"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 27 de septiembre de 2016

65. El viejo método socrático sigue valiendo



   Los inspectores que llevan el Caso Inca y el excomisario Grandal han terminado de almorzar, pero siguen en la cafetería Van Gogh donde los tres policías están expectantes sobre las explicaciones que va a ofrecerles el jubilado comisario de porqué es tan importante el hecho de que las piezas robadas del Tesoro Quimbaya sean meras réplicas y no las originales.
- Veréis. Os propongo que usemos un procedimiento clásico: yo pregunto y alguno de vosotros contesta.
- Le vieux méthode socratique – dice el francés y traduce por si alguien no se ha enterado -, el viejo método socrático.
- Bueno, como queráis llamarle. Primera pregunta: ¿las piezas robadas son las auténticas?
- No – es la rotunda repuesta de Atienza.
- ¿Por qué?
- Porque si lo fueran dos de los tres ministerios implicados hubieran seguido presionándonos, lo que vale también para los jefes de nuestro colega Blanchard. Puesto que han dejado de hacerlo, en mi opinión eso demuestra, casi con plena certeza, que las piezas sustraídas son más falsas que un euro de metacrilato.
- Bien, otra hipótesis –prosigue Grandal -. Admitamos que las piezas no son auténticas sino simples réplicas. El tesoro vale lo que vale no porque las piezas sean de oro, sino por su antigüedad y su carga histórica. Las originales no hay dinero para pagarlas, las réplicas solo valen lo que valga el peso de su oro y poco más. Sentado esto, la pregunta es: ¿los ladrones sabían que el tesoro que estaban robando era el original o una copia?
- Esa pregunta creo que solo tiene una respuesta: no lo sabían. No se monta un golpe así para robar una imitación por muy de oro que esté hecha – afirma Blanchard.
- De acuerdo. Otra pregunta: ¿a estas alturas saben los ladrones que lo que se llevaron son poco menos que baratijas de oropel?
   La pregunta no recibe respuesta por el momento. Da la impresión de que los inspectores se lo están pensando. Es Atienza quien primero responde:
- Apostaría algo a que no lo saben. Al menos en Patrimonio no hemos detectado el menor indicio de que se haya producido alguna filtración sobre la autenticidad de las piezas robadas.
- Lo que dice Juan Carlos, está avalado por los asesinatos de Obdulio Romero y su cuñado y por el seguimiento que se le hace a Adolfo Martínez. No creo que los atracadores se hubieran molestado en darles matarile a unos y en vigilar al tal Adolfo si hubieran sabido que el material que robaban era más falso que una promesa electoral – remata Bernal con su habitual chulería.
- Bien, aceptemos que los ladrones siguen en la creencia de que las piezas robadas son auténticas. Entonces, la pregunta es: ¿qué podría pasar si los atracadores se enteraran de que su botín no vale nada o, para ser más precisos, vale lo que valga el oro de las réplicas?
   Otra vez, la respuesta es el silencio. Parece que los inspectores están dándoles vueltas a la pregunta que acaba de formularles el excomisario. Bernal es quien quiebra el silencio.
- Pasar, podría pasar de todo.
- Permíteme decirte, querido Eusebio, que para esa respuesta no hacían falta alforjas – El excomisario se la tenía guardada al impulsivo Bernal. Y añade, hurgando en la herida –. Necesito respuestas, no vaguedades.
   Bernal, airado por el desprecio mostrado por el excomisario, está en un tris de contestarle de malos modos cuando Atienza, que sabe cómo se las gasta su compañero, se adelanta:
- Tu pregunta, Jacinto, creo que no admite una respuesta unívoca sino que abre todo un abanico de posibilidades. Por ejemplo: suponiendo que los atracadores hubiesen robado el tesoro con la intención de venderlo, si se hiciera público que las piezas robadas son únicamente réplicas, la hipotética venta se vendría abajo. Todo el trabajo hecho no les valdría para nada.
- Otra posibilidad – esta respuesta la da el inspector galo – es que, en el supuesto de que estuviéramos ante un robo por encargo, el autor o autores intelectuales del mismo se sentirían muy defraudados y hasta es posible que exigieran alguna clase de responsabilidad a los protagonistas del atraco.
- Hay otra cuestión que podría pasar y que la estamos dejando de lado – añade Bernal a quien parece que se la ha pasado el enfado contra Grandal -, es la de que: ¿cómo respondería la opinión pública española ante la ocultación de la verdad por parte del Gobierno?
- Excelente aportación, Eusebio – admite Grandal, que de ese modo rectifica su puya anterior -, la de introducir el impacto que podría tener en la ciudadanía el hecho de que el poder ejecutivo haya ocultado una noticia como esa. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿para la resolución del caso que sería más eficaz seguir ocultando la verdad o publicarla?
   Una vez más, no hay respuestas a bote pronto. Grandal está llevando el clásico método de pregunta-respuesta-pregunta a planteamientos cada vez más complejos y abiertos. Bernal es el primero en responder:
- Corriendo el riesgo de que me vuelvas a acusar de que respondo vaguedades, opino que esa pregunta quizá sea la madre del cordero. Y tendríamos que meditar muy detenidamente las posibles respuestas porque en caso de acertar quizá estuviéramos ante el principio del fin de esta pesadilla en que se ha convertido este caso.
- Opino que Eusebio ha dado en el clavo – corrobora Blanchard.
- Jacinto – interviene Atienza –, nos estás haciendo cavilar más que en todo el tiempo que llevamos en el caso. Y tan es así que propongo que, dada la hora que es y que hoy es sábado, dejemos el coloquio en este punto y mañana en Patrimonio, con más medios y sin tantas voces de fondo, podemos montar una especie de tormenta de ideas para ver si encontramos las mejores respuestas a tus endiabladas preguntas.
- Oye, Juan Carlos, que mañana es domingo y mi mujer ha venido a verme – protesta Blanchard.
- Bien – acepta Atienza a regañadientes -, pues pasado mañana, lunes.
   Grandal está a punto de decir que por él vale cuando se acuerda de Chelo.
- Mañana no va a poder ser. Tengo una cuestión personal que tratar y no puedo aplazarla. O seguimos ahora o lo dejamos para el martes.
   Bernal y Atienza se miran. Ambos están al cabo de la calle de cuál es la cuestión personal que tiene que resolver el excomisario el lunes; mejor dicho, todos los lunes. El inspector de la Policía Judicial no se lo piensa dos veces, alguien tendrá que decirle a la vieja reliquia de Grandal que es más necesario e importante resolver el Caso Inca que echar un polvo a la Chelo a quien, por cierto, la policía tiene fichada como lo que es: una puta discreta y con clientes fijos, pero puta al fin. Atienza, que parece que le haya leído el pensamiento a su colega, se adelanta:
- Grandal, nos das un minuto, por favor. Antes de fijar la fecha de la nueva cita tengo que hacer un aparte con mis compañeros.
   Los tres inspectores se trasladan al otro extremo de la cafetería donde Atienza le explica a Blanchard a que se dedica Grandal los lunes. A lo que añade Bernal que es, precisamente lo que quería echarle en cara. No tanto porque tuviera un arreglillo con una fulana, sino porque le diera prioridad al sexo antes que al trabajo.
- Bon Dieu, todos tenemos nuestras debilidades. No podemos; mejor dicho, no debemos echarle en cara al comisario que dedique un día a la semana a satisfacerlas – opina Blanchard.
- Mira, Eusebio, no fuerces la mano ahora que tenemos a Grandal de nuestra parte. Ni se te ocurra mentarle a la Chelo. Como vuelva a cabrearse nos deja jodidamente solos otra vez. Y ya ves lo bien que le funciona la chola. Ha centrado el caso desde unas perspectivas que, hay que reconocerlo, no se nos habían ocurrido – afirma Atienza.
- ¿Y vamos a perder todo un día para que ese viejo verde le dé gusto al pajarito? Si no se le debe ni levantar.
- Si no se le levanta no es asunto nuestro y, además, para eso está la Viagra. Lo que hemos de decidir ya mismo es si le decimos que sigamos esta tarde o si lo aplazamos al martes como ha propuesto. Y el lunes no lo perderemos, podemos dedicarlo a organizar una tormenta de ideas sin Grandal y también a afilar las orejas para ver si conseguimos enterarnos de algo más sobre el estado de la propuesta que hicimos a la juez.
- Opino que la sugerencia de Juan Carlos es de lo más sensato. No quedan más que dos opciones: o seguimos o lo dejamos para el martes – opina Blanchard.
   Bernal se encoge de hombros en un gesto muy suyo por lo que Atienza sentencia:
- Próxima reunión: el martes.