su
casa. En cualquier caso, doctora – y Lucientes se dirige a María Victoria -,
debe tenerme al corriente de donde vaya a estar para poder enviar un coche-patrulla
allí donde pernocte. Existe la posibilidad, remota pero posible, de que vuelvan
a aparecer los secuestradores.
- Yo había
pensado volver a casa. Aquí estoy encantada, pero el piso no es muy grande y ya
está bien de que la pobre Elenita tenga que dormir en otra cama. En cuanto a
que haya policía que vigile mi apartamento me parece una buena idea. No le
oculto que sigo teniendo miedo, por eso había pensado que las primeras noches
que pase en mi apartamento podía acompañarme el comisario Grandal – María
Victoria le ha dado su tratamiento corporativo para enmascarar lo de personal
que tiene la petición -, naturalmente si él acepta.
- Por mí no
hay ningún problema, siempre y cuando el comisario Lucientes lo apruebe – se
ofrece Grandal muy diplomáticamente.
- Me parece
bien que el comisario Grandal se quede en el apartamento el tiempo que
considere oportuno. De todos modos, enviaré un coche-patrulla para que vigile
su portal. Y dado que observo que vuelve a estar fatigada, por hoy creo que es
suficiente. Mañana seguiremos – concluye Lucientes.