Como habían acordado el día anterior, los
cuatro jubilados se reúnen en casa de Grandal para debatir sobre los siete
puntos que sintetizan lo que la policía ha descubierto en sus últimas
investigaciones sobre el robo del tesoro.
- ¿Habéis
estado reflexionando sobre la cuestión? – pregunta el excomisario.
-
Reflexionar, sí, otra cosa es que se nos haya ocurrido algo, al menos a mí –
confiesa Ponte.
- Vamos a
ver que sale. Si no hay opiniones en contra, seré yo quien modere el debate. Comencemos
por el primer punto – y Grandal, que ha sacado un panel de corcho que Chelo
tiene en la cocina, pincha en él un folio en el que previamente ha escrito: Obdulio
Romero y Adolfo Martínez fueron los dos cómplices de los ladrones en el
interior del museo, y pregunta: - ¿Alguna idea sobre este punto?
- Idea no,
pero si tengo dos preguntas – quien interpela es Ballarín -. La primera es: ¿para
qué necesitaban los atracadores a Romero cuándo Martínez era el que tenía que
manipular el mecanismo de las cámaras de seguridad?
- Por lo que
me han explicado, Romero era el plan B por si fallaba el A que era Martínez; si
la maniobra de éste, por lo que fuese, no funcionaba, Romero, que era el que la
mañana del robo estaba en la sala de pantallas, sería el encargado de cegar las
cámaras de la entrada – explica Grandal.
- Bien. La
segunda cuestión: ¿la policía maneja alguna hipótesis de que por qué asesinaron
a Romero y a su cuñado?
- Sí –
responde Grandal -. Creen que a Romero le debieron pedir lo mismo que a Martínez,
que no hiciera alardes con el dinero que le pagaron. Dado que, al parecer,
Romero no les hizo caso y empezó a gastar a manos llenas, aunque fuera con la
intermediación de su cuñado, decidieron pasaportarlos a ambos antes de que
llamasen la atención de la policía y pudieran interrogarles – y al llegar aquí,
el excomisario da un giro a su discurso -. Bueno, me parece bien que preguntéis
sobre lo que no sabéis, pero os recuerdo que estamos aquí no para preguntar
sino para ofrecer ideas sobre los ítems en cuestión.
- Yo si he
sacado una deducción de este punto – informa Álvarez -. Si los ladrones les
dieron matarile a Romero y a su cuñado, eso quiere decir que alguien les seguía
los pasos y que sabían de sus gastos excesivos. Conclusión: alguno o algunos de
los ladrones seguían en Madrid o encargaron a otra banda que hiciera la faena
de vigilarlos, primero, y liquidarlos, después. Me inclino por la primera
opción, es decir que los ladrones están en la ciudad o al menos lo estuvieron
hasta el día del asesinato de Romero y su pariente.
-
Felicidades, Luis, ya tenemos la primera deducción – y Grandal anota tras el
primer ítem: Algún/algunos miembros de la banda estaban en Madrid, al menos
hasta el asesinato de Romero y su cuñado. Pregunta: ¿seguirán estándolo? y
luego añade:
- ¿Alguna otra idea? – como nadie responde,
escribe en el folio del corcho el segundo ítem: El dinero con el que se pagaba
a las agencias que vigilaron a Martínez procedía de una compañía con sede en
Panamá, lo que da a entender que los organizadores del robo es gente adinerada.
- ¿Qué
habéis pensado sobre este punto?
- Yo opino –
dice Ballarín – que si los que mandaron vigilar a Martínez tienen tanta pasta
como parece, ¿a santo de qué robar unas joyas que difícilmente se pueden
vender? Y si no las han robado para venderlas, entonces ¿para qué?, ¿para guardarlas
en su casa y ser ellos los únicos que puedan contemplarlas? Eso no tiene ningún
sentido.
- Lo que
dice Amadeo – Ponte interviene a su vez – es algo que se cae por su propio
peso.
- Aplausos
para Amadeo – le felicita Grandal, que vuelve otra vez al folio y anota bajo el
segundo ítem: Una organización que tiene su sede en Panamá y que parece
disponer de grandes recursos no parece lógico que sea la que haya robado las
piezas del tesoro para venderlas. Pregunta: ¿entonces para qué las robaron?
- Yo creo –
vuelve a intervenir Ballarín -; es más, estoy convencido de que los ladrones
nunca han pensado en venderlas. Las han robado por otro motivo, lo que no se me
alcanza es cual.
- ¿Algo más?
– pregunta el excomisario -, ¿no? Entonces seguimos – y anota en el folio del corcho
el tercero de los ítems: La pista de Panamá más el atracador que amenazó a
Ponte el día del robo y el desconocido que captó a Martínez como cómplice
sugieren que los organizadores pueden ser de nacionalidad/origen colombiano.
- ¿Quién
tiene algo que decir al respecto?
- Me toca a
mí – dice Ponte -. Un inciso antes de meterme en harina. Este debate y el
tonillo con que nos preguntas, Jacinto, me retrotrae a mis ya lejanos años en
la escuela de mi pueblo. Gracias por la inyección de rejuvenecimiento – añade
con una sonrisa -. A lo que iba, supongo que en estos casos no hay que creer en
las casualidades. Y el hecho de que uno de los atracadores, y con el que todavía
sueño, me dijera aquello de a callarse o… y el fulano que sobornó a Martínez
hablasen con acento sudamericano induce a pensar que la banda del robo es de
Sudamérica o, al menos, cuenta entre sus miembros con gente de aquella parte
del mundo. Si a ello se añade la pista de Panamá, pues blanco y en botella.
Para no enrollarme más: la banda del robo es de nacionalidad u origen
sudamericano o, al menos, lo son algunos de sus miembros. O sea, que
organizadores y ejecutores parecen ser sudamericanos.
- Ahora te tocan
los aplausos, Manolo – admite Grandal, que añade -. Una pregunta: ¿crees que
pueden ser de origen colombiano?
- En eso no
me mojo, Jacinto, pero en todo caso estoy convencido de que son
latinoamericanos – reitera Ponte.
- De acuerdo
– acepta Grandal, que escribe en el folio debajo del tercer ítem: Hay claros
indicios de que los que organizaron y ejecutaron el robo es una banda
sudamericana o, al menos, lo son algunos de sus miembros. Pregunta: ¿Serán
colombianos? Y sin solución de continuidad escribe el cuarto ítem: Las
fotografías del museo tomadas durante el tiempo en que las piezas quimbayas
estuvieron prestadas inducen a creer que las obras robadas son las originales.
- ¿Quién
quiere intervenir?
En esta ocasión, ninguno de los tres viejos
alza la voz. Ante el silencio, es el propio Grandal quien sigue hablando.
- Yo tengo
algo que decir al respecto. La cuestión de si las piezas robadas eran las
auténticas o meras réplicas generó una línea de investigación en la que los
inspectores del caso invirtieron muchas horas. Es más, durante muchas semanas
estuvieron convencidos de que eran simples copias. La ambigua postura de la
dirección del museo, el rechazo de la jueza de instrucción a dictar un
mandamiento para que el museo diese una respuesta definitoria, la aparente
apatía del Gobierno sobre la investigación del caso llevó a la policía a
sospechar que lo robado eran reproducciones. Además, en los ambientes del mundo
del arte, como nos comentó la profesora Martín-Rebollo, corrió el rumor de que
no eran piezas originales sino réplicas. Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué
el museo, la juez y el Gobierno se mantuvieron, y se mantienen, callados sobre
el particular? ¿Qué intereses ocultos hay detrás de esa calculada ambigüedad? ¿Quién
o quiénes hicieron correr la especie de que eran copias? ¿Se os ocurre algo al
respecto?
- Yo he
estado meditando en ello – confiesa Álvarez – y si uno fuera malpensado podría
creer que eso no es una casualidad, sino una jugada bien calculada. Si así
fuera, tendríamos que buscar el nexo que provoca que la juez, el museo y los
gobiernos español y francés jueguen a lo mismo. Si encontráramos ese vínculo
tendríamos la mitad de la solución del robo. Por consiguiente, lo que hay que preguntarse
es: ¿Qué clase de acuerdo y por qué?
- ¡Cojonudo,
Luis! Hoy estás sembrado – le felicita Grandal, que se apresura a escribir
debajo del cuarto punto: El hecho de que se haya dado a entender que las piezas
robadas eran copias presupone alguna clase de acuerdo entre los gobiernos
francés y español -. Bien, esto funciona como un reloj suizo. Vamos a por el
quinto ítem – y escribe: Según la confesión de Martínez los ladrones conocían
la fecha exacta de la llegada del tesoro a Madrid, pese al secreto con el que
se planeó su envío. Lo que es indicio de que tenían contactos en los museos,
españoles o franceses, que les facilitaron tal información.
- ¿Qué
habéis pensado sobre ello?
Ballarín mira ostentosamente su reloj, tras
lo que toma la palabra:
- Jacinto,
son algo más de las ocho y todavía tengo que volver a Boadilla donde me espera
mi mujer. Vosotros, continuad si queréis, pero yo tengo que marcharme.
- Perdona,
Amadeo. Metidos en faena, se nos ha ido el tiempo de mala manera. Cerramos aquí
el debate y, si no tenéis inconveniente, continuaremos mañana aunque sea
domingo. ¿Os viene bien a las diez y media?