"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 31 de enero de 2020

Libro I. Episodio 9. ¿Has pensado en cómo guardarás mi ausencia?


   Tras el abrupto e inesperado final de su entrevista con Soledad y su hermana María, Julio se siente tan desconcertado como furioso. Por un momento está tentado de volver a llamar a la puerta para decirle a la pécora de su futura suegra todo lo que no le ha dado oportunidad de explicar. Tiene la aldaba en la mano cuando una ráfaga de sensatez lo sacude. No es buena idea, se dice. Si vuelvo a entrar, con lo alterado que estoy, puedo montar la de Dios es Cristo y podría suponer que rompiera todos los puentes con la familia de Consuelo. Será mejor tragarse el sapo de que su madre me haya dejado con la palabra en la boca y esperar una nueva oportunidad.
   Mientras el joven quinto reflexiona sobre lo que ha pasado y lamenta la oportunidad perdida, las hermanas Barrado están dialogando sobre lo mismo: su conversación con el pretendiente de Consuelín, así la llaman en la familia.
   -Bueno, hermana, ¿y que te ha parecio el mañego? –pregunta Soledad.
   -Si te digo la verdá, más desenvuelto de lo que esperaba. Al principio se le notaba nervioso, pero luego se ha tranquilizao y ha respondio con bastante aplomo, y eso que tú le has tirao con bala y no le has dao ni un respiro.
  -Sí, palabritas no le faltan, ¿pero qué me dices de los hechos? Ha admitio que se dedicaba al contrabando, que no tie oficio ni beneficio, que se juega los dineros a lo que pille, que los civiles le trincaron… ¡Una joya, vamos!
   -Es verdá. Razón tienen al decir que hay ojos que se enamoran de legañas. ¿Qué le habrá visto la buena de tu hija a ese cabeza de chorlito?
   -Te lo diré. Esa mocosa es igualina que su padre, que en gloria esté. Tie la cabeza a pájaros. Y además se pirra por llevarme la contraria. Basta con que yo le haya dicho que no me gusta el mozo pa que ella mantenga que es el amor de su vida.
   -¿Y qué piensas hacer ahora que conocemos de primera mano de que pie calza el chico?
   -Pues darle puerta de una vez por toas. Mañana mismo le digo a Consuelín que no vuelva a hablar con él o la meto interna en las Clarisas Capuchinas, ¡por estas que son cruces! –y cruza los pulgares en forma de aspa.
   -¿Las del Monasterio de Santa Ana de Plasencia?
   -Las mismas.
   -¡Qué barbaridá! Ni se te ocurra, hermana. Piensa en el qué dirán.
   -Me cisco en lo que puedan decir unas cuantas chismosas, pero esa mocosa no me va a tomar el pelo. ¡Aquí se hace lo que yo mando y na más!
   -Sole, Sole, no es buena idea tomar decisiones por un calentón, suele traer malas consecuencias. No debes hacerlo, no pienses solo en ti, piensa también en la familia. ¿Crees que será un plato de gusto que cada vez que tú o cualquiera de los nuestros entre en otra casa, vaya a la tienda o se acerque a un corrillo la gente se calle?, y lo harán porque seguramente estarán comentando que a la mayor de los Manzano la han metio a la fuerza en un convento y, pa más inri, de clausura. Y eso no va a ser solo cuestión de un día. Serán semanas las que estaremos en boca de las que no tienen na mejor que hacer que hablar mal de los demás.
   Soledad, se ha obstinado en su decisión y parece que no hay quien la haga cambiar de opinión, pero María, haciendo gala de una paciencia inagotable, va reconduciendo la situación hasta que consigue que su hermana dé el brazo a torcer.
   -Entonces, ¿qué quieres, que no haga na?
   -Ya te lo dije antes de que habláramos con ese desgraciao, que tengas paciencia. Lo que deberías hacer, que pa eso eres más lista que los ratones coloraos –María tira de adulación para convencerla-, es mañana no decirle ni palabra a la chica, como si no hubiera pasao na. Y recordar que solo ties que aguantar un par de meses a lo sumo porque los militares te van a resolver el problema. Y no le darás tres cuartos al pregonero.
   -Eso supone tanto como que me tendré que tragar que esa malcriá siga viendo al muerto de hambre del mañego. Y medio pueblo se va a reír de mí.
   -Pero el otro medio te aplaudirá. Lo que sí puedes hacer, pa atarla más corto, es marcarle las horas de salia y entrá de paseo. De manera que esté con el mozo el menor tiempo posible.
   -¿Sabes de qué tengo miedo, María? De que, como esa mocosa se ha encaprichao con el mañego, se le abra de piernas y ese desgraciao, al verse perdio, le haga una barriga a la chica y tengan que casarse de prisa y corriendo pa que lo que venga tenga padre.
   -Sole, que poco conoces a tu hija. Estoy tan segura como que me llamo María que eso nunca lo hará Consuelín.
   -¿Y si el mañego es un mala sangre y la fuerza?
   -Está claro que el mozo fue un balarrasa, pero dijo que Consuelín lo había cambiao. Y lo que son las cosas, le creí; en ese momento sentí que hablaba con el corazón en la mano. Estoy segura que no la va a forzar ni na que se le parezca.
   Soledad termina por aceptar como buenos los consejos de su hermana, aunque no deja de sentir un cabreo monumental de que la malcriada de su hija crea que se ha salido con la suya. En un par de meses la va a meter en cintura y se va a enterar de quien es su madre. ¡Por estas que son cruces!, vuelve a jurar. Al día siguiente del inquisitorial interrogatorio, Consuelo no consigue que su madre le dé mayores explicaciones sobre lo sucedido. Se limita a decirle que sigue pensando que el mañego no es hombre para ella y que, pudiendo elegir entre los mejores partidos del pueblo, ha ido a fijarse en un muerto de hambre que además es un cabeza de chorlito que tiene muy mala fama. Y enumera todos sus defectos.
   -… ni tie oficio ni na que se le parezca, es contrabandista, jugador y seguro que le da al vino y a las mueres. ¡Una joya, vamos! Como dice tu tía, hay ojos que se enamoran de legañas. ¡Tú verás lo que haces!
   Lo que si le puntualiza su madre es que a partir de ahora tendrá menos tiempo para salir de paseo, y no todos los días, porque piensa llevársela a los campos con ella. Ya es hora de que le ayude con los braceros y los porquerizos. Su hermana Luisa puede perfectamente llevar la casa, pues ya cumplió trece años. Visto el desastroso resultado de la entrevista, Consuelo envía a la pequeña Julia a casa de Argimiro con una nota contándole a su novio lo que ha decidido su madre, que cuando se vean ya le contará lo que averigüe.
   La primera tarde que los enamorados pueden verse tienen mucho que contarse, y no son buenas noticias precisamente. Consuelo le refiere las escasas e imprecisas explicaciones que le ha dado su madre. Julio le relata cómo se desarrolló la conversación, que más pareció un interrogatorio de la Guardia Civil que otra cosa, y que la señora Soledad no le concedió la menor oportunidad de que pudiese explicarle cuales eran sus intenciones y que planes tenía para el futuro. Cuando acaban de referirse sus cuitas, ambos quedan mustios y cabizbajos. Consuelo es la primera en reaccionar, y lo hace más que nada para remontar el ánimo de Julio.
   -¿Sabes qué te digo?, que del mal el menos. Pensándolo bien, no me ha prohibido que te siga viendo, aunque como muchos días me lleva con ella al campo no vamos a poder vernos diariamente como antes, pero los días que me quede en casa procuraré salir antes de paseo para compensar los que no podamos vernos.
   -Sí, cariño, pero tengo la corazonada de que va a terminar buscándote un novio que le pete, que no sea un muerto de hambre como me llama. Y como vamos a estar tanto tiempo sin vernos… -el mozo deja al aire el final de su frase, no se atreve a verbalizar lo que piensa que puede ocurrir porque se le revuelven las tripas.
   -Por ahí sí que no paso, Julio. Si crees que mi madre, por muy brava que se ponga, va a lograr casarme sin tener en cuenta mis sentimientos es que me conoces muy poco –La joven se ha enfadado y habla con pasión mal contenida-. ¿Tan poco carácter crees que tengo que voy a consentir que mi madre me doblegue? Es lo último que esperaba.
   Julio, que rápidamente se da cuenta de que se ha equivocado al dudar de Consuelo, se las ve y se las desea para que a su enamorada se le pase el enfado. Le jura una y mil veces que jamás ha dudado de su amor, que sabe que le quiere tanto como él a ella, y que queriéndose como se quieren nadie podrá romper su unión. Acaban haciendo las paces. No hay nada tan dulce como la reconciliación de dos enamorados después de una riña. Ambos se conjuran en que ni la señora Soledad, ni lo que digan en el pueblo las lenguas de doble filo, ni los posibles pretendientes, ni la distancia que supondrá la mili podrán con su amor.
   -A mi madre le he oído decir alguna vez que el amor forjado en la adversidad es imperecedero –recuerda el joven quinto.
   -Tu madre, por lo que cuentas, además de ser una buena persona es una mujer sabia. Me gustaría conocerla antes de que te fueras.
   -No sé si será posible, corazón. No sale casi nunca del pueblo y, tal como se ha puesto tu madre, no creo que pueda llevarte a San Martín.
   -Sí, claro… Se me ocurre que… ¿tu madre baja a Plasencia en Semana Santa? –pregunta Consuelo.
   -No, ¿por qué lo preguntas?
   -Verás. Mi madre de chica vivió en Plasencia y, al igual que mi abuela, se hizo muy devota de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de la Cofradía del Silencio, cuya procesión desfila la noche del miércoles santo. Los años que puede, madre nos lleva a ver la procesión y si nos quedamos más días dormimos en casa de unos primos que tenemos allí. Si tu madre estuviera en Plasencia esos días podría escaparme algún ratín pa charlar con ella.  
   -¡Qué buena idea! Creo que podré convencer a mi madre para que baje a Plasencia. Ella también se muere de ganas de conocerte.
   Por unos momentos, los enamorados se olvidan de la señora Soledad y de las trabas que pone a su relación. No hablan más que de planes para cuando Julio acabe la mili, algo que parece muy cercano cuando, como poco, les espera una separación de tres o más años. Separación en la que hay una cuestión que al joven mañego le preocupa sobremanera. No se ha atrevido a plantearla porque es consciente de que es un asunto peliagudo, pero cree que ha llegado el momento de formularla.
   -Cariño, ¿has pensado en cómo guardarás mi ausencia?

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un mañego enamorado, publicaré el episodio 10. La promesa