Una mañana, cuando Julio llega a la oficina de
la compañía encuentra a Linares jurando como un carretero porque el papel calco
se le ha movido y las copias han salido ilegibles.
-¡Mierda de papel carbón, cada día es peor!,
se lo tendrían que hacer tragar al gilipollas que compró esta remesa.
El mañego ve la oportunidad de congraciarse
con el suboficial que sigue ignorándole.
-Mi
sargento, ¿me permite que se lo escriba?, conozco un truco que hace que el
calco no se mueva.
-¿Tienes buena letra?
-Compruébelo usted mismo –dice Julio
enseñando a Linares algunas muestras de su actividad amanuense.
-No está mal. Haces original y tres copias,
luego me lo pasas a la firma.
-A sus órdenes, mi sargento.
Así es como Julio se convierte de verdad en
machacante del sargento y no solo del cabo Esparza, que es como se apellida el
furriel. En adelante, la vida campamental se torna todavía más plácida para el
mañego. Incluso uno de los veteranos, que le había tomado ojeriza por un
quítame allá esas pajas y que le gastó más de una novatada, no ha vuelto a
meterse con él porque sabe que teniendo el favor del sargento es mejor no
molestarle. Julio, al tener una posición de fuerza, ha tomado a Agustín como su
protegido y el mozo de Montánchez está disfrutando de alguna de las prebendas que
tiene su amigo, entre ellas, y no es moco de pavo dado que el rancho sigue
siendo malo de solemnidad, contar con raciones extras de chuscos lo que le
permite trocarlos por otros alimentos y especialmente por tabaco ya que es un
empedernido fumador.
Como se acerca la jura de bandera en la que
han de participar todos los reclutas, algunas mañanas Julio ha de ir a la instrucción
de orden cerrado con armamento, porque el desfile de la jura se hace con
fusiles al hombro. El mañego comprueba que lamentablemente lo del cabo del
cuartel de Húsares que se metía con él porque no marcaba bien el paso no fue
porque le tuviera manía, resulta que es un patoso y lo de llevar el paso al
mismo ritmo que los demás es algo incapaz de realizar como es debido. En cuanto
el sargento, alertado por uno de los cabos, constata que tiene un garbanzo negro
que altera el desfile de la compañía lo soluciona metiéndolo en el interior de
la formación para que pase desapercibido. Es una vejación que Julio ha de
tragarse mal que le pese. Como le dice Agustín para consolarle.
-Chacho, no se pue tener de to. Nunca serás
un gastador, pero eres el mejor escribano del campamento.
Llegado el solemne día de la jura de bandera
todo transcurre mejor de lo que esperaba Julio que al estar metido en el centro
de la compañía su descompensado ritmo pasa inadvertido. El campamento se llena
ese día de visitantes y mandos superiores del regimiento y de otras unidades de
la isla. Les dan una comida extraordinaria que consiste en paella, pero en la
que el arroz resulta tal engrudo que hace que el popular plato valenciano de
extraordinario no tenga nada. El mismo día de la jura, el cabo Esparza marca
cuál será el futuro de Julio en el seno del regimiento de infantería.
-Cuando me licencien pasarás a ser el furriel
de la compañía. Espero que no hagas muchas pijás y no te indispongas con el
teniente Álvarez que es quien corta el bacalao, porque el capitán Massanet ni
pincha ni corta. Ah, tendrás que presentarte para cabo, el furriel ha de serlo –Es
oírlo y Julio evoca al cabo de la Guardia Civil de San Martín, se
enorgullecería de él: ahora machacante y luego furriel.
Dos días antes de terminar el campamento y
volver al vetusto cuartel de El Carmen, el sargento Linares llama al mañego.
-Carreño, en cuanto lleguemos al regimiento
te daré un pase para que vayas a Capitanía General adónde vas destinado, allí te
presentarás al sargento Wenceslao Fernández. En la entrada de la Almudaina di
tu nombre a la guardia y explicas que Fernández te está esperando. Puedes retirarte.
Julio sale de la oficina desconcertado. No
sabe si alegrarse o entristecerse. Tenía asumida la idea de que iba a ser el
sustituto de Esparza cuando el furriel murciano se licenciara, y ahora le
mandan a la Capitanía General de la que solo sabe que se ubica en el Real
Palacio de la Almudaina. Su destino, ¿será mejor o peor que el de furriel?, se
pregunta.
El uno de agosto el mañego, que hasta se ha
planchado el uniforme para estar más presentable, se dirige a Capitanía
General. Va con cierta preocupación porque no le han dado ningún documento de
que esté adscrito a dicha dependencia, solo sabe lo que le dijo el sargento
Linares. Al llegar al portón de acceso al patio interior del edificio le da el
alto el plantón de guardia.
-Alto, ¿dónde crees que vas, infante? –El
soldado lleva la insignia del Cuerpo de Artillería. Posteriormente, Julio se enterará
de que la guardia de Capitanía se distribuye rotativamente entre todas las
unidades de la isla. Hoy toca a los artilleros.
-Me está esperando el sargento Wenceslao
Fernández. Soy… -El plantón no le da a pie a que siga hablando-. ¡Sargento de
guardia! –grita.
Sale un suboficial, también de artillería, ante
quien se cuadra el mañego que vuelve a repetir lo del sargento Fernández y le
dice su nombre. El sargento artillero ojea una tablilla en la que hay un rimero
de papeles hasta que encuentra el nombre del joven extremeño.
-¿Julio Carreño Lahoz?
-Sí, mi sargento.
-¡García! –Al instante aparece un cabo-.
Acompaña al infante a la Secretaría de Justicia, ¿sabes dónde está?
-Sí, mi sargento.
El cabo, a quien sigue como un corderito el
mañego, cruza el patio interior y sube una amplia y empinada escalera. Luego
recorre unos lóbregos pasillos que hacen diversos zigzags, de tal manera que
Julio termina sin saber en la dirección que van. Hasta que llegan a una
estancia bastante espaciosa donde hay dos soldados sentados en sendas mesas y
en otra situada al fondo está un sargento. La estancia está bien iluminada pues
dos ventanas dan al exterior.
-A sus órdenes, mi sargento. Este infante
pregunta por usted.
Julio se cuadra ante el sargento, del que
solo sabe que se llama Wenceslao Fernández. Es un hombre de mediana edad,
ligeramente pasado de peso, lleva gafas y el pelo comienza a ralearle.
-Tú debes ser el que me manda Linares, ¿no?
-Yo estaba en la compañía del sargento
Linares en el campamento. Era su machacante y no puedo decirle más, mi
sargento.
-Bien, Carreño, te han destinado a esta
Secretaría. Te ocuparás sobre todo de los archivos. Tus compañeros Beltrán y
Medrano te pondrán al corriente de todo. Cuando llegue el capitán Echevarría,
que es el jefe, te presentaré. Veo que vas aseado, así es como debes de
presentarte diariamente: limpio, afeitado y uniformado como dictan las ordenanzas.
Beltrán, luego lo llevas abajo para que lo inscriban en la compañía de
destinos, le den un catre, le asignen una taquilla y todo lo demás.
El sargento Fernández sale de la estancia y
Julio se queda con los dos soldados que le miran con cierta expectación. Tras
irse el sargento se presentan.
-Soy Vicente Beltrán y este es Antonio
Medrano. Tú eres del reemplazo de este año, ¿no?
-Sí, me llamo…
-Ya sabemos cómo te llamas. Tienes unos
apellidos poco corrientes. ¿Quién te ha recomendado, algún amigo de la familia?
–pregunta el llamado Beltrán.
-La verdad es que no lo sé, fue el sargento
Linares quien me dijo que me habían destinado a Capitanía General. Y aquí, ¿qué
tendré que hacer?
-¿Que qué hay que hacer? Sobre todo tener
contento a Fernández –asegura Beltrán-. Si el sargento está satisfecho esto es
como un balneario, un remanso de paz y tranquilidad, solo faltan los buenos
alimentos porque el rancho es de puta pena. O sea, que ya sabes lo que tienes
que hacer, bailarle el agua a Fernández y reírle los chistes por malos que
sean, que lo suelen ser, y de lo demás no te preocupes.
-¿Solo estáis vosotros dos y el sargento o
hay más gente?
-Solo Fernández y nosotros; bueno, y ahora
tú que completas la plantilla.
-¿Y ese capitán Echevarría del que habló el
sargento?
-Del capitán, que es el jefe de este
chiringuito, no debes preocuparte. Llega a media mañana, los días que viene,
firma lo que haya que firmar y se va rápido. Es un buen tipo y posiblemente te
pasarás meses sin hablar con él, solo trata con el sargento. Además tiene poco
de militar, es del Cuerpo Jurídico y pasa mucho de saludos y ringorrangos de
esos que tanto les gustan a los oficiales de carrera. Con decirte que siempre
viene vestido de paisano está dicho todo.
Para
Julio oír como hablan sus nuevos compañeros es como descubrir otro mundo. Lo
primero que nota es que los que van a ser sus nuevos camaradas hablan un
castellano más correcto que el de sus compañeros de campamento, aunque con un
acento que no reconoce, y que charlan del ejército y de los mandos sin ninguna
clase de temor. Le da en la nariz que tiene mucho que aprender de ellos. Le
cuentan que ambos son valencianos, Beltrán, que parece ser el más veterano, es
de un pueblo de la provincia de Valencia, Játiva aunque él dice siempre Xàtiva,
y trabajaba de administrativo en una empresa exportadora de naranjas. Medrano
es de Elche, en la provincia de Alicante, y era escribiente en una fábrica de
calzado. Parece que se llevan bien y han dispensado una amable acogida al
mañego, aunque algo aséptica.
-¿Tienes algún título?, me refiero a si has
hecho una carrera –indaga Beltrán.
Julio les cuenta la verdad, que estudió
bachillerato pero no lo terminó y lo mismo le ocurrió con los estudios de
contabilidad. El hecho de que no esté diplomado parece que supone un alivio
para ambos veteranos. Luego le explican que, como ha dicho el sargento, se
dedicará sobre todo a tener al día el archivo que ocupa todo un lateral de la
estancia, y que guarda las fichas de todos aquellos militares y civiles que han
tenido algo que ver con la justicia militar en el ámbito competencial de la
Capitanía General de Baleares, pues la dependencia es la Secretaría de Justicia
de la misma.
-¿Y qué es la Secretaría de Justicia?
–pregunta Julio.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
19. ¿Unas vikingas?