Se
ha jubilado el viejo cartero del pueblo y queda vacante un puesto codiciado,
dado que es un trabajo en el que no hay que doblar el espinazo y está dotado de
un salario mensual, exiguo pero asegurado. Los que aspiran al cargo, para sí o
para algún familiar, se afanan en buscar recomendaciones porque en la España
del franquismo quién no tiene padrinos no le bautizan, principio que en los
pueblos pequeños tiene un valor exponencial.
Apenas si el alcalde entra en casa cuando su mujer ya le está
trasladando el recado que tiene para él:
- Fernando, esta tarde ha venido a verte la
señora Rita, la de la panadería de la calle José Antonio. Volverá esta noche
acompañada de su marido.
- ¿Te ha dicho qué quiere?
- Que recomiendes a su hijo para el puesto de
cartero.
- ¡Otro más! Estoy de recomendaciones hasta
el gorro. Necesitaría un par de docenas de vacantes para quedar bien con todos
los que me han pedido que les recomiende.
- Es natural, marido. Para algo eres el
alcalde y, por si fuera poco, fuiste jefe de estafeta. Quien más, y quien menos
está convencido de que el puesto lo darás tú.
- Es una tontería, María Eugenia, aunque ya
sé que la gente está persuadida de lo que dices. Lo que pasa es que no piensan.
Por ejemplo: el chico de la señora Rita, ¿es hijo único, verdad? Entonces,
heredará la tahona. ¿No sería más práctico que fuese panadero? Encima ganaría
mucho más dinero que de cartero.
- Lo mismo al chico no le gusta la panadería
y prefiere un empleo público. La madre me ha contado que de niño coleccionaba
sellos.
- Claro, aquí todos quieren ser funcionarios.
Si supieran la miseria que nos pagan no tendrían tantas ganas. Cualquiera de
los labradores del pueblo ha ganado más dinero en un año con los boniatos que
yo, jefe de estafeta, ganaba en cinco; que digo cinco, en ocho o nueve.
- De todas formas, hazlo por mí. Cuando
vengan los Teruel con su hijo ponles buena cara y diles que vas a hacer
buenamente lo que esté en tu mano. La señora Rita siempre se porta muy bien
conmigo y a veces me proporciona cosillas fuera de la cartilla de
racionamiento.
- No te preocupes, mujer. No te haré quedar
mal. ¿Te acuerdas cómo se llama el chico?
- Lo apunté aquí para que no se me olvidara.
Elías Teruel.
El
hombre está parado en el quicio de la puerta del despacho de Gimeno en la
cooperativa, estrujando inquieto la boina, y no acaba de decidirse a entrar.
- Pasa, Rogelio.
- Espero no molestarte, José Vicente. Solo
estaré un segundo. Verás..., ya supongo que a un hombre tan importante como tú
a estas alturas te habrán hecho un montón de peticiones. Yo ni quería venir,
pero por no oír más a la Constancia me he dicho voy a ver a José Vicente.
- Bueno, pues tú dirás. ¿Qué puedo hacer por
ti?
- Yo estoy seguro de que el chico, mi hijo
mediano, tiene condiciones. La verdad es que en la escuela era de los más
aplicados. Don Florencio decía que hasta servía para estudiar. Y ya sabes, lo
que uno no haga por un hijo...
- Claro, claro, Rogelio – Como no empiece a
preguntarle, se dice Gimeno, a éste le tengo aquí una hora sin que se arranque
-, pero todavía no me has dicho qué es lo que puedo hacer por tu hijo el
mediano.
- ¿No te lo he dicho? Pues lo de correos. Le
gustaría ser cartero. Ahora nos ha salido diciendo que es un oficio que siempre
le ha tirado, ir de casa en casa con la cartera al hombro repartiendo cartas y
todo lo demás. Y su madre y yo creemos que valdría para el puesto.
- Me parece muy bien, pero no voy a ser yo
quien haga la elección, serán los jefes de correos quiénes decidirán.
- Ya me lo suponía. Es lo que le he dicho a
la Constancia, pero tú tienes mucha mano en la capital y si dices una palabrita
a quien corresponda seguro que te van a escuchar... Nosotros sabremos
agradecértelo.
- Verás, Rogelio. Como te acabo de decir, la
última palabra sobre quien será el nuevo cartero la tendrá el jefe provincial
de correos a quien no conozco pero, de todas maneras, lo que si te prometo es
que le haré llegar el nombre de tu hijo a ver si hay suerte y le toca el gordo.
- Muchas gracias. Ya sabía que no nos ibas a
fallar. Se lo adelanté a la Constancia, cómo José Vicente pueda meter mano, la
meterá hasta el fondo. Mira, aunque no le den el puesto, solo con lo que vas a
hacer por nosotros es para estar agradecidos de por vida.
- Nada, hombre. Los amigos estamos para las
ocasiones. Apúntame ahí el nombre completo del chico.
- Es que no sé escribir, solo firmar.
- Pues dime cómo se llama.
- Como yo, Rogelio.
- ¿Y sus apellidos?
- Alcóser Roures.
A
llegar a casa, en tono más bien festivo, José Vicente presume de lo importante
que es en el pueblo, sobre todo en estos momentos:
- ¿Sabes, Lola, cuántos recomendados tengo
para la cartería? Ocho.
- Nueve, marido.
- No me digas que también te han pedido
recomendaciones.
- Cinco, pero de cuatro de ellas ni te voy a
hablar. Ya les dije que harías todo cuanto estuviese en tu mano, pero que será
algo muy difícil porque no vas a ser tú quien tome la decisión. Pero la quinta
es importante y te pido que la tomes muy en serio porque es un caso de
conciencia.
- ¿De quién se trata, de algún familiar tuyo,
de un conocido…?
- De Modesto Soler.
- ¿El marido de tu amiga Consuelo? Creía que
ni siquiera te hablabas con ella.
- Es cierto que nos habíamos distanciado,
aunque seguíamos saludándonos. Pero esta mañana vino a verme y me contó lo que
le pasa y, como te digo, es un caso de conciencia. Modesto está empleado en el
almacén de Rafael Blanquer, pero gana una miseria, además parece que el negocio
no es nada boyante y que terminarán cerrándolo. En esa casa no hay otros
ingresos que los que trae el marido y nunca tienen un duro. Y por si faltaba
poco, Consuelo se ha vuelto a quedar embarazada.
- Y ha pensado que su marido puede ser
cartero… ¿Pero no me has dicho mil veces que el tal Modesto es un vago de siete
suelas y que Consuelo es una arpía envidiosa y una mala persona? ¿Y ahora
quieres que recomiende a su marido?
- Es cierto que Modesto tiene fama de
holgazán y que Consuelo ha demostrado ser mala persona y una amiga poco fiable.
Pero no lo hago por ellos, estoy pensando en el pobre crío que van a tener. Por
eso considero que esta recomendación debías de tomarla con el máximo interés.
Nada de decir aquello de que haré todo lo que esté en mi mano, aunque no te
prometo nada. En este caso, te suplico que pongas toda la carne en el asador. Se
lo he prometido a Consuelo en tu nombre. No me gustaría que me hicieses quedar
mal.
- Ya
veo que te lo has tomado muy a pecho, pero me lo pones muy difícil. ¿Cómo les
va a sentar al resto de candidatos que se elija a un individuo como Modesto con
la fama de inútil que tiene?
- ¿Y qué importancia puede tener la opinión
de unas cuantas personas? Es posible que Modesto no sea el hombre más
trabajador del pueblo, pero el de cartero tampoco es un empleo que exija
esfuerzos penosos, por consiguiente creo que podrá desempeñarlo razonablemente.
Y tu esposa, marido, ha empeñado su palabra.
- No has debido hacerlo sin haberlo
consultado antes conmigo. Políticamente me puede costar una sangría si apoyo a
ese inepto. Nadie entenderá que me haya comprometido con semejante individuo.
Me resultará muy difícil explicarlo.
Por
muchas pegas que pone José Vicente al tal Modesto, Lola no ceja en su empeño de
que ha dado su palabra y que no puede ni quiere dar marcha atrás. Todos los
razonamientos de José Vicente en contra del candidato de Lola se estrellan ante
la cerrazón de su esposa. Llega un momento en que Lola afirma muy airada que ni
la quiere ni la respeta y que jamás pensó que podría darle tamaño disgusto y
más en su actual estado. Al final se pone a llorar de manera como José Vicente
no la había visto nunca. Llegado a ese punto, el hombre hace de tripas corazón
y cede, será lo que ella quiera.
Durante el tenso diálogo, José Vicente ha tenido una idea fija en mente,
pero que no se ha atrevido a formular: por los corrillos del pueblo se ha
rumoreado insistentemente que el hijo que espera Consuelo no es de su marido
sino de Rafael Blanquer, ¿tendrá eso algo que ver con el interés de su mujer?,
¿Lola insiste porque el crío que va a tener Consuelo es del guaperas de Rafa?,
¿acaso de ese modo Lola le garantiza al crío un futuro?, ¿es posible que Lola
le esté engañando con su exnovio?, ¿el hijo que está esperando Consuelo es del
Modesto o…?, ¿y el crío que espera Lola es suyo o…? Las preguntas se
arremolinan en su mente, preguntas que no tienen respuesta posible en el
momento y que son como semillas que comienzan a germinar en el fecundo e infernal
campo de los celos. Y aunque José Vicente solo es religioso al estilo de la
mayoría de políticos de la España del nacionalcatolicismo; es decir, más de
forma que de fondo, por primera vez desde hace muchos años, eleva en silencio
una fervorosa jaculatoria: ¡Señor, que Lola no me sea infiel, y si lo es que no
me entere, y si me entero que no me duela!