Cuando Ponte llega a la cafetería Van Gogh,
y a pesar de que faltan algunos minutos para las doce, ya se encuentran allí
Grandal, Atienza, Blanchard y, ¡oh sorpresa!, también está Bernal. El policía
de la Judicial ha llegado a la conclusión de que no puede seguir
indefinidamente eludiendo a los carcamales, como en su fuero interno sigue
llamándoles. A la postre, son los que más información les están facilitando
sobre el Caso Inca.
Atienza, que cuando hay que mostrar la cara
amable de la policía, es quien se convierte en el portavoz, le pide a Ponte que
cuente lo que le dijo el Tío Josefo sobre los Corrochanos y le ruega que haga
un esfuerzo para ser lo más literal posible, indicándole asimismo que se tome
el tiempo que haga falta.
Cuando Ponte acaba su relato en el que ha
hecho el esfuerzo pedido para ser lo más literal posible, Atienza le da las
gracias y abre el turno de preguntas. El primero que abre el fuego del
interrogatorio es Bernal.
- Señor
Ponte, ¿ratifica que el Tío Josefo le dijo que no sabía nada ni había oído
hablar de que unos gitanos hubieran vendido el furgón del robo del tesoro al
dueño del desguace de Humanes?
- Sí, señor
- afirma Ponte, que sigue la recomendación que le ha dado Grandal de no ser prolijo
en sus respuestas.
- Señor
Ponte, ¿le dijo el Tío Josefo que tampoco sabía nada del robo del tesoro?
- Eso fue lo
que dijo.
- Cuando el
Tío Josefo le comentó que el clan de los Corrochanos hacía negocios con chinos
del Polígono Cobo Calleja, ¿especificó si eran negocios de drogas? – es Bernal
quien sigue protagonizando el interrogatorio.
- No, señor,
dijo, y cito literalmente, que los negocios que hacían los Corrochanos eran de
toda esa porquería que echa a perder a la gente joven. Y le recuerdo que eso ya
lo conté antes – Ponte comienza a mosquearse de que le hagan repetir pasajes de
su conversación con el patriarca de los García Reyes.
- ¿Es lo que
le dijo literalmente? – insiste Bernal.
- Sí, señor,
palabra por palabra – se reafirma Ponte quien añade -, la palabra droga no la
mencionó en ningún momento.
- De todas
formas, al decir que eran negocios de la porquería que echa a perder a la gente
joven puede deducirse, sin temor a equívoco, que se refería a la droga –
puntualiza Atienza.
- Recuerda,
señor Ponte, si el Tío Josefo dijo en algún momento los nombres o quienes eran
los chinos que se relacionaban con los Corrochanos – Bernal sigue preguntando.
- No, señor.
-
Exactamente, ¿qué le contó el Tío Josefo sobre los Corrochanos?
- Pues me
contó, además de lo que acabo de repetir – lo de repetir lo dice con retintín
-, que los Corrochanos tienen fama de tener malas pulgas y de que en sus negocios
no se paran en barras.
- ¿A qué
cree que se refería al afirmar que los Corrochanos no se paran en barras en sus
negocios?
- Tenía
entendido que me habían llamado para que repitiera lo que me contó el Tío
Josefo, no para que descifrara adivinanzas – No cabe duda de que Ponte está
hasta los mismísimos de que le hayan tomado por un disco rayado, repitiéndose
continuamente.
Bernal pasa por alto la impertinente respuesta
del anciano y prosigue con un interrogatorio que a Ponte le parece que debe ser
de los que llaman de tercer grado.
- Ha
sugerido usted que, en un primer momento, el Tío Josefo no mostró ningún
interés en facilitarle el paradero de los Corrochanos, ¿lo ratifica?
- Sí, señor,
me dijo que no me lo recomendaba porque son unos malajes.
- Eso hace
suponer que el Tío Josefo conoce bien a los Corrochanos, ¿no lo cree así?
- Ya le he
dicho que las adivinanzas no son mi fuerte – La paciencia de Ponte está
menguando a marchas forzadas.
Bernal está a punto de picar el anzuelo de
la provocación de Ponte, pero Atienza le hace un gesto lo que le hace pasar por
alto la impertinencia del viejo.
- Bien, creo
recordar que en algún momento de la conversación salió a relucir el nombre del
Tio Rafael, el patriarca del clan de los Corrochanos, ¿le contó algo más sobre
él?
- Sí, señor,
me dijo que su apodo era el Langó porque cojea algo del pie izquierdo, pero
todo lo que me está preguntando ya lo he contado antes, no sé porque me hace
repetirlo – protesta Ponte que está viendo que se acerca la hora que Clarita le
indicó que se irían a Majadahonda a comer juntos y sin embargo el tercer grado
al que le están sometiendo no tiene pinta de acabar.
Bernal sigue impertérrito con sus preguntas.
- Cuando el
Tío Josefo le dijo que los Corrochanos iban de aquí para allá, ¿se refirió a
unos lugares concretos?
- No, señor.
- Y cuando
especificó que los encontraría en la Cañada Real, ¿añadió algo más?
- No, señor
– Las respuestas de Ponte son cada vez más escuetas.
- Perdone,
señor Ponte – es Atienza el que habla -, creo recordar que al hablar sobre la
Cañada Real nos ha contado antes que el Tío Josefo le dijo algo más.
- Ah, sí, me
preguntó que si sabía dónde estaba la Cañada.
- Y que le
contestó usted – vuelve ser Bernal el que ha retomado el interrogatorio.
- Que sí que
lo sabía.
- Una cosa
es saberlo y otra haber estado en esa zona de asentamientos ilegales, ¿ha
estado usted en la Cañada?
- Sí, señor.
- ¿Puedo
preguntarle con motivo de qué estuvo en la Cañada?
- Puede
preguntármelo, pero no pienso decírselo. Eso no tiene nada que ver con la
conversación con el Tío Josefo – Ponte se está poniendo bravo por momentos.
- Pero usted
nos ha contado antes que el Tío Josefo le dijo que para estar jubilado visitaba
unos sitios muy chungos, ¿no es así?
- Sí, señor.
- ¿Y por qué
le dijo eso?
- Ya he
dicho por activa, pasiva y hasta por perifrástica que las adivinanzas no son mi
fuerte. ¿Tienen más preguntas o van a seguir repitiendo como loros lo que ya he
contado media docena de veces?
Bernal mira a Atienza quien le hace un gesto
como diciéndole: no sigas, este pozo ya no da más agua. Es el momento en que
interviene Grandal porque sabe de la cita de Ponte con su familia y presiente
que su amigo en cualquier momento puede enviar a hacer puñetas al trío de
inspectores.
-
Caballeros, como acaba de decir don Manuel estamos dando vueltas a la noria de
sus recuerdos sobre su conversación con el Tío Josefo y la cosa parece que no
da más de sí. Opino que si no hay nuevas preguntas tendríamos que ir dando por
finalizada esta charla porque el amigo Ponte tiene un compromiso familiar y no
deberíamos retenerlo más.
Los policías aceptan la sugerencia de Grandal,
pero antes de que nadie pueda decir algo más, inopinadamente es Blanchard, mudo
hasta ese momento, quien toma la palabra:
- Monsieur Ponte, hay algo que no nos ha
contado y que nos interesaría mucho conocer. ¿Por qué fue usted a un hospital
para encontrarse con ese gitano con el que habló?
Ponte se queda mirando al inspector francés
con cara de pocos amigos y duda durante unos segundos hasta que en lugar de
contestar pregunta a Atienza:
- Este
señor, a quien ya he visto en anteriores encuentros, pero al que no tengo el
gusto de haber sido presentado, ¿es un policía español?
- No –
contesta Atienza -. Y disculpe que no se lo hayamos presentado, es el señor
Michel Blanchard, policía francés que colabora con nosotros en el
esclarecimiento del Caso Inca.
- ¿Y estoy
obligado a contestarle?
- Hombre,
obligado de modo estrictamente formal quizá no, pero como le he dicho forma
parte del grupo investigador del caso y debería responderle, al menos por
cortesía.
- A la gente
que mira por encima del hombro no se le debe ninguna cortesía – responde Ponte
que, decididamente, ya se ha tirado al monte de la desconsideración y
dirigiéndose a Blanchard le espeta –. Y para que me entienda señor franchute:
no le contaré nada si no es en presencia de mi abogado.
El inspector galo va a replicar cuando
Atienza le quita la palabra de la boca antes de que la reunión se vaya definitivamente
al garete.
- Señor Ponte,
le agradecemos sinceramente su colaboración al tiempo que le pedimos disculpas
si en algún momento nuestras preguntas le han molestado. De ninguna manera era
nuestra intención. Puede marcharse cuando quiera y le reitero nuestra gratitud.
Ponte se levanta, se cala el sombrero, hace
una leve inclinación de cabeza en señal de saludo y antes de salir lanza su
postrera andanada:
- Antes de
irme quiero decirles algo. Hoy he roto la promesa que le hice a un amigo. Le di
la palabra al Tío Josefo de que no iba a repetir lo que él me contase y he roto
ese compromiso. Algo que no volverá a suceder. La próxima vez que quieran saber
algo del patriarca de los García Reyes se lo preguntan ustedes. Yo no volveré a
hacerlo. Estimo mucho a mis amigos y el Tío Josefo lo es, ustedes, no – y sin
más, y más tieso que una vela, sale de la cafetería.