Se habla mucho del cambio climático, es un
tema que está cotidianamente en los medios. Hoy mismo es portada en muchos
periódicos el siguiente titular: La ONU urge a tomar medidas drásticas contra
el cambio climático. Incluso en los documentales sobre la naturaleza que tanto
proliferan en la televisión no hay un solo episodio que no suela terminar
aludiendo a ello.
En el reducido ámbito en el que me muevo no
se habla demasiado del mismo, pero alguna que otra vez sí se comenta algo sobre
el cambio. Por mis conversaciones sobre dicho fenómeno, he llegado a la conclusión
de que, generalizando y mucho, la gente de mi entorno se divide en tres grupos
sobre el cambio: una minoría cree en él a pies juntillas, minoría que lenta
pero inexorablemente va creciendo; un grupo más numeroso que el anterior no se
lo cree y que, lenta pero inexorablemente, va decreciendo y un tercer grupo,
creo que el más numeroso, que lo del cambio le importa un pimiento.
Ha llegado la hora de preguntar a mis
lectores: ¿creen en el cambio climático? Verán, yo… he de confesar que he
pasado del último grupo al primero. Dado que he sido más bien un urbanita que un
amante de la naturaleza, era lógico que las alteraciones que los humanos hemos
provocado en el clima terráqueo no fuera algo que entrara en mis
preocupaciones, pero con el paso de los años y las observaciones empíricas que
cualquier ciudadano puede hacer por su cuenta he llegado a persuadirme de que
el clima de nuestro planeta está cambiando. No me he convertido en un fanático
del cambio, pero sí estoy convencido que es una realidad y no algo que cuatro
chiflados van pregonando por ahí. Les explico las razones por las que he
llegado a esa conclusión fuera de todo estudio científico que no es lo mío.
La primera razón proviene de mi edad, la
semana próxima, el día de la Virgen del Pilar exactamente, cumplo 83 tacos y son
años más que suficientes para comparar el clima actual con el que había cuando
era un niño. Sin poder dar datos, que no es lo que me preocupa, pero puedo
afirmar sin faltar a la verdad que mis recuerdos indican que hace setenta y
muchos años hacía más frío, nevaba mucho más y creo que también llovía más. ¿A
qué es debido? No lo sé, no soy un climatólogo ni nada que termine en logo y
esté relacionado con el medio ambiente, pero en definitiva afirmo y aseguro que
el clima ha cambiado en el transcurso de mi vida y ese cambio se focaliza en
que hace más calor, en que las estaciones ya no son lo que eran y en que el
frío y la nieve son más escasos cada vez. Pregunten a los ancianos que
conozcan, verán como les cuentan lo mismo. Ergo, ¿hay cambio climático?, para
los viejos sí, salvo que te apellides Trump o como alguno de los botarates que
lo niegan no sé por qué misteriosos motivos.
Segunda razón, lo que observo en mis paseos.
En un reciente post contaba que diariamente suelo pasear por la Ruta Verde que
atraviesa el campus de la Universidad Complutense, mi alma mater. Ese paseo
está festoneado por árboles de todo tipo entre los que abundan los
caducifolios. Como no soy un experto en botánica he tenido que bucear en
internet para conocer los árboles de hoja caduca que me dan sombra en mis
paseos. Y lo primero que he descubierto, ¡bendita ignorancia!, es que la
botánica estudia todo tipo de plantas en general, pero es la dendrología la
ciencia que estudia las plantas arboladas: árboles, arbustos y lianas. La red
también me dice que los caducifolios más comunes en Madrid, y supongo que en la
Ciudad Universitaria, son: los distintos tipos de plátanos, olmos, chopos,
abedules, fresnos, los distintos tipos de castaños, arces, alisos, espinos,
hayas, acacias y hasta un tipo que desconocía y que tiene un nombre precioso,
el liquidámbar.
Pues bien, los árboles que acabo de enumerar
en el mes de octubre, entrados ya en el otoño astronómico, deberían tener buena
parte de su follaje perdiendo el verde para tornarse en amarillo. ¡Y qué va!,
están tan verdes como si en vez del otoño estuviéramos en la primavera. Lo que
desde el punto de vista del termómetro es bien cierto. Las temperaturas
madrileñas a mediodía casi rozan los 30 grados y por la noche no bajan de los
17 o 18. Mis paseos y lo que observo en ellos es que algo ha cambiado en el
clima y los árboles son mudos testigos de ello. El otoño ha dejado de ser el
que era y se ha convertido en una especie de coda veraniega. Lo que antes se
llamaba el veranillo de San Martín o de las Rosas, se ha convertido en un
veranazo de tomo y lomo.
¿Creen en el cambio climático? Si no lo
creen esperen a tener más de setenta años y verán cómo se convierten en
partidarios del mismo. O dense largos paseos por zonas arboladas y verán como
los árboles les muestren a las claras que el cambio ha llegado. Por
consiguiente, algo habrá que hacer, sino para borrarlo sí al menos para
mitigarlo. Se lo debemos a nuestros hijos, a nuestros nietos; en definitiva, a
las generaciones más jóvenes.
¿Creen en el cambio climático? Verán, yo…
sí.