"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 25 de agosto de 2017

15. No me preguntes sino quieres que te mienta



   Después de cenar en una pizzería de la playa y tras invitar Salazar a sus recién conocidos,
 Ponte y Álvarez, a tomar una copa les pregunta:
-¿No les importará que andemos un poco? Lo digo porque donde les llevó está al final del paseo marítimo –se excusa Curro al pensar que para los viejos andar los mil metros que tiene el paseo marítimo de Torrenostra igual es excesivo y más con la andorga llena.
-No hay problema, somos buenos andarines. La mayoría de días solemos pasear por el Parque del Oeste o la Ruta Verde de la Universitaria –comenta Álvarez.
-Está bien dar un paseíto después de cenar. Mi madre, que en gloria esté –dice a su vez Ponte-, solía repetir el refrán de que la comida reposada y la cena paseada.
   Tras dejar la pizzería, los tres hombres recorren el paseo marítimo cruzando el cogollo central del caserío de norte a sur. Al llegar a la altura del espigón que cierra la playa más grande hay un pequeño palmeral junto al cual está instalada una terraza que tiene varias mesitas en la misma arena. Allí es donde el trío aposenta sus reales.
-Este chiringuito se llama El Muret –cuenta Curro a la pareja-. Como lo tengo cerca a veces me suelo tomar aquí un helado o un chupito.
-Y este minipalmeral –informa a su vez Álvarez- es conocido como las Palmeras de Igoa que, por lo que me ha contado mi hijo Nacho, fue el empresario vasco que construyó los espigones y que tenía unos bungalows justo donde están las palmeras.
   Tras sentarse y mientras esperan que les sirvan lo que han pedido, Álvarez pregunta a Salazar:
-¿Vive usted en los apartamentos de Los Prados? –se refiere a la urbanización que tienen enfrente.
-No, en el hostal –a Curro no le ha gustado nada la pregunta, pero también piensa que en una charla como la que mantienen es un interrogante bastante lógico-. Por cierto, antes ha citado el Parque del Oeste, ¿acaso son ustedes de Madrid? –pregunta a su vez. Mejor preguntar que ser preguntado, se dice.
-Bueno, yo soy de Sevilla la Nueva –quien responde es Ponte-, un pueblo de la Comunidad de Madrid, aunque casi toda mi vida he vivido en la capital. El que es un auténtico gato es mi colega.
-¿Qué es eso de gato? –inquiere Curro.
-Coloquialmente se llaman así a los nacidos en Madrid que es el caso de Luis. Por cierto, que no nos hemos presentado: me llamo Manuel Ponte y aquí mi amigo Luis Álvarez.
-Y yo Francisco Martínez –dice el prófugo echando mano de su falso nombre-, aunque mis amigos suelen llamarme Curro –sigue estando más cómodo con el hipocorístico familiar.
-Es curioso. Por su forma de hablar juraría que es usted andaluz, pero ni cecea como los andaluces de la costa ni sesea como los del interior –comenta Álvarez.
-En efecto, soy andaluz –Salazar no especifica de dónde- pero he vivido en otras muchas regiones y probablemente por eso he perdido el acento -y ante el riesgo de entrar en la espiral de comentarios de índole personal cambia de tema de conversación-. Durante la cena me ha parecido oírles hablar sobre una partida de dominó.
-Es uno de nuestros pasatiempos favoritos. Modestia aparte, pero está usted ante los subcampeones de dominó por parejas del Centro de Mayores del Distrito de Moncloa/Aravaca. Bueno, en realidad lo fuimos hace dos años porque esta temporada no hubo torneo –es la orgullosa respuesta de Álvarez.
-¿Juegan de pareja? –sigue preguntando Curro.
-De pareja o de contrarios. Somos cuatro amigos los que jugamos habitualmente y echamos a fichas quienes forman los dúos.
-¿Y los otros del cuarteto también veranean aquí? –la mejor manera de que no te pregunten es preguntando, sigue pensando Curro.
   Álvarez le cuenta a su nuevo conocido la historia del porqué él y sus tres amigos van a pasar el mes de agosto en Torrenostra y de cómo en pocos días van a estar todos allí con lo cual la reanudación de las acostumbradas partidas de dominó que se echan en Madrid tiene su continuación asegurada.
-Si me aceptan de mirón me harán un favor, porque aquí también se juega al dominó, pero salvo alguna excepción la mayoría lo hace de pena. Son de esa clase de jugadores que cierran sin enterarse o que son capaces de ahorcarse un doble sin darse cuenta y casi todos juegan para ellos sin tener presente que el dominó por parejas es un juego de equipo. Por eso, ver a gente que sepa manejar las fichas será un alivio –comenta Curro dando coba a la pareja de viejos.
-Mañana va a venir un amigo nuestro que veranea cerquita de aquí, en Marina d´Or, y en unos pocos días también estará otro que pasa unos días en Huesca donde tiene una hija –explica Ponte, que dirigiéndose a Álvarez le comenta-. Hasta que no llegue Amadeo vamos a ser tres, pero si ahora contamos con el señor Martínez podemos reanudar las partidas mañana mismo, siempre que usted quiera jugar con nosotros, claro –remata dirigiéndose ahora a Curro.
-Por descontado. Para mí será un placer jugar con gente que sepa qué hacer con las fichas, seguro que tienen mucho que enseñarme. Una curiosidad, antes el señor Ponte ha dicho algo que me ha llamado la atención: que era de Sevilla la Nueva, no sabía que existiera un pueblo que se llamara así. Creía que Sevilla solo había una, la de la Giralda.
-Y la de la Torre del Oro, el Guadalquivir, la Maestranza y Triana –añade Álvarez.
-Veo que conoce bien la ciudad –dice Curro que pregunta- ¿Va usted a menudo por aquellas tierras? –La pregunta tiene su miga, lo que pretende el fugitivo es saber el grado de conocimiento que tiene Álvarez de Sevilla por si fuera un peligro para su seguridad.
-No. He estado dos o tres veces, pero como turista. Y de hecho hace un montón de años que no he vuelto por allí –explica Álvarez.
-Y usted, señor Ponte, ¿conoce Sevilla mejor que su amigo? –sigue indagando Curro con la misma finalidad: saber si los viejos pueden ser una amenaza.
-En absoluto. Únicamente he estado dos veces, una de paso en un viaje que hice con la familia a Cádiz y otra cuando llevé a mi mujer e hijos a la Exposición Universal del noventa y dos. Desde entonces no he vuelto. Sé más cosas de Sevilla por la tele que por mis ya lejanas estancias en la ciudad –explica Ponte.
-Lo preguntaba porque hace unos años trabajé en Sevilla y si ustedes iban a menudo podíamos tener algún conocido común –se justifica Curro que vuelve a preguntar-. ¿Y hace mucho que veranean aquí?
-Como antes le conté el único que veranea habitualmente aquí soy yo -le explica Álvarez-, ni Manolo ni mis otros amigos habían estado antes. Lo que ocurre es que suelo venir en julio que es cuando el apartamento que tiene mi hijo Nacho en El Palmeral está desocupado, pero este año le han cambiado el turno de vacaciones y por eso estamos aquí en agosto. ¿Y usted suele veranear aquí?, no le había visto antes.
   Salazar piensa que deberá mantener a raya al tal Álvarez, está resultando ser demasiado curioso y excesivamente preguntón. Y como buen aficionado al arte de Cúchares da una larga cambiada y sale por los cerros de Úbeda.
- A mí es que me gusta mucho la tranquilidad, ¿saben?, por eso cuando un antiguo conocido me habló de la paz y el sosiego que se respira en Torrenostra no me lo pensé. Porque me gustan las playas pero cuando no hay mucha gente. Suelo bañarme y pasear a primeras horas de la mañana y al atardecer.
   Y Curro se lanza a perorar sobre lo incómodos que resultan los lugares costeros excesivamente masificados y pone como ejemplos algunas de las poblaciones de la Costa del Sol, de las Baleares o de las Canarias. Explica asimismo su presunción de que posiblemente llegará algún día en que a Torrenostra le pasé lo mismo, por eso hay que aprovecharse ahora de su paz y tranquilidad. Y antes de que los viejos, sobre todo Álvarez, tengan ocasión de volver a preguntar se despide de ellos con la excusa de que le gusta acostarse pronto. Antes ha insistido en pagar las copas y han quedado en que se verán al día siguiente en la terraza del hostal después del almuerzo para ver si se echan una partida.
   Cuando ambos amigos se quedan solos, Álvarez pregunta:
-¿Qué te ha parecido el amigo Martínez?
-Pues así, a bote pronto, te diría dos cosas. Que se siente muy solo y que no le gusta nada que le hagan preguntas. Se siente solo porque debe de estarlo, no ha comentado nada de mujer, de hijos ni de acompañantes. Puede ser el clásico divorciado o viudo, porque me da en la nariz que de solterón no tiene pinta, que está pasando unos días de vacaciones más solo que la una. Y lo de que no le gusta que le pregunten ha quedado claro con su respuesta cuando le has preguntado que si suele veranear aquí. A este tipo preguntas las justitas -comenta Ponte.
-Pues se le ve desenvuelto y es bastante parlanchín –objeta Álvarez. 
-No digo que no, pero estoy convencido de que el tal Martínez pertenece a la familia de los de no me
preguntes sino quieres que te mienta.

viernes, 18 de agosto de 2017

14. Rifirrafe por ver quién paga


   Álvarez y Ponte van andando por el paseo marítimo de Torrenostra en dirección a una pizzería en la que han reservado mesa. Va a ser la primera cena del verano fuera de casa. En cuanto entran en la terraza del restaurante les atiende una camarera que pregunta si tienen mesa reservada. Álvarez contesta afirmativamente al tiempo que dice su apellido a la muchacha la cual les conduce a una mesa en la que hay dos pequeños manteles de papel, servilletas y los correspondientes cubiertos. En cuanto se sientan les pregunta que quieren beber. Álvarez se pide una cerveza y Ponte agua mineral sin gas.
-Hay que ver la de gente que hay, está a tope –comenta Ponte mirando a la clientela que abarrota la terraza.
-Prácticamente, está así todas las noches, por eso he reservado mesa. A mediodía es otro cantar.
   A los pocos minutos ya les han servido las bebidas junto a un platillo de pequeñas aceitunas verdes, también les han dejado la carta en la que Ponte ve que, además de pizzas hay muchos otros platos como crujientes hechos en casa, tablas de embutidos y quesos de la tierra, varios tipos de ensaladas, carpaccio y carnes a la brasa, pero lo que domina son las pizzas, debe haber una treintena de tipos diferentes.
-Como veo que tienen carpaccio que, por lo que dice la carta, lo preparan macerado con limón, pimienta negra, aceite virgen, escamas de parmesano y un toque fresco de rúcula y champiñones, es lo que me voy a pedir. Resulta un plato ligero muy adecuado para la noche.
-¿Qué coño es la rúcula? –pregunta Álvarez.
-Es un tipo de hortaliza considerada para fines culinarios como una clase de verdura de hoja. Se usa especialmente para ensaladas, pero también cocinada como verdura con pasta o cecina y es rica en vitamina C y hierro. Aquí se la usa poco, pero en Italia es muy común.
-¿Y tú dónde diablos aprendes esas cosas?
-Todo lo que sé de cocina, que no es gran cosa, me lo ha enseñó mi mujer, que en paz descanse, y ahora lo hace Clarita.
-Pues yo tomaré una pizza Masovera que es una creación de la casa; lleva tomate, verduras de la zona, atún, cebolla, olivas negras y huevo duro.
   Después de hacer la comanda siguen charlando mientras van picando las olivas.
-¿Vienes con frecuencia? –quiere saber Ponte.
-Depende. Si estamos solos Matilde y yo solemos venir una vez a la semana cuando a ella no le apetece guisar, pero cuando estamos con los nietos venimos con más frecuencia. A los pequeñajos esto de las pizzas les entusiasma, lo mismo que las hamburguesas y los perritos calientes. Como en la playa no hay ninguna hamburguesería son muchas las noches que terminamos cenando aquí. Por otra parte, reconozco que las pizzas son francamente buenas, de las mejores que he probado.
   La charla se ve interrumpida por la llegada de la camarera con la comanda. A Ponte le asombra lo grande que es la pizza que ha pedido su amigo a quien la muchacha le ofrece un cortapizzas para que pueda trocearla más fácilmente y que Álvarez rechaza.
-No es necesario, señorita. Me basta con el cuchillo.
-Es enorme. No sé si vas a ser capaz de comértela entera –objeta Ponte.
-Comeré lo que me apetezca. Y sí, la verdad es que son grandes, tanto que cuando no tenemos mucho apetito Matilde y yo pedimos una y nos la partimos. Esto de las pizzas tiene una ventaja y es que no es tanta comida como aparenta y además se digieren con facilidad. Por la noche van bien porque con ellas no reza el proverbio que de grandes cenas están las sepulturas llenas. Se toman como plato único y no fuerzas la digestión.
   Al final, Álvarez casi se ha terminado la pizza y Ponte ha hecho lo mismo con su carpaccio, hasta ha probado una ración de la pizza de su amigo. La camarera que les atiende les retira los platos y les pregunta si quieren algo de postre.
-Bueno, podemos echar un vistazo a la carta –sugiere Ponte.
   El vistazo es rápido porque la carta de los postres, al contrario que la de las pizzas, es muy corta.
-Me apetece un helado con dos bolas, de vainilla y de café irlandés –se pide Ponte.
   Álvarez no pide postre, en su lugar se va a tomar un carajillo de ron.
-¿Puedes dormir tomándote café después de cenar? –pregunta Ponte-. Lo digo porque si yo lo hiciera no pegaría un ojo en toda la noche.
-Pues mi menda dormirá como un angelito. Para mí el café, al contrario que para la mayoría, más que un estimulante es un sedante.
-Hay gente pa tó, como decía el Guerra –comenta en tono jocoso Ponte.
-Déjame rectificarte, creo que el autor de la frase fue otro torero: el Gallo, pero en cualquier caso sea su autor quien fuere es una verdad como un templo, hay gente pa tó. Uno de mis cuñados no se toma café después de cenar, pero sí un tazón de té verde y dice que duerme como un bendito. Para que veas.
   Ambos amigos son ajenos que cerquita de ellos también está cenando otro personaje de esta historia, Curro Salazar. En su caso ha tomado de entrante una picaeta que resulta ser una fuente con longaniza de Pascua, cecina de toro, queso de Benasal, mojama de atún con almendras fritas, altramuces y pan con tomate. Y como plato fuerte una pizza Maltesa elaborada con tomate, mozzarella, queso de cabra, cebolla morada y pasas. El bueno de Curro sigue con su vida de fugitivo que resulta ser sumamente aburrida y monótona. Sus únicas distracciones son pasear a primera y última hora por las arenosas playas, leer la prensa, ver algún evento deportivo o alguna película en la tele y de vez en cuando echar una partida de dominó. Si quisiera podría jugar todos los días, pero los integrantes de la habitual partida en la terraza del hostal son tan rematadamente malos que únicamente cuando está muy aburrido se anima a jugar con ellos. Lo que daría por tener una timba, se dice, como la que tenía en Sevilla con jugadores que supieran que en el dominó el azar es fundamental, pero que la sapiencia también tiene algo que decir. Por eso, ha pegado el oído a lo que hablan dos viejales que están cenando en la mesa de al lado puesto que en algún momento se han referido a las partidas que van a echar.
   Ajenos a que alguien les está escuchando, los dos jubilados al terminar la cena piden la cuenta y se produce el clásico rifirrafe sobre quien va a pagar.
-Déjame invitarte por ser nuestra primera cena del verano –pide Álvarez.
-Ni hablar, el que paga soy yo. Solo faltaría que además de invitado ejerciera de gorrón –rechaza Ponte.
-No digas bobadas, Manolo. Tú no eres un invitado, sino un amigo que me está haciendo el favor de acompañarme para que no esté solo. O sea, que el que invita soy yo, al menos por esta noche.
-Hasta ahí podríamos llegar. De ninguna manera, Luis. El pagano es mi menda –objeta Ponte poniéndose castizo.
   A todo eso, hay dos personas que están atentas al pueril diálogo entre ambos amigos: la camarera que espera a ver quién paga y Curro al que le hace gracia la disputa. Como aquello no tiene pinta de acabar, la muchacha interviene:
-¿Y por qué no pagan a escote y así ni gana ni pierde ninguno? –sugiere.
-Eso lo haremos el resto del verano, pero no en nuestra primera cena. Y como el anfitrión soy yo no se hable más. Cóbrese, señorita –dice Álvarez sacando su Visa.
-Si pagas con tarjeta tendrá que ir por el terminal. Mejor, en metálico –dice Ponte sacando un billete de cincuenta euros.
-Hazme el favor de guardar ese billete, joven –insiste Álvarez tendiéndole la tarjeta-, cóbrese de aquí.
-No le haga caso a mi amigo, tome –dice Ponte dándole el billete a la camarera que empieza ya a estar mosca por el tiempo que le están haciendo perder.
-¡Coño, Manolo, hazme el santísimo favor de guardar el dinero! –exclama Álvarez un tanto molesto.
   Al llegar a ese punto, Curro, no sabe muy bien porqué, decide intervenir porque la pugna de los vejetes no tiene pinta de acabarse.
-Caballeros, les ruego que me disculpen. Sin querer, pero dado que estoy al lado, he oído la discusión. Si me permiten les ofrezco una solución neutral: déjenlo en manos del azar. Echen a cara o cruz quien paga, así nadie tiene porqué sentirse molesto.
   Álvarez y Ponte se miran y sonríen, el forastero les acaba de dar una salida airosa sobre quien paga la primera cena del verano.
-Gracias. Es algo que no se nos había ocurrido. Manolo, ¿estás de acuerdo?, ¿sí?, pues que decida el azar. Si sale cara, pagas tú, si cruz me toca a mí –dice Álvarez al tiempo que saca una moneda de un euro y la lanza al aire. Sale cruz.
-Nos permite invitarle a una copa –ofrece Ponte al desconocido que les ha facilitado una salida de la disputa tan elegante.
-Encantado, pero permítanme sugerirles que la tomemos en un chiringuito de cara al mar donde estaremos más tranquilos –propone Curro.
-Por cierto, ¿cómo se llama esta pizzería? –quiere saber Ponte.
-Pues que estamos en la gloria –al ver la cara de perplejidad de Ponte, Álvarez se explica-. No es coña, es que se llama así, La Gloria.

PD.- Hasta el próximo viernes