"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 22 de marzo de 2024

Libro IV. Episodio 40. Julián cuenta lo del Museo del Prado

   En Suances, los Carreño, además de la cuestión de la ropa y del calzado de invierno, tienen otros problemas más cotidianos: hay que comer todos los días y no hay con qué. El dinero que Julia trajo de casa casi se le ha acabado y eso la lleva por la calle de la amargura; se van apañando malamente con lo poco que gana Concha, con el marisqueo de los pequeños y, sobre todo, con el pescado y los productos lácteos que diariamente aporta Andrés, que se ha convertido en el sostén de la familia. Quién me lo iba a decir, piensa Julia, que el hijo que más disgustos me ha causado sea quien mejor se está portando en ayudar a la familia. Y todavía le aguarda una sorpresa más.

   -Mamá, tendrías que ir al pósito de pescadores y hablar con el señor Prudencio –le avisa Andrés.

   -¿Y quién es el señor Prudencio, hijo?

   -El patrón mayor de la cofradía de pescadores; bueno, ahora no le llaman cofradía, sino cooperativa, pero sigue siendo lo mismo. Verás, comienzan las costeras de la caballa y el salmonete, y en menor medida del bonito del norte y el besugo, y las capturas son abundantes. Lo que da como resultado que el señor Prudencio se arme un lío de tres pares de…; bueno, que no se aclara con los números. Hay un maestro del pueblo que lleva las cuentas, pero falta muchos días, y son los propios pescadores, que no andan muy sobrados de aritmética, los que tienen que apañarse. Y he pensado que con lo que tú sabes de contabilidad podrías echarles una mano y de paso te ganarías unos durillos, no muchos porque es un pósito pequeño, pero menos da una piedra, ¿no?

   Julia le planta un par de besos a su hijo y no puede menos que decirle:

   -Andrés, si tu padre te oyera te daría un enorme abrazo, pero como no está es tu madre quien te lo da y te dice lo que te diría papá: eres un sol y estamos orgullosos de ti.

   Al día siguiente Julia va al pósito a ver al señor Prudencio. No se anda por las ramas, le explica cuál es su preparación en contabilidad, que puede ayudarles en las cuentas y que por la soldada no van a reñir, que le paguen lo que buenamente puedan. El señor Prudencio en principio es reticente, que una mujer lleve las cuentas de una cooperativa en la que todos sus participantes son hombres es algo que le supera. Puesto que no sabe qué responder, le da largas.

   -Verá usted, señora Julia, es un asunto complicado y no puedo decidirlo por mi cuenta, lo tengo que consultar con los compañeros. Y no podré hacerlo hasta el próximo domingo que es el día que no salimos a la mar. Ya le diré qué decidimos. Y como ha venido hasta aquí, llévese unas doradas, hechas al horno resultan muy sabrosas.

   En Madrid, avanzado noviembre, un buen día aparece en casa Julián, sano y salvo. Para contento de Paca, que es quien tiene que apechugar diariamente con el problema que supone llenar la olla, trae un macuto con una docena de chuscos, dos ristras de ajos, unas papelinas de azafrán, una bolsa de mandarinas y otra con hortalizas.

   -Julianillo eres un solete. Bendito seas, aunque ¿no podrías haber traído unos kilos de carne?, en esta casa no la probamos desde hace meses –comenta la Gorda.

   -No te quejes Paca, con lo que ha traído Julián a buen seguro que harás maravillas. Y ahora, hijo, ¿qué ha sido de ti estas tres semanas?, nos tenías muy preocupados al no saber de ti. Podrías habernos mandado una nota o haber llamado por teléfono –se queja el padre.

   -Lo habría hecho si hubiese podido, papá, pero llevo desde principios de mes sin parar. He perdido la cuenta de cuantos viajes habré hecho de Valencia a Madrid para traer desde municiones a comida, y a Albacete para traer a la tropa de las brigadas internacionales, y hasta Murcia he llegado, de allí viene el poquino de azafrán que he traído a Paca.

   Aquella noche en la cena, Julián relata con mayor detalle algunos de sus trayectos desde el centro a la zona de Levante y viceversa, y uno de ellos, del que guarda un recuerdo inolvidable, es el que comenzó en el Paseo del Prado.

   -… y hacia el 10 de noviembre, a una sección del Tren de transporte nos mandaron al Museo del Prado, teníamos que cargar las pinturas del museo para llevarlas a Valencia, a fin de evitar su destrucción por los bombardeos. El que dirigía la operación, por cierto más chulo que un ocho, era un tal Rafael Alberti, que parece que es un poeta famoso, aunque yo era la primera vez que oía hablar de él. Pilar, tú que eres la sabihonda de la familia, igual le conoces.

   -He leído algo de él y es bastante bueno, de hecho es el poeta comunista más conocido. ¿Los cuadros se van a quedar en Valencia?

   -Por lo que he oído parece que no. Dudan entre llevárselos a Cataluña o a Francia. Por cierto, Pilar, ¿qué coño es una pinacoteca? Es una palabra que el tal Alberti no dejaba de repetir.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 41. Es más de derechas que San Isidro