"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 28 de agosto de 2015

7.6. Es la parte más chusca del bailoteo



   Como todas las mañanas, con su habitual puntualidad, aparece el fígaro a rasurar al veterinario. El día está algo nublado.
- ¿No le importa, don Alfonso, que deje la ventana herméticamente abierta? Así entrará más luz.
- En absoluto, Martín. Como si estuviera en su casa – responde Grau conteniendo un asomo de sonrisa.
   Apenas ha comenzado a enjabonarle, Esteller ya está dándole a la sin hueso:
- Pues como le decía ayer, don Alfonso, el baile que no se ve es en el que realmente pasan las historias más divertidas. El primer acto de la comedia comienza con los tejemenejes y maniobras de las madres que aspiran a que sus hijos sean invitados. Porque en este pueblo, no sé si se habrá dado cuenta, las que de verdad llevan los pantalones, al menos en los asuntos domésticos, son las mujeres. Como le decía, las madres que quieren que sus hijos vayan al bailoteo, y que no son estudiantes ni de los ricos de toda la vida, en cuanto termina la recogida de la almendra y la algarroba, allá a finales de septiembre, comienzan a dar la matraca a todos aquellos que tienen algún tipo de influencia. Todo vale para conseguir la invitación.
- ¿Y qué pasa si no consiguen la invitación?
- A joderse tocan. Perdone, don Alfonso – se apresura a disculparse el rapabarbas -, pero a veces se me escapan palabras que no debía. Claro que antes de rendirse la gente recurre a toda clase de martingalas. Le voy a contar un sucedido para que se haga una idea de cómo se las gastan mis paisanos. Hace algunos años, las Guillamón, tres hermanas de una familia muy muy conocida, se empeñaron en que su única sobrina fuera al baile. Milagritos se llama la criatura. Como la indina no era estudiante ni su familia de muchos posibles, pensaron que la única manera de que fuera invitada era forzar la mano a alguno de los que iban todos los años para que la llevara de pareja. Cuando ya estaban a punto de rendirse se enteraron de algo que le había ocurrido a uno de los que cortaba el bacalao en el comité de estudiantes. De lo que se enteraron era que el chico había tenido un desliz con una criadita. El sietemachos del muchacho debía creer que la chacha era esmeril y se la pasó por la piedra, pero resulta que no lo era y quedó preñada. Un primo de las Guillamón, que estaba de quinto en Valencia, ciudad donde también hacía la mili el pringao y donde ocurrió el sucedido, se enteró del enredo y les fue con el cuento a sus parientas. Ya puede imaginarse el resto: antes que dar qué decir la gente traga lo que haga falta. El fin de la historieta es que Milagritos fue aquel año al baile del bracete de Rafael Blanquer, que así se llamaba el pretendido padre de la criatura de este sucedido. Ya me dirá si la historia no tiene miga.
   Alfonso no sabe si soltar el trapo o callarse, pero ante el gesto interrogante del barbero se apresura a corroborar la singularidad del relato:
- Realmente, es una historia cuanto menos sorprendente – acepta Grau.
   El rapabarbas se toma un breve respiro mientras suaviza el filo de la navaja barbera en el cuero del asentador, luego prosigue su cháchara:
- El segundo acto antes del baile de marras es la compra del traje. Para mí es la parte más chusca del festejo. ¿Por qué chusca? Porque no puede imaginarse la de familias que se gastan en el puñetero bailongo lo que no tienen. Hay algunas que llegan a empeñarse para pagar el traje y todo lo demás con que se adornan las mozas. Porque el gasto fuerte se hace con las muchachas. Hay que ponerlas a tono y hacer como los gitanos, que antes de acudir a la feria, cepillan y ponen bien guapo al pollino que van a vender por más de lo que cuesta. Y dicho esto, me va a permitir una licencia.
   Y ante la mirada atónita del veterinario, el fígaro adopta una pose teatral y declama:
- ¡Rumbo y elegancia de una raza vieja, que gasta diez duros en vino y almejas, vendiendo una cosa que no vale tres! Este verso me lo enseñó don Manuel Lapuerta, ¿verdad qué viene al hilo de lo que le contaba? Pues como iba diciendo lo del traje y los ablatorios pueden llegar a costar un ojo de la cara.
   Grau no puede contenerse:
- Perdone, Martín, ¿qué es eso de  los ablatorios?
- Los chirimbolos esos que se cuelgan las mujeres del cuello y los brazos cuando se ponen de tiros largos.
   Los abalorios, traduce Alfonso. Como siga con este hombre, se dice, voy a conseguir un dominio de la lengua que ni Quevedo.
- Como decía, todo vale con tal de que la niña luzca como ninguna y de epatar a las demás. Permítame que haga un aparte: esto de epatar es muy de este pueblo, por eso don Manuel suele decir que aquí somos más de aparentar que de ser. Creo que acierta en lo de que nos gustan más las apariencias que la realidad y en lo que no atina es que no solo es propio de aquí, eso pasa en todos los pueblos. La gente de los sitios pequeños, a pesar de que todos nos conocemos o acaso por eso, vivimos para el qué dirán.
   Este hombre es un filósofo con alma de cronista, piensa Grau, que desde que llegó al pueblo no se lo había pasado tan bien. Y decide seguir tirando del ovillo:
- En el baile de marras, ¿hay un tercer acto?
- Lo hay. Sí señor, claro que lo hay. La propia noche del bailoteo. Y a veces hasta hay un apólogo o como se llame.
- Debe de referirse a epílogo, a la conclusión final – aclara, solícito, Grau.
- Muchas gracias. Epílogo. Por eso me gusta tratar con gente de carrera, por lo que aprende uno. El baile en sí no es gran cosa. Tengo entendido que ni los trajes que llevan las mozas son como los que se ven en las revistas de moda que tiene mi colega Herminia la Rizos en su peluquería, ni los chicos llevan esmoquín ni nada por el estilo.
- Ah, pero ¿es qué usted no ha estado nunca en el baile? – se sorprende Grau.
- Por supuesto, ¿qué iba a hacer allí un barbero? Ese invento es cosa de tres o cuatro docenas de familias. Menos de la mitad son las que de verdad pueden permitírselo y el resto son las que pierden el culo para poder figurar. Los demás nos contentamos con ver pasar a los asistentes y despellejarles a modo.
- ¿Y quiénes asisten? – Grau comienza a sentir curiosidad por una historia que huele a pueblerina por todos sus poros.
- Solo la gente joven. Los padres no van. Lo habitual es que vayan al baile por primera vez con quince o dieciséis años, aunque también puede encontrarse con gente que ha superado la veintena.
- ¿Tan jovencitos? – se sorprende Grau.
- A los que, como usted, son de capital se les ve enseguida el plumero. Tenga en cuenta que en los pueblos los endividuos suelen madurar mucho antes que en las ciudades. Por tanto, no es raro que los debutantes sean poco más que críos. Bien – prosigue el barbero después de su espiche sociológico -, como decía la gente se lo pasa en grande. Algún chaval, poco acostumbrado a las bebidas fuertes, se coge una buena moña y poco más. Lo que tanto tiempo, intrigas y contabernas – Grau, que ya le va cogiendo la onda al peculiar vocabulario del fígaro, traduce para sí: contubernios – ha costado transcurre en unas horas. Lo importante, a veces, son las consecuencias. Más de un matrimonio se ha fragado allí – Grau deduce que ha debido querer decir fraguado -. También más de una enemistad que a veces se extiende a toda la familia.
- Y pese a no haber ido nunca, ¿cómo sabe usted tanto? – pregunta curioso Grau.
- Porque soy barbero y tengo que dar conversación a los clientes como usted, don Alfonso. Ya he terminado. Espero que haya quedado satisfecho. Mañana, ¿a la misma hora?

martes, 25 de agosto de 2015

7.5. O lo solucionas tú o lo hago



   Paco Vives ha empezado a preocuparse al ver que por segundo día consecutivo su hija Amparín ni se ha sentado en la mesa para comer junto a sus padres y hermano ni ha aparecido por el almacén de la familia. Pregunta a su mujer:
- ¿Qué le pasa a la niña?
- ¿Y tú lo preguntas?, pues que le diste un disgusto de muerte por prohibirle ir al baile de los estudiantes con Carlitos Villangómez y lleva casi cuarenta y ocho horas sin probar bocado. Así no puede seguir.
- No te preocupes, ya se le pasará. Esto no es más que la rabieta de una niña malcriada. La culpa es tuya por consentirla demasiado.
- Vaya, ya encontraste a quien echarle la culpa. Desde luego, eres de lo que no hay. ¿Qué importancia puede tener que vaya al dichoso baile con un chico o con otro? Deja que tu hija vaya con quién le apetezca y si quién le gusta es el hijo de esos maestros pues, ¡bendito sea Dios!, que vaya con él.
- Y por qué ha de ir con un mequetrefe que no es nadie y que nunca lo será, ¿se puede saber? Un chiquilicuatro hijo de unos maestros. Y todavía si su familia tuviera dinero o fincas..., pues me he preocupado por informarme y no tienen donde caerse muertos. ¿Eso es lo que quieres para tu hija, que termine casándose con un don nadie? A ti te parecerá bien, pero yo no estoy dispuesto a que la niña no tenga un futuro como el que tenía pensado para ella.
- Paco, estás desbarrando. ¿Quién habló de casamiento? De lo que discutimos es de ir a un baile con un chico que conoce y que le gusta. Y solo tienen dieciséis años. Hasta es posible que estén enamoriscados, pero ¿quién no lo ha estado a esa edad?
- No me vengas con cuentos, Asunción. Se empieza tonteando y no se sabe cómo se puede acabar. Y ya te he explicado que ese zascandil tiene menos futuro que un buscador de caracoles. ¿Ese es el porvenir que pretendes para nuestra hija?
- ¿Y qué futuro quieres para ella? ¿Crees que será más feliz casándose con alguien que tenga dinero, pero al que no quiera? Para ser medianamente dichoso lo verdaderamente importante es querer a la persona con la que te unes o, al menos, que te guste, que te encuentres cómodo con ella. Y por lo que me ha contado estos días, antes no me había hecho ninguna confidencia, a nuestra hija no solo le gusta ese muchacho, está muy enamorada. Y, por lo que dice, él también. Yo también me he preocupado en informarme de él y su familia, no de sus bienes sino de cómo son. Sus padres tienen la reputación de ser, además de los mejores maestros del pueblo, amables, honrados y buena gente. Su hermana mayor, Beatriz, también tiene fama de encantadora, estudiosa y simpática. Y del chaval dicen que es buen estudiante y mejor hijo. Con todo eso, ¿qué importancia puede tener que no tengan fortuna? El dinero no hace la felicidad, pero las buenas cualidades sí. Y además, vuelvo a insistir, no estamos discutiendo con quién vaya a casarse la niña, solo con quién va a ir a un baile. Si lo piensas, marido, sacarás la conclusión de que te has pasado veinte pueblos. No estamos ante un asunto de vida o muerte, algo que sea irreparable. Se trata de la ilusión de una chiquilla de dieciséis años ante su primer baile de postín.
- No solo me jode que nos haya ocultado con quién salía, todavía me encampana más que se haya puesto tan chulita y que no sea capaz de reconocer que ha metido la pata.
- ¿Acaso te ha faltado al respeto?
- Pues... no, pero no hay manera de que se apee del burro.
- Tiene a quién parecerse, al fin y al cabo es hija tuya, pero vayamos al grano: hay que resolver este problema, no estoy dispuesta a soportar esta situación ni un día más. Tienes que hablar con ella. A ti que tan bien se te dan los tratos, seguro que podrás alcanzar algún tipo de acuerdo en el que tú prestigio y tú autoridad queden a salvo y ella pueda ir al baile con ese muchacho. Después ya veremos qué se hace.
- Hombre, lo que me faltaba por ver, que mi mujer me esté dando órdenes sobre lo que tengo que hacer.
- Paco, no me malinterpretes, no te doy ninguna orden, lo que digo es que no podemos seguir así.
- Haz el favor de no replicarme. En mi casa se hace lo que yo diga.
- Esta también es mi casa y siempre he acatado que la tuya sea la última palabra, pero estamos hablando de nuestra hija y no estoy dispuesta a que le amargues la vida por un orgullo mal entendido.
- Asunción, ya me tienes hasta los huevos, no me repliques más o... – y levanta la mano amenazadoramente.
- ¿Qué vas a hacer, pegarme? Te juro por la salud de mis hijos que como me pongas la mano encima me voy al cuartelillo y te denuncio a la Guardia Civil. Igual no servirá para nada, pero del escándalo que se va a montar no te librarás. Siempre habrá algún soplagaitas que dirá lo de sí le ha pegado motivos le habrá dado, pero para otros muchos tu prestigio, del que tanto presumes, quedará por los suelos. El anterior alcalde calentando a su mujer. Pues no se iban a reír de ti tus enemigos con Gimeno y sus amigotes a la cabeza.
- ¡Mujer, eres imposible, no sé qué voy a hacer contigo!
- Yo te diré lo que vas a hacer: aguantarme, como yo te aguanto, y hacerte a la idea de que este problema o lo solucionas tú o lo hago yo.   
   Los problemas de la familia Vives no inquietan a Martín Esteller, el barbero, entre otros motivos porque los desconoce, pero aunque así fuera probablemente le tendrían igualmente sin cuidado porque en lo que está centrado a estas horas de la mañana es en acudir, puntual como un ejecutivo de la City, a la pensión donde vive Alfonso Grau con los útiles propios de su profesión, dispuesto a dejarle la cara tersa cual la de un bebé. Como le avisó Gimeno, el barbero descoloca frecuentemente al joven veterinario con su peculiar léxico, casi tanto como con su inagotable caudal informativo. Esta mañana le vuelve a contar sucedidos sobre el baile de los estudiantes. De tal forma pinta las entretelas de la fiesta y cuenta unas historias, tan divertidas como rocambolescas, que suscita la curiosidad del albéitar.
- ¿De verdad pasan todas esas cosas? – pregunta, un tanto asombrado, Grau.
- Y muchas más. No se lo puede imaginar – El rapabarbas es feliz con un nuevo cliente de esa categoría y saca a relucir toda su panoplia informativa -. Para empezar, el baile es importante porque es el lugar en el que se costata quién es quién en el pueblo. Si no estás es que no eres nadie. Algo así como aparecer en el Nodo. Quien no sale en el Nodo no es nadie en España. Además, hay algo que la gente no comprende y es que realmente hay dos bailes: el que se ve y el que no se ve.
- A ver, Martín, explíquese, que parece usted la Sibila.
   El fígaro está en un tris de preguntar qué quiere decir eso de la Sibila, pero piensa que debe ser alguna palabreja propia de los veterinarios. Mejor continuar con lo suyo ahora que tiene a don Alfonso entregado.
- Verá. El baile, del que la gente lo sabe casi todo, es el que se celebra en el local de la calle Sichar. Bueno, este año tendrá que ser en otro lugar porque ese local lo han vendido. De esa parte del baile es mejor que no le cuente mucho porque lo que le aconsejo es que vaya a verlo, y perdone mi atrevimiento; aunque solo sea para tomarse una copa y luego se va. Pero hay otro baile, el que no se ve, del que la mayoría de la gente no sabe ni papa.
- ¿Y qué pasa con ese baile que no se ve y del que, según usted, casi nadie sabe nada? – pregunta Grau, cada vez más divertido.
- De ese es del que le hablaré mañana cuando venga a afeitarle. ¿A la hora de siempre, don Alfonso?

viernes, 21 de agosto de 2015

7.4. Una jovencita con mucho carácter



   La muchacha que Ernesto Ballesta llevará de pareja al baile de los estudiantes, Matilde Puig, no cabe en sí de gozo. Está viviendo un sueño. Desde que dejó de ser niña ha soñado con ir al baile y este año lo va a conseguir. Y encima lo va a hacer del brazo del chico más maravilloso, más cariñoso y con mejor percha de todo el pueblo. Ahora lo que centra sus preocupaciones es el vestido que llevará.
- Madre, ¿vamos a ir a Gandía a ver lo del traje? – pregunta Matilde.
- De Gandía, nada. Me he informado y por lo que parece hay poco dónde elegir. Ya lo tengo decidido, pasado mañana iremos a Valencia. Antoñita la Marquesa me ha dado la dirección de un par de tiendas que dice que tienen unos modelos divinos. No te había dicho nada porque aún no lo tenía hablado con tu padre.
- Lo que no sé es si tendré zapatos a juego con el traje que compremos.
- No te preocupes, los vas a tener. Te voy a comprar zapatos, bolso y todos los complementos que en la tienda nos aconsejen. No quiero que ninguna cotilla pueda ir diciendo por ahí que a la hija de mis entrañas le falta un detalle. Puedes estar segura de que vas a ser la envidia del pueblo. Lo único que me preocupa es que Ernesto esté a tu altura. Seguro que con un sueldo de ferroviario su familia no podrá hacer muchos gastos.
- No te preocupes por Ernesto, con el tipazo que tiene cualquier cosa que se ponga le sentará como si fuera un príncipe. Por cierto, ayer Charo la Troyana me contó que este año algunos chicos van a regalar a sus parejas una orquídea para que se la prendan en el vestido.
- ¿Y eso qué es?
- Una flor.
- Por flores no te preocupes. En la huerta las tenemos a montones.
- No es una flor de las que hay en la huerta, es de las que se cultivan en invernaderos.
- Tranquila. Tendrás todas las orquídeas que hagan falta.
   A la postre, el viaje a Valencia de Matilde y su madre les ha servido de poco, por unas u otras causas no han encontrado un modelo que les satisfaga. En última instancia, Eulalia la Covarchina, la mejor modista del pueblo, les enseñó una revista de modas y en ella encontraron un modelo que les gustó. La modista les aseguró que podía copiarlo y les saldría muy bien de precio. Es el vestido al que la Covarchina se está encargando de dar los últimos retoques.
 - Eulalia, ¿en qué parte del traje quedarían mejor las orquídeas? – pregunta la madre a la modista, mostrándole el ramo de orquídeas que compró en el mercado de las flores de Valencia.
- En el talle o, mejor aún, en el corpiño, un poco por encima del corazón. Dame, se lo pondré. No, con una es suficiente – dice Eulalia, rechazando el resto.
- ¿Cómo qué con una vale? Con lo que me han costado. ¿Qué vamos a hacer con las demás? – se revuelve la madre de Matilde.
- Lo elegante – explica la modista, tirando de paciencia - es llevar solo una o, como muchas, dos. Una flor tan bella como ésta no necesita compañía.
- Eso será para la gente que presume mucho, pero que no llega a más. Si he comprado media docena es para que las luzca todas y que se vayan enterando de quiénes somos los Puig. Faltaría más.                                                                        
   Los problemas que acarrea el baile de marras también han alcanzado a Paco Vives que no necesita presumir de nada. Todo el mundo sabe que pie calza. Es hombre muy seguro de sí, sin embargo su hija ha conseguido desconcertarle. Duda entre si darle un par de cachetes o encerrarla en el cuarto de las ratas como cuando era pequeña. Vacila. Amparín es la niña de sus ojos, pero le saca de quicio que le haya salido tan respondona. Hace un esfuerzo y trata de tranquilizarse. 
- Vamos a ver, hija. ¿Qué es eso que me cuenta tu madre? ¿Por qué no quieres ir al baile con el chico que te hemos buscado?
- No tengo nada contra él. Es que ya tengo pareja.
- ¿Cómo que tienes pareja? – repite el padre, visiblemente desconcertado -. No me has pedido permiso para ello.
- Lo he elegido yo.
- ¿Qué es eso de que lo elegiste tú? O sea, que en esta casa tus padres no pintan nada. Aquí quien decide es una mocosa de dieciséis años. ¡Pues estamos listos!
- Mira, padre, no pretendo disgustaros, ni a ti ni a madre, os quiero y os respeto, pero ya no soy una mocosa, he crecido. Y en lo que se refiere a mis amigos pienso ser yo quien los elija, y eso incluye con quien vaya a ir al baile.
- ¿Y no te importa que tu madre, que ya se ha comprometido, quede a la altura del betún?
- Ya le he dicho a madre que lo sentía, pero no debería de haber tomado ninguna decisión sin antes haber hablado conmigo. Y eso pasa porque me sigue tratando como una cría, pero soy una mujer.
   El padre echa una larga mirada a su hija. Tiene razón, piensa, ya es toda una mujer y además tiene un genio endiablado, se parece a mí. Y la idea le produce un ramalazo de orgullo, pero sigue tratando de domeñar a la chiquilla.
- En esta familia ni tu madre ni yo, al menos hasta hoy, nunca hemos puesto ninguna cortapisa para que eligieras a tus amigos, entonces aplicando tú mismo razonamiento ¿no crees que es muy feo que hayas resuelto acudir al baile con quién sea y no nos hayas dicho nada?
   A la muchacha no le queda otra que asentir. Sabe que ese es el punto débil de su postura.
- Ahí te doy la razón. Debería de haberlo hablado con vosotros. Si no lo hice fue porque…, porque no sabía si ibais a aprobar mi elección.
    ¡Dios bendito!, exclama para sí el padre, ¿a quién demonios habrá ido a elegir? Cuando formula la pregunta su voz está preñada de recelos:
- Ya veo la confianza que tienes en nosotros. ¿Y puede saberse qué tiene de malo el chico que has elegido cómo para sospechar que no nos iba a gustar?
- No tiene nada de malo, padre. Al contrario, es… maravilloso.
- ¿Me vas a decir su nombre de una vez o esperas que lo adivine? – inquiere el padre con un deje de impaciencia.
- Perdona. Es Carlos Villangómez, el hijo de don Fulgencio y doña Esperanza, los maestros.
   A Vives, que esperaba lo peor, se le escapa un medio suspiro de alivio. Al menos es alguien conocido y de una familia respetable aunque, eso sí, sin un maldito duro. De todos modos, piensa, es mejor poner las cosas en su sitio y no andarse por las ramas.
- Hija, has tenido mal ojo para elegir. No sé qué coño os pasa a las mujeres de esta familia que siempre os fijáis en quien no debéis. Los Villangómez no tienen donde caerse muertos. Solo su paga de funcionarios y ya sabes lo que se dice de los enseñantes: pasas más hambre que un maestro de escuela. Espero que esto no sea más que un capricho pasajero porque teniendo tanto donde elegir has ido a fijarte en un chaval que no podrá costearte el tipo de vida a la que estás acostumbrada. Te tenía por más inteligente, hija. Lo de contigo pan y cebolla es una chorrada que no lleva a ninguna parte. Además, a ese muchacho le recuerdo como un crío, debe de ser más pequeño que tú.
- Ya no es ningún crío, papá. Le pasa lo que a mí, ha crecido. Tiene mi edad y está terminando el bachillerato.
- ¿Y puede saberse por qué ese caballerete no ha venido a pedir mi consentimiento para acompañarte al baile?
- Porque le pedí que no lo hiciera. Pretendía venir a verte, pero le hice desistir de su propósito.
- ¿Por qué? No me lo iba a comer.
- Porque Carlos es muy consecuente y si hubiese venido y le hubieses dicho que no, nunca habría sido mi pareja. Y para que lo sepas, llevamos saliendo hace tiempo.
- ¡Hace tiempo, y no nos habías dicho nada! – exclama el padre cada vez más irritado.
- No creía que os pudiese interesar con quien salgo.
- ¡Por Dios y todos los santos, hija! ¿Cómo no va a interesarnos saber con quién sale nuestra única hija? ¿Acaso crees que, tanto tu madre cómo yo, no te queremos, que no nos preocupamos por tu bienestar, por tu felicidad, por… tu vida? Naturalmente que nos interesa con quién sales y tengo que decirte que peor no podías haber elegido. Ese muchacho no es nadie y su familia mucho menos. Si no te apetece ir al baile con el sobrino de Gonzalo Arbós no te lo voy a imponer, vas con otro o te quedas en casa, como prefieras, pero de ninguna manera irás con ese muerto de hambre y, por supuesto, te prohíbo terminantemente que continúes viéndole. ¿Ha quedado claro?
   Amparín tiene la réplica en la punta de los labios, pero lo piensa mejor y se calla. En los dos días siguientes, la muchacha no aparece por el almacén de frutas y verduras de la familia donde ayuda a su padre en la administración del negocio, ni tampoco se sienta en la mesa común para las comidas en familia. Se ha encerrado en su habitación y se niega a salir.