"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 20 de septiembre de 2016

63. Casi un tercer grado



   Cuando Ponte llega a la cafetería Van Gogh, y a pesar de que faltan algunos minutos para las doce, ya se encuentran allí Grandal, Atienza, Blanchard y, ¡oh sorpresa!, también está Bernal. El policía de la Judicial ha llegado a la conclusión de que no puede seguir indefinidamente eludiendo a los carcamales, como en su fuero interno sigue llamándoles. A la postre, son los que más información les están facilitando sobre el Caso Inca.
   Atienza, que cuando hay que mostrar la cara amable de la policía, es quien se convierte en el portavoz, le pide a Ponte que cuente lo que le dijo el Tío Josefo sobre los Corrochanos y le ruega que haga un esfuerzo para ser lo más literal posible, indicándole asimismo que se tome el tiempo que haga falta.
   Cuando Ponte acaba su relato en el que ha hecho el esfuerzo pedido para ser lo más literal posible, Atienza le da las gracias y abre el turno de preguntas. El primero que abre el fuego del interrogatorio es Bernal.
- Señor Ponte, ¿ratifica que el Tío Josefo le dijo que no sabía nada ni había oído hablar de que unos gitanos hubieran vendido el furgón del robo del tesoro al dueño del desguace de Humanes?
- Sí, señor - afirma Ponte, que sigue la recomendación que le ha dado Grandal de no ser prolijo en sus respuestas.
- Señor Ponte, ¿le dijo el Tío Josefo que tampoco sabía nada del robo del tesoro?
- Eso fue lo que dijo.
- Cuando el Tío Josefo le comentó que el clan de los Corrochanos hacía negocios con chinos del Polígono Cobo Calleja, ¿especificó si eran negocios de drogas? – es Bernal quien sigue protagonizando el interrogatorio.
- No, señor, dijo, y cito literalmente, que los negocios que hacían los Corrochanos eran de toda esa porquería que echa a perder a la gente joven. Y le recuerdo que eso ya lo conté antes – Ponte comienza a mosquearse de que le hagan repetir pasajes de su conversación con el patriarca de los García Reyes.
- ¿Es lo que le dijo literalmente? – insiste Bernal.
- Sí, señor, palabra por palabra – se reafirma Ponte quien añade -, la palabra droga no la mencionó en ningún momento.
- De todas formas, al decir que eran negocios de la porquería que echa a perder a la gente joven puede deducirse, sin temor a equívoco, que se refería a la droga – puntualiza Atienza.
- Recuerda, señor Ponte, si el Tío Josefo dijo en algún momento los nombres o quienes eran los chinos que se relacionaban con los Corrochanos – Bernal sigue preguntando.
- No, señor.
- Exactamente, ¿qué le contó el Tío Josefo sobre los Corrochanos?
- Pues me contó, además de lo que acabo de repetir – lo de repetir lo dice con retintín -, que los Corrochanos tienen fama de tener malas pulgas y de que en sus negocios no se paran en barras.
- ¿A qué cree que se refería al afirmar que los Corrochanos no se paran en barras en sus negocios?
- Tenía entendido que me habían llamado para que repitiera lo que me contó el Tío Josefo, no para que descifrara adivinanzas – No cabe duda de que Ponte está hasta los mismísimos de que le hayan tomado por un disco rayado, repitiéndose continuamente.
   Bernal pasa por alto la impertinente respuesta del anciano y prosigue con un interrogatorio que a Ponte le parece que debe ser de los que llaman de tercer grado.
- Ha sugerido usted que, en un primer momento, el Tío Josefo no mostró ningún interés en facilitarle el paradero de los Corrochanos, ¿lo ratifica?
- Sí, señor, me dijo que no me lo recomendaba porque son unos malajes.
- Eso hace suponer que el Tío Josefo conoce bien a los Corrochanos, ¿no lo cree así?
- Ya le he dicho que las adivinanzas no son mi fuerte – La paciencia de Ponte está menguando a marchas forzadas.
   Bernal está a punto de picar el anzuelo de la provocación de Ponte, pero Atienza le hace un gesto lo que le hace pasar por alto la impertinencia del viejo.
- Bien, creo recordar que en algún momento de la conversación salió a relucir el nombre del Tio Rafael, el patriarca del clan de los Corrochanos, ¿le contó algo más sobre él?
- Sí, señor, me dijo que su apodo era el Langó porque cojea algo del pie izquierdo, pero todo lo que me está preguntando ya lo he contado antes, no sé porque me hace repetirlo – protesta Ponte que está viendo que se acerca la hora que Clarita le indicó que se irían a Majadahonda a comer juntos y sin embargo el tercer grado al que le están sometiendo no tiene pinta de acabar.
   Bernal sigue impertérrito con sus preguntas.
- Cuando el Tío Josefo le dijo que los Corrochanos iban de aquí para allá, ¿se refirió a unos lugares concretos?
- No, señor.
- Y cuando especificó que los encontraría en la Cañada Real, ¿añadió algo más?
- No, señor – Las respuestas de Ponte son cada vez más escuetas.
- Perdone, señor Ponte – es Atienza el que habla -, creo recordar que al hablar sobre la Cañada Real nos ha contado antes que el Tío Josefo le dijo algo más.
- Ah, sí, me preguntó que si sabía dónde estaba la Cañada.
- Y que le contestó usted – vuelve ser Bernal el que ha retomado el interrogatorio.
- Que sí que lo sabía.
- Una cosa es saberlo y otra haber estado en esa zona de asentamientos ilegales, ¿ha estado usted en la Cañada?
- Sí, señor.
- ¿Puedo preguntarle con motivo de qué estuvo en la Cañada?
- Puede preguntármelo, pero no pienso decírselo. Eso no tiene nada que ver con la conversación con el Tío Josefo – Ponte se está poniendo bravo por momentos.
- Pero usted nos ha contado antes que el Tío Josefo le dijo que para estar jubilado visitaba unos sitios muy chungos, ¿no es así?
- Sí, señor.
- ¿Y por qué le dijo eso?
- Ya he dicho por activa, pasiva y hasta por perifrástica que las adivinanzas no son mi fuerte. ¿Tienen más preguntas o van a seguir repitiendo como loros lo que ya he contado media docena de veces?
   Bernal mira a Atienza quien le hace un gesto como diciéndole: no sigas, este pozo ya no da más agua. Es el momento en que interviene Grandal porque sabe de la cita de Ponte con su familia y presiente que su amigo en cualquier momento puede enviar a hacer puñetas al trío de inspectores.
- Caballeros, como acaba de decir don Manuel estamos dando vueltas a la noria de sus recuerdos sobre su conversación con el Tío Josefo y la cosa parece que no da más de sí. Opino que si no hay nuevas preguntas tendríamos que ir dando por finalizada esta charla porque el amigo Ponte tiene un compromiso familiar y no deberíamos retenerlo más.
   Los policías aceptan la sugerencia de Grandal, pero antes de que nadie pueda decir algo más, inopinadamente es Blanchard, mudo hasta ese momento, quien toma la palabra:
- Monsieur Ponte, hay algo que no nos ha contado y que nos interesaría mucho conocer. ¿Por qué fue usted a un hospital para encontrarse con ese gitano con el que habló?
   Ponte se queda mirando al inspector francés con cara de pocos amigos y duda durante unos segundos hasta que en lugar de contestar pregunta a Atienza:
- Este señor, a quien ya he visto en anteriores encuentros, pero al que no tengo el gusto de haber sido presentado, ¿es un policía español?  
- No – contesta Atienza -. Y disculpe que no se lo hayamos presentado, es el señor Michel Blanchard, policía francés que colabora con nosotros en el esclarecimiento del Caso Inca.
- ¿Y estoy obligado a contestarle?
- Hombre, obligado de modo estrictamente formal quizá no, pero como le he dicho forma parte del grupo investigador del caso y debería responderle, al menos por cortesía.
- A la gente que mira por encima del hombro no se le debe ninguna cortesía – responde Ponte que, decididamente, ya se ha tirado al monte de la desconsideración y dirigiéndose a Blanchard le espeta –. Y para que me entienda señor franchute: no le contaré nada si no es en presencia de mi abogado.
   El inspector galo va a replicar cuando Atienza le quita la palabra de la boca antes de que la reunión se vaya definitivamente al garete.
- Señor Ponte, le agradecemos sinceramente su colaboración al tiempo que le pedimos disculpas si en algún momento nuestras preguntas le han molestado. De ninguna manera era nuestra intención. Puede marcharse cuando quiera y le reitero nuestra gratitud.
   Ponte se levanta, se cala el sombrero, hace una leve inclinación de cabeza en señal de saludo y antes de salir lanza su postrera andanada:
- Antes de irme quiero decirles algo. Hoy he roto la promesa que le hice a un amigo. Le di la palabra al Tío Josefo de que no iba a repetir lo que él me contase y he roto ese compromiso. Algo que no volverá a suceder. La próxima vez que quieran saber algo del patriarca de los García Reyes se lo preguntan ustedes. Yo no volveré a hacerlo. Estimo mucho a mis amigos y el Tío Josefo lo es, ustedes, no – y sin más, y más tieso que una vela, sale de la cafetería.