"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 9 de diciembre de 2016

86. Algo así como buscar una aguja en un pajar



   En la reunión con sus jubilados amigos, Grandal llegó a la conclusión de que la policía era la única que podía obtener del Museo de América datos referentes a colegios que lo hubiesen visitado en las fechas anteriores al robo. El objetivo no era otro que encontrar a un colegial que hubiese hecho alguna foto a las vitrinas en las que se exponen las piezas del Tesoro Quimbaya.
- Vamos, algo así como buscar una aguja en un pajar – Es Ballarín quien resume lo complicada que puede resultar la búsqueda.
   El trío de jubilados exigió a Grandal que, dado que la idea era de ellos, también debían de ser ellos los que llevasen a cabo la investigación en los centros docentes. El excomisario tiene que idear una estratagema para conseguir que los policías encuentren y les faciliten la relación de colegios visitantes en el caso de existir. Le cuenta a Atienza que está ideando una trama para averiguar lo que le planteó respecto a la nota informativa del museo sobre la ausencia de ciertas piezas, pero que para ello necesita saber qué centros docentes habían visitado el museo en los cuatro meses anteriores al robo. 
- ¿Y para qué necesitas ese dato? – quiere saber Atienza un tanto sorprendido.
- Es una parte imprescindible para completar el sistema en el que estoy pensando para investigar lo que necesitáis.
- No acabo de entender qué relación tienen las visitas de colegios y como averiguar si el museo puso el cartel de que faltaban ciertas piezas y si en el lugar de éstas había otras o no – Atienza no solo no lo entiende sino que no acaba de fiarse de Grandal.
- Bueno, Juan Carlos, tú mismo. Si queréis que os ayude necesito esa relación. Si no queréis, pues adiós muy buenas. No pasa nada, resolverlo vosotros.
- Hombre, comisario, no te pongas así. Claro que queremos que nos ayudes, pero sabes como se van a poner mis compañeros si accedo a tal petición.
- Tienes una salida fácil: no se lo cuentes. Te haces con la relación, si es que existe, y me la mandas. Con ella creo que completaré el esquema que estoy elaborando y en cuanto lo termine te lo envío. Y una vez más, seréis vosotros quienes os apuntaréis el tanto. Ya me hubiera gustado en mis tiempos en activo tener a alguien que trabajara los casos y que luego fuera yo quien se llevara los laureles. Ahora bien, si no estás de acuerdo, pues lo dicho: tan amigos como antes.
   Aunque a regañadientes, Atienza accede a la doble petición de Grandal: no les cuenta nada a sus compañeros y se encarga de ir al museo para indagar en el registro. La dirección no le pone ninguna pega. Y encuentra un nutrido grupo de colegios que durante los cuatro meses anteriores al robo visitaron el museo, de los que se lleva una completa relación que se apresura a mandar al excomisario.
   En cuanto Grandal tiene la relación en su poder se apresura a convocar a sus amigos para elaborar una estrategia con la que presentarse en los centros y pedirles algo tan inusual como si algún colegial guarda fotos del día que visitaron el Museo de América. Todos son conscientes de que la principal dificultad que tendrán que salvar es su avanzada edad. ¿Cómo hacer creíble que unos carcamales como ellos sean los que pregunten por algo así? Como imaginación no les falta, elaboran un plan no demasiado verosímil pero que esperan que les sirva. Se van a presentar en los centros como miembros de una asociación de antiguos empleados de los museos madrileños, la cual ha organizado un concurso para premiar a aquellos colegiales que tengan las mejores fotos sobre museos hechas entre el uno de mayo y el treinta y uno de octubre del 2015. El motivo de acotar el tiempo es porque si no fuera así se podría reunir una cantidad ingente de fotografías, y puesto que los asociados son todos mayores ello supondría un esfuerzo para el que los miembros de la asociación no están preparados. En una imprenta al minuto de los bajos de la Plaza de España, les confeccionan unas tarjetas con un logotipo imaginario y un texto que les presenta como miembros autorizados de la Asociación de Empleados Eméritos de Museos Madrileños (ASEEMA); asimismo, encargan un cartel en el que se anuncia el ficticio concurso y una dirección de la inexistente asociación cuya sede no es otra que el domicilio de Manuel Ponte que, al vivir solo, es quien tiene menos problemas para soportar un incremento del correo habitual. Otra cosa que hacen es crear una dirección de WhatsApp para que les puedan remitir las fotos y que pertenece a un móvil de Luis Álvarez. Todo muy de andar por casa, pero piensan que puede servir.
   Ahora queda la parte más pesada de la investigación: visitar los colegios para ver si hay suerte y encuentran las fotos buscadas. Discuten si van a los centros de forma individual o lo hacen en pareja. Terminan eligiendo la última opción, una pareja se suele defender mejor que un individuo aislado. También deciden que las visitas las harán solo en la sesión matinal. Quedan en reunirse por las tardes para comprobar cómo van las visitas y el resultado de las mismas. En cuanto encuentren lo que buscan, fin de la operación.
- ¿Os acordáis de cuándo visitamos los hospitales para ver si localizábamos al nieto del Tío Josefo? – rememora Ballarín -. Recuerdo que entonces dijimos que habíamos pasado de jugadores de dominó a visitadores hospitalarios. Bueno, pues ahora nos vamos a convertir en visitadores colegiales.
- Cuando iba a la escuela del pueblo, me acuerdo que como una vez al año venía a visitarnos un inspector de escuelas. Algo que nos daba un poco de grima porque el bueno de don José Domingo, que así se llamaba el maestro, se ponía muy nervioso – rememora, a su vez, Ponte.
  Comienzan visitando los centros que están mejor comunicados porque generalmente se desplazan en metro. Son acogidos de muy diferentes maneras, en unos colegios les atienden amablemente y en otros se los quitan de encima con mejores o peores modos. Pasan los días sin que haya resultados, aunque no desesperan. Grandal no se cansa de repetir que la mayor virtud que puede tener un policía es la paciencia. Son muchos los centros docentes que durante esos cuatro meses acudieron al museo y en la mayoría de casos los jubilados visitadores suelen salir de los mismos con las manos vacías. Han de conformarse con la esperanza de que la dirección del centro difunda su cartel con el falso concurso y que haya colegiales que les pueda interesar el premio que se llevará la mejor fotografía: una Playstation 4.
   Pasan los días y las deseadas fotos no llegan. Cuando están en un tris de arrojar la toalla, la fortuna les sonríe. Del colegio concertado Nervión, ubicado en la madrileña calle del mismo nombre, reciben no una sino varias fotos del museo. Los alumnos de sexto de primaria estuvieron visitando el Museo de América tres semanas antes del robo y una de las chicas guardaba en su móvil varias fotos del Tesoro Quimbaya. Aunque de mala calidad, una vez tratadas por Ballarín, que es un consumado especialista en fotografía, en una de ellas puede verse en la esquina de una vitrina el cartelito de marras que, una vez ampliada la foto, muestra un texto informando que las piezas que faltaban habían sido prestadas al Museo de Quai du Branly de París para una exposición titulada “Arte indígena americano de los siglos VI al XIV”, que duraría cuatro meses. Y lo más interesante que revelaba la foto era que en las vitrinas se veía que faltaban piezas.
- Por tanto, si las piezas que el museo expone son las originales, y no hay porque ponerlo en cuarentena, las que se mandaron a París y que luego fueron robadas son las auténticas – Ponte verbaliza lo que todos están pensando.
- Así es. Todo cuanto se ha estado especulando sobre que las piezas robadas eran réplicas se cae por su base – resume Grandal.
- Y ahora se lo dirás a tus colegas de Cuerpo y serán ellos los que se pondrán la medalla – acusa Álvarez diciendo algo que los demás piensan aunque no lo digan.
- Tengo que recordaros que cuando decidimos investigar el robo no lo hicimos para recibir aplausos ni medallas, sino como un medio para distraernos o, dicho de otro modo, para no aburrirnos. Y eso creo que lo hemos conseguido.
- Estoy de acuerdo contigo, Jacinto – corrobora Ballarín -, y bien que nos lo estamos pasando. Todas y cada una de las varias investigaciones que hemos hecho nos han dado mucha vidilla. Pero también comprendo a Luis, es triste que después de haber logrado algo que los Sacapuntas no han conseguido ahora tengamos que hacernos a un lado y dejar que sean ellos los que rematen la faena.
- No os preocupéis, como son unos membrillos seguro que volverán a recurrir a Jacinto y él a nosotros. Apuesto doble contra sencillo a que todavía nos queda robo para rato – vaticina Ponte.