"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 17 de septiembre de 2019

*** Post info 8. ¡Y todavía hay descerebrados que mantienen que lo del cambio climático es un cuento!



   Como supongo saben por las noticias de los medios, parte del sureste y algunas comarcas murcianas y andaluzas se han visto afectadas la pasada semana por una gota fría o lo que los metereólogos denominan una DANA o depresión aislada en niveles altos. Dicho coloquialmente, lluvia a cántaros y con tanta intensidad que en pocas horas son capaces de anegar tierras, hacer que se desborden arroyos, riachuelos y ríos, se derrumben edificios, se abatan puentes y hasta las ramblas o ríos secos, como se les suele llamar en mi tierra, acarrean tal volumen de agua que más parecen pequeños Amazonas.
   En mi ya larga andadura por este planeta al que tan mal tratamos, viví en primera persona dos gotas frías. De una recuerdo poco porque era un niño, pero la otra marcó decisivamente la economía de mi familia y mi futuro personal. La he descrito en una de mis novelas, La pertinaz sequía, y lo hago así:
“La noche del veintiocho al veintinueve de septiembre los cumulonimbos han ido creciendo espectacularmente en la comarca y desde el anochecer parecen darse cita en la llanura senillense. Antes de que se haga noche cerrada comienza a llover, al principio da la impresión de que es el clásico aguacero, corto pero intenso, propio de las tormentas septembrinas, pero a medida que trascurren las primeras horas de oscuridad la lluvia arrecia por doquier. Llega un momento en que la tierra, empapada, se niega a recibir más líquido y todas las vaguadas se transforman en impetuosos torrentes que vierten mares de agua en la llanura. Poco después de la medianoche, comienzan a inundarse las casas del pueblo que están ubicadas en las zonas más bajas y las calles y caminos se convierten en cauces que encaminan el agua hacia las cotas más bajas del término municipal: los campos al este de la vía férrea, la marjalería y el humedal de Torrenostra, precisamente donde están los arrozales…
   Padre e hijo chapotean en medio del cenagal en que se han convertido los caminos de la zona hasta que llegan a la finca. En silencio miran lo que era un espléndido campo motejado cada varios pasos por las gavillas de arroz puestas a secar, no queda nada. El campo, que el día anterior estaba seco, ahora es una lámina de agua que oculta hasta los caballones que sirven de márgenes entre parcela y parcela. Ni rastro de arroz ni de nada, solo una laguna de agua sucia que se confunde con la del mar porque éste ha perdido su tono azulado y presenta un desagradable color terroso. Por encima de la lámina de agua del Prat solo sobresalen los plumeros de los carrizos, toda la demás vegetación está anegada. La riada, así la llamarán siempre los senillenses aunque por allí no haya ningún río, se lo ha llevado todo por delante. Julio se echa las manos a la cara y no puede evitar un sollozo. Unos lagrimones gordos como garbanzos se le escurren por las mejillas. Su hijo le mira entre el asombro y la tristeza, es la primera vez que ve llorar a su padre. Por el momento, a los Bosch les ha cambiado la vida. La bonanza económica que vislumbraban se ha desvanecido como si de un espejismo se hubiese tratado…”
   Comprendo perfectamente lo hondamente afectados que han de estar los que han padecido semejante desastre y me solidarizo de todo corazón con ellos pues yo pasé por ello hace más de setenta años.
   ¡Y todavía hay descerebrados que afirman que lo del cambio climático es un cuento!