"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

lunes, 24 de septiembre de 2018

*** Adios Torrenostra, hola Madrid



   Se acabó la playa, adiós al Mediterráneo. He sentido despedirme del mar porque está haciendo un septiembre que casi parece agosto. En todo el verano no ha estado el agua tan cálida y transparente como ahora. Y encima sin el barullo de la gente. Pero no me gusta quedarme solo, mis hijos han vuelto a Madrid y yo, como sigue el cubo a la soga a la que está atado, me vuelvo con ellos. En este caso está claro quién es el cubo de la metáfora.
   La capital de las Españas como siempre. Un cielo de un azul velazqueño, una temperatura que ronda los treinta grados (Celsius naturalmente), unas calles llenas de bullicio, especialmente de guiris, y un conato de contaminación que amenaza con quedarse todo el invierno.
   La primera salida fuera de mi chamberilero barrio ha sido para celebrar un importante acontecimiento laboral en la vida de mi primogénita. Fuimos, abuelo y padres y nietos, al centro en metro (a los críos les encanta). Tomamos el aperitivo en una coqueta plaza cuyas distintas denominaciones a lo largo de los dos últimos siglos son un reflejo de la Historia de España. Su nombre tradicional era el de Plaza de Bilbao, que se cambió durante la II República por el de Ruiz Zorrilla, un dirigente republicano del siglo XIX. Durante la Guerra Civil, puesto que la plaza está cerca del edificio de la Telefónica, por entonces el más alto de Madrid, recibía muchos de los obuses que se disparaban contra la central telefónica por lo que el castizo humor madrileño la llamaba la Plaza del Gua, en alusión al juego de las canicas del mismo nombre. Tras la Guerra Civil pasó a llamarse Vázquez de Mella, un pensador carlista muy del agrado de los vencedores del conflicto. En 2015 la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales y el Colectivo Gay de Madrid propusieron cambiar el nombre de la plaza para dedicarla a la memoria del entonces recientemente fallecido Pedro Zerolo, político municipal que se significó en la reivindicación de los derechos de dichos colectivos de los que formaba parte. Y así sigue llamándose hasta el próximo vuelco político. Cómo verán, Madrid se moderniza.
   Después del aperitivo, fuimos toda la familia a ver una exposición sobre la máquina Enigma, aquel prodigio de la inventiva alemana durante la II Guerra Mundial y que llevó de cabeza a los servicios de inteligencia aliados hasta que un equipo de criptólogos británicos, encabezados por el injustamente tratado Alan Turing, logró descifrar sus claves. Estudios posteriores han llegado a evaluar que esa proeza hizo que el conflicto se acortara en un par de años.
   Almorzamos en un restaurante japonés. La comida oriental no es precisamente una de mis debilidades, pero sí de mis hijos. Puesto que estaba en minoría tuve que ceder y comer esos innumerables platitos con unos contenidos difícilmente descriptibles y que hay que mojar en salsa de soja o con wasabi para que sepan a algo. Confieso que no estuvo tan mal, pero sigo prefiriendo la cocina mediterránea en la que siempre sabes lo que estás comiendo.
   Terminamos la tarde con un paseo por el piso superior del Corte Inglés de Callao que tiene unas espléndidas vistas sobre el Madrid de los Austrias. Y en donde mis nietos, que son la debilidad de su abuelo, me pidieron unos helados, algo que con una temperatura de 32 grados era perfectamente razonable.
   Y aquí se termina este post. Adiós Torrenostra, hola Madrid.