"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 30 de octubre de 2015

Capítulo IX. La Cruz de los Caídos - 9.1. Caídos por Dios y por España


                                                        
   Como en tantos pueblos españoles, en Senillar la autoridad competente, es decir el cacique de la localidad, ha decidido realizar una obra que ponga a la villa a la altura de los municipios patrios más señeros. No se trata de una construcción destinada a mejorar la economía, las comunicaciones o la vida social, sino de un monumento cuya última finalidad es la de hacer perdurable el recuerdo de quien lo erigió. Algo muy propio del ego de todo dictadorzuelo que se precie. Y siguiendo una rancia tradición muy española la obra aunará la religión y la evocación de los muertos, algo similar a lo que en una escala que no admite comparación está construyendo Franco en el Valle de los Caídos. Por eso, Gimeno ha resuelto colocar una placa en la fachada de la iglesia parroquial para recordar a los caídos por Dios y por España en la pasada guerra civil. Lo de menos es la relación de los que cayeron, no conoció a ninguno de ellos y le importan una higa, lo sustancial es que en la parte inferior de la placa figurará una inscripción con el nombre del prócer que mandó elevarla; es decir, el suyo. Gimeno se lo explica a mosén Bautista, dando su consentimiento por hecho.
- … y la placa llevará una cruz con una corona de laurel. Debajo habrá una relación en la que figurarán los vecinos del pueblo asesinados por los rojos encabezada por José Antonio. Rematará la lista la inscripción de: ¡Caídos por Dios y por España! ¡Presentes! La placa será de mármol y no desentonará del resto de la fachada. Lola se ocupará personalmente de elegirla – Gimeno no le cuenta nada de la inscripción añadida, tampoco es cuestión de darle al sacerdote todos los detalles.
   Al párroco se le ve incómodo y tras alguna vacilación responde:
- Verás, José Vicente, me parece muy bien todo lo que suponga recordar a nuestros caídos, pero desde el obispado han recomendado hace bien poco que las fachadas de los templos deben estar limpias y no ser objeto de inscripciones o añadidos que no tengan relación directa con el culto.
   Gimeno queda un tanto desconcertado ante la manifestación del párroco. Está oponiéndose, piensa, pero ¿cómo se atreve a negarme nada teniendo en cuenta lo que sé de él? No se da por vencido fácilmente e insiste:
- Vamos a ver, Batiste – cuando están solos ambos hombres se tutean -, si te he entendido bien. ¿Me estás diciendo que el obispo ha prohibido que figuren en la iglesia los nombres de aquéllos que dieron su vida por protegerla y salvarla?
- No es eso, José Vicente, no es eso. La Iglesia respeta y valora enormemente el sacrificio de los católicos que, justamente por serlo, fueron sacrificados por la insania comunista. Como sabes, todos los años celebramos una misa de difuntos y un responso por todos ellos y siempre les tenemos presentes en nuestras oraciones. Para la Iglesia son tan mártires como los que morían en los circos romanos por no renegar de su fe. Pero todo eso no es óbice para que el señor obispo considere que los templos no son el lugar más adecuado para que en ellos figuren placas de los caídos. 
- ¿Quieres qué te enumere los templos de la provincia en cuyas fachadas existen lápidas como la que pretendo colocar? Con tu venia, naturalmente.
- Lo que dices es cierto. Hay muchos templos con placas así, pero la recomendación del obispado es precisamente para aquellas iglesias en las que todavía no hay ninguna. Y ese es el caso de la nuestra.
- O sea, que solo es una cuestión de fechas. Si lo hubiésemos hecho unos meses antes nadie hubiera dicho nada, pero ahora no es posible.
- Algo así, pero siempre podemos encontrar una solución que satisfaga a ambas partes y tú sabes bien que cualquier cosa que pueda hacer…
- Mira, Batiste, vamos a dejarlo correr y no me tires de la lengua que será peor.
   El político sale visiblemente irritado de su charla con el reverendo. Se va a enterar el curilla este, se dice, de lo que vale un peine cuando destape sus enjuagues con el dinero de la colecta para amueblar la iglesia. Es lo primero que le comenta a su mujer cuando llega a casa. Lola, como ocurre a menudo, tiene otro punto de vista.
- Creo, José Vicente, que ahora no deberías destapar los gatuperios de mosén Batiste porque no te deje poner la lápida.
- Si he de serte sincero, lo que me fastidia no es poner la placa, sino que ponga en solfa mi autoridad. Porque si el ejemplo cunde, ya me dirás qué puede pasar. Que me van a tomar por el pito del sereno. Voy a convocar un pleno extraordinario del Ayuntamiento y le exigiré que dé pública cuenta de en qué se gastó el dinero de la colecta, partida a partida.
- No creo que sea buena idea. Mi opinión es que deberías de guardarte lo que sabemos del cura para asuntos de mayor calado. Puede llegar un momento en que el apoyo del mosén sea necesario y esa será la hora para presionarle con airear sus trapos sucios.
- Y mientras tanto voy a ser el hazmerreír del pueblo.
- Del pueblo no tienes que preocuparte, se limitarán a murmurar por detrás y en voz baja, pero eso no va a ninguna parte, es humo de paja. Se me ocurre que en vez de la lápida de marras, que al fin y al cabo no va a ser más que algo decorativo, con el dinero que va a costar podías hacer otra obra que generase algún puesto de trabajo o que ayudase de alguna manera a mejorar el desarrollo del pueblo… Por ejemplo, ensanchar y arreglar los caminos rurales que, por lo que me contaba Fina el otro día, están de pena.
- Ya sé que no tengo que preocuparme de la gente de aquí, pero sí de la jefatura provincial y a sus ojos Senillar va a ser uno de los contados pueblos, si no el único, que no va a tener una placa dedicada a los caídos. Los caminos y demás zarandajas les importan un pepino.
- Entonces, ¿por qué no le das la vuelta al problema? ¿Por qué en vez de una modesta lápida no mandas erigir algo mucho más grande, que no pase desapercibido para nadie y que no sea necesario que esté en el templo? Alguna clase de monumento, un arco, una capilla, una cruz a la entrada del pueblo como esas que hay en muchos lugares…
- ¡Me acabas de dar una idea estupenda! – exclama entusiasmado Gimeno -. Ya sé lo qué voy a hacer, mandaré construir una cruz de los caídos, pero no en la entrada del pueblo, sino en medio de la Plaza de la Iglesia. Así el mosén la tendrá delante de sus narices. ¿Señor cura, no querías taza?, ¡pues toma taza y media! – grita dirigiéndose a su invisible antagonista.
   Un par de semanas después, el pleno del Ayuntamiento aprueba por unanimidad la propuesta de erigir un monumento a los caídos. Será de notables proporciones, tendrá dos fuentecillas laterales, una lápida con la inscripción de ¡Caídos por Dios y por España! ¡Presentes! y otra más pequeña en un lateral en la que figurará el nombre de quien mandó erigir el monumento y la fecha de su construcción. El cenotafio estará rematado por una gran cruz. Cuando piden presupuestos para su construcción se han de conformar con que la cruz no sea tan monumental y también desisten de que sea construida con materiales nobles, se construirá en piedra artificial, material que trabaja un artesano del pueblo que lo hará a buen precio y que el mismo diseñará.
   El día de la inauguración de la Cruz de los Caídos, como a partir de ese momento será conocida en el pueblo, el párroco, revestido de pontifical, bendice el monumento en presencia de las autoridades locales y el Subjefe Provincial del Movimiento. Si mosén Bautista está feliz o disgustado no se le nota. Quién está como niño con zapatos nuevos es Gimeno. La cruz que el párroco acaba de bendecir, y que ocupa el centro de la Plaza de la Iglesia, es la muestra inequívoca de quien manda en el pueblo. Y cuando pasen los años seguirán recordando que el monumento lo mandó construir él. Para que luego vayan diciendo los descontentos de siempre que no hace nada por el pueblo. Porque esa es otra. Algunos vecinos, y siempre asegurándose de no ser oídos por personas que puedan irse de la lengua, murmuran que el nuevo Ayuntamiento está haciendo muy poco o, más bien, nada por el progreso del municipio.
- ¿Qué te parece la Cruz? – Gimeno quiere saber la opinión de Lola.
- Pues que quieras que te diga – es la evasiva respuesta de su mujer.
- No me seas gallega, Lola, alguna opinión tendrás sobre ella.
- Pues no está mal, aunque tendríais que haberla hecha más estilizada, más esbelta. Tal y como es, tan maciza y cuadrada, resulta un poco pegote.
- Con el presupuesto que contábamos no podíamos encargar el diseño a un buen artesano, nos hemos tenido que conformar con lo que ha podido hacer Timoteo, pero lo importante es que mi nombre será recordado como el gobernante que mando erigir la Cruz.
- Te conformas con bien poco, marido. Sería más importante que te recordasen por otras obras mucho más sustanciosas y útiles que la de la Cruz.
   Gimeno se queda mirando a Lola, ¿por qué habrá dicho eso? Últimamente la nota muy rara. Mujeres.

martes, 27 de octubre de 2015

8.11. … y si me entero que no me duela



   Se ha jubilado el viejo cartero del pueblo y queda vacante un puesto codiciado, dado que es un trabajo en el que no hay que doblar el espinazo y está dotado de un salario mensual, exiguo pero asegurado. Los que aspiran al cargo, para sí o para algún familiar, se afanan en buscar recomendaciones porque en la España del franquismo quién no tiene padrinos no le bautizan, principio que en los pueblos pequeños tiene un valor exponencial.
   Apenas si el alcalde entra en casa cuando su mujer ya le está trasladando el recado que tiene para él:
- Fernando, esta tarde ha venido a verte la señora Rita, la de la panadería de la calle José Antonio. Volverá esta noche acompañada de su marido.
- ¿Te ha dicho qué quiere?
- Que recomiendes a su hijo para el puesto de cartero.
- ¡Otro más! Estoy de recomendaciones hasta el gorro. Necesitaría un par de docenas de vacantes para quedar bien con todos los que me han pedido que les recomiende.
- Es natural, marido. Para algo eres el alcalde y, por si fuera poco, fuiste jefe de estafeta. Quien más, y quien menos está convencido de que el puesto lo darás tú.
- Es una tontería, María Eugenia, aunque ya sé que la gente está persuadida de lo que dices. Lo que pasa es que no piensan. Por ejemplo: el chico de la señora Rita, ¿es hijo único, verdad? Entonces, heredará la tahona. ¿No sería más práctico que fuese panadero? Encima ganaría mucho más dinero que de cartero.
- Lo mismo al chico no le gusta la panadería y prefiere un empleo público. La madre me ha contado que de niño coleccionaba sellos.
- Claro, aquí todos quieren ser funcionarios. Si supieran la miseria que nos pagan no tendrían tantas ganas. Cualquiera de los labradores del pueblo ha ganado más dinero en un año con los boniatos que yo, jefe de estafeta, ganaba en cinco; que digo cinco, en ocho o nueve.
- De todas formas, hazlo por mí. Cuando vengan los Teruel con su hijo ponles buena cara y diles que vas a hacer buenamente lo que esté en tu mano. La señora Rita siempre se porta muy bien conmigo y a veces me proporciona cosillas fuera de la cartilla de racionamiento.
- No te preocupes, mujer. No te haré quedar mal. ¿Te acuerdas cómo se llama el chico?
- Lo apunté aquí para que no se me olvidara. Elías Teruel.
   El hombre está parado en el quicio de la puerta del despacho de Gimeno en la cooperativa, estrujando inquieto la boina, y no acaba de decidirse a entrar.
- Pasa, Rogelio.
- Espero no molestarte, José Vicente. Solo estaré un segundo. Verás..., ya supongo que a un hombre tan importante como tú a estas alturas te habrán hecho un montón de peticiones. Yo ni quería venir, pero por no oír más a la Constancia me he dicho voy a ver a José Vicente.
- Bueno, pues tú dirás. ¿Qué puedo hacer por ti?
- Yo estoy seguro de que el chico, mi hijo mediano, tiene condiciones. La verdad es que en la escuela era de los más aplicados. Don Florencio decía que hasta servía para estudiar. Y ya sabes, lo que uno no haga por un hijo...
- Claro, claro, Rogelio – Como no empiece a preguntarle, se dice Gimeno, a éste le tengo aquí una hora sin que se arranque -, pero todavía no me has dicho qué es lo que puedo hacer por tu hijo el mediano.
- ¿No te lo he dicho? Pues lo de correos. Le gustaría ser cartero. Ahora nos ha salido diciendo que es un oficio que siempre le ha tirado, ir de casa en casa con la cartera al hombro repartiendo cartas y todo lo demás. Y su madre y yo creemos que valdría para el puesto.
- Me parece muy bien, pero no voy a ser yo quien haga la elección, serán los jefes de correos quiénes decidirán.
- Ya me lo suponía. Es lo que le he dicho a la Constancia, pero tú tienes mucha mano en la capital y si dices una palabrita a quien corresponda seguro que te van a escuchar... Nosotros sabremos agradecértelo.
- Verás, Rogelio. Como te acabo de decir, la última palabra sobre quien será el nuevo cartero la tendrá el jefe provincial de correos a quien no conozco pero, de todas maneras, lo que si te prometo es que le haré llegar el nombre de tu hijo a ver si hay suerte y le toca el gordo.
- Muchas gracias. Ya sabía que no nos ibas a fallar. Se lo adelanté a la Constancia, cómo José Vicente pueda meter mano, la meterá hasta el fondo. Mira, aunque no le den el puesto, solo con lo que vas a hacer por nosotros es para estar agradecidos de por vida.
- Nada, hombre. Los amigos estamos para las ocasiones. Apúntame ahí el nombre completo del chico.
- Es que no sé escribir, solo firmar.
- Pues dime cómo se llama.
- Como yo, Rogelio.
- ¿Y sus apellidos?
- Alcóser Roures.
   A llegar a casa, en tono más bien festivo, José Vicente presume de lo importante que es en el pueblo, sobre todo en estos momentos:
- ¿Sabes, Lola, cuántos recomendados tengo para la cartería? Ocho.
- Nueve, marido.
- No me digas que también te han pedido recomendaciones.
- Cinco, pero de cuatro de ellas ni te voy a hablar. Ya les dije que harías todo cuanto estuviese en tu mano, pero que será algo muy difícil porque no vas a ser tú quien tome la decisión. Pero la quinta es importante y te pido que la tomes muy en serio porque es un caso de conciencia.
- ¿De quién se trata, de algún familiar tuyo, de un conocido…?
- De Modesto Soler.
- ¿El marido de tu amiga Consuelo? Creía que ni siquiera te hablabas con ella.
- Es cierto que nos habíamos distanciado, aunque seguíamos saludándonos. Pero esta mañana vino a verme y me contó lo que le pasa y, como te digo, es un caso de conciencia. Modesto está empleado en el almacén de Rafael Blanquer, pero gana una miseria, además parece que el negocio no es nada boyante y que terminarán cerrándolo. En esa casa no hay otros ingresos que los que trae el marido y nunca tienen un duro. Y por si faltaba poco, Consuelo se ha vuelto a quedar embarazada.
- Y ha pensado que su marido puede ser cartero… ¿Pero no me has dicho mil veces que el tal Modesto es un vago de siete suelas y que Consuelo es una arpía envidiosa y una mala persona? ¿Y ahora quieres que recomiende a su marido?
- Es cierto que Modesto tiene fama de holgazán y que Consuelo ha demostrado ser mala persona y una amiga poco fiable. Pero no lo hago por ellos, estoy pensando en el pobre crío que van a tener. Por eso considero que esta recomendación debías de tomarla con el máximo interés. Nada de decir aquello de que haré todo lo que esté en mi mano, aunque no te prometo nada. En este caso, te suplico que pongas toda la carne en el asador. Se lo he prometido a Consuelo en tu nombre. No me gustaría que me hicieses quedar mal.
   - Ya veo que te lo has tomado muy a pecho, pero me lo pones muy difícil. ¿Cómo les va a sentar al resto de candidatos que se elija a un individuo como Modesto con la fama de inútil que tiene?
- ¿Y qué importancia puede tener la opinión de unas cuantas personas? Es posible que Modesto no sea el hombre más trabajador del pueblo, pero el de cartero tampoco es un empleo que exija esfuerzos penosos, por consiguiente creo que podrá desempeñarlo razonablemente. Y tu esposa, marido, ha empeñado su palabra.
- No has debido hacerlo sin haberlo consultado antes conmigo. Políticamente me puede costar una sangría si apoyo a ese inepto. Nadie entenderá que me haya comprometido con semejante individuo. Me resultará muy difícil explicarlo.
   Por muchas pegas que pone José Vicente al tal Modesto, Lola no ceja en su empeño de que ha dado su palabra y que no puede ni quiere dar marcha atrás. Todos los razonamientos de José Vicente en contra del candidato de Lola se estrellan ante la cerrazón de su esposa. Llega un momento en que Lola afirma muy airada que ni la quiere ni la respeta y que jamás pensó que podría darle tamaño disgusto y más en su actual estado. Al final se pone a llorar de manera como José Vicente no la había visto nunca. Llegado a ese punto, el hombre hace de tripas corazón y cede, será lo que ella quiera.
   Durante el tenso diálogo, José Vicente ha tenido una idea fija en mente, pero que no se ha atrevido a formular: por los corrillos del pueblo se ha rumoreado insistentemente que el hijo que espera Consuelo no es de su marido sino de Rafael Blanquer, ¿tendrá eso algo que ver con el interés de su mujer?, ¿Lola insiste porque el crío que va a tener Consuelo es del guaperas de Rafa?, ¿acaso de ese modo Lola le garantiza al crío un futuro?, ¿es posible que Lola le esté engañando con su exnovio?, ¿el hijo que está esperando Consuelo es del Modesto o…?, ¿y el crío que espera Lola es suyo o…? Las preguntas se arremolinan en su mente, preguntas que no tienen respuesta posible en el momento y que son como semillas que comienzan a germinar en el fecundo e infernal campo de los celos. Y aunque José Vicente solo es religioso al estilo de la mayoría de políticos de la España del nacionalcatolicismo; es decir, más de forma que de fondo, por primera vez desde hace muchos años, eleva en silencio una fervorosa jaculatoria: ¡Señor, que Lola no me sea infiel, y si lo es que no me entere, y si me entero que no me duela!