Los inspectores que llevan el Caso Inca y el
excomisario Grandal han terminado de almorzar, pero siguen en la cafetería Van
Gogh donde los tres policías están expectantes sobre las explicaciones que va a
ofrecerles el jubilado comisario de porqué es tan importante el hecho de que
las piezas robadas del Tesoro Quimbaya sean meras réplicas y no las originales.
- Veréis. Os
propongo que usemos un procedimiento clásico: yo pregunto y alguno de vosotros
contesta.
- Le vieux méthode socratique – dice el
francés y traduce por si alguien no se ha enterado -, el viejo método
socrático.
- Bueno,
como queráis llamarle. Primera pregunta: ¿las piezas robadas son las auténticas?
- No – es la
rotunda repuesta de Atienza.
- ¿Por qué?
- Porque si lo
fueran dos de los tres ministerios implicados hubieran seguido presionándonos,
lo que vale también para los jefes de nuestro colega Blanchard. Puesto que han
dejado de hacerlo, en mi opinión eso demuestra, casi con plena certeza, que las
piezas sustraídas son más falsas que un euro de metacrilato.
- Bien, otra
hipótesis –prosigue Grandal -. Admitamos que las piezas no son auténticas sino
simples réplicas. El tesoro vale lo que vale no porque las piezas sean de oro,
sino por su antigüedad y su carga histórica. Las originales no hay dinero para
pagarlas, las réplicas solo valen lo que valga el peso de su oro y poco más.
Sentado esto, la pregunta es: ¿los ladrones sabían que el tesoro que estaban
robando era el original o una copia?
- Esa
pregunta creo que solo tiene una respuesta: no lo sabían. No se monta un golpe
así para robar una imitación por muy de oro que esté hecha – afirma Blanchard.
- De acuerdo.
Otra pregunta: ¿a estas alturas saben los ladrones que lo que se llevaron son
poco menos que baratijas de oropel?
La pregunta no recibe respuesta por el
momento. Da la impresión de que los inspectores se lo están pensando. Es
Atienza quien primero responde:
- Apostaría
algo a que no lo saben. Al menos en Patrimonio no hemos detectado el menor
indicio de que se haya producido alguna filtración sobre la autenticidad de las
piezas robadas.
- Lo que
dice Juan Carlos, está avalado por los asesinatos de Obdulio Romero y su cuñado
y por el seguimiento que se le hace a Adolfo Martínez. No creo que los
atracadores se hubieran molestado en darles matarile a unos y en vigilar al tal
Adolfo si hubieran sabido que el material que robaban era más falso que una
promesa electoral – remata Bernal con su habitual chulería.
- Bien,
aceptemos que los ladrones siguen en la creencia de que las piezas robadas son
auténticas. Entonces, la pregunta es: ¿qué podría pasar si los atracadores se
enteraran de que su botín no vale nada o, para ser más precisos, vale lo que
valga el oro de las réplicas?
Otra vez, la respuesta es el silencio.
Parece que los inspectores están dándoles vueltas a la pregunta que acaba de
formularles el excomisario. Bernal es quien quiebra el silencio.
- Pasar,
podría pasar de todo.
- Permíteme
decirte, querido Eusebio, que para esa respuesta no hacían falta alforjas – El
excomisario se la tenía guardada al impulsivo Bernal. Y añade, hurgando en la
herida –. Necesito respuestas, no vaguedades.
Bernal, airado por el desprecio mostrado por
el excomisario, está en un tris de contestarle de malos modos cuando Atienza,
que sabe cómo se las gasta su compañero, se adelanta:
- Tu
pregunta, Jacinto, creo que no admite una respuesta unívoca sino que abre todo
un abanico de posibilidades. Por ejemplo: suponiendo que los atracadores
hubiesen robado el tesoro con la intención de venderlo, si se hiciera público
que las piezas robadas son únicamente réplicas, la hipotética venta se vendría
abajo. Todo el trabajo hecho no les valdría para nada.
- Otra
posibilidad – esta respuesta la da el inspector galo – es que, en el supuesto
de que estuviéramos ante un robo por encargo, el autor o autores intelectuales
del mismo se sentirían muy defraudados y hasta es posible que exigieran alguna
clase de responsabilidad a los protagonistas del atraco.
- Hay otra
cuestión que podría pasar y que la estamos dejando de lado – añade Bernal a
quien parece que se la ha pasado el enfado contra Grandal -, es la de que:
¿cómo respondería la opinión pública española ante la ocultación de la verdad
por parte del Gobierno?
- Excelente
aportación, Eusebio – admite Grandal, que de ese modo rectifica su puya
anterior -, la de introducir el impacto que podría tener en la ciudadanía el
hecho de que el poder ejecutivo haya ocultado una noticia como esa. Esto nos
lleva a la siguiente pregunta: ¿para la resolución del caso que sería más
eficaz seguir ocultando la verdad o publicarla?
Una vez más, no hay respuestas a bote
pronto. Grandal está llevando el clásico método de pregunta-respuesta-pregunta
a planteamientos cada vez más complejos y abiertos. Bernal es el primero en
responder:
- Corriendo
el riesgo de que me vuelvas a acusar de que respondo vaguedades, opino que esa
pregunta quizá sea la madre del cordero. Y tendríamos que meditar muy detenidamente
las posibles respuestas porque en caso de acertar quizá estuviéramos ante el
principio del fin de esta pesadilla en que se ha convertido este caso.
- Opino que
Eusebio ha dado en el clavo – corrobora Blanchard.
- Jacinto –
interviene Atienza –, nos estás haciendo cavilar más que en todo el tiempo que
llevamos en el caso. Y tan es así que propongo que, dada la hora que es y que
hoy es sábado, dejemos el coloquio en este punto y mañana en Patrimonio, con
más medios y sin tantas voces de fondo, podemos montar una especie de tormenta
de ideas para ver si encontramos las mejores respuestas a tus endiabladas
preguntas.
- Oye, Juan
Carlos, que mañana es domingo y mi mujer ha venido a verme – protesta
Blanchard.
- Bien –
acepta Atienza a regañadientes -, pues pasado mañana, lunes.
Grandal está a punto de decir que por él
vale cuando se acuerda de Chelo.
- Mañana no
va a poder ser. Tengo una cuestión personal que tratar y no puedo aplazarla. O
seguimos ahora o lo dejamos para el martes.
Bernal y Atienza se miran. Ambos están al
cabo de la calle de cuál es la cuestión personal que tiene que resolver el
excomisario el lunes; mejor dicho, todos los lunes. El inspector de la Policía
Judicial no se lo piensa dos veces, alguien tendrá que decirle a la vieja
reliquia de Grandal que es más necesario e importante resolver el Caso Inca que
echar un polvo a la Chelo a quien, por cierto, la policía tiene fichada como lo
que es: una puta discreta y con clientes fijos, pero puta al fin. Atienza, que
parece que le haya leído el pensamiento a su colega, se adelanta:
- Grandal,
nos das un minuto, por favor. Antes de fijar la fecha de la nueva cita tengo
que hacer un aparte con mis compañeros.
Los
tres inspectores se trasladan al otro extremo de la cafetería donde Atienza le
explica a Blanchard a que se dedica Grandal los lunes. A lo que añade Bernal
que es, precisamente lo que quería echarle en cara. No tanto porque tuviera un
arreglillo con una fulana, sino porque le diera prioridad al sexo antes que al
trabajo.
- Bon Dieu, todos tenemos nuestras
debilidades. No podemos; mejor dicho, no debemos echarle en cara al comisario
que dedique un día a la semana a satisfacerlas – opina Blanchard.
- Mira,
Eusebio, no fuerces la mano ahora que tenemos a Grandal de nuestra parte. Ni se
te ocurra mentarle a la Chelo. Como vuelva a cabrearse nos deja jodidamente solos
otra vez. Y ya ves lo bien que le funciona la chola. Ha centrado el caso desde
unas perspectivas que, hay que reconocerlo, no se nos habían ocurrido – afirma
Atienza.
- ¿Y vamos a
perder todo un día para que ese viejo verde le dé gusto al pajarito? Si no se
le debe ni levantar.
- Si no se
le levanta no es asunto nuestro y, además, para eso está la Viagra. Lo que
hemos de decidir ya mismo es si le decimos que sigamos esta tarde o si lo
aplazamos al martes como ha propuesto. Y el lunes no lo perderemos, podemos
dedicarlo a organizar una tormenta de ideas sin Grandal y también a afilar las
orejas para ver si conseguimos enterarnos de algo más sobre el estado de la propuesta
que hicimos a la juez.
- Opino que
la sugerencia de Juan Carlos es de lo más sensato. No quedan más que dos
opciones: o seguimos o lo dejamos para el martes – opina Blanchard.
Bernal se encoge de hombros en un gesto muy
suyo por lo que Atienza sentencia:
- Próxima
reunión: el martes.