Julio vuelve a estar desubicado, se ha
quedado sin nadie con quien compartir sus ratos libres. Ha roto con Dolors y
tampoco cuenta con su paisano Agustín. Con los colegas de la Secretaría continua
sin empatizar, más allá de salir a almorzar al quiosco de caballería. Le quedan
los gemelos Salinas y poco más. Al tener más tiempo libre se dedica más a
menudo a la lectura. Aunque el albaceteño Pintado, que es el soldado encargado
de la biblioteca de Capitanía, le sigue cayendo gordo, se ha convertido en
asiduo asistente a la biblioteca pues es la que tiene más a mano. Un buen día,
al salir tras devolver unos libros se tropieza con el morellano Puig del que
recuerda que prefiere que le llamen con la versión valenciana de Joaquín.
-Hombre, Chimo, ¿qué tal te va?
-Vaya, Julio Carreño Lahoz.
-Que memorión, te acuerdas hasta de mi
segundo apellido.
-No se trata de memoria, recuerda que
trabajo de cartero y tú eres de los que con más regularidad recibes cartas. Y
por el tipo de letra deben ser de dos mujeres distintas. Aunque últimamente hay
semanas que solo tienes una.
-Pues sí, son de mi novia y mi madre.
¿Sigues buscando tratados de arquitectura y guías de la ciudad de Palma?
-De la arquitectura me cansé y además por
ahí no va mi futuro, pero del resto de la isla sigo buscando información. Y tú,
¿sigues con lo de la contabilidad?
-Ahí sigo, pero ahora también busco técnicas
de venta.
-No creo que de eso encuentres nada aquí,
pero conozco un sitio donde seguro que encontrarás, en la biblioteca de la Cámara
de Comercio.
-¿Y eso qué es?
-Es una organización formada por
empresarios, comerciantes y dueños de negocios, grandes o chicos, que se unen
para que les vayan mejor sus negocios y elevar la productividad.
-¿Es el organismo que aprueba las leyes que
afectan al comercio?
-No, es una institución privada, no tiene
nada que ver con el gobierno. Si quieres, un día quedamos y te llevo a
visitarla.
-Solo tengo libres los domingos.
-Los domingos la Cámara está cerrada y la
biblioteca también…, pero se me ocurre una idea. Al ser cartero salgo a menudo
de Capitanía y nadie me controla demasiado. Si quieres puedo buscar libros
sobre el asunto de las ventas en la biblioteca de la Cámara, te traigo los que
me dejen sacar y cuando los hayas leído, por supuesto antes de que acabe el
plazo del préstamo, me los das y los devuelvo.
-¿Me harías ese favor?
-Hombre, Carreño, si no nos ayudamos los
cuatro gatos que en esta casa frecuentamos la biblioteca, ¿quién nos va a
ayudar? Estoy seguro que, si se terciara, tú harías lo mismo por mí.
Unos días después, Puig se presenta en la
Secretaría con un paquete envuelto en papel de periódicos viejos.
-¿Y Carreño?
-No está, lo puedes encontrar en el quiosco
de caballería.
-Le dejo este paquete. Le decís que de parte
de Puig, el de la estafeta. Que ya me pondré en contacto con él –El morellano
echa un vistazo por la ventana que tiene más a mano y no se resiste a hacer un
comentario-. Ahora comprendo porque en la casa apodan a vuestra oficina la Pajarera,
esto es como un nido de pájaros, no por lo pequeño, sino por lo alto que está.
En cuanto Julio llega al despacho, encima de
su mesa encuentra el paquete que le ha dejado Chimo. Contiene tres libros sobre
técnicas de ventas, uno editado en inglés, otro en francés y el tercero en
español. El mañego no sabe ni jota de inglés, pero si estudió francés en el
bachillerato, aunque su dominio de la lengua de Moliere deja mucho que desear.
Al día siguiente, Julio coge el ejemplar en inglés y se va a la estafeta a charlar
con su amigo morellano y por extensión valenciano.
-Chimo, vengo a darte las gracias por los
libros y te traigo el de inglés porque de esa lengua no tengo ni repajolera
idea. Me quedo con los otros, aunque por lo que he ojeado del español me da la
impresión de que está anticuado. En cualquier caso, te vuelvo a dar las gracias
y como no sé cómo agradecerte el favor, si no tienes compromiso te invito a
merendar el próximo domingo.
-Hombre, Carreño, ya puedes imaginarte que
no te he traído los libros para que me invites. Eso se hace por un amigo y nada
más. Eres de los contados de Capitanía con el que se puede hablar de algo más
que de titis, de toros y de cuando nos van a licenciar, solo por eso me
considero amigo tuyo. Ah, y es una lástima que no sepas inglés porque según el
bibliotecario de la Cámara es el mejor manual de los tres. Me ha explicado que
lo ha escrito un yanqui y que en Estados Unidos están muy adelantados en
técnicas de venta y en algo parecido que llaman márquetin.
-Entonces tendré que aprender inglés.
-Yo ya lo estudio, voy por las noches a unas
clases organizadas por la Cámara que además son gratis.
-¿También quieres aprender ventas?
-¡Que va!, quiero aprender esa lengua porque
me he dado cuenta de que en la isla hay muchos extranjeros –Respuesta que más
tarde dará que pensar al extremeño.
Entre bromas y veras discurre la charla. El
mañego no recordaba lo extrovertido y ameno que puede llegar a ser el
valenciano. Y quedan en que se verán el domingo. Llegada la domenica, como diría un italiano, se
juntan ambos peninsulares y van dando un paseo por los alrededores del puerto
hasta que se aburren de andar y se sientan en una terraza que está bastante
animada. Piden una botella de tinto de la tierra y algo para picar. El camarero
que les atiende les propone pinchos, algunos de los cuales les son
desconocidos.
-Hoy tenemos rebanaditas con crema de
mejillones, coca de bacalao y coliflor, y creo que quedan croquetas de queso,
ah y sardinas a la brasa.
-A mí me gusta todo lo que ha mencionado
menos la coliflor –confiesa Chimo.
-Entonces, tráiganos una ración de cada menos
de coca –encarga Julio.
La conversación discurre por mil vericuetos
hasta que recordando sus infancias terminan hablando de lo que querían ser de
niños.
-Yo lo tenía claro, de niño quería ser
contrabandista. Y de mayor tener una cuadra de carros para transportar los
alijos que pasara de la Raya
–recuerda Julio, y como supone que el valenciano no sabe que es la Raya se lo explica-. En Extremadura
llamamos así a la frontera con Portugal.
-Pues yo quería ser muchas cosas: médico,
boticario, maestro, veterinario, juez…, quería tener uno de esos trabajos
porque eran los únicos oficios que había en el pueblo que para serlo había que
estudiar. A mí es que desde crío me gustó mucho leer y se me daban bien los
estudios, pero… -rememora con aire nostálgico Puig sin cerrar la frase.
-Pero no pudiste estudiar –concluye la frase
Julio.
-De algún modo, si estudié. A los diez años
me internaron en el seminario diocesano de Tortosa, que es el obispado al que
pertenece Morella. Y allí permanecí hasta que tuve la primera erección. Ocurrirme
eso y recordar que los curas no pueden casarse, aunque más de uno tenga sus
apaños de extranjis, acabó con mi carrera sacerdotal. Luego, hasta que me tocó
la mili, he hecho de todo un poco, he sido agricultor, peón albañil, buscador
de setas, camarero y hasta he trabajado en la construcción de carreteras. En
fin, en todo lo que se puede trabajar en un pueblo como el mío en el que las
oportunidades de encontrar un buen empleo son contadas.
Y de los recuerdos infantiles pasan a lo que
aspiran en el futuro. Julio cuenta cuáles son sus planes: lo primero casarse
con su novia de siempre, la que le envía una de las dos cartas semanales, y
luego montar algún negocio, poner alguna tienda o establecer un comercio de
todavía no sabe qué. Y tampoco tiene claro donde lo establecerá, piensa que
quizá en Malpartida, donde vive su novia, o acaso en Plasencia que es la ciudad
más importante de la comarca. Por eso está interesado en aprender todo lo
posible sobre ventas. El dueño de la bisutería en la que trabaja le ha
aconsejado que si se convierte en un buen vendedor podrá vender lo que sea y,
por tanto, tener el negocio que quiera o pueda montar.
-¡Eso sí que es suerte, tío, tener alguien
que te dé consejos tan provechosos! –comenta Puig.
-Vente una tarde a la tienda y te presento
al dueño. A lo mejor puede darte algún consejo que te pueda servir –le ofrece
el mañego, que de pronto recuerda algo sobre su patrono que no ha contado al
morellano-. Ah, no sé si te lo había dicho, el amo de la tienda es brigada y trabaja
en Capitanía. Igual lo conoces, el brigada Carbonero.
-Claro que le conozco. Trabaja en la segunda
bis de Estado Mayor, que está en vuestra misma ala pero al final de la zona sur.
Ya me parecía a mí que era un tipo con caletre. Y volviendo al futuro te diré
que te envidio, Carreño. Te envidio porque tienes muy claro a lo que aspiras
cuando acabe esta puta mili. No es mi caso, todavía no tengo decidido qué voy a
hacer. Aunque cada vez que pienso en el futuro barrunto que a lo mejor me quedo
en Mallorca.
-¿Quedarte aquí?, ¿y qué se te ha perdido en
esta tierra?, ¿te has echado una polaca de novia o algo por el estilo?
-No, no tengo novia y la pregunta que me
hago es la contraria: ¿qué se me ha perdido en mi pueblo? Mi padre murió, mi
madre se ha arrejuntado con uno que trabaja de peón caminero y viven en una
caseta de Fomento al principio del puerto de Torre Miró. No tengo hermanos ni
una novia que me espere. ¿Y tú sabes el frío que puede llegar a hacer en
Morella y las nevadas que caen en invierno?, ten en cuenta que está a casi mil
metros de altitud. En cambio aquí, las oportunidades de encontrar un buen
empleo son muchas, la ciudad es muy cosmopolita y las playas y calas son tan
numerosas como preciosas. Además, hace un tiempo primaveral la mayor parte del
año.
-¿Pero te vas a quedar aquí en medio de esta
panda de polacos que hablan una lengua que ni Dios entiende?
La mueca que hace Puig es suficientemente
expresiva para que Carreño perciba que su comentario ha incomodado al morellano
y su respuesta lo confirma.
-Para empezar, no son polacos, son
mallorquines, y para terminar aquí hay de todo, como en botica.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
41.
¿Turistas?, ¿y eso qué diablos es?