Como
Grandal le ha pedido, Atienza envía al gabinete dactiloscópico la ficha con las
huellas encontradas en el chalé de Zaragoza donde estuvo secuestrada María
Victoria. El encargo al gabinete es que comparen esas huellas con las que
figuran en el expediente del tiroteo de Fuenlabrada. Tras un laborioso cotejo,
los técnicos dactiloscópicos identifican una huella idéntica a otra de las
halladas en el polígono. En el archivo central de la policía, sección de pasaportes,
encuentran a quien corresponde la huella. Se trata de un colombiano que entró
legalmente en España, vía aeropuerto Adolfo Suárez, a finales de agosto del
pasado año. El gabinete envía a Atienza esos datos, más una copia del pasaporte
del sujeto, se trata de Efraím Gomes Restrepo, de veinticuatro años, natural de
Jamundi, villa situada en el
departamento del Valle del Cauca, Colombia. Motivo del viaje: turismo. Tras su
entrada en el país no se ha vuelto a saber nada más del colombiano. Atienza llama
a Grandal:
- Te envío por
mensajero el informe sobre un fulano cuyas huellas se han encontrado en
Zaragoza y en Fuenlabrada. Incluyo su foto. En cuanto sepamos algo más te
llamo.
Grandal convoca para el día siguiente a sus mariachis, como a veces les
llama, pero recibe la protesta de Álvarez y Ballarín, motivo: el día siguiente
es sábado y toca reunión familiar. Mejor que lo aplace para la mañana del
domingo. Ese día, lo inicia Ponte como suele, encendiendo el ordenador para
leer la prensa en la cama. Hoy las noticias son escasas y de exiguo relieve. El
principal titular de El País es: Rajoy y
Sánchez bloquean toda opción de dejar gobernar al otro. Llevan así desde
diciembre pasado, piensa el viejo, hablan y hablan pero seguimos sin gobierno,
claro que para lo que sirve tampoco es que haya ninguna prisa. Y como tiene que
reunirse con sus amigos no sigue leyendo más.
A Grandal ya le han llegado los documentos
mandados por Atienza sobre el sujeto cuyas huellas dactilares se repiten en los
dos últimos incidentes relacionados con el Caso Inca. El expediente, así como
la foto del colombiano, va pasando de uno a otro de los reunidos. Tras haber
consumido su turno, Ballarín vuelve a reclamar el dossier.
- Esta cara,
¿de qué me suena?, la he visto en alguna parte, lo que no sé es donde – cuando
de pronto suelta un sonoro - ¡Coño!, ya sé dónde la he visto. Jacinto, Manolo,
¿no reconocéis a este tío?, miradlo bien. ¿Os acordáis cuando vigilábamos al
empleado del museo que vivía en el barrio de Los Cármenes y al que luego dieron
matarile? ¿Cómo coño se llamaba?
- Te
refieres a Obdulio Romero, al que asesinaron junto a su cuñado, un tal Quesada.
- Y a los
que también les cortaron la lengua – recuerda Álvarez que es un morboso.
- Bueno –
prosigue Ballarín -, pues aunque pueda parecer un disparate, yo juraría que el tío de la foto es el mismo
que estaba de dependiente en aquella frutería de la Avenida del Manzanares en
la que entramos un par de veces. Fue en la frutería en la que Manolo recordó
algo de lo que le pasó durante el secuestro del furgón blindado.
- Ah, claro,
ahora recuerdo – rememora Ponte -. Fue el dependiente que a unos chicuelos que
andaban metiendo bulla les dijo que: a callar o… y les hizo un gesto amenazante.
Y que luego recordé que esas mismas palabras y con idéntico acento me dijo el
atracador que me puso la pistola ante las narices.
Grandal ha vuelto a coger la foto y la mira
con renovada atención.
- Creo que
tienes razón, Amadeo, este fulano es el mismo o muy parecido al dependiente sudaca
del frutero. Manolo, ¿tú, qué opinas?
- Mi vista
ya no es la que era con esta coña de las cataratas. ¿No tendrás por ahí un lupa
por casualidad? – pide Ponte.
Grandal sale y al momento vuelve con una
lupa de regular tamaño.
- Aquí
tienes. Y no la tengo por casualidad sino por obligación.
Ponte mira con la lupa la fotografía durante
unos minutos, acercándola y alejándola de su objetivo hasta que encuentra la
distancia focal idónea.
- Creo que
sí, que puede ser el mismo, pero mi opinión no debe contar porque no estoy
seguro al cien por cien.
- Vale –
dice Ballarín -. En todo caso serían dos votos a favor y una, llamémosle
abstención. Por lo que gana la opinión de que este fulano es el dependiente del
frutero del Manzanares.
- Y ahora
voy yo y pregunto – Álvarez que no participó en la investigación de Obdulio
Romero y, por tanto, no estuvo en la frutería de marras, echa su cuarto a
espadas -: ¿Qué coño pintaba el dependiente de una frutería de un modesto
barrio madrileño en el tiroteo de Fuenlabrada y más tarde en el secuestro de la
profesora zaragozana?, ¿me lo queréis decir? Frutero, guardia de seguridad,
secuestrador… ¿No es mucho pluriempleo para un tío de veinticuatro años y,
además, tan lejos de su tierra natal?
- Tus
preguntas, Luis, están muy bien traídas. Esas y muchas más que tendremos que
plantearnos si se confirma la opinión de Amadeo y la mía. Habrá que comprobarlo
– acepta Grandal.
- Y para
confirmarlo tendrás que llamar a los Sacapuntas. ¿Me equivoco? – pregunta
Álvarez en plan retador.
- Pues sí,
te equivocas. Antes de acudir a mis jóvenes colegas, tenemos otra manera de
comprobarlo, volver a visitar al frutero del Manzanares y mostrarle esta foto.
- Entonces,
¿cuándo vamos, mañana? – pregunta Ballarín que inmediatamente recibe un ligero
pisotón de Ponte, lo que le hace recordar que los lunes Grandal los dedica a
Chelo, por lo que rápidamente rectifica -. Bueno, quien dice mañana, dice
pasado, supongo que no viene de un día.
El martes, doce, el cuarteto de jubilados
coge en Príncipe Pío el autobús 25 de la EMT que recorre el Paseo de la Ermita
del Santo y que les deja casi en la esquina de la Vía Carpetana, desde allí y
cruzando la calle San Conrado, de tantos recuerdos para ellos pues fue donde
encontraron una de sus primeras pistas, desembocan en la Avenida del
Manzanares. Muy cerquita está la frutería cuyo propietario nada más verles
entrar les saluda efusivamente, está atendiendo a una parroquiana.
- En un
minuto estoy con ustedes.
Cuando termina de servir a la clienta se les
acerca limpiándose las manos con el mandil antes de estrechar las de sus viejos
conocidos.
- Cuanto de
bueno verles por aquí. ¿Han venido a pasear un ratito por el río?
- Sí, pero
ante todo venimos a pedirle un pequeño favor – Grandal es quien lleva la voz
cantante del cuarteto -. Verá usted, un viejo amigo nos ha pedido que si podría
facilitarle alguna referencia sobre aquel sudamericano que tenía de dependiente
a finales del pasado año porque piensa contratarle. Cuando el otro día le
dijimos que pensábamos volver al río nos dijo que se lo preguntáramos.
- ¿Están
ustedes hablando del Enrique? ¡Menudo randa! Díganle a su amigo que ni se le
ocurra. Era un broncas y más vago que la suela de un zapato. A las dos semanas
escasas de que ustedes estuvieron aquí me dejó colgado de la noche a la mañana.
Justo cuando más lo necesitaba pues eran las vísperas de Navidad. Ni se molestó
en venir a cobrar su última semanada.
- Vaya,
hombre, quien lo diría. Por cierto, que nuestro amigo nos ha dado una foto del
tal Enrique, aunque a él le ha dicho que se llama Efraím – y Grandal saca de la
cartera la foto del colombiano y se la muestra al frutero que solo necesita
echarle un vistazo.
- Es el
mismo granuja. Le dicen a su amigo – reitera el frutero – que si no está muy
desesperado que busque en otra parte. Este fulano es más falso que un euro de
madera.
- ¿No tiene
más datos del tipo? – indaga Grandal.
- Que va.
Les seré franco. Lo contraté de palabra y no le pedí ningún papel porque solo
lo necesitaba hasta que pasara la campaña de Navidad. Ya se pueden imaginar que
no le di de alta en la Seguridad Social ni nada por el estilo.
- Pues
muchas gracias. Y descuide, su recado se lo transmitiremos a nuestro amigo.
Otra pregunta ¿notó algo raro en el comportamiento del dependiente?
- ¿Raro?, no
sé a qué se refiere. Lo que sí puedo decirle es que también es un mentiroso. Me
dijo que había trabajado antes en una verdulería, pero enseguida vi que no
distinguía las acelgas de las escarolas. Y ahora que recuerdo, una cosa que me
llamó mucho la atención es que tres o cuatro veces vinieron a recogerle unos
amigotes suyos, también sudacas, con un coche, carro le llamaban ellos,
despampanante. Un BMW de los grandes, que vaya usted a saber a qué coño se
dedicarían esos fulanos para tener tanta pasta.
Grandal le da las gracias al frutero. El
viaje hasta Los Cármenes ha merecido la pena. Han confirmado la presencia en
España de un posible narco colombiano que participó en los dos últimos
incidentes relacionados, de algún modo, con el robo del tesoro.
- Ahora la
pregunta es: ¿qué vamos a hacer con este dato? – dice Ponte en voz alta.