"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 22 de septiembre de 2017

19. Está de toma pan y moja



   La parrafada de Grandal sobre federalismo ha sido tan rotunda que Salazar no ha querido rebatirla, no ha querido y en buena parte no ha podido. Le ha parecido más oportuno no dar muestras de su posicionamiento político teniendo en cuenta que, por lo que parece, sus compañeros de partida son más de derechas que los lectores del ABC. En su lugar, decide mostrarse rumboso porque lo es que es dinero no le falta.
-Bueno, ya que vosotros sois hoy los paganos –dice a Ponte y Álvarez que son los que han perdido la partida y por tanto han de abonar los cafés-, espero que me permitáis invitaros a una copa –y sin dar posibilidad de réplica, llama a la camarera-. Anca, por favor, a ver que quieren estos amigos.
   Cuando la camarera, una rubiales que no es de bote pues así lo certifica la albura de su piel y el dorado colorido de sus cejas, se vuelve a la barra para encargar la comanda, al pasar junto a Curro le guiña pícaramente un ojo. Grandal, al que no se le escapa una, es el único que se ha dado cuenta del gesto pero no lo comenta, lo que hace es preguntar:
-¿Qué nombre es ese de Anca?
-Es rumano –responde Curro-. Creo que en español sería Ana. Por cierto, sus padres tuvieron buen ojo al ponerle el nombre porque vaya trasero respingón que gasta la moza. Un culo así vale más que todos los yates que atracan en Puerto Banús.
-Buen trasero tiene, sí señor –corrobora Álvarez al que lo de la palabra culo todavía le cuesta manejarla-, de los que le alegran a uno el día.
-Pues lo que son las cosas. Ahí donde la veis, con esa proa y esa popa –A Curro parece que algo le ha quedado del lenguaje marinero de su padre-, que son como para mear y no echar gota, tiene un novio que es más poquita cosa que un camarón. Y además de esaborío más atontolinao que el bobo de Coria.
-Alguna gracia oculta tendrá el gachó para llevarse a una mujer de bandera como esa; vamos, digo yo –comenta Ballarín.
-La gracia que supongo que tiene es que es hijo único, lo que aquí llaman el hereu, de una familia del pueblo propietaria de muchas fincas –explica Curro-. Y la chavala parese –de vez en cuando se le escapa el seseo- que se ha dicho aquello de que los duelos con pan son menos.
-Eso es un error –objeta Ponte-. Recuerdo que en una novela que leí, titulada “La pertinaz sequía”, uno de los protagonistas, hablando sobre las bodas de conveniencia, citaba un proverbio escocés: no te cases por dinero, puedes pedirlo prestado con menor interés. Alguien se lo tendría que decir a esa muchacha que tiene una carita atractiva y atesora más curvas que un circuito de fórmula uno. Una joven así podría emparejarse con quien quisiera.
-Es lo que le repito la mitad de los días, pero no está por la labor –explica Curro que para evitar malos entendidos añade-. Arregla mi habitación, por eso la veo diariamente y de vez en cuando echamos una parrafada.
-Y hay que ver lo bien que habla castellano –comenta Álvarez.
-Lleva ya bastantes años viviendo aquí –cuenta Salazar-. Me contó que sus padres vinieron a trabajar al pueblo a principios del dos mil, cuando el boom inmobiliario estaba por las nubes. Ella era una niña y, como todos los críos, aprendió el idioma rápidamente. Luego llego la puta crisis del dos mil ocho, al padre le echaron de la constructora en la que trabajaba de albañil, a la madre le afectó un ERE que hizo la cooperativa naranjera del pueblo y el resultado fue que tuvo que arrimar el hombro y ponerse a currar. Durante el verano trabaja en el hostal y cuando termina la temporada está de camarera en un parador de carretera que aquí hay varios.
-Con ese par de pitones que se gasta y ese pompis tan provocativo no le va a faltar curro –comenta jocosamente Álvarez.
-Por supuesto, pero ella a lo que aspira es a ser una señora. Por eso tiene el novio que tiene, para que la saque de pobre –sigue explicando Curro-. Y es posible que así sea, pero va a tener que soportar berrinches a tutiplén porque el fulano es más celoso que el Otelo ese del teatro y ensima tiene mala leche como para parar un tren.
-¿Aquí hay muchos guiris? –pregunta Ponte a quien la conversación sobre la camarera le aburre.
-Había –quien contesta es Álvarez-. Cuando el boom de la construcción esto se llenó de extranjeros que venían como las moscas a la miel. Especialmente de africanos y de gente del este de Europa: polacos, ucranianos, checos y sobre todo rumanos. Se calcula que llegaron a vivir más de dos mil, lo que para una localidad de poco más de cinco mil vecinos es una cifra astronómica. Luego, como ha contado Curro, llegó la crisis, se acabó el trabajo y la mayoría desapareció. Solo quedaron los que habían conseguido un trabajo estable y los que, de alguna manera, se habían enraizado en el pueblo. Ahora los guiris que más abundan son los turistas, en verano, claro, aunque esta playa sigue siendo feudo de los veraneantes nacionales.
-Debe ser así porque en el puesto de periódicos solo he visto prensa nacional, ningún diario extranjero. Y otro dato curioso, hay más cabeseras vascas y navarras que de otras regiones –observa Salazar.
-Eso también tiene su explicación –dice Álvarez que es quien mejor conoce el pueblo-. Aquí parece que desde antiguo, hay una amplia colonia de veraneantes vascos y navarros. Muchos de los chalés de las callejuelas que lindan con El Palmeral son propiedad de gente de esas comunidades. Y es que a los del norte, como a todo hijo de vecino, les gusta lo que no tienen, en este caso el sol y en cuanto tienen la menor oportunidad salen disparados a buscarlo.
-¿Y de qué otras regiones hay veraneantes? –pregunta Ponte.
-Hay bastantes aragoneses, madrileños, de ambas Castillas, de otras partes de la Comunidad Valenciana y algún que otro catalán. En cambio –añade Álvarez dirigiéndose a Curro-, no hay andaluces, al menos yo no he conocido ninguno desde que veraneo aquí, tú eres el primero.
   Y espero que el único, se dice Salazar, que lo justifica.
-Es natural que no haya paisanos, esto queda bastante lejos de Andalucía que, por otra parte, tiene muchos quilómetros de playas a las que acudir. Y si yo estoy aquí es más por una casualidad que por otra razón y porque me gusta visitar lugares para mí desconosidos.
-¿Una casualidad…? – inquiere Álvarez tan indiscreto como suele.
-Es una forma de hablar. Por sierto –Curro da un quiebro a la conversación llevando a la práctica el principio de si no quieres que te pregunten, pregunta tú antes-, Luis, tú que conoces mejor esta zona ¿qué lugares cercanos me recomiendas para visitar?
-Pues mira, para empezar te recomiendo los sitios más cercanos, Oropesa del Mar al sur y Alcossebre, que es la playa de Alcalà de Xivert, al norte –y Álvarez hace una sucinta descripción de ambos lugares-. Oropesa, Orpesa en valenciano, cuenta con excelentes playas entre las que destaca la de La Concha, aunque su paraje más publicitado es Marina d´Or. En cuanto a Alcossebre tiene cinco grandes playas, en una de ellas, Las Fuentes, existen varios manantiales de agua dulce que nacen dentro del mar.
   Luego Álvarez le recomienda que también debe visitar Peñíscola, que se asienta sobre una península rocosa, con el famoso castillo del Papa Luna, unas excelentes playas y una de las sierras costeras más vírgenes de la costa valenciana, la Sierra de Irta. Y en el interior de la provincia no debe dejar de visitar la ciudad de Morella, que tiene preciosos monumentos como la Iglesia Arciprestal y, especialmente, el castillo que corona el pueblo y las murallas medievales que están muy bien conservadas.
   Con tantas explicaciones, la tarde ha comenzado a declinar y Salazar es el primero en despedirse.
-Bueno, ya es hora de irme –dice Curro-. Ahora que no pega tanto el sol y en la playa comiensa a clarear la gente voy a dar un paseo. Mañana será otro día y a ver si esta noche repasáis el manual –sugiere con una sonrisa burlona dedicada a Ponte y Álvarez que han sido los perdedores de la partida de dominó.
   Grandal vuelve a ser el único que se da cuenta de que al salir de la terraza y pasar al lado de Anca, Curro le ha dado un leve azote en el trasero que tiene por respuesta una sonrisa maliciosa de la muchacha.
-Este fulano –dice el expolicía-, o se ha tirado a la tal Anca o está en camino de hacerlo. Y tiene buen gusto el jodío porque la muchacha está de toma pan y moja.
¿Tú crees? –pregunta Ballarín que en asuntos de sexo es el más cándido.
-Yo no sé si se la tira, pero lo que os aseguro es que el tal Curro miente sin venir a cuento –afirma Álvarez-. Esta mañana hemos estado tomando unas cervezas y le he pillado en un renuncio de lo más tonto. Me estaba hablando de una novia que tiene en Sevilla y luego me cuenta que donde está es en Marbella.
-Hombre, puede que sea así –justifica Ponte.
-No lo es. Tal y como lo ha contado lo de Marbella solo ha sido un pegote para despistar.
-A mí me da en la pituitaria –opina Grandal- que este fulano no es trigo limpio.

PD.- Hasta el próximo viernes